(Alguna
vez tendré que escribir de mi padre. Se que lo tendré que hacer, aunque no me
guste. No me va gustar, no).
Escribir
de un padre es o muy fácil o muy difícil. Escribir de mi padre es lo más difícil
del mundo. Claro, ustedes no lo han conocido como yo, que tampoco lo pude
conocer mucho; mi padre no se daba nunca a conocer en el sentido mas metafísico
de la palabra (o de la frase).
Era
un hombre extraño resultado de una vida extraña que vivía en un mundo demasiado
convencional para el. Y era extraño por no decir raro o diferente. Si, mi padre
era una persona diferente. No diferente físicamente pues era guapo, apuesto,
elegante, serio y si uno se fijaba bien en él empezaba a darse cuenta de lo que
quiero decir cuando digo que era extraño. Tenía algo en su presencia que se iba
haciendo notar poco a poco aunque estuviera apartado y distante en un rincón
oculto por las sombras. Destacaba, sin darle mayor importancia al asunto. Quizá
fuera la manera que tenía de mirar. Porque miraba como el científico mira por
un microscopio, con curiosidad por encontrar algo diferente o excepcional.
Si
hay algo que sé de él es que su mente no paraba un solo segundo, siempre estaba
atento a lo que ocurría a su alrededor y siempre analizando el entorno. Era
como si tuviera un sexto sentido en analizar el comportamiento humano. Captaba
inmediatamente al sinvergüenza, al golfo, al inocente, al listo, al torpe, al
amigo y al enemigo. No se equivocaba. Y con las mujeres supongo -me consta- que
tendría otro tipo de percepción extrasensorial, pero nunca hablaba de eso. Jamás.
Como
digo era extraño en su manera de comportarse. Muy educado y discreto, por
supuesto. De pocas palabras, era más de escuchar que de conversar, mas de pensar
que de opinar. Mucho más de hacer que de convencer. Su manera de educar siempre
fue ejemplar. Si quería que hicieras algo te enseñaba como hacerlo, desde
montar en bici, remar contra corriente y hasta pescar una corvina. Mi padre no
gritaba, decía las cosas una vez con su tono tranquilo pero directo al cerebro.
Daba muy pocas órdenes pero si lo hacía eran ordenes inquebrantables y tenía
muy claro que sus hijos lo comprendíamos perfectamente. Confiaba en sus hijos. Por
eso estaba tan tranquilo con nosotros.
Era
un hombre libre que vivía con su esposa con la que tuvo ocho hijos -por eso vivían
con nosotros las tatas- en una casa familiar luminosa, llena de vida, felicidad
y amor. Pero era un hombre libre.
Fue
un niño criado libre en el campo, con caballos, toros, sembrados, tractores,
camiones e incomodidades, pero lo disimulaba muy bien. Cuando se casó se adaptó
perfectamente a la vida en la ciudad y se conformaba con poco. Lo recuerdo
-siendo yo un niño- tan feliz con su
Vespa y con el 4L azul conde nos metíamos como podíamos.
Era
un gran deportista. Desde pequeño jugó al futbol en varios equipos hasta llegar
a jugar con el Sevilla FC amateur. Jugaba al frontón y al tenis en Piscinas
Sevilla con los toreros. Era un gran pescador y pasaba todo el verano en su
barquito de madera con su hermano Manolo disfrutando de el paraíso de El
Rompido. Y un excelente tirador tanto en las cacerías del campo como en el Tiro
de Pichón, de hecho se hizo profesional para ganar dinero. Ganó todos los
premios lo que se podían ganar en aquellos años: Campeón de Andalucía, de
España varias veces, subcampeón del mundo individual y Campeón del Mundo por
equipos. Nunca dio demasiada importancia a esos títulos. Cuando se aburrió lo
dejó.
Otra
pasión que tuvo desde joven era la mecánica y los coches. Montó un taller de reparación
de frenos de automóviles. Compraba y vendía coches como el que cambia de
zapatos. Motores viejos de taxis los reconvertía en motores para barcos.
Disfrutaba como un niño chico con cada motor que terminaba. Por supuesto le
costaba un dineral esa afición.
Cultivó
la amistad como un tesoro. Hasta la hora de su muerte mantuvo cerca a sus
amigos de la infancia de Gines (inolvidable Lucas, Ricardo..) o de su juventud.
Se sentía igual de a gusto con el Chico La Rumba en un colmao de Triana que con
el Conde de Teba en Somontes en Madrid. Era aristócrata de cuna, por lo tanto
profundamente respetuoso y discreto.
Tocaba
la guitarra con sensualidad, acariciando las cuerdas de donde brotaban notas y
acordes que siempre llegaban al alma de quien escuchaba. Su voz cuando cantaba
era un susurro, un mensaje armónico que el sabía dirigir a la dama elegida por
arte de magia. Esa era su debilidad.
Ahora,
veinticuatro años después de su repentina muerte con 64 años pienso en como lo
podría definir con pocas palabras. Sinceramente creo que una vez alcanzada su
madurez y su independencia económica hubo pocos días que no hiciese lo que le
diera la real gana.
Era
un hombre libre.