"Casos Clínicos"

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Sevilla, Huelva, El Rompido, Andaluz.
Licenciado en Medicina y Cirugía. Frustrado Alquimista. Probable Metafísico. El que mejor canta los fandangos muy malamente del mundo. Ronco a compás de Martinete.
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martes, 18 de abril de 2017

Francia

Escribe mi hermana Lourdes


Hace exactamente cinco años que no paro de viajar, quién me lo iba a decir a mi, mujer de mi barrio de Nervión sevillano y de pueblo. Hace cinco años que afortunadamente terminan este verano en el que ya estarán todos mis amores en España, hace cinco años que tuvieron que emigrar con una mano delante y otra detrás, dos maletas y un título universitario para buscarse la vida en la lluviosa Inglaterra que conozco menos pero si lo suficiente como para contar en otro momento mis impresiones, y la civilizada Francia a la que cada dos meses aproximadamente vuelvo para pasar una buena temporada con mi nieto y sus padres. Mis hijos vuelven con unos muy buenos trabajos y un idioma que no es cualquier cosa, pero habréis de saber criaturas de Dios que su esfuerzo, soledades, miedos y afán de superación les ha costado.
Acabo de llegar de pasar otro quince días en la france, tierra de nacimiento de mi nieto y que se que el jamás olvidará porque con solo tres años le veo unos aires de gabacho y una felicidad en esa tierra que sus padres y su misma naturaleza se van a encargar de recordarle siempre, aunque también se que el va a ser más feliz aquí, si. En Francia no hay semana santa, ni feria, ni rocío, ni fallas, tampoco verbenas ni moros ni cristianos, no hay tamborradas estruendosas ni comilonas ni gritos ni carcajadas a reventar, en Francia hay poco ruido, muy poco ruido, un murmullo amable que a veces me saca de quicio, unas contestaciones siempre contenidas y seguidas de "oui madame", "merci madame", siempre madame, que curioso, aquí usamos esa palabra que oigo a todas horas un poquiiiiito peyorativamente. Todo el mundo está delgado en la france, los niños los primeros, los frances@s visten muy bien y no van nada repeinados, el pelo limpio y a su aire, zapatos planos y un estilismo cómodo y chic que parece muy fácil pero no lo es. Hay trabajo y se nota y todas las personas que trabajan en todos sitios porque me he dado cuenta que allí no se le caen los anillos a nadie, se ve educado y elegante, la cajera del carrefour parecía una intelectual con esas gafitas redondas y un pañuelo negro anudado a una colita, muy rubia, alta y esbelta terminó por conocerme y me dijo que me haría una lista en español de los productos más básicos para pedir porque he estado con mi santo y mi nieto sola en ese país del silencio cuando mi hija y su marido han ido de viaje. Trabajan en bares que suelen cerrar temprano, en restaurantes donde el murmullo sabe a burdeos y a queso de oveja, en oficinas y negocios, nou nou son casi todas las madres, es decir, casi todas trabajan y se turnan para el día que una no pueda estar con los niños se queda la otra con todos, se turnan por un precio razonable y que les es muy rentable, lo hacen sin trabajo sin gritos y sin agobios, no lo puedo comprender, se sale de mis entendederas, he llegado a ver en un parque a una amiga de mi hija muy francesa con su niño de tres años y dos mellizos de nou nou, osea, trabajando doblemente mientras tiene cuidado de su hijo.
Cierto día por poco no reviento, yo sentada en un banco con más frío que pescando y Juan que es mi nieto abrigado hasta los ojos jugando en los columpios, llega una mamá, esta era mamá recién parida, el bebe pequeño no tendría más allá de una semana y cogido de su falda otro niño como de dos años, podría hacer cinco grados; se sentó en un banco a mi lado cogió al recién nacido y se lo puso en el pecho, mientras el de dos años se estrellaba de barbilla al caerse del tobogán bajito, yo pegué un salto con un ahh contenido, ella ni me miró y pronunció serenamente un nombre raro para que viniera el chiquillo enmorecío, ni un músculo de su cara se inmutó, esperó que rompiera a llorar y juntó su cabeza con la de el herido transmitiéndole una ternura que no por más contenida fue menos tierna. Yo había visto a Dios directamente, no me lo podía creer, terminó de darle el pecho al lactante diminuto y se fue a jugar con su hijo mayor no sin antes limpiarle la herida con un klinex y sacar una tirita de la patrulla canina, aaaaahhhhhh, que final, de traca. Me levanté y llamé a Juan muy bajito, J u a n, vamos a casa que hace frío, al mío le salió la vena española y dijo que pa casa me fuera yo, total que me montó un pollo que me hizo sudar para cogerlo, todo muy suavemente, queriéndome hacer la francesa, hasta que ya no pude más y lo trinqué en brazos al grito de "la mare que te parió", porque el silencio hay que mamarlo y no se puede remediar.
El centro de la ciudad es precioso divertido/contenido y elegante, mucho cine de autor, titiriteros tristes por las calles y una vida en el corazón de Europa que late muuuy acompasadamente. Francia es una república independiente silenciosa y lo que más vacío me producía y me produce, sin gritos sin Dios ni Santa María.




