LAS SIETE OLAS
Relato precioso escrito por mi hermana Lourdes
A mi marido… siempre.
Y a todas las personas que vivimos en la Avenida Eduardo Dato nº 28 primero
derecha, Sevilla, a todos sus
descendientes y compañer@s de vida.
En especial
a mi nieto Juan…
“Vivo sin vivir en mi, y de tal manera espero,
que muero porque no muero”.
Santa Teresa de Jesús.
Sesenta años de vida bien llevados, un
matrimonio roto casi en la juventud, dos hijos y dos nietas, un piso de barrio
en el bloque H segundo derecha donde vivía sola, un trabajo de limpiadora por
horas y la canción “A Mi Manera”cantada por Sinatra, metida en la cabeza sin
poderlo remediar. La había escuchado esa madrugada en la pequeña radio que
siempre tenía con ella en su cama para resistir mejor la desolación del
insomnio y de la soledad. Eso era todo lo que tenía en la vida junto con sus
raíces en un pueblo cerca del mar, sureño dolorido y alejado, la capacidad de
no asombrarse ante casi nada y por fin la satisfacción personal de no
humillarse ante las humillaciones, aunque todavía y a esas alturas no lograba
quitarse de encima cierto desamparo y el miedo ante el porvenir de los suyos y
de ella misma, pero intentaba paliarlo con un orgullo bien entendido y una
fortaleza que en realidad no tenía.
LUNES
Rosario cerró la puerta del piso como todos los días a las siete de la
mañana pero ese lunes resonándole en su cabeza la voz profunda aterciopelada y
melodiosa de Frank Sinatra....,.My Wayyy,... , a su manera y con su habitual
sentido del humor pensó sonriendo abiertamente, “ Dios mío la que me espera hoy
con la canción, es que éste hombre te envuelve sólo con su voz, menos mal que
es ésa y cantada por él”. Impecablemente arreglada justo para lo que tenía que
hacer, coger el metro e irse a trabajar y con esa elegancia que tienen las
personas que saben dónde van y a lo que se enfrentan, bajó los dos pisos de
escalera despacio, cuidadosamente, porque como siempre decía le horrorizaba
caerse y fastidiarse ella y sobre todo a los demás.
Sentada en el vagón atestado de personas, las
manos sobre el bolso los pies cruzados y la cabeza ya definitivamente instalada
en la realidad, se acordó que a una de sus nietas la habían ingresado en el
hospital la noche anterior agobiada por el asma. Rosario se estremeció
intranquila en el asiento y fue ahí donde afloró por primera vez en el día su
vulnerabilidad, ese miedo ancestral y esa eterna ansiedad que siempre iban con
ella, pero su decisión de mujer luchadora pudo más que su flaqueza y se consoló
pensando que en cuanto pudiera llamaría a sus hijos para ver cómo estaban y qué
necesitaban, ella podría ayudarlos. Como siempre lo repitió mentalmente
poniendo así freno a su intranquilidad y reafirmándose en la débil fortaleza
que a pesar de todo siempre la mantenía en pie, así que suspiró hondo
levantándose para bajar en la próxima estación.
Le gustaban las entrañas de la ciudad, moverse
anónima y libre por ese mundo de profundidad, gente por todas partes rozándose
por primera y última vez, miradas fijas de rutina y muchas de melancolía por
culpa de un país o un paisaje muy distintos, luces cafeterías tiendas de todo,
pacientes escaleras mecánicas llenas de seres impacientes, músicos magníficos
que no habían tenido suerte en la vida y que casi por nada suavizaban con sus
ritmos el eco de los trenes y de las prisas. Cuando al fin subió a la calle ya
había salido el sol.
“Buenos días señora!!”, ven por favor Rosario que hoy no podemos con
ella!!”, esa fue la contestación que recibió cuando entró en el espacioso piso
del centro de la ciudad lleno de luz y de una decoración preciosista y bastante
recargada para el trabajo de limpieza. Vivían en él, la señora, una mujer
pasados los cincuenta de mediana estatura y piel morena contrastando con su
pelo rubio, era muy delgada con un estilo excesivo como todo lo que le rodeaba
y a la que en los dos años que llevaba trabajando para ella jamás había visto
sin arreglar. Hiperactiva, mantenía junto con otra amiga una galería de arte a
la que, como Rosario sospechaba, le dedicaba más horas de idas y venidas que
beneficios obtenía, un hijo residente en Estados Unidos y un marido más rico de
cuna que por su trabajo de empresario al que rara vez se le veía por allí. El
alma de la casa y su debilidad era Doña María. Al contrario que su hija ésta
era de complexión más bien gruesa y de mirada apacible, aunque cada vez más
perdida a causa de la que ella consideraba una de las enfermedades más crueles
que se puedan concebir, esa que va aniquilando los recuerdos sin motivos y sin
piedad hasta dejar a la persona tan absolutamente vacía que ya no puede ni
recordar cómo vivir y es por lo que irremediablemente acaba muriendo de puro
olvido.
Rosario soltó el bolso y corrió hacia el cuarto de baño desde donde la
llamaban; a pie de ducha y sostenida por Caty la boliviana y por la señora,
Doña María se negaba a que la desvistieran para sentarla en el banquito y poder
lavarla cómodamente, se apretaba la ropa con fuerza sin dejar de moverse de
lado a lado mientras su hija le preguntaba compulsivamente, casi a gritos “qué
le pasaba hoy”, ella no paraba susurrando algo que costaba entender, Rosario se
le acercó por detrás y puso oído, “te vas a manchar te vas a manchar”, repetía
casi ininteligiblemente,” señora dice que se va usted a manchar”. Conociendo
cómo conocía ya la casa, se dio cuenta que a Doña María esa mañana y en un
momento de mediana lucidez no le parecía lo más adecuado para bañarla el
pantalón impecablemente blanco y la blusa de seda clara adornada con un collar
de gruesas perlas bisutería cara, que su hija llevaba puestos, “bueeno hoy le
preocupa eso no?, pues mira mamá aquí tienes ya a Rosario que no importa nada
que se manche,” diciendo esto salió del baño. Ella, mientras sujetaba a Doña
María no encajó el golpe porque sencillamente no llegó ni a rozarle, lo vio
pasar, estrellarse contra los azulejos y caer por su propio peso.
Ayudada por Caty, sentaron a la anciana ya limpia y calmada en su mesa
junto al ventanal para que su cuidadora le diera pacientemente el desayuno,
entonces se cambió los zapatos por zapatillas, se puso un delantal pulcro y por
fin se sentó a tomar el suyo, era ya necesidad la que tenía por el tazón de
café con leche y la tostada.
Mientras acudía rápida a coger el teléfono que
sonaba, dio gracias al cielo por haber podido desayunar tranquila. Era como
ella imaginaba la señora,“ Rosario hija perdona que haya salido de casa así, es
que me tienen entre todos los nervios desquiciados y lo que me faltaba ya era
mi madre en estas condiciones, es increíble lo que me está pasando,” por un
breve instante se le quebró la voz, “ si señora no se preocupe,” ” además hace
dos días que no se nada de mi hijo, es que parece que como no lo llame yo no
existimos, por favor que sé que a ti no se te olvida, después de comer
recuérdamelo que ya puedo por el horario,” continuó comentándole los pormenores
domésticos y ella notó que se iba calmando desde la distancia, tanto que pidió
que se reservara algo de la comida por si llegaba su marido aún a sabiendas de
lo inútil de su petición, Rosario no pudo reprimir una sonrisa de ternura al
darse cuenta de lo terriblemente sola que estaba ésta mujer. Cuando terminaron de hablar, volvió a respirar hondo una vez más y por
fin fue a buscar el móvil para llamar a sus hijos antes de empezar con la faena
diaria.
Su hija vivía en el otro extremo de la ciudad, el marido trabajaba de
camarero en la cafetería de unos grandes almacenes y aunque ganaba poco como
para pagar la hipoteca y sacar adelante la casa, echaba muchas horas detrás de
la barra, todas las que podía, aún así ella siempre les ayudaba algo porque la
joven madre no se podía mover con dos niñas de apenas tres y un año.
“Estamos bien mamá, la niña está un poco mejor
aunque me la dejaron con el oxigeno un buen rato y como siempre estoy sola.”,
la conversación siguió y Rosario se fue calmando al ver que todo estaba
medianamente tranquilo, le aseguró que el domingo iría a verlas y les llevaría
una compra para las nietas y para la casa, “te lo agradezco que no nos viene
nada mal la verdad”.
“Hola hijo, ¿cómo estás?”, ” no sé mamá que
quieres que te diga.”, ya en el tono de la voz la madre notó su disgusto. Su
hijo le hablaba desde una gran ciudad en la costa del levante, a ella le
gustaba que estuviera cerca del mar porque sus raíces estaban a pie de un
océano más al sur y sabía por un conocimiento ancestral que las personas que
viven cercanas a los mares y océanos comprenden mejor a la vida, ya sea por la
fuerza de las mareas y de las olas o por el aire con salitre o todo a la vez,
pero así era. Tenía en alquiler con su novia un apartamento que los padres de ella
habían comprado a las afueras de la ciudad, muy cercano a la playa y donde toda
la familia pasaba los veranos, durante el calor los dos habían trabajado en los
chiringuitos playeros pero con la llegada del otoño éstos cerraban, así que
estaban a merced de lo que saliera, últimamente la novia había logrado
colocarse de cajera en un supermercado y el seguía sin encontrar nada, de ahí
su desolación.
Rosario, aunque también estaba desolada, reunió las fuerzas
suficientes para intentar animarlo,” ten paciencia, tu tienes tu curso de
mecánico, vete por la oficina de empleo y echa los papeles que algo te
saldrá”,” no creo porque no hay casi nada, ya lo sabes”, respondió él
tristemente, “tu no dejes de buscar en lo que sea”, ella continuó hablando para
consolar al hijo y sin saber porqué cerró los ojos y se inspiró en el viento
del suroeste con el olor de las algas y el ruido del mar que desde siempre
llevaba metido en los sentidos.
