"Casos Clínicos"

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Sevilla, Huelva, El Rompido, Andaluz.
Licenciado en Medicina y Cirugía. Frustrado Alquimista. Probable Metafísico. El que mejor canta los fandangos muy malamente del mundo. Ronco a compás de Martinete.

martes, 17 de abril de 2018

Un hombre libre.


(Alguna vez tendré que escribir de mi padre. Se que lo tendré que hacer, aunque no me guste. No me va gustar, no).

Escribir de un padre es o muy fácil o muy difícil. Escribir de mi padre es lo más difícil del mundo. Claro, ustedes no lo han conocido como yo, que tampoco lo pude conocer mucho; mi padre no se daba nunca a conocer en el sentido mas metafísico de la palabra (o de la frase).

Era un hombre extraño resultado de una vida extraña que vivía en un mundo demasiado convencional para el. Y era extraño por no decir raro o diferente. Si, mi padre era una persona diferente. No diferente físicamente pues era guapo, apuesto, elegante, serio y si uno se fijaba bien en él empezaba a darse cuenta de lo que quiero decir cuando digo que era extraño. Tenía algo en su presencia que se iba haciendo notar poco a poco aunque estuviera apartado y distante en un rincón oculto por las sombras. Destacaba, sin darle mayor importancia al asunto. Quizá fuera la manera que tenía de mirar. Porque miraba como el científico mira por un microscopio, con curiosidad por encontrar algo diferente o excepcional.

Si hay algo que sé de él es que su mente no paraba un solo segundo, siempre estaba atento a lo que ocurría a su alrededor y siempre analizando el entorno. Era como si tuviera un sexto sentido en analizar el comportamiento humano. Captaba inmediatamente al sinvergüenza, al golfo, al inocente, al listo, al torpe, al amigo y al enemigo. No se equivocaba. Y con las mujeres supongo -me consta- que tendría otro tipo de percepción extrasensorial, pero nunca hablaba de eso. Jamás.

Como digo era extraño en su manera de comportarse. Muy educado y discreto, por supuesto. De pocas palabras, era más de escuchar que de conversar, mas de pensar que de opinar. Mucho más de hacer que de convencer. Su manera de educar siempre fue ejemplar. Si quería que hicieras algo te enseñaba como hacerlo, desde montar en bici, remar contra corriente y hasta pescar una corvina. Mi padre no gritaba, decía las cosas una vez con su tono tranquilo pero directo al cerebro. Daba muy pocas órdenes pero si lo hacía eran ordenes inquebrantables y tenía muy claro que sus hijos lo comprendíamos perfectamente. Confiaba en sus hijos. Por eso estaba tan tranquilo con nosotros.

Era un hombre libre que vivía con su esposa con la que tuvo ocho hijos -por eso vivían con nosotros las tatas- en una casa familiar luminosa, llena de vida, felicidad y amor. Pero era un hombre libre.

Fue un niño criado libre en el campo, con caballos, toros, sembrados, tractores, camiones e incomodidades, pero lo disimulaba muy bien. Cuando se casó se adaptó perfectamente a la vida en la ciudad y se conformaba con poco. Lo recuerdo -siendo yo un niño-  tan feliz con su Vespa y con el 4L azul conde nos metíamos como podíamos.

Era un gran deportista. Desde pequeño jugó al futbol en varios equipos hasta llegar a jugar con el Sevilla FC amateur. Jugaba al frontón y al tenis en Piscinas Sevilla con los toreros. Era un gran pescador y pasaba todo el verano en su barquito de madera con su hermano Manolo disfrutando de el paraíso de El Rompido. Y un excelente tirador tanto en las cacerías del campo como en el Tiro de Pichón, de hecho se hizo profesional para ganar dinero. Ganó todos los premios lo que se podían ganar en aquellos años: Campeón de Andalucía, de España varias veces, subcampeón del mundo individual y Campeón del Mundo por equipos. Nunca dio demasiada importancia a esos títulos. Cuando se aburrió lo dejó.