miércoles, 31 de agosto de 2016

Verano 2016 (y 2)

Ya en Sevilla. Lleno de energía y de ganas de empezar el nuevo “curso escolar”. Descansado y feliz después de un verano tranquilo y sin incidencias estresantes ¿qué más se puede pedir?

Este mes de agosto en El Rompido ha sido caluroso, con predominio del viento de levante tan molesto en las playas de Cádiz pero tan apacible y cálido en la costa de la Luz. El sol pegando fuerte desde bien temprano y el  agua con una temperatura perfecta para el baño diario.

Mi Huevofrito se ha portado estupendamente navegando sin problemas por la ría desde el muelle hasta la Punta de la Barra o a la Casa del Palo. Mis nietas Celsa y Leonor son ya unas marineritas muy aventajadas y da gloria verlas sentadas en la proa con sus chalecos salvavidas naranjas bien abrochados, de cara al viento, avisándome de cada barco que se acerca o que alcanzamos. Celsa con cinco años ya sabe llevar el timón y se preocupa de las defensas, de guardar el cabo del rezón y de ayudarme en el atraque. Leonor con tres años se baña en lo hondo sin manguitos y bucea como una sirena. La pequeña Ana de solo un año es un “pajarito” que le encanta el barco, el agua, las gaviotas, los cangrejos y los perros. A la vuelta del baño se queda dormida reliada en una toalla -siempre en brazos de su abuela- sin importarle el ruido del viejo fueraborda.

Esos son mis mejores recuerdos de este verano, los baños familiares con las niñas en esas lagunas naturales que se forman cuando baja la marea y que para ellas son como piscinas de agua salada.

Me traigo también el cerebro relleno de la impresionante luz del atardecer que tanto me relaja en mis paseos solitarios por la orilla del mar, y del sonido de las olas -que aunque yo las oigo lejanas y amortiguadas por mi hipoacusia (no me llevo el audífono a la playa…)- me suenan como un mantra relajante que me ayuda en la especial sesión de “mindfulness” mientras paseo.

Pero tengo que reconocer que este verano he conocido unos playas espectaculares que no están en Huelva. A mediados de agosto mi primera mujer y yo decidimos hacer una excursión portuguesa a la península de Troia y Comporta. Y voy a confiaros un secreto ahora que no nos escucha nadie. Si ustedes van alguna vez por esa parte no dejen de buscar y llegar hasta la playa de Aberta Nova. La mejor playa que he visto en mi vida: kilómetros de arena inmaculada, agua verde jade, fresca limpia y transparente curiosamente muy poco salada pues no nos dejó rastro de sal en el cuerpo, y muy pocos bañistas pues está escondida detrás de un bosque. Después de un magnifico almuerzo en el pequeño restaurante “O Farista” de un pueblecito llamado Melides nos fuimos a otra playa preciosa pero mas conocida, la de Pego en Comporta con su chiringo superpija y gente guapa en las tumbonas, todos esperando la puesta de sol al ritmo del diskjockey (o como se escriba) con unos deliciosos yintonis de a doce euros el pelotazo… Al día siguiente a la vuelta paramos a almorzar en Aljezur – casa “Pont a Pé”, pidan percebes- y a dormir la siesta a la playa de Arrifana, una de las mejores para hacer surf de la costa vicentina. Un grato recuerdo.

