La piel que nos cubre y que nos descubre, que nos
pinta y que nos despinta, que nos protege o que nos delata, la piel que nos
sirve de frontera con el espacio inclemente y con el tiempo atmosférico, con el
más acá y el más allá, la piel que tanto nos gusta que nos acaricien o que nos
causa rechazo inmediato solo con la cercanía de otra piel no deseada, la piel
dura de las plantas de los pies que nos retrae siglos atrás o la piel cerebral
de las yemas de los dedos que disfruta originando música vibrando las cuerdas
de una guitarra o acariciando las teclas de un piano, la piel del cuerpo
femenino tersa y suave, la piel masculina oxidada y rebelde, la piel sensitiva
tan frágil y temblorosa de las zonas sexuales, la piel insensible curtida por
el sol o reseca por el viento y el frio, la piel salada de los marineros, la
piel cérea y lánguida de las señoritas de las novelas de amor, la piel teñida
de mil colores fabulosos por la antojadiza melanina, la bronceada piel de las
amazonas, la piel roja de los indios americanos, la piel del rostro pálido de
las películas de combois, la piel negra resplandeciente de los esclavos que
nunca debieron serlo, la piel que contra tu piel se peleaba… LA PIEL.
Así como el corazón, el hígado, los pulmones o los
riñones son órganos del cuerpo humano, la piel con sus tres capas: epidermis,
dermis e hipodermis, se considera el órgano de mayor tamaño de nuestro
organismo. Cinco kilos cinco pesa nuestro cuero. Cinco kilos de células
especiales que forman la epidermis protectora, de células de grasa que nos
aíslan del frio y de la calor y células hacendosas de tejido conjuntivo lleno
de capilares arterio-venosos y de linfáticos que proporcionan nutrientes a los
corpúsculos nerviosos y terminaciones sensitivas, táctiles, de presión y
térmicas. Piel repleta de glándulas sebáceas, de poros sudoríparos, de pelos y
de variados orificios que permiten el intercambio entre mundo exterior e
interior y viceversa.
Pero para muchos de nosotros la piel es tan solo la
epidermis, la capa más externa, la que vemos, la que nos rascamos cuando pica,
la que nos lavamos con jabones y nos rellenamos de cremas y afeites día tras día.
Eso esta muy requetebién, cuidar la epidermis es un hábito saludable, sobre
todo para las industrias cosméticas que venden oleosos potingues epidérmicos a
precio de oro.
Pero es más importante cuidar la dermis y la
hipodermis sobre todo con Medicina Preventiva.
La piel se nutre e hidrata desde adentro hacia afuera.
Buena hidratación con aporte correcto de líquidos y buena alimentación
mediterránea con dosis altas de antioxidantes naturales, vitaminas y alimentos
ricos en beta carotenos (frutas y verduras de colores anaranjados, amarillos,
rojos, etcétera) nos van a proporcionar buena salud para nuestra hipodermis y
dermis. El deporte diario y el descanso correcto aportan firmeza y juventud a
nuestra piel.
Lo mejor para cuidar la epidermis – que es la capa mas
externa de la piel- es evitar las radiaciones solares que producen quemaduras
potencialmente cancerígenas, es decir nunca exponerse al sol directo en las
horas centrales del día. Y antes de tomar el sol cubrir la epidermis con las
dosis correctas de cremas protectoras con filtros de rayos UVA, sobre todo en
los niños. La radiación solar (como todas las radiaciones nucleares) es
acumulativa. Existen tablas que pueden ustedes consultar según su tipo de piel
adecuado al color (más blanco menos melanina y mas riesgo) y los tiempos de
exposición solar adecuados.
Yo recomiendo cuidar nuestra piel durante todo el año,
no solo en verano, tanto por dentro con dieta mediterránea alta en
beta-carotenos antioxidantes, también buena hidratación sin exceso de alcohol,
nunca tabaco; por afuera con poco sol directo y con buenas cremas cosméticas de
protección y nutrición epidérmica.
Y les cuento un secreto. En invierno puede ser muy
atractiva una piel bronceada. Pero no hay nada más atractivo para mi que una
piel de mujer resplandecientemente blanca y saludable en pleno mes de agosto.
He dicho.