Cuando guardó el teléfono en el bolsillo le temblaban las manos. Le
hubiera gustado tener un corazón menos sensible para algunas cosas de la vida,
pero no podía, sufría excesivamente con todo y más con las penurias y la
desolación de sus hijos, aunque sabía que ellos eran fuertes para las
dificultades, en el fondo más que ella y sabía también que la tranquilidad de
espíritu que les pudiera transmitir era fundamental para su bienestar. Desde
siempre mantenía la teoría sin fundamento científico pero sí vista y demostrada
a lo largo de sus sesenta años de vida, que los tormentos y disgustos continuos
terminan disgustando y atormentando al cuerpo horadándolo con todo tipo de
males y enfermedades, había tenido muchas veces la evidencia de lo certero de
su convicción y por eso luchaba por mantener su frágil estado de tranquilidad
pero sobre todo para que la tuvieran sus hijos, así que intentó serenarse y
haciendo el esfuerzo que tenía que hacer se dispuso a fondo para trabajar.
Recoger ventilar ordenar hacer baldear aspirar fregar cocinar lavar y
planchar, esa era su tarea y la hacía de forma organizada por lo que el trabajo
le cundía mucho en el tiempo, mientras tanto todavía le quedaba sitio en su
cabeza para pensar en sus cosas, las que quisiera, dejaba a su cerebro navegar
solo, coger su propio rumbo.
El de ese lunes fue a desembocar en la figura del marido perdido. Todo
empezó porque estaba pensando en la mejor manera de administrar su dinero como
para cubrirle a ella sus gastos y poder ayudar a sus hijos, entonces el “timón”
dio un giro inesperado,”tantos años yo sola para todo”, pensó sintiendo la
dureza de su carga.
Se conocieron cuando eran dos niños del mismo pueblo y casi sin darse
cuenta fueron novios adolescentes, de la misma forma lo fueron jóvenes y cuando
a él le salió un trabajo de electricista en la obra de una promoción de viviendas
en la gran ciudad no lo dudaron y con la misma ilusión con la que hacían las
maletas se casaron para irse juntos. Nunca fue ni un amor desesperado ni una
separación traumática, todo transcurrió como si ese fuera su desenlace natural.
El era un hombre tranquilo pero demasiado cerrado en si mismo, tanto que
durante algún tiempo y estando al lado de una mujer como la que tenía, se
hubiera podido librar de la ignorancia, pero no pudo o no quiso.
Cuando los niños eran todavía pequeños pero ya con edad de ir al
colegio, Rosario empezó su trabajo de limpiadora para ayudar así con el
alquiler y los gastos familiares, fue entonces cuando el matrimonio tuvo el
enfrentamiento definitivo que los separó para siempre. En la vieja casona del
pueblo dónde ella nació vivían su madre y su hermana con el marido y los hijos
de ésta, era grande pero no estaba actualizada para ser más cómoda desde hacía
muchos años, aunque sí se encontraba en un lugar estratégico, justo detrás de
la Iglesia, a dos pasos de la plaza del pueblo y rodeada de pequeñas casas
diseminadas en una gran parcela., el sitio ideal para hacer una urbanización de
nuevas viviendas. A su hermana y a ella les ofrecieron un dinero lo bastante
sensato como para que las dos tuvieran claro que les iba a cambiar la vida, y
así fue. La familia del pueblo se quedó a cambio del terreno con una de las
casas más amplias y mejor orientadas de la promoción y Rosario lo tuvo claro
desde el principio, se compraba un piso en la ciudad para no tener que pagar
más mensualidades. Lo hizo sin encomendarse a nadie, con su firmeza, el dinero
de la herencia de sus padres y la absoluta creencia de que así aseguraba para
sus hijos un refugio y un lugar dónde siempre pudieran acudir.
Su marido no estuvo de acuerdo, en realidad lo que verdaderamente le
molestó más que el piso propiedad de su mujer, fue su iniciativa y audacia. Le
dio muchas razones pero ninguna logró convencerla de nada y eso hizo que se
fueran distanciando más y más hasta que llegó un momento en que el abismo fue
tan insalvable que cada uno tuvo su propia vida bajo el mismo techo. Así
estaban, hasta que una mañana incierta el hizo la maleta sin compasión de nada
ni de nadie y terminó por irse a vivir con esa muchacha joven a la que ella un
día oyó reír y supo entonces que se había metido en su vida. Lloró viendo el
reguero de soledad que el dejaba, pero no tuvo más remedio que reaccionar, así
que con pena y sin gloria, sin dramatismos ni traumas, se fue al nuevo piso con
sus dos hijos y con el vacío del marido perdido.
A las cinco de la tarde terminaba su horario de trabajo, la casa
volvía a estar tranquila después del fragor de la comida y el trasiego de la
recogida, antes de marcharse fue al ventanal de Doña María, Caty seguía con
atención los pormenores de un novelón televisivo y ella se acercó a la anciana
que miraba a la calle sin expresión, “doña María” le dijo, ésta volvió la cara
hacia ella y se le quedó mirando con signos de duda hasta que sus ojos se le
encendieron con el reconocimiento, “¿y la luna?” le preguntó con la lógica
aplastante de las personas que pierden la noción del movimiento de los astros,
“esta noche sale, dígale a su hija que la quiere ver”, a Rosario se le inundó
el corazón de ternura, por un momento pensó que la mujer que tenía enfrente
vivía ya a salvo de todo, ella a su lado también se sentía segura, no tenía que
tomar ninguna precaución ni determinación solo acompañarla y sin aspavientos
iluminarla en los pocos destellos de lucidez que le pudieran quedar, le
acarició la mano a modo de despedida y entonces la oyó, “Rosario”, “¿sí Doña
María?”, pero ésta miraba ya otra vez a la calle. Fugazmente la había
reconocido y su nombre se le quedó atrapado en la boca hasta que sin saber lo
que decía la llamó.
En el camino de vuelta todavía estaba algo
sobrecogida por haber visto en carne y hueso al olvido, le costaba trabajo
quitárselo de la cabeza . La particularidad de su carácter demasiado emotivo y
sensible le resultaba agotador y esa tarde estaba ya muy cansada, pensó que
tenía que hacer la compra con la paga de ese lunes, el sábado haría otra
teniendo en cuenta a su hija, así que con el realismo de lo cotidiano se fue
relajando.
Cuando llegó a su casa había oscurecido, dispuso las cosas en su sitio
y se sentó un rato en el sillón, puso la televisión para no escuchar el ruido
de la soledad y se acomodó por primera vez en el día.
Durmió de puro agotamiento un sueño pesado y
oscuro que no pudo recordar cuando despertó a las diez de la noche. Al
levantarse para preparar su cena sintió la lentitud de sus movimientos, el
trabajo los años y lo avanzado del día le quitaban la agilidad del amanecer,
así que sin más miramientos se fue a la cama con la pequeña radio y dándole
vueltas al día de mañana.
MARTES
Ese martes llovía y hacía frío, el otoño ya
avanzado se dejaba ver en todo su esplendor. Le tocaba trabajar en casa de una
pareja de jóvenes profesionales, los dos salían desde temprano y Rosario estaba
sola durante toda su jornada que terminaba al medio día. Cuando bajó del
autobús tenía el cuerpo cortado así que entró en el bar de abajo a tomar el
desayuno. Era temprano y se acomodó en una mesa tranquila, había muchas
personas tomando café pero ella tomó el suyo con gusto y mirando apaciblemente
el trasiego de la mañana.
Este día de la semana era el más descansado para ella, el piso pequeño
y decorado de forma sencilla y joven tenía pocas complicaciones de limpieza, la
chica le dejaba una notita por si tenía que hacer algo especial, ésta vez le
pedía de una forma clara y coherente que hiciera el favor de hacerle un guisado
de carne porque tenían un compromiso con unos amigos y querían dar una cena,
ella se enterneció con la misiva en la que le daba las gracias repetidamente
pidiéndole disculpas constantemente porque no volvería hasta la noche y no
podría verla, pero que la llamaría por teléfono a media mañana para ver como
iba todo y despedirse hasta la próxima semana . Le gustaba la gente joven,
tenían intactas todas sus ilusiones y fuerza para el porvenir, ésta pareja era
estupenda, los conoció y le gustaron enseguida y fue mutuo porque ellos sin
pensárselo dos veces dejaron la casa en sus manos sin condiciones, así que ella
sonriendo sin poderlo remediar pensó que se esmeraría en la cocina para que
ésta chica agradecida se pudiera lucir con sus invitados.
Mientras hacía su trabajo fuera llovía
intensamente, era una cortina de agua con viento que limpiaba las calles y la
atmósfera después de un verano caluroso y polvoriento. A Rosario no le gustaba
el verano. En primer lugar el trabajo bajaba porque algunas familias salían de
la ciudad, además el calor a ella le producía un cansancio añadido y un
desajuste personal con tantas idas y venidas, parecía como si todo el mundo
tuviera la necesidad imperiosa de echar a correr huyendo de algo, horas y horas
de coche para por fin pasar unos días de vacaciones, encontraba algo de
ansiedad en tanto furor de viajes, ansias de playas atestadas y descanso
necesario y algo forzado.
Recordaba el reciente verano y como lo pasó ella, la verdad es que no
estuvo mal, pensaba mientras trabajaba y veía por la ventana el día gris y la
lluvia, echaba de menos el resplandor del calor y la compañía de sus hijos, se
alegraba de haberse tomado entonces un respiro necesario, bajó el nivel de
trabajo y descansó en la penumbra de su casa, por las noches le gustaba dormir
libre de sábanas y colchas cómodamente desarropada y con la ventana abierta
hasta arriba oyendo los sonidos de la calle. Un fin de semana de Julio había
ido con la familia de su hija a esa playa del levante a ver al hijo. Estaba muy
ilusionada y agradeció al cielo el poder estar junto a sus dos hijos las
parejas de ambos y sus nietas, lo pasaron muy bien estrechados en ese
apartamento todos juntos, estuvo cerca del mar y volvió como nueva.
En Agosto decidió que iría al pueblo a ver a
su hermana y a su madre ya muy anciana, noventa y dos años la contemplaban en
esta vida. La antigua casona familiar se había transformado en otra; a ésta no
le faltaba de nada era una buena casa de pueblo que son todas bonitas en el
estilo de vivienda amplia de tres cuerpos y decoración de fotos cerámica y
macetas floridas, tenía habitaciones suficientes para toda la familia y una
habilitada para la madre con ventana al patio cuajado de plantas y con la
antigua cancela de hierro forjado donde se sentaban a cenar al fresco de las
noches de verano. Su hermana la recibió con alegría, “que guapetona estás hija
y que bien arregladita se nota que vienes de la capital”, riendo las dos y
entrelazadas por un cariño de nacimiento husmearon por todos los rincones,
Rosario estaba contenta y excitada siempre que volvía a sus raíces, "¿y
mamá?" preguntó," ven que está nerviosa hoy sabiendo que
venías".