Pero el recuerdo mas bonito que me traigo este verano ha sido el contemplar los primeros pasos de Ana mi nieta. Tambaleandose y con la piernas arqueadas y los brazos abiertos de par en par se lanzó un día a caminar por la arena con una sonrisa como la del muñeco del bote de Netol, cayéndose y volviéndose a levantar sin rechistar camino de la orilla para llegar y meter los pies y las manos en el agua y reírse mirando a su madre como diciendo ¿has visto?

Ana ya corretea por el paseo marítimo como un perdigón detrás de cada perro que ve y en la playa detrás de las gaviotas señalándolas con el dedo.


Una bendición de Dios.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Verano 2016 (1ªparte)

Este verano de 2016 está siendo especial para mi pues el uno de julio empecé mi edad con un seis por delante.

Afortunadamente desde hace años los veraneos en El Rompido me sirven mucho mas que para descansar –pues mi trabajo habitual de los once meses restantes ya no me cansa como cuando hacía guardias y prácticamente no dormía cada tres o cuatro días ni disponía de los fines de semana completos para recuperarme-, sino que los veranos me sirven en esencia para desconectar de mi mismo y de mi mentalidad profesional.

¿Y como se desconecta uno de sí mimo, se preguntará, ustedes? Pues yo no lo sé muy bien, pero intuyo que el cambio de aires y de rutina es fundamental, haciendo un esfuerzo por dejar de pensar en enfermedades y en solucionar problemas médicos-hospitalarios, incluso en intentar desconectar en la medida de lo posible de los pacientes que hemos dejado en manos de otros compañeros hasta que volvamos, esperando lógicamente que al regresar estén mucho mas recuperados que cuando nos fuimos. Eso siempre lo doy por seguro.

El cambio de aires siempre es beneficioso para la salud física y psicológica. Yo inicié mis vacaciones la última semana de Julio pasando unos días con mi primera mujer y otro matrimonio amigo (Almudena Maestre y Javier Bustamante) viajando por el norte de España. Por León atravesamos los Picos de Europa hasta Cantabria, con unas temperaturas deliciosas de rebecas por las tardes y frescas noches, en contraste con el calor de cuando dejamos Sevilla: un horno panadero abrasador con rescoldo nocturno asfixiante.

Estos días de coche, hoteles-balnearios y la maravillosa casa que tiene en San Pedro de Soba nuestra anfitriona Anamari Abaurre Llorente han sido una bálsamo para mi cuerpo estresado. He disfrutado mucho viendo montañas y riscos con desfiladeros angostos llenos de ríos torrenciales que luego forman verdes valles llenos de colores puros y de naturaleza salvaje. Las charlas durante el viaje y las explicaciones históricas por parte de Javier –su familia es de Santander- de los pueblos que atravesábamos nos hacían comprender mejor lo que veíamos.

Me impone respeto la montaña. Me hace sentir pequeño y me da otra visión diferente del tamaño de los hombres que por allí viven en las aldeas y casonas aisladas cuidando de sus cabras y sus vacas: a mi lado son gigantes, me siento un minusválido comparado con ellos y con su manera de vivir.

Al regresar al ardiente sur después de casi una semana de rutas y paseos montañeses estaba feliz por haber sentido esas sensaciones tan diferentes y tan necesarias para ponernos los pies en el suelo. Y con tres kilos de más.

El contraste fue explosivo pues el mismo día de llegar del norte me embarqué con unos amigos (solo varones) para navegar en un crucero de vela de 46 pies con rumbo a las costas del sur de Portugal desde Punta Umbría. Seis días de navegar rumbo a poniente por aguas profundas y azules, costa rocosa de calas maravillosas, baños reparadores, mucha cerveza a todas horas -la cerveza portuguesa esta riquísima-, fondeaderos transparentes, puestas de sol eternas, noches de vino y platos (y cantos) regionales, amaneceres imposibles de luces mágicas, y de nuevo a navegar, yo sentado en el botalón de proa “escuchando” -en la medida de mis posibilidades- el rítmico sonido del agua al ser rota por la proa y el rumor del viento en las velas mientras me quedo absorto –hipnotizado- por el reverbero del sol incidiendo en el mar, observando los peces curiosos que nos salen al paso subiendo a la superficie, buscando a lo lejos el alegre salto del delfín esquivo o el espectáculo de los peces voladores.

