Mi hermana Lourdes escribe:
EL CANARITO DE MI TÍA LUCÍA.
Mi tía Lucía es la hermana menor de mi madre, es una mujer estupenda y tiene una gracia y una personalidad innatas, todos en su casa son así, forman una familia muy unida y sus tres hijos son buenísimos, su marido Jaime Gastalver también, y todos con una simpatía enorme.
De esto hace como quince años, entonces vivían en Sevilla (ahora el matrimonio vive aquí en Cartaya en el que era el chalé de mi abuelo Pepe).
Entonces los tres hijos estaban estudiando y viajando y mis tíos tenían un pequeño restaurante precioso en el que los dos trabajaban todo el día y muy felices.
Tía Lucía compró en una ocasión que casi no recuerda un canarito cantor, fue en La Alfalfa, era muy bonito blanco como una paloma pero canario puro. Al principio cantaba de vez en cuando, pero enseguida se cansó del cante y se dedicó a dar saltitos felices en su jaula azul.
El pájarito vivía en la terraza lavadero, la jaula colgada encima de la lavadora entre la caldera de gas y la estantería de objetos casi perdidos.
Cada vez que mi tía tenía que poner la lavadora, todos los días, le arreglaba la jaula y le rellenaba los departamentos del alpiste y del agua, así que el canarito, que ya no cantaba, estaba perfectamente atendido y nadie lo molestaba en su terraza lavadero escondido entre la caldera y la estantería.
Con el paso del tiempo, todos los de la familia se olvidaron del pajarito menos tía Lucía que en cada colada lo atendía debidamente y ya esta.
Un día, tía Luchy (que así la llamamos en la familia) al ir a lavar la ropa y atender al canario como de costumbre, lo vio hinchado en su plumaje encima del palito, no había tocado la comida pero lo más extraño era que solo se le veía una patita. Ella miró y remiró al animal, lo tocó a ver si reaccionaba, pero nada, seguía inflado en las plumas blancas y con una única pata.
Se fue a su trabajo pensando que el canarito mejoraría, quizás estaba cansado o en celo, no sabía, ella no entendía de pajaritos.
Al día siguiente el animal estaba peor, encima del palito éra ya una bolita blanca con la cabeza escondida y solo delataba que estaba vivo que se mantenía firme con una sola pata y que su cuerpo se movía al ritmo acompasado de unos latidos.
Le dio ternura y pena ver así al animal, pero siguió con su rutina habitual. Fue al super, al banco y a por el pan, cuando volvía a casa vio algo que le llamó la atención.
En un edificio de siempre había un cartel excesivo y nuevo, CLINICA VETERINARIA, se quedó helada, no pensó más porque llevaba a su canarito metido en los sentidos, se fue a casa, dejó las cosas y rápidamente cogió la jaula azul y se echó a la calle.
La entrada del edificio era buena y lujosa, subió al primer piso porque la indicación así lo decía, enseguida vio la puerta entreabierta y el cartel del veterinario, se asomó insegura para ver donde se metía, entonces la puerta se abrió totalmente y la recibió una enfermera espectacularmente guapa y toda vestida de azul, (como la muñeca de la canción), en su bata ajustada a la cintura, a la altura del pecho exhuberante un cartelito "Señorita Laura". Pase pase señora. Tía Luchy entro en un salón amplio y bien puesto, la guapa enfermera la condujo a una mesa y la invitó amablemente a sentarse.
Ella se sentó con la jaula en las rodillas, se sentía sin saber porqué fuera de lugar, la señorita Laura cogió lápiz y papel y comenzó: ¿Es la primera vez que viene verdad? Si dijo tía Luchy, bien, dijo la guapa mientras escribía sin parar, ¿nombre? Lucía Lopez-Pazo; estoooo, perdone señora, su nombre no, el nombre del animal por favor; aaaah, si claro, pues mi canarito se llama... se llama... ¿sí? -espetó la escribiente- pues se llama así: "mi canarito", la enfermera escribió el nombre, ¿edad?; tía Luchy seguía incrédula y vacilante… ¿del pajarito verdad?. Pues sí señora la edad del animal; pueesss tendrá… diez años… dijo tía Luchy en un cálculo rápido y sin medida, bien dijo la escribiente, pues pase a la sala de espera por favor.
