"Casos Clínicos"

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Sevilla, Huelva, El Rompido, Andaluz.
Licenciado en Medicina y Cirugía. Frustrado Alquimista. Probable Metafísico. El que mejor canta los fandangos muy malamente del mundo. Ronco a compás de Martinete.

viernes, 31 de marzo de 2017

Transgéneros

Queramos o no queramos cada día ocurre miles de veces. Un grupo de espermatozoides avanzan moviendo la colita caminito del útero y si tienen chamba se encontrarán con un óvulo receptivo. 

Primero se adhieren a una capa externa llamada membrana pelúcida, que actúa como barrera fronteriza y aduana, pues allí se produce el reconocimiento y aceptación de la especie (por eso no se reproducen especies diferentes) y aunque unicamente los mas móviles y fuertes sean capaces de atravesar esta membrana selectiva, tan solo un espermatozoide llegará a contactar con la membrana del ovocito y le será dado penetrar dentro del óvulo y completar el proceso de la fecundación.

El ovulo y el espermatozoide son gametos haploides, tiene un número impar de cromosomas –veintitrés en la especie humana- y al fusionarse originan una célula diploide ya de cuarenta y seis cromosomas. El ovulo femenino aporta siempre un cromosoma sexual x y el espermatozoide puede aportar un cromosoma sexual x o y.  Si de la fecundación resulta un sexo cromosómico xx se originará un nuevo ser con órganos sexuales femeninos para ser considerado hembra/mujer. Si resulta un sexo cromosómico xy el nuevo ser tendrá órganos sexuales masculinos y será considerado varón/hombre.

Quiero decir con esto que el sexo viene determinado desde el momento de la fecundación y no se “asigna” ningún sexo –como vengo escuchando y leyendo repetidamente- en el momento del nacimiento según el recién nacido tenga órganos genitales de niño o de niña y mucho menos en los meses y años posteriores al nacimiento. El sexo cromosómico muere con nosotros aunque la mona se vista de seda.

Lo que se asigna al nacer es el género varón-hombre / hembra-mujer y se hace lógicamente a ojo de buen cubero al observar si el recién nacido es niño o niña. Si tiene pilila y testículos: niño. Si tiene clítoris y vagina: niña. Esto es así señores míos por mucho que le escueza a los progres de la progresía.

Esto viene ocurriendo así desde que el mundo es mundo y mucho antes de que nadie hubiera oído hablar de los cromosomas ni de su puñetera madre, fíjense ustedes.

Y no me salgan ustedes con los escasos casos de androginia y/o hermafroditismo, que los hay y tienen su exacto y adecuado tratamiento integral en los países desarrollados. No hablamos de estos casos.

Por supuesto que una persona que nazca sana y con sexo mitocondrial definido ya sea de género masculino o femenino puede sentirse con el paso del tiempo no identificado/a con su género y se identifique siendo hombre con el género femenino o siendo mujer con género masculino, o incluso se identifique con ambos sexos a la vez. Nada que objetar. Que cada cual –siendo adulto y en posesión de sus facultades mentales intactas- adopte el rol que le de la gana, que se vista como quiera que se acueste con quien quiera y que se opere de lo que le permitan los cirujanos y su cartera de Ubrique.

Pero con lo que no estoy ni estaré de acuerdo –porque no tiene ni pies ni cabeza- es que un niño nacido de sexo masculino (género varón) y de pocos años de edad, que no le gusten los balones de futbol o juegue con muñecas se le considere inmediatamente un “transgénero” y se le asigne oficialmente un nuevo género, se le vista de niña y se le cambie el nombre de Pepe a Mari. O que a una niña que no le gusten los lacitos ni los tacones de su madre y que le guste vestir pantalones y jugar con otros niños al futbol se le asigne de momento el “transgénero” masculino y en vez de Lucia pase a llamarse Gumersindo como su abuelo.

¿Estamos locos o que?