El dormitorio de la madre olía a agua de colonia fresca, el orden era
perfecto y una anciana vestida de oscuro, delgada repeinada hacia atrás y
arrugadita como una pasa, los ojos acuosos y borrosos mantenían una mirada de
sabiduría prudente, la boca apretada del peso de tantos años viendo amaneceres
y atardeceres desde el mismo sitio y a la misma hora y en una de las manos un
pañolito bordado secaba las lágrimas que ya no controlaba, esa era la madre de
las dos, la madre de Rosario.
Durante un tiempo las dos hermanas estuvieron
intentando que la viejita se turnara con las dos hermanas, pero la anciana no
consintió salir del pueblo ni de su casa. Su hermana sucumbió por dos motivos,
porque era una mujer centrada sensata y muy buena, y porque necesitaba a su
madre. La necesitaba porque tenía un carácter opuesto al de Rosario, era la
menor de las dos, muy extrovertida alegre abierta a los demás, inquieta, con
una actividad frenética y una necesidad constante de convivir con sus raíces
con sus gentes, jamás salió del pueblo ni quiso hacerlo, ni pudo, vivía allí
rodeada de amistades de siempre apegada a su niñez y a su vida de hija esposa y
madre en un solo estado de ser, de sentir.
La madre la ayudaba de igual modo con su
pequeña paga y con un terreno donde la anciana le montó al marido de la hija
que la albergaba un taller mecánico que funcionaba bien y era de lo que la
familia vivía.
Cuando vió a Rosario le extendió las manos, al
abrazarla, la hija notó lo pequeña que estaba, el cuerpo parecía crujirle y se
emocionó de ver al mismísimo centro de su vida tan frágil y ya cansada.
Se sorprendió cuando las dos hermanas sentadas
frente a la madre y hablándo a gritos porque la sordera era su mayor
padecimiento, ésta razonaba con la misma clarividencia de sus años jóvenes,
sabía todas las noticias del planeta porque gustaba de la televisión y la radio
y mantenía su modo de ver la vida y la ironía propia de las personas
inteligentes.
Sabía de la vida de Rosario con todo detalle y
se preocupaba de que tuviera tanto trabajo y ajetreo en aquella ciudad a la que
ella jamás iría, le pidió a la hija que se quedara allí con ellas descansando unos
días y así quedaron las tres en paz y compañía.
Había dejado de llover y Rosario abrió las ventanas del pequeño piso
para terminar con su trabajo y para que entrase aire limpio, se paró en el
testero repleto de libros; a ella le gustaba la lectura, tuvo una educación
elemental pero muy completa, su madre allí en el pueblo se aseguró de que sus
hijas fueran al colegio hasta los catorce años porque era mujer lista y con
visión de futuro y sabía que el analfabetismo es un mal que puede con las
personas, así que entre su cultura de colegio y la afición por estar al día con
la pequeña radio y la televisión y su afán por la lectura cuando podía, se
alimentaba interiormente dándole a su sensibilidad lo que precisaba y a sus
miedos una tregua necesaria. Los títulos de los libros le fascinaban, había
oído una vez que en una novela el título y los primeros párrafos deben definir
la esencia del libro, se paró a leer algunos: "Ojos de perro azul",
"Ültimas tardes con Teresa", "Nada", "Las mil y una
noches", "El héroe discreto", "El Perfume", "Cién
años de soledad", "La consagración de la primavera",
"Boquitas pintadas", "El viejo y el mar", aahh, que
belleza, se extasiaba solo con leer esos títulos que son un relato en si.
A las dos de la tarde Rosario tenía el piso de
los dos jóvenes recogido y una carne guisada digna del mejor restaurante. Se la
dejó a la chica en una fuente bien adornada con verduras y frutas escarchadas,
sonrió ante su obra y en ese momento con el deber cumplido y sabiendo que una
chica joven sería feliz, lo fue ella también y se fue a su casa con el ánimo
alto y una sonrisa de satisfacción.
Después de comer descansó un rato y bajó a ver
a su vecina y amiga Carmen. Vivía en el primero C con su marido, un hombre
agradable y pacífico que se abstraía con sus aficiones. Le gustaba pintar,
fabricar galeones imperiales dentro de una botella, escribir poesía y resolver
crucigramas a la velocidad del rayo. No tenían hijos, estaban jubilados y
mantenían una vida apacible, por lo que se había agudizado la imaginación del
hombre y la necesidad de Carmen de tener una buena amiga con quién hablar de
sus cosas. Rosario y ella lo eran y realmente se necesitaban la una a la otra,
por un lado la soledad y por el otro la falta de preocupaciones compensaban un
equilibrio de compañía y de charlas desahogadas y tranquilas, conversaciones
algunas veces de nada y otras de todo que alegraba el espíritu a las dos
mujeres.
Rosario le contó la preocupación por sus hijos, la pena por su madre,
el olvido de Doña María y la carne guisada con frutas escarchadas de la chica
agradecida. Carmen la consoló desde una perspectiva más lejana y más realista,
le dijo que estuviera tranquila que sus hijos estaban bien, le recomendó con la
sabiduría de los huérfanos que tuviera presente siempre a su madre, que algunos
hijos tienden a juzgar a los padres sin reflexionar a fondo los esfuerzos de
sus vidas, hablaron del olvido rogando a Dios que tuviera la piedad de llevarse
a las personas antes de caer en ese pozo sin fondo, ellas no querían ser una
carga para nadie y menos una carga sin memoria, estuvieron largo rato dándole
vueltas a lo divino y lo humano hasta que por fin terminaron comentando
alegremente la receta de la carne con frutas escarchadas.
A las nueve de la noche subió a su casa, estaba
tranquila y aliviada con la charla y el café de Carmen, fue entonces, en ese
martes apacible casi terminando el día, cuando tuvo la satisfacción que
interiormente llevaba esperando mucho tiempo. Sonó el teléfono y era su marido
perdido.
“¿Rosario?”, preguntó; ella lo había conocido
al instante aunque hiciera años que no oía su voz, “si”, respondió secamente.
El marido perdido comenzó a hablar con saludos y preguntas previsibles, hasta
que lentamente se fue acercando al núcleo de su llamada, fue cuando empezó a
interesarse por los hijos de los que no sabía nada hacía ya mucho tiempo, “me
gustaría verlos a los dos y a las nietas también, que ya uno se va haciendo
mayor y no se sabe..”, dijo el, pero ella que lo conocía y rara vez le fallaba
una intuición, comprendió que con los tiempos que corrían y las necesidades del
momento, lo que verdaderamente quería con esa llamada inesperada era intentar
sacarles algo de dinero a ella o a sus hijos.
Se preparó mentalmente procurando equilibrar su indignación y a la vez
la satisfacción que sentía, respiró hondo y empezó el contraataque. “Bueno es
lógico que quieras ver a tus hijos después de tanto tiempo, ellos están bien y
las niñas también, por cierto, los tuyos como están?”. El marido perdido tenía
dos chicos todavía pequeños con la muchacha joven a la que ella un día oyó
reír, Rosario se interesó sinceramente por ellos, aunque quiso también así
terminar con las urbanidades para dirigir de una vez por todas la conversación
hasta dónde su marido quería llegar, y ella tenía prisa,. “Bien dentro de lo
que cabe, aunque ya sabes cómo van las cosas”, contestó el, ella lo dejó
hablar. Se había quedado parado en la obra en la que estaba y la madre de sus
hijos había invertido dinero para poner un negocio de peluquería, estaban yendo
a comer a casa de los padres de ella, pero tenía unos pagos del negocio a los
que no le podía hacer frente, así que tuvo la desfachatez de decirle, que como
la familia siempre era la familia, acudía a ella o a sus hijos por si podían
ayudarlo en algo, que por supuesto ya se los devolvería en cuanto pudiera.
Rosario cogió aire y se sentó, porque había
esperado dieciocho años y dos meses para decirle todo lo que le tenía que
decir.
“ Mira, desde que te fuiste hace ya media vida, no has tenido la decencia
de pasarme absolutamente nada para que yo pudiera sacar adelante a tus hijos,
me he visto sola con los dos y he trabajado y trabajo mucho, y como sé que lo
sabes, por eso me llamas, pero te diré algo. Tengo sesenta años, el cuerpo
cansado de tanta lucha siempre sola, gano lo justo para vivir y para ayudar un
poco a mis hijos, que para que lo sepas están pasando apuros. Tu hija no se
puede mover con dos niñas recién nacidas, y tu hijo está sin trabajo viviendo a
expensas de los padres de su novia., tu ve a verlos, estás en tu derecho, pero
no se te ocurra pedirles nada porque vas a perder ante ellos lo poco de bueno
que pudieran recordar de ti, procura además que el marido de tu hija no esté
delante porque trabaja todo el día para a duras penas llegar a fin de mes, así
que si te queda un poco de dignidad, cuando vayas les llevas un regalo que es
lo menos que puedes hacer por tus hijos y por tus nietas, que les debes mucho
me oyes?, a mi no, pero a ellos sí, y ahora, quieres algo más?”. Se hizo un
silencio hasta que el contestó en tono hosco y oscuro, “yo haré lo que me
parezca oportuno”. Rosario necesitó todo el tiempo que había pasado desde el
abandono, todas las noches de soledad y las eternas tardes de los domingos, los
fríos del amanecer camino del trabajo y el bochorno del calor en su casa sola,
para decirle que lo que tenía que hacer si tenía vergüenza era no volver a
llamarla jamás en la vida, y que si quería acercarse a sus hijos que fuera para
devolverles el cariño y las necesidades que les había negado durante dieciocho
años y dos meses. Diciendo esto cortó en seco para no saber nunca nada más de
él.