Estos días de amistad a prueba de bombas que venimos poniendo a prueba desde hace ya decenios me aportan un punto de juventud y de libertad absolutamente natural sin reloj ni horario ni calendario, tan solo dejándonos guiar por el sol y la luna, el viento y las mareas. Una delicia marinera.

Vuelvo a El Rompido justo para celebrar la boda de mi sobrino Manolo y Maripaz, una preciosa ceremonia entre los pinos y dunas a la orilla del Rio Piedras. Una boda llena de amor, alegría y de fraternidad, de amigos jóvenes y de padres felices. Una celebración muy divertida hasta las claras del día, que se les hizo corta a muchos de ellos.

Y ya en El Rompido me reencuentro felizmente con mi pandilla veraniega de los últimos años, que no son sino las mujeres de mi vida: mi santa, mi hija Ana y mis nietas Celsa (5), Leonor (3) y Ana (1), mi hijo Celso y Paloma su novia, mi madre (84) y todo el resto de mis hermanas y hermanos.

Mi rutina diaria rompiera consiste en recoger a mis nietas que me esperan alborotadas con mil noticias frescas, -la cara de felicidad y los gritos de mi “pajarito” Ana cuando me ve cada mañana me llenan de energía-, luego el paseo con las tres a comprar los periódicos, el desayuno con “churritos” que las mayores mojan en agua fría para enfriarlos, los mandados en las tiendas de mis amigos y poco después, ya con su madre y con la “abu” el habitual paseo nautico en el Huevofrito (cinco metrazos de eslora y un viejo Evinrude de 20 cv de potencia) hasta la Punta de la Barra o a alguno de los bajos donde se forman piscinas naturales para los pequeños junto al mar abierto y puedo dar mi caminata en solitario por la orilla, paseo terapéutico de repaso mental buscando el sosiego y la paz que me aportan la luz, las olas, la sal, las gaviotas tan serias y pasotas y los kilómetros de playas naturales sin ruidos contaminantes, tan solo el placer de las olas y algún runrún de un barco a lo lejos.

A comer a casa que no está la cosa para dispendios, pero una helada suele caer de aperitivo en cualquiera de los numerosos bares de mi pueblo rompiero. Siesta roncadora y a pasar la tarde en remojo haciendo equilibrios con mi tabla de Padel Surf inflable, regalo de mi sesenta cumple.

Las tardes en El Rompido en estos días de primeros de Agosto son eternas, la luz que se enciende por detrás de los cerros de El Terrón y se refleja en la ría de El Piedras es un espectáculo diario fotografiado por los turistas y forasteros día tras día.

Poco después de la puesta de sol El Rompido se reconvierte en un gran conglomerado multicolor de restaurantes y bares donde la oferta gastronómica de mariscos y pescados es irresistible y se está estupendamente en cualquier terraza con unos choquitos fritos y una cerveza bien servida o un vaso de vino pálido y seco.

Para colmo de bienes, este año por las noches podemos disfrutar hasta que nos venza el sueño de los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro…

De momento y a fecha de hoy, no se puede pedir más…


Continuaré…

lunes, 10 de agosto de 2015

El Viaje

Una vez un hombre desnudo se decidió a adentrase en el bosque desconocido entre los grandes árboles de sombra perpetua y troncos musgosos y húmedas plantas verdes donde dormitan escolopendras azules y amarillas de patas armónicas y mariposas de alas con dibujos fantásticos que se esconden entre las flores de pétalos lánguidos que se pudren y caen cada atardecer dejando un suelo de lágrimas sólidas de colores templados y olores putrefactos que cubren el fango donde miles de insectos se abren paso para construir cada día un mundo nuevo de túneles apocalípticos donde se protejan de los mil millones de pájaros y de sapos y de ranas de ojos trasparentes que aparecen de la nada y a veces al anochecer caen del cielo como frutas maduras croando por encima del sonido de los monos aulladores y de las cacatuas de picos negros y crestas amarillas y el hombre desnudo caminaba sin mirar a todas estas maravillas ni escuchando el sonido ensordecedor de la naturaleza salvaje ni oliendo el vapor hediondo del fango podrido ni sintiendo las mordeduras de las hormigas y los aguijones de los insectos ni el calor sofocante y húmedo que bañaba su cuerpo en un sudor denso y pegajoso como almíbar acre.