La sala de espera era espectacular. Sillones de cuero y en la pared fotografías de animales fabulosos, en el sillón de enfrente estaba un muchacho con un doberman negro impresionante, el animal era bellísimo pero imponía, ella se sentó muy derecha y con la jaula apretada contra su cuerpo, el canarito era ya una bolita de algodón latiendo y con una sola pata, el doberman se levantó y olisqueó la jaula, la bolita de algodón se aceleró en sus latidos, tía Luchy le pidió al muchacho que llamara al perro, éste le respondió que no hacía nada, ya, dijo ella, pero mi canarito se asusta… El perro se retiró y mi tía se preguntó qué hacía ella en ése lugar de tanto desamparo, así que se levantó decidida a irse, cuando se abrió una puerta del fondo y la enfermera la llamó para que pasara.
Entró en un despacho bellísimo, estantería y mesa de maderas nobles, libros preciosos y diplomas importantísimos colgados por tooodaa la pared, pero lo verdaderamente bello era el veterinario. Unos cuarenta años, moreno de piel, pelo muy negro peinado hacia atrás y debajo de la bata blanca se veía camisa y corbata azules impecables.
El guapo le indicó a mi tía con un gesto que se sentara mientras leía un papel conocido.
De modo que tenemos aquí a "mi canarito", de unos diez años ¿verdad?, Ssii, contestó tía Luchy algo embelesada, bien, dijo el hombre echándose hacia atrás en su asiento, ¿y que le pasa al animal?
Pues verá usted... Tía Luchy le contó al veterinario la disposición de su terraza lavadero con todo lujo de detalles, las lavadoras que ponía diariamente y las atenciones que ella le dispensaba a su canarito, el doctor se revolvió incómodo en su sillón, entonces mi tía le dijo: así que hace dos días que está así infladito no como no bebe y tiene una sola pata.
El doctor le contestó: El canario no tiene una pata, tiene dossss, mi tía dijo, pues yo solo le veo una… que usted solo le vea una no quiere decir que la otra no esté ahí ¿verdad?; ssii, pero ¿dónde la tiene?; pues la tiene entre el plumaje porque le duele...; ya dijo ella con pena.
Bien, vamos a hacer lo siguiente, tocó un timbre y apareció la señorita Laura, siguió hablando: vamos a dejar al animal ingresado 48 horas en observación a ver qué pasa -mientras decía esto la guapa enfermera le arrebataba la jaula a mi tía- abrió una puerta como de un cuarto de baño y colgó en una puntilla o alcayata.
Bien señora, dijo el guapo, en 48 horas vuelva usted y ya vemos como va la cosa. Le dio la mano, la enfermera la acompañó hasta la puerta y mi tía salió a la calle embotada de tanta belleza y mareada con una situación que no llegaba a entender del todo. Agradeció el bullicio mañanero de la gente y de los coches, volvía a la realidad.
Pero tenía un pellizco en el corazón, un desconsuelo que tenía que compartir. Cuando llegó a su casa llamó por telefono a su marido: Jaime..; ¡Lucía! ¿dónde estabas que tengo el restaurante lleno de gente? ¡Vente para acá yaaaaa! Jaime, es que han ingresado 48 horas a nuestro canarito… ¿Qué diceesss?, dijo él. Que nuestro pajarito está muy malo y está en observación 48 horas; Lucía... ¿y los niños? A los niños no les pasa nada, están muy bien, es nuestro pajarito; pero, ¿nosotros tenemos pajarito?, respondió tío Jaime ya a gritos; siii Jaime, el de la terraza lavadero; ¡¡Lucíaaaaaa, vente ya para acá y déjate de tonteríasss que estoy a topeeee!!
Tía Luchy se fue a trabajar y trabajó duro, aunque seguía con el canarito metido en los sentidos.
A las 48 horas fue a la CLINICA VETERINARIA a recoger a su canarito.
Todo sucedió igual que el primer día, la espera en la fabulosa sala y el recibimiento distante de la guapa y del guapo.