Cuando terminó de desahogarse temblaba y
estaba confusa, a pesar de todo la conciencia en las personas puede llegar a
ser su peor enemigo, y para ella lo era, sabía que ese hombre se merecía todo
lo que le había dicho y más, pero no pudo evitar sentir desasosiego y cierta
incertidumbre ante su reacción. Como siempre se encomendó al cielo y pidió
perdón por su contundencia ante los hechos, Rosario tenía un excesivo espíritu
autocrítico debido a su inseguridad y demasiada clemencia ante las injusticias
de la vida, pero lo paliaba con su capacidad para no humillarse ante nada ni
nadie, su sentido de la dignidad y la débil fortaleza que siempre la mantenía en
pie, pensó en todo coherentemente y tuvo conciencia de lo que había hecho y
seguridad en lo que tenía que hacer.
Esa noche no se despertó con su habitual
ansiedad de las madrugadas, durmió con una respiración pausada hasta la mañana
siguiente.
MIÉRCOLES
Este día centro de la semana, trabajaba en una
casa de familia numerosa. La pareja rondaba los cuarenta, vivían en una chalet
adosado confortable y funcional, no les sobraba ni les faltaba nada en la vida,
eran atractivos con un porte distinguido y una elegancia sobria aunque tal vez
demasiado convencional para ser todavía jóvenes. Amables y educados, tenían
cuatro niños disciplinados que vivían felices en un hogar feliz, el matrimonio
tenía una complicidad extraordinaria y una claridad en sus ideas que los hacía
funcionar en todos los ordenes de la vida con una exactitud y una pericia
dignas de elogio. Lo más curioso para Rosario era que todo éste amor, ésta
complicidad y el orden riguroso de la casa, se regían a través de unas leyes
Divinas que ellos continuamente manifestaban en cada gesto o conversación,
incluso en el trato con los niños, siempre enfocándolos hacia lo mismo, La
Divinidad estaba en sus juegos en la comida y en las pequeñas discusiones
infantiles, en todas partes y a todas horas obsesivamente.
El padre salía a trabajar y la madre se quedaba en casa cuidando de
los hijos. Era una simbiosis perfecta pero a Rosario tanta perfección y tanta
Divinidad sin ton ni son le producía una inquietud difícil de explicar. La
mujer era hermosa esbelta y bien formada a pesar de tantos embarazos seguidos,
su trato era afectuoso y siempre con educación, tanto que por sí mismo marcaba
una línea infranqueable imposible de salvar, un desfiladero casi invisible por
el que se cae irremediablemente al vacío dando un paso en falso. Tenía unas
maneras suaves, aunque se veía claramente que era una persona embelesada
consigo misma, ejercía a la perfección su papel de madre de familia numerosa
siempre manteniendo el tipo y el orden de la casa aparentemente sin ningún tipo
de esfuerzo, era fuerte y parecía incombustible, aunque con el paso del tiempo
Rosario le cogió su punto débil, de ninguna manera se le podía llevar la
contraria, no lo soportaba, ahí se derrumbaba esa torre firme para convertirse
en una fortaleza contra el enemigo.
Siempre con esa amabilidad distante y jamás
tuteándose la una a la otra, hablaban lo preciso y de los pormenores del
trabajo doméstico, aunque en más de una ocasión Rosario notó como la mujer
deliberadamente se saltaba el protocolo que había establecido y se dirigía a
ella en tono de suave interrogatorio. Le preguntaba hábilmente por su familia y
sus costumbres y ella hábilmente también y con los veinte años de ventaja de
vida le respondía lo que creía que le tenía que responder, siempre con una
actitud humilde y aceptando el grado de superioridad de la joven sin ningún
tipo de complicación. La verdad era que a ella desde que entró en la casa, ésta
mujer no terminó de gustarle, eso le pasaba pocas veces en la vida pero en ésta
ocasión si y de una manera muy clara.
Lentamente estos interrogatorios encubiertos
llegaron al punto que tenían que llegar. Una tarde después de la comida,
mientras Rosario planchaba se le acercó cadenciosamente, como por casualidad,
tenía una sonrisa radiante pero distinta, empezó hablando del trabajo, “¿cómo
va esa plancha, es mucha ropa”?, “no se preocupe voy bien”, contestó ella sin
parar su faena, entonces la dueña de la casa buscó cualquier pretexto, la tarde
que declinaba la alegría de los niños el frío y el calor la noche y el día lo
verdadero y lo falso, la vida y sus penalidades y la demagogia divina para
terminar preguntándole lo que quería saber ¿Usted es creyente?...
Hubo un breve silencio buscado, Rosario se estaba tomando su tiempo
para contestar a aquella mujer que más que vestirse por las mañanas se
investía, y no es que a ella no le gustara la conversación o evitara temas
delicados, no, es que sabía hace mucho tiempo que en esa casa de divinidad todo
tenía que ser divino y ella se negaba a sucumbir a un apostolado de baratillo,
de damas de ropero, de imposiciones celestiales, “¿Qué quiere decir con
creyente, señora?”, con ésta respuesta la quiso poner contra las cuerdas, ella
sabía del poder de su contrincante pero quiso correr ese riesgo para medir las
fuerzas y saber mejor a quién se enfrentaba. Lo supo cuando la dueña de la casa
le contestó sin inmutarse, “no, tranquila, no tiene importancia es solo
curiosidad, pero si se ha molestado le pido disculpas, es que como ya nos
conocemos hace algunos meses me parece normal que hablemos de otras cosas que
no sean sólo del trabajo, ¿no le parece?”, el cinismo de la mujer era tremendo,
podían hablar de otras cosas pero de las que ella quisiera, aún peor y a las
que ella quisiera llegar por algún motivo, pero lo más escalofriante era que no
había movido ni un solo músculo de su cuerpo, seguía inclinada contra el quicio
de la puerta de la cocina y con la misma sonrisa; de manera casi imperceptible
se iba acercando al punto al que ella quería llegar, Rosario no se dejó amedrentar
aunque tuvo que hacer un gran esfuerzo, se notaba que su contrincante estaba
acostumbrada a preguntar para recibir contestación siempre, “pues sí creo en
Dios”, le respondió de manera tajante guardando después silencio para darle a
entender que no quería saltarse más normas, la joven captó inmediatamente la
sequedad de la respuesta, así que concluyó la conversación con alguna
apreciación sin importancia y se batió en retirada por el momento......
Mientras recojía sus cosas pensó que quizás habría estado un poco
brusca con la mujer creyente, pero ella se encontraba un poco nerviosa sin
poderlo remediar porque por la mañana había hablado con su hijo y lo había
encontrado todavía algo inquieto: no tenía trabajo pero estaba haciendo un
curso de informática que lo mantenía ocupado y la madre notó que también
ilusionado, así que ella le estuvo dando los mejores consejos intentando como
siempre que al menos tuviera paciencia y estuviera tranquilo, ya llegaría su
momento. Se sentía muy orgullosa de sus hijos, valoraba todo el esfuerzo de sus
vidas, la lucha de la hija con su familia y la buena administración de su casa
y de sus cosas, siempre infatigable optimista y con alegría de vivir, y el
esfuerzo del hijo fuera de su ciudad y buscándose la vida con voluntad, siempre
noble y honrado, Rosario pensó que no podía pedir más, que ya tenía todo lo
mejor que se puede tener.
En estas divagaciones estaba intentándo
calmarse a sí misma cuando apareció de nuevo la dueña de la casa; "¿Ya se
va Rosario, necesita algo?", "No señora gracias, hasta el miércoles
que viene", "Pues estupendo Rosario, contestó la mujer, porque el
miércoles que viene tengo aquí en casa una merienda con unas amigas y así me
puede ayudar", ella le contestó encantada que le habían hablado de la receta
de un dulce de limón que era una delicia y se hacía con facilidad, la dueña de
la casa le seguía la conversación siempre sonriente, “pues vamos a hacerlo”.
Enfrascadas en los dulces las dos disfrutaron hablando de recetas , fue
entonces cuando repentinamente y como de un día de sol pasara en un momento a
nublado, cuando la mujer volvió a la carga, “nos reunimos las amigas para estar
un rato juntas y cambiar impresiones, aunque la charla ésta vez me toca darla a
mi”, “muy bien señora”, contestó ella hábilmente intuyendo la intención final,
la otra se desconcertó por un breve instante hasta que enseguida recobró la
compostura y fue directa, “ por cierto Rosario, me pareció que el otro día
cuando le pregunté sobre la fe se molestó un poco,¿ no?”, “no me molesté en
absoluto,”contestó ella dispuesta a no ponérselo fácil, “pues a mi me dio esa
impresión porque ya la voy conociendo algo más”, “¿usted cree, señora?”, ésta
vez quería llegar hasta el fondo.
Con la respuesta irónica que Rosario le acababa de dar la cara de la
mujer se transformó, se le quedó mirando algo perpleja hasta que reaccionó
enseguida para decirle entre amable y tensa que estaba muy contenta con ella en
todo lo referente al trabajo, pero que francamente era de las pocas personas
que se había encontrado con la que no se podía hablar, recomendándole después
que la conversación era un medio muy eficaz para el aprendizaje y para
enriquecer las ideas, cosa que venía muy bien para poder llevar adecuadamente
las cosas de la vida . Le soltó éste discurso de manera absolutamente altiva y
Rosario decidió que había tocado suelo en ese momento, así que paró en seco y
procurando ser amable le vino a decir que podían hablar de todo lo que
quisiera, ahora fue ella y no la dueña de la casa la que se apoyó en el quicio
de la puerta.
“ Mire”, dijo la señora con gesto de levitación,” yo tengo una
absoluta prioridad en mi vida, es Dios, El está por encima de todo y con su
ayuda tengo el deber de transmitir su enseñanza y su palabra a todas las
personas que me rodean, es una vocación Rosario y además sabemos (ahí empezó
inconscientemente con el plural) que mediante la vida normal y seglar se puede
llegar al camino de la santidad, por eso quería compartirlo con usted, porque
la veo tan cumplidora tan seria y tan eficaz que me gustaría que supiera la
buena nueva que vamos dando a todas las personas que quieran oír Su palabra”.