Existen departamentos en los Hospitales que cuentan con especialistas en Embriología, Sexología, Endocrinos, Psiquiatras y Psicólogos los cuales están capacitados para resolver todas las dudas y los problemas que surjan a los padres y los hijos en relación con estos temas y no dejarse influir por las redes sociales ni por opiniones de personas sin experiencia ni formación.

Consulte ante la menor duda.

Muchas gracias.


domingo, 19 de marzo de 2017

Todo Confluye

Una amiga monja de ochenta y tantos años me acaba de regalar un libro excepcional de José Eizaguirre: “Todo Confluye”. “Espíritu y espiritualidad en los movimientos altermundistas”. 

Son sus capítulos: 1. Espiritualidad 2. Conciencia 3. Integración 4. Confianza 5. Transformación 6. Silencio.

Este libro me está haciendo pensar en la importancia que tiene no “perder el tiempo”. Una frase simple: “Debemos vivir con decencia para que otros puedan vivir decentemente…”

Cada vez con más frecuencia me pregunto que porqué no nos interesamos más por las cosas verdaderamente importantes que suceden todos los días a nuestro alrededor y en cambio le prestamos atención exagerada a banalidades que no nos aportan nada, léase noticiarios manipulados y programas de la televisión hipnotizadora vacíos de cualquier contenido provechoso. 

Otra gran pérdida de tiempo bajo mi punto de vista es el que dedicamos a el auge viral de la “amistad” ciberespacial que se establece a través de las redes sociales traidoras y absorbentes de nuestro tiempo libre. Los Facebook, Twiter, Instagram, los grupos de Whatsup y otros programas similares están diseñados para abducirnos a un mundo cibernético de imágenes retocadas, de frases o conversaciones impostadas sin tono de voz ni emociones verdaderas, trufado de afectos falsos, lleno de saludos y besos de mentira con emoticonos ridículos. Además un mundo donde se mueven a sus anchas una gran mayoría de impostores. Repito un mundo artificial y adictivo que nos recorta nuestra libertad para disfrutar del mundo real que nos rodea. A mi las redes sociales me producen inquietud y malas sensaciones. Sé que no son relaciones reales y las evito.

Y por eso me gusta salir al mundo de verdad a buscar “cosas reales” que me aporten serenidad mientras  converso en silencio con ese otro curioso yo que siempre va dentro de mi mismo.

Y busco cosas reales desde que nací. Quizá por eso me hayan visto desde niño siempre caminar mirando al suelo con la inocente ilusión de encontrar un tesoro perdido aunque en realidad me conformo con aquello que me llama la atención por su simpleza o por su diferencia: una piedra singular, un trozo de cristal pulido por el agua o una concha marina distinta de las demás. También me gusta imaginar de quien será esa zapatilla de andar por casa medio podrida que asoma entre los yerbajos del descampado o porqué alguien ha abandonado un paraguas destartalado en medio del carril verde de las bicicletas como si señalara una dirección determinada, una indicación misteriosa. Creo que cada objeto personal tiene un pasado que contar y a veces me gustaría detenerme a escuchar sus cuentos para luego poder escribirlos y contárselos a ustedes. Borges explica esto último en uno de sus libros.

Ayer charlaba con unos amigos lo importante que sería para nosotros los “agnósticos dubitativos” encontrar y conocer al que cada mañana pinta de verde los arboles de los bosques y también al que tiñe las aguas de los mares y los ríos cada día de un tono distinto. Suponemos que debe ser el mismo que mantiene encendida la caldera del centro de la tierra y que se escapa a borbotones por los volcanes y el que sopla los vientos que mueven las espigas de trigo o revuelven las melenas de las rubias. (y las morenas). Fue una conversación agradable y repleta de visiones diferentes algunas muy elaboradas. Una delicia. Yo creo que después de conversar durante unas horas todos nos encontrábamos mucho mejor.

Para que “todo confluya” es imprescindible y necesario leer, conversar, escuchar, meditar, reflexionar, mirar, observar, imaginar, soñar.

Naturaleza. Ciencia. Literatura. Música, Filosofía. Religión… hagamos un mundo mejor.


Mirándonos a la cara por favor.