Escribe mi hermana Lourdes:
No se porqué, cuando he sido abuela y quiero de esa forma tan sobrehumana a mi nieto y he visto a los nietos/as de mis hermanos, es cuando tengo más clara la realidad de la niña que fui.
Escribir sobre el pasado y más concretamente sobre las infancias perdidas, además de ser fácil porque la melancolía es fuente de inspiración, es poco creativo. Son sucesos sabidos, analizados ya y normalmente superados, el presente es incierto y el futuro está por venir, pero tampoco pretendo quebrarme la cabeza ni tengo la inspiración en buena forma ni ganas, solo me pide el cuerpo escribir algo y me acurruco en mi niñez.
Nací con mi hermana gemela y siempre estábamos juntas, la adoro, tengo otra hermana, Pilar ¡ayyy! mi artista, y cuatro hermanos como cuatro soles, cuanto los quiero, pero hoy hablo de mi porque lo necesito, en realidad necesito escribir pero no doy para mucho y lo que tengo más a mano soy yo misma.
Fuí muy inquieta, rápida de cuerpo y de mente, lo sé porque era niña ágil en correr y saltar y porque antes de pensar una cosa ya la había hecho. Mis ojos estaban abiertos a todo y me daba cuenta de mucho pero no decía nada porque no me quería tomar la molestia de hacerlo. Me horrorizaba la disciplina impuesta y me revelé conscientemente contra ella desde muy pequeña, hasta que ya pude escoger algo en mi vida y tomar decisiones, allá por los dieciocho o veinte años.
Me enfadaba a veces con la humanidad entera (me sigue pasando) y mis rabietas las tenía, aunque muchas me las comía porque por aquellos tiempo a los niños se nos daba una educación muy rígida, y cuando digo me las comía es porque entonces hacía algo que se llama "loquemedalagana" sin dar explicaciones; también me escondía en el hueco más oculto del jardín del colegio y chupaba los cabitos de los jazmines azules que eran dulces.
Pero lo que más me tranquilizaba era crearme una vida de fantasía. Me imaginaba cada día mil cosas. Hoy voy a ser como esta niña que es tan buena. Había una chiquilla en el colegio muy limpita y arregladita siempre, a la que decían que se le había aparecido la virgen por ser tan buena y aplicada. Una mañana me propuse ser como ella para tener el privilegio de la aparición. Fui todo lo buena que una persona humana de siete años puede llegar a ser: Me levanté y ordené mis cosas más a fondo que nunca, fui al colegio atravesando el campo de El Sevilla F.C. sin tirarme en la hierba fresca, andando derechita, en clase no hablé con mi amiga Carmencita nada de nada, en el recreo no pedí bocaitos a los bocadillos, estuve todo lo atenta que pude… en el recreo de después de comer jugué al teje sin hacer trampa y sin enfadarme por perder, uff, y en la misa de las seis cerré tanto los ojos pensando en la aparición Mariana que creo me trasvelé y cuando desperté me entró un pánico súbito de tener que ser siempre tan buenísima, llevar ese sacrificio de vida tan imponente para que luego, en cualquier momento tuviera una aparición inesperada.
Me asusté de tal manera que decidí en ese momento ser malísima y que la virgen se olvidara de mi y me dejara vivir a mi aire sin aparecerse, así que le conté un chiste a mi amiga Mamen y nos tiramos de risa en la iglesia. Me castigaron a quedarme sin recreo al día siguiente, pero volví a ser feliz.
En las noches de insomnio que eran pocas, me gustaba la tranquilidad de mi casa oscurita y con respiraciones tranquilas, sábanas y mantas envolviendo los sueños de mis herman@s padres y tatas. Inventé que en el patio interior de los pisos había unos hombres malos que vigilaban con un aparato especial a los niños y niñas despiertos, daban un barrido por todos los pisos y el niño que no durmiera se lo llevaban, yo cerraba los ojos y respiraba pausada para que no me fueran a pillar, la mañana siguiente llegaba sin darme cuenta.
Un día podía ser bailarina o gimnasta o cantante, en la realidad me movía con casi doce horas seguidas de colegio entre ida vuelta y comedor, era demasiado, lo bueno es que yo era perfectamente consciente que esto era una válvula de escape a la rutina, la disciplina férrea y a las ordenes sin ton ni son.
Las vacaciones eran otra cosa… pero eso es otro cantar, ahí era todo felicidad y libertad. Fui una niña feliz y hoy me acuerdo del hueco oscuro del ascensor de la puerta de mi casa, a veces me gustaría ir, pero no, nunca volveré porque sería demasiado doloroso.
Que alegría de mi casa, menos mal que me queda ese hueco de ascensor y la puerta de enfrente que me lleva a mi infancia perdida.-