“Me parece muy bien señora, si ha tomado ese camino seguro que está
haciendo una labor estupenda”, “Yo creo que si”, respondió la mujer, “ la labor
que yo hago es un apostolado”. Siguió hablando sobre su cruzada de santidad,
dando consejos y proclamas sobre la vida en constante espiritualidad, el amor
de Dios y lo trascendental de la transustanciación el amor de los esposos hasta
la muerte y los hijos que Dios quiera mandar, porque eso solo está en sus
Manos. Rosario la oyó sin pestañear, le asombraba como una mujer joven con tan
poca vida todavía vivida pudiera estar tan absolutamente segura de tantas
cosas, parecía por su modo de hablar como si supiera el porvenir sin tener en
cuenta las vueltas inciertas del destino y a las situaciones que los
acontecimientos pueden llevar a las personas, se veía que no concebía el
fracaso ni la decepción, era tal su soberbia que seguramente podría soportar el
mayor de los dolores con cristiana resignación, pero no podría soportar
simplemente un no. Por otro lado admiraba su fortaleza y la fidelidad con la
que llevaba su apostolado, lo que no comprendía era porqué tanto proselitismo,
porqué a ella y porqué ésa obsesión por difundir una doctrina que además se
regía por algunas normas que a su modo de ver nada tenían que ver con la fe. Su opinión era que para las personas
creyentes, Dios en cualquiera de las distintas religiones y advocaciones, está
para que los seres humanos tengan un apoyo y un consuelo en éste paso incierto
por la vida, un refugio de serenidad y una reflexión de espiritualidad
absolutamente íntima, porque nadie es igual y la fe como casi todo es personal
e intransferible, ella con su carácter ansioso no podría vivir sin creer, pero
no necesitaba darle más vueltas a un asunto que ya tenía zanjado hacía mucho
tiempo, sin embargo la mujer seguía predicando una fe con muchos recovecos y
demasiados estatutos y proclamas, excesiva en todo porque todo en la vida lo
divinizaba, el matrimonio, los hijos y la sexualidad....Rosario pensó sonriendo
socarronamente que a juzgar por lo numeroso de su prole y con la bendición del más allá, no se
privaban de nada.
Cuando la mujer terminó su homilía, le dijo que esa tarde su
conferencia con las amigas versaría sobre el amor de los esposos hasta la
muerte. Rosario súbitamente sintió como la indignación la llenaba. Se
preguntaba quién era esa persona para darle lecciones de vida a nadie, para
inmiscuirse en los matrimonios ajenos, para poner la decisión de tener los
hijos en manos de Dios, cuando El ya tenía bastante con los ruegos sobre su
protección, como para además adjudicarle la carga de tomar la determinación de
traerlos al mundo, le producía estupor la manía de ser santa a toda costa y le
horrorizaba la conferencia de limón con las amigas, entendió de pronto el
porqué del empeño por convertirla a ella cuando ella ya estaba convertida y
convencida, pero ahí era precisamente dónde estaba la razón. Esta mujer no podía
concebir que alguien cercano tuviese las ideas claras y criterio propio sin
estar ella en medio. Rosario lo pensó bien y comprendió que con la dueña de
ésta casa o se estaba con ella o contra ella y como en su vida ya tenía
bastantes dificultades no se quería meter ahora en un berenjenal de santidad,
así que arreglándose la ropa fue a buscar su bolsa sin decir ni media palabra,
la mujer la miraba desconcertada y ella antes de despedirse para siempre le
dijo lo que creía que tenía que decir intentando calmar su ansiedad,” pues yo
creo señora, que no todas las personas somos iguales ni todas las vidas son las
mismas ni todos tenemos las mismas oportunidades, para mi la religión y mi
forma de creer es algo muy íntimo y personal, todo lo contrario que para usted,
yo creo que Dios está para ayudarnos en nuestras debilidades y sufrimientos,
que con nuestros ruegos y la fe podamos sobrellevar mejor los miedos de ésta
vida incierta, ese es el mejor regalo que nos ha dado y ahí radica en mi
opinión su grandeza y su misericordia, yo necesito vivir creyendo, pero no
quiero convencer a nadie de nada, no suelo pensar en el más allá porque la
religión la necesito ahora, respeto a cada uno en sus creencias o en sus no
creencias, estoy sola y a base de esfuerzos llevo mi vida larga ya adelante,
procuro hacer las cosas lo mejor que pueda y cuando me refugio en Dios es para
procurarme las fuerzas que a mi me faltan, esto es lo que creo y lo que
practico y para mi es bastante señora”.
“Me parece Rosario que ésa es una forma de creer muy egoísta, usted
sólo quiere pedir sin dar nada a cambio, es fundamental el apostolado para que
los demás conozcan a Dios, creo que las personas no podemos mirar solo por
nuestros intereses, ¿no le parece?”. Rosario, que ya venía cansada, cuando oyó que
la llamaban egoísta, pensó sin querer pero con nostalgia y emoción en su
infancia lejana y triste, en el marido perdido en la lucha de sus hijos y en el
cruel olvido de Doña María, en el esfuerzo diario a pesar de su edad para
trabajar en casas ajenas y en su soledad. Fue hacia la puerta y la mujer le
preguntó qué le pasaba, “señora por favor déme la cuenta porque me voy, lo
siento pero a estas alturas yo decido como creer en Dios y además decido dónde
quiero trabajar y donde no", "¿me está diciendo que se marcha
definitivamente, es que no puede o no quiere, o no entiende lo que es oir a
alguien sobre la paz del señor, sobre una forma de vida nueva?, me parece
Rosario que es usted muy drástica y no me gusta su actitud", "no
señora a usted lo que no le gusta es que yo no tenga el más mínimo interés en
oírla, usted no puede aguantar a alguien con las ideas claras y distintas a las
suyas, eso es lo que a usted le pasa, fíjese si comprendo bien la situación,
muy bien, ahora la santa se movía inquieta, le doy su dinero y hasta siempre
Rosario, y espero que le vaya bien en la vida, que tenga suerte en todo y le
aconsejo que escuche más a los demás que le hace falta aprender mucho”. Este
golpe no estaba dispuesta a soportarlo, ese día y por ésa mujer no, así que con
el bolso en la mano y casi cerrando la puerta para irse respondió, “Pues yo le
digo que con mis sesenta años he aprendido lo suficiente como para saber que
por más apostolados que transmita y más Misas diarias, por más conferencias que
imparta y aunque tenga la completa seguridad de un matrimonio eterno y todos
los hijos que Dios quiera, jamás podrá alcanzar la santidad, porque en mi
opinión ese es un camino al que si de verdad se pudiera llegar, cosa que dudo,
una persona como usted lo tendría difícil porque lo primero que no tiene es ni
humildad ni piedad con una mujer que viene a su casa a ganarse el pan, que le
vaya bien a usted”. Y sin esperar ni un segundo más se marchó de allí para
siempre en ese miércoles mitad de la semana.
Cuando salió de la casa eran las dos de la tarde, tenía el cuerpo
cortado pero había vaciado una furia ancestral que últimamente le venía
estorbando como un vómito atravesado. Como siempre dudó sobre la contundencia
de los hechos y esa duda le ocupó todo el trayecto hasta su piso, cuando abrió
la puerta estaba agotada, esta vez las dos plantas de escaleras se le hicieron
más que subida, escalada, se puso cómoda porque ya no tenía fuerzas para hacer
más nada pero sí pensó en lo sucedido. Comió algo y se arrellanó en su sillón delante
de la televisión dispuesta a dar por terminado el día, pensó en sus hijos y
sintió sus ausencias, le gustaría tanto allanarles los caminos, calmarlos en
sus ansias, abrazarlos, en ese momento más que nunca, pensó en su madre
extenuada de tanto vivir, en su hermana abnegada pero feliz, en el olvido y en
el marido perdido en un mar de deudas, en su amiga Carmen apaciblemente sentada
esperándola siempre y en la chica agradecida con el guiso de carne y frutas
escarchadas, en su egoísmo en su vehemencia en Dios y en cómo podría solucionar
el trabajo de los miércoles que acababa de perder, pensó y pensó hasta que
sola, como siempre, se quedó dormida.
JUEVES
Este día volvía a trabajar en la casa del olvido, todo seguía igual
que el lunes anterior. La señora con sus idas y venidas, su marido empresario
siempre ausente, el hijo alejado y Doña María sentada en el ventanal con la
mirada vacía aún después de una existencia plena sin recordar. Caty la
boliviana la vigilada calladamente y Rosario se dispuso a cumplir con su
obligación esta vez con la tranquilidad de una cotidianidad sin sobresaltos ni
divagaciones divinas, solo el transcurrir de la vida luminosa y bella como el
piso mismo en el que estaba trabajando, incierta como el marido y el hijo,
solitaria como Caty y la señora y cruel como la olvidada vida de Doña María.
A las cinco de la tarde terminó su jornada
laboral y fue para su barrio. Tenía que hacer unos recados y terminó rápida, se
dispuso a subir las dos plantas de escalera pero en el primer piso donde vivía
su amiga Carmen paró porque tenía necesidad de calor y amistad. Ellos estaban
como siempre plácidamente sentados en la salita, el marido en esta ocasión le
daba de comer pacientemente a un jilguero cantor que tenían en una jaula
espaciosa, Carmen veía un programa todo corazón en la televisión con cara de
sereno aburrimiento, cuando vio entrar a Rosario su gesto se iluminó, las dos
tenían esa tarde necesidad la una de la otra. Empezaron comentando los
cotilleos televisivos con ironías y buen humor y terminaron donde tenían que
terminar, una hablándole de la aventura divina que tanto la incomodába, y la
otra escuchando atentamente.
Le detalló a su amiga paso por paso todo el
transcurso del proselitismo, todas las ideas peregrinas y la obstinación de unas
normas sin sentido común, relató como le había respondido ella a la mujer con
pretensiones de santa y como todavía esa tarde tenía alguna duda sobre la
contundencia de su reacción y su egoísmo. Carmen asombrada no encontraba
palabras ante los hechos que estaba oyendo, tan habladora y sensata como era,
esta vez se quedó en blanco analizando la situación sin reaccionar, Rosario por
un momento se sintió incómoda y pensó que quizás estuviera exponiendo una
cuestión excesivamente trascendental para unas personas que vivían
apaciblemente sin hacerle daño a nadie y sin preguntarse casi nada porque ya
tenían las respuestas que necesitaban, así que procurando quitarle importancia
a su versión, dio un giro brusco usando el sentido del humor.
