28
de julio de 2019.
Este
verano ha empezado con fresco en el sur y calor en el norte. Por mi perfecto,
que siga así muchos años. El cambio climático reparte sudores y tiritonas para
todos. Los políticos siguen de vacaciones desde hace años haciendo el paripé de
siempre mientras nosotros tuiteamos o feicbuqueamos sandeces. Que nos den. Lo
tenemos merecido por ineptos. Dicen que el hombre hace cincuenta años que llegó
a la luna en un cohete, que se bajó, dijo alguna chorrada, robó unas piedras,
las metió en una cápsula con forma de virus, y se volvió de nuevo a la tierra.
Yo no digo ni que sí ni que no, pero que lo veo todo muy enrevesado. Yo
recuerdo que tenía trece años y que mi padre sacó la tele a la terraza con un
cable de antena muy largo. Todo el mundo mirando a la pantalla de la tele
mientras yo miraba a la luna. Y la sigo mirando. Y siempre veo la misma cara de
guasa o de tristeza, depende del día. Los días de luna llena se ve muy bien la
antigua almadraba y a veces se oyen los ronquidos de los marineros viejos que
descansan antes de faenar. No me gustan las noches oscuras. No me gusta la
oscuridad. Duermo con la ventana abierta y si puedo con la chimenea encendida,
aunque no tengo chimenea, la enciendo dentro de mi cabeza y me alumbra. Me
gusta salir de madrugada a la terraza y mirar a la ría en silencio y oler el
fango. Me recuerda a mi niñez. Cuando mi tata Remedios terminaba de recoger la
cocina y se sentaba por la noche en la terraza antigua y llegaba el fresco de
la marea siempre suspiraba y decía que allí se estaba muy bien. Muchas veces se
quedaba dormida en la mecedora. Esos días eran tan mágicos como ustedes no se
pueden imaginar. Ahora la magia parece que se ha aburrido de tanta hipocresía.
Pero a veces la siento en pequeñas cosas, en mis nietas riéndose o corriendo
por la bajamar detrás de un cangrejo, en los peces semitransparentes de la
orilla que me esperan en mis paseos, en las viejas gaviotas pasotas o en los
descarados correlimos que se resisten a volar como si yo no les impresionara.
También me gusta observar y charlar con los viejos. Me impresiona su serenidad
y su tolerancia ante los estragos de los años. Dolores se lleva el día sentada
en la puerta de su casa con cinco o seis caracolas y algunos caballitos de mar
para vender mientras repasa su vida cada día. Yo espero llegar a viejo y
disfrutar haciendo lo que me de la gana. Me tomaré mis cervezas y mis copitas
de vino digan lo que digan los médicos. Y pienso morirme dentro de muchos años,
antes que mi mujer y rodeado de mis hijos, pero sin dar la lata. Hace unos días
murió Rutger Hauer, tenía que ser en 2019, bajo la lluvia de estrellas y una
paloma blanca se escapó de sus manos androides y voló hacia la luna. El era un
autentico replicante. Con muy buen corazón.
Ya
mismo nace mi nieto Celso…