La
curiosidad ancestral que me acompaña desde niño me hizo ser lector precoz. Las
letras que formaban palabras, las palabras que componían frases, las frases que
formaban un cuento o explicaban la viñeta de un tebeo me producían desde niño
un efecto hipnotizador. Recuerdo que cada día al volver a casa para cenar y
acostarme, tenía la dicha de saber que podía leer un buen rato en mi cama
aquellos tebeos y libros de cuentos que mi madre se encargaba de comprar y de
ofrecernos sabiendo que no había mejor medicina sedante para tantos hermanos
como éramos.
Así
cada uno con nuestro tesoro de papel llenos de dibujos y de letras vivíamos
cada noche una aventura diferente con Tintin, El Capitán Trueno, El Jabato, Bonanza, El
Tigre de Mompacrem, Los Cinco, Celia y Matonkiki, los Siete Secretos y muchos
otros. Y esa sensación es difícil de
olvidar.
Inconscientemente
siempre he buscado lectura allá donde iba. Me he sentido siempre extraño y
desolado en una casa sin libros.
A
medida que avanzamos en la vida adulta empezamos a leer tanto por obligación
para aprender y adquirir conocimientos diversos en el colegio -estudiar- como por
necesidad vital de adquirir información de todo tipo, instrucciones, anuncios,
indicaciones de tráfico, periódicos de papel o resúmenes de noticias en
internet. Leemos por obligación laboral informes y libros técnicos, leemos para
comunicarnos mediante mensajes y correos electrónicos, leemos inconscientemente
letreros, anuncios publicitarios, indicaciones de tráfico, miramos revistas de
fotos según nos marca el mercado.
Pero
yo me quiero referir a la lectura voluntaria-consciente no obligada y realizada
para proporcionarnos una sensación determinada, casi siempre un efecto
beneficioso.
Cuando
miramos estas pequeñas manchas que forman letras y palabras un gran número de fotones
atraviesa nuestra córnea hasta llegar a la retina donde unos receptores
fotoeléctricos -los conos y bastones- conducen esa información a través del
nervio óptico cruzando el quiasma óptico e impresionando el córtex occipital o
área de la visión cerebral. La interpretación que hacemos de esas imágenes que forman
palabras y frases produce modificación de los niveles de neurotransmisores
cerebrales serotonina, dopamina y otros, produciendo efectos beneficiosos en
nuestro estado de ánimo.
Como
va a ser igual que un chaval antes de dormir se deslumbre con una consola o una
tablet de juegos estratosféricos y ruidosos, o malgaste el tiempo escribiendo
mensajes en vez de disfrutar con la lectura de las aventuras de Tom Sawyer, con
La Isla del Tesoro, con todo Julio Verne, con El Coyote... Estas lecturas de
juventud serán las que siembren la voluntad de leer a Conrad, a Melville, a
Stoker, a Dumas, a Daniel Defoe, a Swift, y de ahí a la eternidad de la
Literatura.
Me
gusta observar a quien está disfrutando de su tiempo de descanso leyendo sin
prisas, solo por el placer de leer. Leer por placer es como acercarnos al mundo
de los sueños, como disfrutar de una melodía relajante mientras descubrimos
nuevos mundos y paisajes impresionantes, a veces es como ver una película en
tres dimensiones y nosotros participamos en ella de alguna manera.
Estoy
convencido que este tipo de lectura tiene un componente terapéutico muy poco
estudiado y valorado. Por eso yo le recomiendo a mis pacientes mayores (a mi
madre la primera) que lean todo lo que puedan… incluso artículos de prensa,
como este (muchas gracias).
Publicado
en ABC de Sevilla el 20/03/2018
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