Este su primer viaje entre tinieblas y vapores estaba determinado por la necesidad de salir de su pequeña aldea de escasas cabañas de paredes de barro y techos de hojarascas trenzadas a la orilla de un riachuelo verdoso que solo conducía a otros riachuelos exactamente iguales que no parecían tener nunca final y se enredaban en una maraña de meandros e islotes repetidos que producían sensación de ensueño y a veces de pesadilla por eso el hombre desnudo decidió adentrarse en la selva desconocida que se alejaba de la orilla y se perdía más allá de donde chillaban los monos y cazaban a los roedores peludos con flechas envenenadas en dirección a las montañas prohibidas de donde a veces surgían rugidos de bestias desconocidas y resplandores de fuegos terroríficos y destellos de luces infernales pero el hombre imbuido por una fuerza interior mayor a su miedo ancestral caminaba abriéndose paso entre las raíces cada vez mas entrelazadas y plantas que se volvían a su paso como admiradas por su resolución de avanzar entre tanta vida desconocida y con la compañía de aves curiosas serpientes silbantes monos aulladores mariposas de ojos grandes cucarachas plateadas y miles de insectos que se acercaban al calor y al sudor de su cuerpo pero que no entorpecían el rumbo del viajero.


Y así un día tras otros bebiendo agua de las plantas y alimentándose de frutas y raíces dulzonas y tiernas durmiendo a ratos sobre las altas raíces envuelto en hojas aromáticas disfrutando del viaje sin saber a donde llegaría ni cuando ni si acaso llegaría alguna vez a algún sitio que no fuese ese avanzar y conocer cada día una nueva luz entre los árboles un nuevo amanecer de distintos sonidos y olores diferentes hasta que sin darse apenas cuenta día tras día los árboles se fueron separando y el camino se abría ante él lleno de luz y de la armonía del sol y del agua clara de torrentes transparentes y de espacios abiertos sin penumbras y entonces supo que había llegado a su destino.

martes, 24 de febrero de 2015

Que es un avión?

Mi hermana Lourdes escribe:

¿QUE ES UN AVIÓN?

Antes una confesión. Pensaba poner instantáneas de mi vida en estos sesenta años recién estrenados, pero no puedo; me resulta demasiado feliz y demasiado doloroso y no tengo el cuerpo para aguantar tanto, así que explico lo que para mi es un avión que es un medio de transporte que he descubierto en esta edad, y es que confieso con orgullo que soy una chiquilla de barrio (de Nervión) y he vivído más de media vida en pueblos, soy lo que se dice una cateta de CAMPEONATO que es una palabra que en mi casa se usaba mucho y se ganaban casi todos...

Un avión nos lleva y nos trae en un santiamén a los lugares más remotos del planeta. Es un tubo de metal con forma aerodinámica y unas turbinas o motores potentísimos que hacen que remonte el vuelo y no tengo ni idea porqué motivo lo hace, pero lo hace. Antes de entrar en el aparato hay una liturgia previa que a mi me pone de los nervios y me hace muy feliz a la vez: hacer la maleta, llegar al aeropuerto, etcétera.

En los aeropuertos yo me siento muy moderna, como si fuera una artista de cine, además me visto para la ocasión y llevo gafas de sol aunque llueva porque me da la gana; presentamos los papeles y pasamos un control donde me quito las botas, porque si es invierno también me pongo botas que visten mucho, si es verano unos espartos bien altos que también me los hacen quitar no vaya a ser que lleve en la suela un arma de destrucción masiva. Pasados el arco de los metales y todas las maletas por el túnel ese, entramos en una zona que es tierra de nadie, si, yo no lo sabía, pero al pasar el control y sellar la tarjeta de embarque (aunque no vamos en barco se llama así), atravesamos automáticamente la frontera para instalarnos en una especie de limbo donde las tiendas son muy caras, el café muy malo y la sensación de nudo en el estómago propia de los estados extraños que se deben tener en los limbos.

