De pronto una señal me sobresalto. Pensaba que en las
carreteras comarcales no aparecerían ese tipo de señales y me asusté. La señal
indicatríz era de prohibido aparcar platillos volantes en el arcén.
Me quede de piedra-pomez de la mitad para arriba y de
goma-guash de la mitad para arriba también. De modo que no tuve mas remedio que
inventar una nueva aleación: guashpomezine, la cual inmediatamente la patente
por telepatía y me hice supermillonario al instante.
Mi vehículo inteligente, aturdido al no poder
detenerse por si mismo al estar fuera de cuentas y con dolores de pre-parto, se
deprimió y comenzó a llorar amargamente, al tiempo que se evaporaba en vapores
aceitosos, como si estuviese en una ciénaga de Macondo.
No
tenía motivos para esperar que nadie viniera a salvarme, pero de pronto noté un
ruido sordo a mi derecha. Subitamente apareció por mi izquierda un delantero
centro del Arsenal CF que tiro a gol y se le fue afuera por muy poco dinero. Yo
lloré amargamente de color, gris marengo. El ariete se marchó no por donde
había venido sin dar las buenas noches.
No tuve que llorar mucho, menos mal que me consolaron
varios escarabajos peloteros nocturnos que arrastraban apestosas bolas de
estiércol de vacas menopausicas, especialmente vomitivas, y que me cortaron el
llanto ipso-facto con sus patas traseras serradoras. Les impuse varias cintas
de colores tutti-frutti Cum-Laude por su integridad y los mande a la mierda de
nuevo.
Otrosí la noche se llenó de pronto de luces de colores
desconocidos entre ellos, a los cuales que tuve que ir presentando
ceremoniosamente, y de ruidos estratosféricos que anunciaban la pronta llegada
de una nave espacial alienígena marciana y forastera. Se fue la luz por donde
había venido y todo quedó en silencio una mil millonésima de segundo chispa mas
o menos.
Tres o cuatro mil mosquitos todos con las trompas
dúctiles en erección se alinearon y alienaron sobre mi cuello en estricta
formación del espíritu nacional. Uno de ellos eructo sonoramente dejándome en
el cogote un olor a sangre de tórtola.
La nave extraterraquea surgió de improviso de una
cueva de conejos y se fue adaptando a las circunstancias estatales, inflandose
como una gran boina sin pitorrillo hasta alcanzar cierto tamaño indefinido. Se
estabilizó sobre mi cabeza. Debería pesar unos trescientos millones de libras
esterlinas, pero no lo parecía al estar exenta de derechos reales.
Un conejo asomó el hocico por la madriguera susodicha
y expuso una muy bien argumentada queja en el lenguaje culto de los lepóridos.
Antes de despedirse tuvo un altercado con un búho que lo miraba fijamente y
ambos se acusaron mutuamente de infidelidad manifiesta y mejorable.
El batallón de mosquitos, rompiendo filas, atacaron
por los flancos blancos a un Hada Madrina que se equivocó de sueño
materializándose vaporosa y cursi sobre la negra boina espacial.
Tuvimos que rescatar al Hada entre el ave rapaz el
conejo y yo, pues entre suspiros advirtió a todo el que quisiera escucharla que
era alérgica al zumbido de los insectos y nos vimos en la obligación de
administrarle metilprednisolona y de ingresarla en un cajero automático.
Sin darme cuenta me apoderé furtivamente de la varita
mágica y con ella espanté uno por uno a los insectos trompeteros los cuales
decidieron irse a dar por culo a Punta Umbría.
De pronto, de la negrura opaca de la nave alienada
abriose un resquicio de luz y un ente con aspecto vago del siempre recordado
Fary se materializo ante mi. Se me hizo un haz de guía en la garganta. De mis
ojos brotaron restos de las patas de los escarabajos peloteros. El conejo huyó
despavorido detrás de una joven que pasó corriendo detrás de otro conejo. El
búho cerró los ojos y se quedó sin carácter.
El ente estelar muy parecido a El Fary no se dignó
darme las buenas noches tampoco. Noté que llamaba a un Tele-Taxi en un idioma
gutural y sin contemplaciones apresuró su evanescencia y desapareció. La
aeronave cerro el portillo con pestillo y se piró derechita para su casa.
Total, que me fui andando.