Otra pasión que tuvo desde joven era la mecánica y los coches. Montó un taller de reparación de frenos de automóviles. Compraba y vendía coches como el que cambia de zapatos. Motores viejos de taxis los reconvertía en motores para barcos. Disfrutaba como un niño chico con cada motor que terminaba. Por supuesto le costaba un dineral esa afición.

Cultivó la amistad como un tesoro. Hasta la hora de su muerte mantuvo cerca a sus amigos de la infancia de Gines (inolvidable Lucas, Ricardo..) o de su juventud. Se sentía igual de a gusto con el Chico La Rumba en un colmao de Triana que con el Conde de Teba en Somontes en Madrid. Era aristócrata de cuna, por lo tanto profundamente respetuoso y discreto.

Tocaba la guitarra con sensualidad, acariciando las cuerdas de donde brotaban notas y acordes que siempre llegaban al alma de quien escuchaba. Su voz cuando cantaba era un susurro, un mensaje armónico que el sabía dirigir a la dama elegida por arte de magia. Esa era su debilidad.

Ahora, veinticuatro años después de su repentina muerte con 64 años pienso en como lo podría definir con pocas palabras. Sinceramente creo que una vez alcanzada su madurez y su independencia económica hubo pocos días que no hiciese lo que le diera la real gana.

Era un hombre libre.

lunes, 9 de abril de 2018

La Genética.


Una buena noticia y otra mala.

La buena noticia:

En el mundo estamos a día de hoy chispa mas o menos unos 7.600 millones de seres humanos. Y todos tenemos impreso en nuestras células un código genético -que es como un código de barras con rayitas blancas y negras- qué, aunque son absolutamente individuales para cada uno de nosotros los humanos, son muy parecidos entre sí. A mayor parentesco, más trozos de código de genético iguales. Por eso se estudia el código genético para identificar a padres, hijos, hermanos, y hasta el parentesco de varias generaciones de individuos.

Sucede así porque una copia del código genético de nuestro padre se mezcla con una copia del de nuestra madre y de esa suma aparece nuestro propio código genético -o genoma- con genes propios (pequeños trozos del código de barras cargados de información) que nos aportan el color de la piel, el de los ojos, el pelo, etcétera, aparte de la tendencia o no para padecer algunas enfermedades hereditarias.

En los códigos genéticos no hay clases sociales. No existen unos genomas mejores que otros, ni más fuertes, ni más largos, ni más bonitos; no existen genomas azules, ni blancos, ni negros, ni rojos, ni amarillos. Los genes no entienden de razas ni de naciones ni de nacionalismo, mucho menos de religiones o de políticas. Geneticamente solo somos hombres o mujeres.

Además a nivel genético todos somos emigrantes. Todos provenimos de unos grupos de homínidos que huyendo de la calor -supongo- cogieron carretera y manta y se dispersaron en grupos por Europa y Asia y fueron formando pueblos distintos. Casi todos tenemos en nuestro código de barras un restito del genoma de aquellos hombres de Neandertal tan simiescos ellos.

Lo peor que le puede pasar a nuestro genoma es la endogamia: la reproducción de forma repetida entre parientes que comparten código genético en mayor o menor grado, pues favorece la aparición de alteraciones genéticas y aumenta el riesgo de transmisión de enfermedades hereditarias.

Esto se ha estudiado en determinados grupos y pueblos aislados de Finlandia e Islandia, Persia, Pakistán, India (sobre todo los romaníes o gitanos) y en el laboratorio se ha comprobado con muchos animales e insectos.

También han sufrido (y sufren) los efectos de la endogamia las familias reales europeas, muy dados a casarse entre parientes. Hay ejemplos para dar y tomar.
El antídoto contra la endogamia es muy fácil: incorporar códigos genéticos diferentes (sangre nueva de mujeres o de hombres) para “refrescar” el genoma endogámico perturbado. Es lo más sensato y lógico.

La mala noticia: La educación no se transmite con los genes.

PD: Y mira que había gente donde elegir…