Me gusta escuchar. Una buena conversación entre
varias personas con ganas de hablar me chifla. Y si yo consigo hacer como el
que hablo pero no digo nada y me mantengo al margen, con mi único oído derecho
intentando oírlo todo, tomando notas mentales, haciendo historiales personales,
recopilando datos interesantísimos… es decir escuchando con los seis o siete
sentidos que tenemos (el número de sentidos depende de cada persona y del
interés que ponga en vivir…).
A veces no me dejan recrearme y escuchar a gusto
porque enseguida piden mi opinión de esto o de aquello y yo intento
zafarme con unas pocas palabras
banales para poder seguir la trama de la reyerta dialéctica y observar y
aprender y disfrutar oyendo hablar a muchas personas: personas enfadadas,
acaloradas, tristes, preocupadas, enamoradas, desilusionadas, aferradas a la
juventud, trastornadas por el paso del tiempo…
Y veo a contadores de anécdotas reales o soñadas o
inventadas, vendedores de ilusiones, diteros al detall de tragedias, cuenta-cuentos
mecánicos, chistosos patéticos, graciosos sin quererlo, descarados de palabras
y gestos, sacerdotes orondos, malévolos disfrazados de corderos, pastores de
verbos pulcros e intenciones morbosas, idiotas redomados, un poeta de vez en
cuando que es lo mismo que decir un filósofo de vez en cuando, un torero sin
toro, un bombero sin fuegos, un castañero sin castañas, un trianero sin Triana,
un sastre sin metro ni alfileres, un cura que apesta a rapé y no dice más que
misas sin saber porqué, un vaina que se deja en evidencia el solito, un
político que se vanagloria por haberse conocido, un tecnócrata que se acaricia
el ombligo, los cien mil hijos de la gran puta que ríen las gracias de los
singracias, varios sastres modernos que dicen que solo hablan con la Duquesa,
anticuarios de novedades, bibliotecarios de best-sellers, camareros de casetas
de feria, mecánicos de manos negras que fuman cogiendo el cigarrillo por la
punta, cobardes con chaquetas negras que van a pedir dinero prestado con aura
de santurrones, un cultivador de maría, un periodista comprado, uno que sabe
latín, otro que dice que griego, un chaval que vocifera, un inocente que dice
lo que piensa… Para mi toda esta fauna es
coloquial, amigable, compañera.
Pero ando ahora entre gente de la mar. Gentes de
pocas palabras y mucho decir. De ojos con uñas hasta las corneas de tanto
mirar. De una niñez como yo no me puedo ni imaginar pasando frío a bordo de
embarcaciones rastreras. Aún se les nota la rabia en el recio gestos al amarrar
un cabo, parece que siempre estén enfadados.
Se que ahora estoy de suerte, y todas las tardes me siento a tomar el
fresco con mis amigos, ya mas calmados, a la caída de la tarde y nos quedamos
horas y horas mirando al suroeste… es por donde viene el día de mañana. Las nubes
de poniente traen la buenanueva del dios sol que saldrá mañana por el este.
Yo sé que siempre pregunto algo mas de la cuenta y
ellos lo aceptan con socarronería. Son de poco hablar y mucho reír.
Y así voy aprendiendo a vivir.