Ya en el despacho el doctor le dijo: Pues mire señora, en las 48 horas no ha habido una evolución favorable del animal, lo he examinado y no progresa, así que se lo va a llevar a casa y en el agua le va a poner éstas gotas vitaminadas. ¿Pero que tiene mi canarito, porqué solo se le ve una patita? Pues tiene depresión y gota, respondió el guapo. ¿Depresión y gota? contestó mi tía asombrada, pero si él solo come alpiste del bueno y es muy feliz… señora los animales pueden cojer depresión como nosotros, sin causa justificada, y la gota aparece en animales de mucha edad... ¡Aaaah, bueno, pues muchas gracias! Se estrecharon la mano y mi tía salió del despacho.
Fuera le esperaba sonriente la señorita Laura; bueno señora espero que con el tratamiento se mejore, para cualquier cosa ya sabe que nos tiene aquí. Si, si, muchas gracias. Bueno señora, son 10.000 pesetas... Mi tía tuvo que dejar al pajarito allí, ir al su banco cercano y sacar dinero, ahora estaba furiosa: ¿Diez mil pesetas? ¡Pero si me costó quinientas en La Alfalfa! Señora, usted ha traído al animal al veterinario y ha estado 48 horas en observación ¿no? Pues si, contestó mi tía y ésta vez se fue dando un portazo sin poderlo remediar.
A los cuatro días el canarito murió porque le había llegado su hora, tía Luchy no dijo nada en casa, ella sola lo envolvió cuidadosamente y al caer la tarde lo enterró en un arriate del jardín de la comunidad, cerca de un rosal blanco. Subió a su casa satisfecha, había hecho todo lo que pudo por un canarito que le había acompañado en diez años de lavadoras de su vida.
CON MUCHO CARIÑO A MI TÍA LUCÍA Y SU FAMILIA, Y CON TODOS MIS RESPETOS A LOS VETERINARIOS Y A TODOS LOS CIÉNTIFICOS QUE TRABAJAN POR LOS SERES VIVOS EN CUALQUIER ÁMBITO.
Lourdes.
Mi hermana Concha escribe:
Lourdes, la historia de Tia Luchi y su canario yo la sabía, pero me he reído mucho por como tu la has contado. Como sabes, conozco el mundo veterinario perfectamente, pues he tenido perros durante muchos años y a su vez canarios (siempre de uno en uno ambos), por lo que te voy a contar una anécdota que me ocurrió cierta vez en el veterinario de mi barrio. Por aquel entonces yo tenía una perrita blanca -Luna- preciosa y era cachorro. Cuando me la trajeron tenía dos meses (se la encargué a un criador) y venía en un estado lamentable: canija, con el pelo enredado y sucio, y con fiebre. Inmediatamente la llevo al veterinario y de entrada me dice lo lógico, que me han timado; que estos perritos los traen del extranjero en mal estado porque son más baratos, y que lo que tengo que hacer es devolverlo y que me den mi dinero. Yo lo comprendí perfectamente, pero en aquel mismo momento me dio por mirar la cara de mi Luna, y sus ojos me miraban muy fijos, como diciendo "¿qué va a ser de mí?", o yo lo interpreté así. Entonces le pregunto al veterinario:
-¿Pero qué va a pasar con esta perrita si la entrego?; está mala y hay que curarla.
El veterinario me contesta:
-Yo se la puedo curar, pero es una tontería que se gaste usted el dinero si después la va a tener que devolver, además, si la devuelve tiene que ser ya mismo.
Volví a mirar a la perra y sus ojos seguían fijos en mí; no lo dudé. Le contesto al veterinario:
Mire, sé seguro que me han timado, pero usted sabe muy bien que este animal que tengo en mis manos no es un jarrón ni un peluche que se pueden descambiar; es un ser vivo, y yo no puedo entregarlo en este estado, así que por favor, cúrela que me quedo con ella.
También la tuvimos dos días ingresada en la Clinica Veterinaria, pero se curó. Corría por el parque de Mª Luisa como un conejito, y su pelo era blanco y sedoso. Fue una perra noble y buenísima, que desgraciadamente se nos murió con cerca de dos años por otra enfermedad que cogió, a pesar de los muchos cuidados que siempre tuvo en mi casa. Es la única vez en mi vida -por ahora- que me han timado, pero fue el timo más dulce y triste a la vez que habrá jamás. No me arrepiento de lo que hice.
Concha.