Dispuesta a dar por terminado el tema, quiso hacer reír a su amiga con
cualquier aspaviento televisivo. El marido de Carmen que durante toda la charla
pareció ausente dando de comer al jilguero cantor, se puso de pie y fue a
sentarse al lado de Rosario. Este hombre rara vez hablaba, cuando la veía
aparecer por su casa ponía un gesto complaciente y dejaba a las dos mujeres con
sus cosas, por eso esa tarde Rosario se desconcertó cuando lo vio acercarse a
ella con una luz de sabiduría que no le conocía.
Comenzó a hablar mirándola fijamente a los
ojos, el tono de voz bajo y sentado en la silla con el cuerpo inclinado hacia
ella, “ tranquilízate mujer, una cosa es que entres en casa de personas
extrañas a hacer tu trabajo y otra que te impliques tanto, no te entregues de
esa manera y hazte de un caparazón para que no te afecten las cosas
excesivamente “, “es que no lo puedo remediar, es este carácter que tengo que
me termina agotando”, respondió ella siguiendo el hilo de la sensatez, “ si
Rosario, pero ya que conoces tu forma de ser deberías poner más de tu parte que
te vendrá bien, aunque lo que acabas de contar es diferente, eso no me ha
gustado. Mira, jamás dejes que nadie te avasalle con sus ideas, estés donde
estés, cada persona tiene derecho a vivir y pensar como quiera mientras no le
haga daño a nadie, no te atormentes y tenlo muy claro, tu no eres en absoluto
una persona egoísta, eres una mujer luchadora que vive su vida y hace su
trabajo lo mejor que puede, esto que no se te olvide y a lo que sí tienes
derecho es a vivir tranquila, porque las creencias, a las personas siempre les
son buenas si nos ayudan a vivir mejor sin estorbar a nadie, sin llegar a
extremos delirantes y convertir una fe o una decisión de vida en una pesca de
infieles, eso es proselitismo y falta de respeto querida, no lo olvides, no te
culpes y jamás permitas que te falten el respeto cuando intenten imponerte a la
fuerza formas de pensar o de actuar que tu no compartas, la primera vez que
veas algo así, haz como has hecho ahora, te vas sin esperar respuesta y sin
darle más vueltas al asunto.” Le dijo esto con una luz en los ojos de
inteligencia y afecto que a Rosario le llegó al alma, sobre todo dicha por el.
Pensándolo rápidamente y bien, se dio cuenta que jamás un hombre le había
hablado con ese cariño y esa dulzura, se sintió extrañamente arropada y no pudo
evitar echarse a llorar desahogando así a su conciencia y recibiendo la ternura
del hombre silencioso.
Entre Carmen y su marido la consolaron y la tranquilizaron con
palabras bien dichas, exactas, se habían dado cuenta de la soledad y el
cansancio de Rosario, esta se recuperó enseguida de su llanto inevitable y se
dispuso a marchar dando las gracias por todo, entonces el hombre preguntó sin
venir a cuento qué hora era, “son las siete y media”, respondió Carmen algo
extrañada, “pues una hora y un día estupendos para que los tres vayamos ahora
mismo al bar de abajo a tomar algo, a ver a la gente, a que nos de el aire en
la cara, así que, venga”, esto lo dijo poniéndose el abrigo y dispuesto a
alegrarles la tarde a las dos mujeres, a la suya porque rara vez salían de casa
y especialmente ese día la notó con la tristeza del aburrimiento y a Rosario
porque creía firmemente que ya iba siendo hora que se diera un respiro.
Se acomodaron los tres en una mesita rinconera,
había gente y calor de bar, personas preocupadas, despreocupadas o desocupadas
que pasaban ese rato unas con otras. Pidieron unos cafés que supieron a gloria
y charlaron tranquilos sin darle más vueltas a lo divino. El hombre ese día
hablaba con las dos mujeres en tono sereno y cálido, Carmen estaba encantada,
su cara había pasado del aburrimiento a la felicidad y miraba a su marido con
brillo en los ojos, Rosario estaba bien, le gustaba formar parte de la
humanidad que está disfrutando un rato fuera de casa con unos amigos, sonrió y
se arrellanó en su silla. Hablaron de los precios altos y los sueldos bajos, de
la comida de la casa de los gobiernos imposibles y de las cosas terrenales que
suelen hablar las personas que saben lo que pasa en el suelo y en el cielo.
Sobre las nueve de la noche salieron del bar,
hacía frío pero no demasiado, se agradecía el fresco de la noche en la calle,
dieron un corto paseo antes de volver, las dos mujeres estaban tranquilas y
satisfechas, ya en el rellano del piso de Carmen cuando se despedían, el marido
le dijo a Rosario que para los miércoles sin trabajo había pensado en un
sobrino suyo, ahijado también, al que tenían mucho cariño, éste chico era
ingeniero y vivía a las afueras con su mujer, le comentó que lo llamaría por si
le interesaba que Rosario fuera ése día unas horas a ayudarles con la casa ya
que trabajaban los dos, estaban bien situados y quizás les hiciera falta, “ así
que vamos a ver si podemos ayudarte a encontrar algo para éste día de la
semana”, ella agradecida vio más claramente que nunca que tenía enfrente a un
hombre bueno, se sintió segura pensando que un piso por debajo estaban éstas
personas tan cercanas y eso la aliviaba en su soledad, Rosario, con la
complicidad de la amistad, les dijo que también había pensado acercarse al día
siguiente viernes, a casa de Doña María y la señora, ésta tenía buenas
relaciones y posiblemente podría buscarle algo, al matrimonio le pareció una
idea estupenda y se despidieron
cálidamente.
Ya en su casa, tranquila, pensó que llamaría a su hija a ver cómo iba
todo. Rosario casi nunca le contaba a sus hijos los sinsabores que pudiera
tener, al contrario, en ésta ocasión tenía vehemencia por decirle que ésa tarde
había disfrutado en compañía de unos amigos. La hija estaba como siempre
atareada en sus mil cosas pero bien, ésta vez tenía en casa al marido con unos
días de baja por unas fiebres de catarro, según ella puro agotamiento, pero a
la vez estaban contentos porque en la cafetería de los grandes almacenes dónde
trabajaba lo habían hecho fijo por contrato, así que al menos el sueldo no les
faltaría. Rosario encantada con la noticia le contó su tarde feliz, la hija la
oyó con atención y se alegró, “mamá, me parece muy bien que trabajas mucho, no
dejes de ampararte en ellos, no me gusta que estés tan sola, si yo pudiera..”,
“¿tú cómo estás hija?”,” bien, sin parar pero bien”, la madre le aconsejó como
siempre lo que mejor se le venía a la cabeza y terminaron la conversación
celebrando la continuidad de su yerno en el trabajo, con eso podrían tirar
adelante, “y con mi ayuda también, ya lo sabes hija, el domingo nos vemos”.
Cuando se disponía a cenar sonó el teléfono,
era la chica agradecida; con voz alegre y joven le pedía disculpas por lo
tardío de su llamada, es que había tenido mucho trabajo pero no quería dejar
pasar ni un minuto más sin decirle lo delicioso del guiso de carne con frutas
escarchadas que le había hecho, que fue todo un éxito y sin ella saberlo la
había ayudado más de lo que suponía, le daba mil gracias con tono afectuoso y
vehemente para terminar diciéndole, “Rosario eres estupenda, el martes nos
vemos porque además estoy contentísima, tengo una noticia muy buena que ya te
diré", Rosario, que tenía el don de la adivinanza que dan los años le
respondió con una astucia algo atrevida pero sabiendo de sobra la tierra que
pisaba, "a, que bien que te hayan dado algo bueno de trabajo",
silencio y risas nerviosas, "no, no Rosario, esta vez mis pensamientos no
están en el trabajo", "Cuidate mucho, y enhorabuena querida" le
contestó Rosario con una sonrisa de felicidad y de astucia cómplice...
Se acordó del hijo, de lo contenta que ella recibió la noticia del
segundo embarazo inesperado, nunca pensó que se pudiera querer tanto a los
hijos, cada uno a su manera, y la alegría de las nietas, qué lejos está mi
hijo, pensó, aunque enseguida se respondió, está bien y cerca del mar. No podía
explicarse porqué ésa cercanía suponía para ella un consuelo ancestral, algunas
veces y de manera muy desdibujada se le venía a la cabeza la imagen de ella muy
niña, de la mano de un hombre de rostro sereno y mano cálida mirando los dos a
la mar en calma con olor a algas y el viento claro del suroeste.., ese recuerdo
siempre la tranquilizaba.
Cenó y se dispuso para ir a la cama con su
pequeña radio y dar por terminado ese día. Fue un jueves magnífico y dio
gracias al cielo por todo, por tanto......
VIERNES
Las mañanas de los viernes siempre las tenía libre porque por las
tardes se ocupaba de limpiar a fondo la consulta de un médico que trabajaba
justo hasta ese mediodía, hasta las tres de la tarde, dando así por terminada
la semana laboral tanto el médico a esa hora como Rosario de tres y media a
siete, aprovechando ella éste hueco matutino para solucionar sus propias faenas
domésticas. Su piso, el que compró con el dinero de la herencia de sus padres,
no era muy amplio pero si completo y acogedor, la salita tenía una hermosa
ventana balconada y un aparador lleno de espacios y cajoneras con el hueco de
la televisión, una mesita camilla con dos sillones cómodos y unos muebles de
comedor para toda la familia, los cuadros eran láminas sencillas y siempre con
paisajes de mar, el cuarto de baño y la cocina eran pequeños pero bien
equipados, tenía una terraza de lavado ventilada por una celosía para secar la
ropa cómodamente y dos pequeños dormitorios cada uno con una cama perfectamente
hecha siempre dispuesta para sus hijos, el suyo era el más amplio, un armario
grande con altillos, la cama de matrimonio con cabecero de filigrana y dos
mesillas de noche para ella sola.
Almorzó temprano porque tenía la intención de
pasarse por casa de la señora antes de ir al consultorio para hablarle de los
miércoles desocupados y ver si la podía ayudar. Como siempre cogió el metro,
iba tranquila con la mente despejada y una sensación de equilibrio que la
serenaba, por ser fin de semana había mucha gente en la calle, se dio prisa
para que le cuadrara bien el tiempo. La portería estaba solitaria, subió en el
ascensor y llamó a la puerta, una vez, dos, cuatro, no le abrían y se extrañó,
bajó a ver si podía hablar con el portero que por la hora ya debía estar allí.