Pasamos por un túnel directos al interior del avión, en la puerta una azafata sonriente y distante saluda en cualquier idioma, he volado con tres compañías, españolas, francesa e inglesa, las tres azafatas tienen la misma sonrisa que a mi no me termina de tranquilizar ni de convencer, yo es que pienso que ella está tan asustada como yo, pero no dejo de mirarla en todo el vuelo a ver si cambia su semblante... nunca lo hace. Sí es cierto que en cuanto ya hemos entrado todos y el avión coge carrerilla, se sienta se amarra y se le pone una cara de aburrimiento que no puede con ella, así sigue todo el vuelo, mientras nos enseña a ponernos un flotador por el cuello y tirar de una cuerda para que se infle, aunque en el caso que fallara este dispositivo, nos dijo la señorita sin inmutarse que soplásemos por el boquete hasta inflarlo, así que yo me veía el avión cayendo y tranquilamente encontrando el boquetito para soplar... aire… También nos enseña las máscaras de oxigeno y dice que hay cuatro puertas de emergencia, yo no he visto nunca ninguna, después pasa un carrito con zumos, agua café o galletas, yo no abro el pico porque cuando me subo en estos aparatos me quedo sin habla, cierro los ojos mucho y me quedo muy quieta, no lo llevo tan mal, no creais…

Noto perfectamente el despegue porque una sensación de vacío me llena el cuerpo, me mareo un poco y se me taponan los oídos, luego se me pasa y es cuando más quieta me quedo. Las turbulencias son unas cosas inevitables que me hacen perder el aliento y ponerme muy tensa, pero sigo sin decir ni esta boca es mía, algunas son fuertes, más fuerte soy yo, pienso, ¿quién va a poder más, este aparato infernal o yo?, puedo yo porque no se me siente ni respirar.

Pasa el tiempo y yo suelo pensar en mi vida porque volando por los aires a muuuchos metros de altura, a una velocidad de vértigo y con unas temperaturas infames, no tengo más remedio que repasar mi existencia porque es lo normal.

Noto perfectamente cuando el avión empieza a bajar porque me vuelvo a marear, a mi me pasa, pero ya me voy tranquilizando aunque nadie me nota nada, bueno, mi santo sabe que no me puede dirigir la palabra y ya está. Empiezo de reojo a ver la tierra cercana, ¿Saldrán las ruedas bien?, Lourdes, no pienses eso.... puuummm ruido de las ruedas, ole ole y al momento brronmmm, estamos en la pista.

En ese preciso instante salgo de mi estado "modo avión" y ya soy la Lourdes de los aeropuertos, me vuelvo parlanchina, "que buen vuelo ¿verdad Manolo?", el se tira de risa; y si voy sola saludo a mi compañero/ra al que no le había visto ni la cara. Me pongo de pié con cara de triunfo, enciendo el móvil y me pongo las gafas de sol llueva o no...

Gracias aparatos infernales que me llevas con mis amores y me los traes a casa. Amén.

Y yo escribo:

Amen, querida hermana, Amén...
No se puede escribir mas bonito, mas agradable y mejor que tu lo haces, que arte más grande tienes explicando tus sentimientos (que son los míos, los nuestros...).

Te voy a contar mi primera experiencia en avión. Tendría yo unos quince o dieciséis años y creo que era el mes de diciembre. Había tenido yo un pequeño problema de presencia física con la Academia IFAR en la que cursaba mi primer COU y por una fatalidad del destino aquel conflicto de intereses llegó a oídos de papá, por lo que se molestó algo cuando el director y tutor de mi curso lo llamó para decirle que agradecía mucho la mensualidad que abonaba religiosamente pero que le agradaría conocerme en persona. De modo que de un día para otro me ví montado en un Talgo en dirección a Madrid adonde mamá me envió astutamente esperando que a mi progenitor se le pasara el cabreo... (yo creo que estaba enfadado más por haber tenido que hablar con este buen señor que por mis estudios... el sabía que yo terminaría aprobando...) Total, que a casa de tía Delia y tío Jaime, unas vacaciones antes de Navidad que no olvidaré en mi vida lo bien que lo pasé en los madriles con la prima Delia, su pandilla de amigas y amigos... prometo contar pronto tantas cosas como me pasaron en esos diez o doce días que me cambiaron la forma de ver la vida, en serio. Bueno pues los buenazos de nuestros queridísimos tíos Delia y Jaime hicieron una buena labor de conciliación y convinieron mi regreso el día 23 de diciembre. En avión.

