"Casos Clínicos"

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Sevilla, Huelva, El Rompido, Andaluz.
Licenciado en Medicina y Cirugía. Frustrado Alquimista. Probable Metafísico. El que mejor canta los fandangos muy malamente del mundo. Ronco a compás de Martinete.

jueves, 22 de marzo de 2018

Leer


La curiosidad ancestral que me acompaña desde niño me hizo ser lector precoz. Las letras que formaban palabras, las palabras que componían frases, las frases que formaban un cuento o explicaban la viñeta de un tebeo me producían desde niño un efecto hipnotizador. Recuerdo que cada día al volver a casa para cenar y acostarme, tenía la dicha de saber que podía leer un buen rato en mi cama aquellos tebeos y libros de cuentos que mi madre se encargaba de comprar y de ofrecernos sabiendo que no había mejor medicina sedante para tantos hermanos como éramos.

Así cada uno con nuestro tesoro de papel llenos de dibujos y de letras vivíamos cada noche una aventura diferente con Tintin,  El Capitán Trueno, El Jabato, Bonanza, El Tigre de Mompacrem, Los Cinco, Celia y Matonkiki, los Siete Secretos y muchos otros.  Y esa sensación es difícil de olvidar.

Inconscientemente siempre he buscado lectura allá donde iba. Me he sentido siempre extraño y desolado en una casa sin libros.

A medida que avanzamos en la vida adulta empezamos a leer tanto por obligación para aprender y adquirir conocimientos diversos en el colegio -estudiar- como por necesidad vital de adquirir información de todo tipo, instrucciones, anuncios, indicaciones de tráfico, periódicos de papel o resúmenes de noticias en internet. Leemos por obligación laboral informes y libros técnicos, leemos para comunicarnos mediante mensajes y correos electrónicos, leemos inconscientemente letreros, anuncios publicitarios, indicaciones de tráfico, miramos revistas de fotos según nos marca el mercado.

Pero yo me quiero referir a la lectura voluntaria-consciente no obligada y realizada para proporcionarnos una sensación determinada, casi siempre un efecto beneficioso.

Cuando miramos estas pequeñas manchas que forman letras y palabras un gran número de fotones atraviesa nuestra córnea hasta llegar a la retina donde unos receptores fotoeléctricos -los conos y bastones- conducen esa información a través del nervio óptico cruzando el quiasma óptico e impresionando el córtex occipital o área de la visión cerebral. La interpretación que hacemos de esas imágenes que forman palabras y frases produce modificación de los niveles de neurotransmisores cerebrales serotonina, dopamina y otros, produciendo efectos beneficiosos en nuestro estado de ánimo.

Como va a ser igual que un chaval antes de dormir se deslumbre con una consola o una tablet de juegos estratosféricos y ruidosos, o malgaste el tiempo escribiendo mensajes en vez de disfrutar con la lectura de las aventuras de Tom Sawyer, con La Isla del Tesoro, con todo Julio Verne, con El Coyote... Estas lecturas de juventud serán las que siembren la voluntad de leer a Conrad, a Melville, a Stoker, a Dumas, a Daniel Defoe, a Swift, y de ahí a la eternidad de la Literatura.

Me gusta observar a quien está disfrutando de su tiempo de descanso leyendo sin prisas, solo por el placer de leer. Leer por placer es como acercarnos al mundo de los sueños, como disfrutar de una melodía relajante mientras descubrimos nuevos mundos y paisajes impresionantes, a veces es como ver una película en tres dimensiones y nosotros participamos en ella de alguna manera.

Estoy convencido que este tipo de lectura tiene un componente terapéutico muy poco estudiado y valorado. Por eso yo le recomiendo a mis pacientes mayores (a mi madre la primera) que lean todo lo que puedan… incluso artículos de prensa, como este (muchas gracias).

Publicado en ABC de Sevilla el 20/03/2018