Lo vio entrar en ese momento, le explicó su preocupación porque era muy raro
que no hubiese gente en la casa, tenía que haberla porque....”Rosario, Doña
María murió ayer por la tarde”. Cuando oyó esto sintió un dolor rapidísimo,
como un disparo, reaccionó inmediatamente y a la velocidad de la luz pasó por
su cabeza la figura de la mujer que acababa de morir pero viva en sus
recuerdos; la vio sentada junto al ventanal con la mirada perdida acordándose
de la luna, o con un brillo de reconocimiento en los ojos para terminar
pronunciando su nombre, y el día del enfado todavía sensato cuando no quiso que
su hija se mojara la ropa para ducharla.
. “¿Cómo ha sido?” preguntó con voz dolida,
“no ha sentido nada, cuando le fueron a dar la merienda creyeron que dormía y
ya no se despertó”, Rosario hizo memoria, la vio por última vez el día anterior
jueves antes de irse a las cinco de la tarde, Caty estaba tranquila y Doña María
miraba a la calle con la cabeza algo inclinada, ella pensó que se dormiría un
rato como solía hacer a ésa hora y no quiso molestarla para despedirse.
Inmediatamente se dio cuenta que ése fue el final.
Salió a la calle un poco perdida, aturdida, no sabía que hacer, dio
algunos pasos pero volvió a entrar enseguida en el portal, quería hablar con su
señora, lo necesitaba, cogió el móvil, “ Rosario, ¿te has enterado?”, le hizo
la pregunta llorando por su madre sin contenerse, “si señora”, dijo ella sin
poder reprimir la emoción y sin poder articular palabra, “ se enterró a las
dos, yo ahora estoy aquí en la notaría solucionando unas cosas, pero ésta noche
ya duermo en casa”, “¿quiere que me quede con usted?”, entonces la hija
huérfana sin saber porqué se derrumbó y no pudo remediar desahogarse con un
llanto profundo, “ahora es cuando me he quedado sola de verdad”, Rosario no
estaba en condiciones de mentir, no lo estaban ninguna de las dos, “pues si”,
le contestó lacónicamente, la oyó que lloraba sin hablar y esperó un poco hasta
que por fin más recuperada le dijo, “Mira, tu vete a tus obligaciones que yo
tengo cosas que hacer y a mucha gente a la que atender, solo te pido una cosa”,
“dígame”, “que por favor no me dejes sola, sigue viniendo a casa los dos días en
semana, no solo por el trabajo, es que te necesito”, lloró otra vez y Rosario
le contestó emocionada que no dudara que siempre estaría dispuesta a estar a su
lado, “muchas gracias, el lunes temprano te veo”, “claro que sí, aquí estaré”.
De camino a su trabajo tuvo que hacer grandes
esfuerzos para contener su emoción. Primero por la brusquedad de la noticia de
la muerte de Doña María y después por la reacción de la señora, ella sabía que
era una mujer llena de soledad, pero no pudo imaginar que fuera tanto. Procuró
recomponer su mente. La desaparición de la anciana era en el fondo un
acontecimiento esperado, es triste vivir sin vida, pero por más edad que tengan
las personas y aunque a veces sea el final de un sufrimiento, cuando alguien
muere el vacío que deja es muy doloroso, lo vio en el llanto de la hija y en el
hueco junto al ventanal que acrecentaría todavía más su soledad.
Fruto de su carácter ansioso de pronto sintió
miedo, no quería pensar en las desapariciones, ella no se podía permitir
flaquear en una vida con proyectos inacabados y decisiones que tomar, intentó
coger fuerzas de su débil voluntad y se encomendó al cielo, así que sola en el
metro de vuelta a su trabajo un viernes por la tarde y rodeada de personas
dispuestas a seguir viviendo, dio por terminada una pena que siempre guardaría
en el corazón, adiós Doña María, adiós. Del Padre del Hijo del Espíritu
Santo....
Cuando llegó al consultorio ya estaba allí la mujer del médico. Vivían
en el piso de arriba de la consulta, ella colaboraba con su marido en las citas
de los enfermos y los viernes solía bajar para ayudarla en su trabajo y charlar
un poco. Era una mujer dicharachera y muy agradable, Rosario se disculpó por
llegar un poco tarde alegando problemas de tiempo sin dar más explicaciones, precisamente
ése día hubiese preferido estar sola haciendo su faena y en silencio, pero
cumplió con su obligación sin ningún problema aunque algo más callada que de
costumbre. Agradeció más que nunca el término de la jornada laboral y se
dirigió a su casa ansiosa por llegar.
Salió a las siete de la tarde, no se
encontraba bien, tenía el cuerpo desajustado y notó que sus órganos estaban
confusos y lo expresaban con síntomas de protesta, hacía mucho frío porque el
otoño se desvanecía y Rosario tuvo que sacar todas sus fuerzas para no hacerlo
con él. Se asustó de su malestar, ya en su casa se dio una ducha caliente y
tomó un vaso de leche con una pastilla de sosiego, al rato se encontraba más
relajada aunque muy cansada, pero ya con claridad para pensar. Y pensó en su
madre tan anciana, tendría que llamar a su hermana pero ésa noche no estaba
preparada para recibir cualquier mala noticia, así que decidió que lo haría al
día siguiente. Pensó como siempre en sus hijos pero ésta vez serenamente con
satisfacción y pensó que estaba demasiado agotada para pensar más, así que se
fue a la cama, ésa noche con las manos vacías. Tuvo sueños inciertos y
agitados, otra vez su ansiedad le jugaba una mala pasada, cuando despertó en la
madrugada se encontró perdida y asustada, procuró ahuyentar los miedos buscando
su pequeña radio, unos chicos jóvenes reían con las ocurrencias de los oyentes
insomnes que llamaban en la noche, así que volvió a la vida real, a la
humanidad cotidiana y terrestre de todos los días y se durmió otra vez con
ella.
SABADO
A las seis de la mañana se despertó por la inercia de la costumbre, al
principio algo despistada fue a levantarse pero enseguida reaccionó acordándose
del día en el que estaba, así que maltrecha todavía se acostó otra vez, le
dolían los huesos porque la avisaban del frío que llegaba y se arropó en la
cama para seguir con un descanso que necesitaba. A las diez se encontraba
mejor, tomó el desayuno con una pastilla contra el dolor de cuerpo y otra para
el sosiego, se arregló y como todos los sábados fue a hacer una compra de fin
de semana para ella y para llevarle algunas cosas a su hija.
Efectivamente habían bajado las temperaturas
como ya le avisaron los dolores, abrigada y tirando del carrito que le hacía
más llevadera la carga enfiló la calle hacia el supermercado. Tardó en salir
porque había mucha gente y porque era minuciosa pensando en lo que a cada una
le hacía falta, compró mucho para sus nietas, de vuelta a casa iba pensando en
ellas, tenía ganas de verlas ya, eran unas niñas preciosas que se volvían locas
de alegría cuando llegaba los domingos, a Rosario le gustaba oírlas, “ abuela,
lela”, decían las pequeñas corriendo hacia ella, entonces se le aceleraba el
corazón y de pronto se sentía tremendamente afortunada, en su vida había tenido
dificultades, pero con sus hijos y sus nietas todo se compensaba.
Antes de enfrentarse a la escalera paró un
rato para recobrar aliento, sabía que la subida sería lenta porque ella rodaba
el carrito escalón tras escalón y en los rellanos hacía una pausa necesaria. En
el primer piso salió el marido de Carmen para ayudarla, él fue en realidad el
que le subió toda la compra, Rosario le dio las gracias porque ése día
verdaderamente lo necesitaba, fue entonces cuando el hombre le explicó que
había hablado con su sobrino para ver si podía darle trabajo los miércoles,
pero ya tenían una persona en su casa, aunque le había dicho que hablaría con
un compañero de trabajo que la mujer acababa de tener un niño y sabía a ciencia
cierta que estaban buscando a alguien, “así que en cuanto sepa algo más te
aviso Rosario”.
Una vez en su casa, separó los artículos que
acababa de comprar, los que eran para su uso y los que le llevaría a la hija,
ordenó convenientemente todo y se preparó su comida. El caldo le sentó bien y la
tortilla de verduras le supo a gloria, terminó sus faenas y como todas las
tardes de los sábados se sentó cómodamente delante de la televisión. A ella le
gustaba, entre semana casi no podía verla, pero le gustaba la tele. Volvía a
escuchar las noticias que en la noche había oído en la radio, las películas y
peliculones la entretenía, también los concursos millonarios, el de ésa tarde
fue increíble para Rosario, un concursante se jugaba muchísimo dinero, más del
que ella podía llegar a contar, tenía que acertar palabras, solo falló en una
que empezaba por la A, la definición se refería al nombre de un pájaro y el
muchacho torpemente dijo “ave”, así que su premio millonario voló con el mismo
vuelo de la respuesta correcta, alondra.
Entre películas y concursos se quedó dormida,
estaba descansando, ya por la noche se entretuvo con un debate de política. Los
tertulianos más que hablar chillaban, los de un bando querían convencer al
opuesto que con sus ideas y estrategias podrían llevar mejor la situación porque
el secreto del éxito lo tenían ellos, Rosario pensó que muy bien guardado
porque explicaciones claras y contundentes no exponían y nunca llegaban a poner
el dedo en la llaga, los adversarios respondían que ellos estaban haciendo las
cosas perfectamente y que sus métodos eran los correctos, ella opinaba que
algunos podían estar bien pero que otros eran absolutamente delirantes y tenía
la impresión que daban palos de ciego, así que como jamás se pondrían de
acuerdo en lo fundamental ni llegarían a un pacto de alto el fuego, cambió de
canal. Puso un programa todo corazón dónde un torero desmentía ante un grupo de
periodistas agresivos y detractores de la fiesta, los rumores ciertos de
infidelidades para terminar diciendo casi en llanto que a él lo único que le
interesaba era el arte del toreo, defendiéndolo a capa y espada porque había
nacido para eso y porque tal y como estaban los tiempos, “más cornás da el
hambre”. Era guapo a rabiar con un señorío y un porte que por sí mismo
delataban que era un gran artista, los enemigos de su profesión le debatían con
argumentos razonables las crueldades de una fiesta insensata, pero bellísima
pensó Rosario, una lucha cara a cara con tres armas de defensa antigua y
sangrienta, aunque a ella le sorprendía que la petición de protección por parte
de los detractores argumentando inhumanidad solo iba dirigida al toro, un
animal extraordinario y noble, pero nadie nombraba a las personas que
equivocada y libremente, por una necesidad de dinero y fama exponen su vida,
Rosario pensaba que si declaraban la suspensión de la fiesta solo por el
maltrato al toro el argumento estaba incompleto, el diestro voluntariamente
corre serio peligro de muerte en la plaza, porque aunque sea un acto razonado
también lo es irresponsable, pero por lo visto de eso nadie se acordaba, si
hubiera que prohibirla lo más sensato sería por las dos únicas razones que
existen, el riesgo tremendo y real que una persona pierda la vida y la crueldad
mortal hacia un animal.