Fue el bueno de tío Jaime el que me llevó al aeropuerto y me dejó al pie de la escalerilla de una aeronave de Iberia en la que se leía perfectamente su marca: Carabel... El Carabel era mas o menos como una camioneta de Damas, pero con alas. Tenia dos motoracos en la parte de atrás que chorreaban aceite negruzco y pegajoso con olor a chamusquina y que sonaban como dos fuerabordas arrancados fuera del agua. Subí una escalerilla metálica, un estrecho pasillo y dos asientos a cada lado, una azafata me indicó mi asiento, ventanilla sobre el ala de estribor. A mi vera se sienta un hombre mayor (eso me pareció) vestido con ropas de campo y boina. Cierra los ojos y se queda frito.

El damas, perdón, el avión comienza a moverse, se enfila en una recta, mete mano a correr haciendo un ruido espantoso que yo creí que reventaban los aceitosos motores y de pronto se despega de la tierra para subir mu despacio, como si le costara la misma vida... Yo entré en un ataque de pánico brutal: ¡que contra hago yo subido en este artefacto Dios mio..! ¡Con lo a gusto que se va en el tren tan pegadizo a tierra y tan chucuchucuchú! El avión no paraba de subir como si le fuera la vida en ello, el ruido era terrorífico, sonaban chasquidos metálicos y parecía que los motores se iban a calar como si tuvieran perla en las bujías, que yo lo sabía por el ruido de mi moto...

El Terror autentico no tardó en llegar cuando al poco se encendió un cartel de advertencia diciendo que no se nos ocurriera soltarnos las cinchas de las piernas y la barriga y una azafata con cara de jindama dijo que habría "turbulencias"... y se volvió sentar y a trincarse bien. Mi vecino roncando el gachó. Las turbulencias eran como estar dentro de una coctelera caprichosa, venga de caer a plomo unos segundos interminables, frenazo en seco y otra vez ganar altura para volver a temblar como una matraca, que yo miraba a las alas y os aseguro que las veía doblarse como si fueran de plexiglas, arriba y abajo una y otra vez... Yo rezaba más que nunca en mi vida. En uno de estos baches aéreos especialmente atroces, mi vecino se despertó bostezando y se quitó dos o tres legañas tan tranquilo.

Que cara no me vería de espanto y de pavor que me dijo: "Tranquilo niño, que esto eh los mas normá der mundo... no pasa naaa..." ¡Ese acento lo conocía yo Dios mio! "¿Donde va usted?" le pregunté por  decirle algo y hablar y olvidarme de la muerte segura que me esperaba de un momento a otro... "¿Donde voy a iii?... a Sevilla.." Esa forma de pronunciar la elle... Antes que yo siguiera hablando empezó a relatarme: "Esto no es na de na, lo fuerte son las tormentas de Daka y de por allí por Africa... Y los días de olaje fuerte en la mar... Ya mismo estamos en tierra y ya mismo estoy yo en Lepe..." Cuando dijo Lepe se me saltaron las lágrimas y tuve que volver la cabeza para la ventanilla: ¡tierra, estábamos cerca de la tierra..! Al momento parece que paró la matraca y la azafata dijo que íbamos a llegar a Sevilla. Yo lloraba a moco tendido de alegría. El atraque, perdón, el aterrizaje nunca  lo olvidaré y cuando el navío se detuvo y bajé por la escalerilla del aeropuerto sevillano de San Pablo hice un gesto que los Prelados me han copiado innumerables veces: besé el suelo con devoción.

Por supuesto me despedí de mi patrón lépero con un fuerte abrazo.