Desde que tenía uso de razón oía hablar a su madre de toros de lidia,
caballos de raza y toreros valientes que se quedaron en la plaza, ella misma
vio hacía años en vivo y en directo la cogida mortal de un hombre joven y guapo
como el que tenía delante en la televisión, fue terrible, pero a pesar de ésta
barbaridad y de los argumentos sensatos, las pocas veces que retransmitían una
corrida en la televisión y tenía tiempo no podía dejar de verla, una vez tuvo
la suerte de disfrutar del arte de un torero nacido en su tierra, estaba con la
muleta quieto en el centro de la plaza, balanceaba el cuerpo levemente a modo
de cita, el toro se le arrancó bravío desde el burladero, jugó con él un rato a
los acordes del pasodoble, parecía que bailaba y terminó la faena de una única
estocada certera y fulminante, todo esto sin moverse de su sitio, el silencio
era impresionante pero la gente se arrancaba al unísono sin ponerse de acuerdo
y en el momento preciso. Le gustaban los toreros honrados arrojados y con arte,
la belleza de los animales el colorido la música y toda la parafernalia de ésa
liturgia irracional que sin saber porqué llevaba metida en sus centros.
Cambió otra vez de canal, los tertulianos de
la política seguían en la batalla sin que nadie pidiera una tregua ni llegar a
conclusión alguna. Apagó la televisión y antes de cenar se dispuso a llamar
para preguntar por su madre. Todo tranquilo, su hermana acababa de llegar de la
calle de dar una vuelta de sábado con su marido, todo íba bien, que desde que
ella estuvo en verano en el pueblo, la madre las nombraba continuamente a las
dos, que a veces se entristecía sin motivo ni razón y que casi siempre hablaba
de su infancia taannnn lejana...
Cuando se fue a acostar sintió otra vez la
punzada de la ansiedad, de pronto se venía abajo por cualquier pequeño detalle,
una insignificancia que a ella le hacía tambalearse. Esta vez pensó en su madre
nombrando sus últimos recuerdos y en su hermana querida, en el pueblo
disfrutando una noche de salida con su marido, la soledad el cansancio y los
esfuerzos diarios a Rosario en ocasiones le jugaban malas pasadas, sintió
irracionalmente miedo por todo, angustia por ella y pesadumbre en general, fue
consciente de lo que le tenía y procuró calmarse, así que se levantó para ir a
la cocina a hacerse una infusión de tranquilidad, se la tomó a sorbos lentos y
haciendo el esfuerzo de siempre, tuvo la valentía de coger su pequeña radio con
la predisposición de dormir tranquila, aunque estuviera temblando....le costó
trabajo, pero lo consiguió.
DOMINGO
Después de arreglarse estuvo preparando las cosas que llevaría a casa
de su hija pero antes llamó al hijo. Estaba bien, había logrado un trabajo de
fin de semana y que seguía con su curso de informática dónde decía que se había
hecho de amigos con los que estudiaba y se acompañaban, la madre le dijo que el
lunes le mandaría algo de dinero para que pudiera tirar adelante, el no se lo
negó porque no quería depender de su novia, así que le dio las gracias mucho
más animado, Rosario se quedó más tranquila sintiendo que su hijo estaba feliz
y buscándose la vida con acierto.
Pasó un buen domingo, su hija la recibió con
mucho cariño y como siempre las nietas corriendo hacia su abuela. Almorzaron
todos juntos, su yerno ya estaba mejor y se incorporaba a trabajar al día
siguiente, después de comer el hombre se acostó un rato y se quedaron madre e
hija al cuidado de las niñas. Rosario le contó a su hija bastante suavizado,
que había dejado el trabajo de los miércoles porque la mujer era exigente y la
ponía nerviosa, su hija que la conocía, comprendió que algo le había ocurrido
pero no indagó más porque no quería ni sufrir ella ni que su madre tuviera que
revivir algún acontecimiento doloroso, solo le dijo que lo que ella decidiera
estaba bien decidido, incluso se alegraba que tuviera en la semana un día más
para descansar, que ya estaba bien la cosa.
La madre no le quiso contar que andaba
buscando casa para ése día, cuando llegara el momento ya lo hablarían. Y el
momento llegó antes de lo esperado. Estaban tomando el café de la tarde, su
yerno se entretenía con un ordenador que había instalado en su dormitorio y se
le iban las horas en ése mundo virtual que lo hacía instruirse y evadirse de
tanta realidad como era la de tener una familia que mantener una hipoteca y
trabajar muchas horas de camarero, las niñas estaban tranquilas viendo un
programa infantil en la televisión y fue entonces cuando a Rosario la avisó el
móvil. Era su vecino el marido de Carmen, le decía que al compañero de su
sobrino le parecía muy bien que los miércoles fuera a su casa a trabajar una
mujer con tan buenas referencias, así que le dio el número de teléfono del
contratante para que ella lo llamara y poder llegar a un acuerdo. Fue entonces
cuando Rosario no tuvo más remedio que contarle a su hija con detalle lo que le
pasó con la apología de la santidad. Sin dudar ni un momento ésta le dijo, “llama mamá a ver que te dice y si no
te importa pones el sonido alto que me gustaría ver contigo a quién te vas a
enfrentar, ya no quiero que te mates a trabajar ni que te humillen, que ya está
bien..”, “no me humillan hija, es solo que me canso”, “por eso mamá, por favor
llama y que yo me entere”, la madre hizo lo que su hija le decía.
Al otro lado de la línea la saludó una mujer con voz templada y
agradable, era la dueña de la casa, le dijo que hacía quince días había tenido
un niño y estaba un poco desbordada con la criatura tan pequeña, que le vendría
muy bien un día en la semana que alguien le hiciera una limpieza general y así
quedarse ella con más tiempo para atender a su hijo, vivían en un chalet a las
afueras, era grande y necesitaba ayuda por lo que le pedía para los miércoles
un horario de nueve de la mañana a seis de la tarde, con desayuno y almuerzo
incluidos y cada hora muy bien pagada. La hija le hizo un gesto a su madre bastante
elocuente (madre e hija tenían unos códigos con los que se entendían a la
perfección), así que Rosario reaccionó rápida y le dijo a su interlocutora que
lo iba a pensar y que ya la llamaría. “Mamá trabajas todos los días de la
semana muy duro y por lo que he oído ésta casa está muy bien, tienen buenas
referencias tuyas y tu las tienes de ellos, pero son muchas horas para ti..”,
estuvieron dándole vueltas al asunto, aunque la madre sabía por la expresión de
la cara de su hija que ya había tomado una decisión. Le propuso la novedad
beneficiosa para las dos, que ella joven y fuerte fuera a ésa casa a limpiar y
Rosario a cambio se quedaba con las niñas ése día y que repartirían la paga a
la mitad.
No pudo remediar alegrarse al oír a su hija,
le pesaban ya tantas casas distintas tantas vidas y rostros nuevos, se
encontraba un poco agotada y lo tuvo que reconocer, solo le puso una condición
tajante e inamovible, el dinero de ésa jornada de trabajo sería íntegro para la
casa de su hija, le vendría muy bien esa ayuda para las niñas; como no fuera
así no habría trato. Rosario la convenció diciéndole que estaba encantada, le
serviría de descanso y alegría estar con sus nietas y ayudar así en la casa,
madre e hija sellaron el trato con un abrazo y llamaron a la nueva casa de los
miércoles para entre las dos proponerle a la mujer el cambio, ésta que parecía
sensata y comprensiva enseguida se dio cuenta de la situación, no tuvo el menor
inconveniente, es más le dio la razón a la hija de lo duro del trabajo para
Rosario, así que la esperaba a ella la semana entrante.
Volvía a su casa con una nueva ilusión en su vida, una novedad que la
hacía sentirse más feliz. Tenía completa la semana, los lunes con la señora aún
más sola sin Doña María, el martes con la chica agradecida y feliz, en la mitad
de la semana iría a casa de su hija a cuidar de sus nietas a las que tanto
echaba de menos, los jueves con su señora de nuevo y el viernes descanso por la
mañana y en la tarde el consultorio. Todavía se sentía fuerte pero el pequeño cambio
la alivió. No tenía ganas de conocer a gente nueva de entrar en sus vidas y
sentirlas, le costaba trabajo la suya y sus sentimientos la inundaban, no tenía
necesidad de más.
Cuando se disponía a cenar miró por la
ventana, eran las diez de la noche y la calle estaba casi vacía, los pocos
coches que pasaban y las pocas personas que iban y venían lo hacían con la
prisa propia de la tristeza y la desolación de un domingo por la noche, pero
ella se sentía satisfecha y feliz. Tenía mucho en la vida y daba gracias por
tanto, solo tenía que reflexionar un poco para darse cuenta de lo tremendamente
afortunada que era y lo valoraba. La semana había sido intensa pero ya acababa,
Rosario pensó que ésa misma rutina de los principios y los finales, ese mismo
orden cotidiano y exacto del universo es lo que no hay más remedio que tomar
tal y como viene, las estaciones del año, los meses las semanas y sus siete
días. Son como siete olas que rompen con la fuerza de las mareas, unas más
bravas otras más calmas, pero a todas hay que enfrentarse y procurar vencerlas,
con los pies bien aferrados a la arena mojada, enterrados en ella si es
necesario para que no nos terminen derribando, con el olor a algas y el viento
claro del mar del suroeste.. Del Padre del Hijo y del Espíritu Santo..
A todas nosotras, las mujeres....y a los
hombres que consiguen comprendernos…