Mi hermana Lourdes escribe:
¿QUE ES UN AVIÓN?
Antes una confesión. Pensaba poner
instantáneas de mi vida en estos sesenta años recién estrenados, pero no puedo;
me resulta demasiado feliz y demasiado doloroso y no tengo el cuerpo para
aguantar tanto, así que explico lo que para mi es un avión que es un medio de
transporte que he descubierto en esta edad, y es que confieso con orgullo que
soy una chiquilla de barrio (de Nervión) y he vivído más de media vida en
pueblos, soy lo que se dice una cateta de CAMPEONATO que es una palabra que en
mi casa se usaba mucho y se ganaban casi todos...
Un avión nos lleva y nos trae en un
santiamén a los lugares más remotos del planeta. Es un tubo de metal con forma
aerodinámica y unas turbinas o motores potentísimos que hacen que remonte el
vuelo y no tengo ni idea porqué motivo lo hace, pero lo hace. Antes de entrar
en el aparato hay una liturgia previa que a mi me pone de los nervios y me hace
muy feliz a la vez: hacer la maleta, llegar al aeropuerto, etcétera.
En los aeropuertos yo me siento muy
moderna, como si fuera una artista de cine, además me visto para la ocasión y
llevo gafas de sol aunque llueva porque me da la gana; presentamos los papeles
y pasamos un control donde me quito las botas, porque si es invierno también me
pongo botas que visten mucho, si es verano unos espartos bien altos que también
me los hacen quitar no vaya a ser que lleve en la suela un arma de destrucción
masiva. Pasados el arco de los metales y todas las maletas por el túnel ese,
entramos en una zona que es tierra de nadie, si, yo no lo sabía, pero al pasar
el control y sellar la tarjeta de embarque (aunque no vamos en barco se llama
así), atravesamos automáticamente la frontera para instalarnos en una especie
de limbo donde las tiendas son muy caras, el café muy malo y la sensación de
nudo en el estómago propia de los estados extraños que se deben tener en los
limbos.
Pasamos por un túnel directos al
interior del avión, en la puerta una azafata sonriente y distante saluda en
cualquier idioma, he volado con tres compañías, españolas, francesa e inglesa,
las tres azafatas tienen la misma sonrisa que a mi no me termina de tranquilizar
ni de convencer, yo es que pienso que ella está tan asustada como yo, pero no
dejo de mirarla en todo el vuelo a ver si cambia su semblante... nunca lo hace.
Sí es cierto que en cuanto ya hemos entrado todos y el avión coge carrerilla, se
sienta se amarra y se le pone una cara de aburrimiento que no puede con ella,
así sigue todo el vuelo, mientras nos enseña a ponernos un flotador por el
cuello y tirar de una cuerda para que se infle, aunque en el caso que fallara
este dispositivo, nos dijo la señorita sin inmutarse que soplásemos por el
boquete hasta inflarlo, así que yo me veía el avión cayendo y tranquilamente
encontrando el boquetito para soplar... aire… También nos enseña las máscaras
de oxigeno y dice que hay cuatro puertas de emergencia, yo no he visto nunca
ninguna, después pasa un carrito con zumos, agua café o galletas, yo no abro el
pico porque cuando me subo en estos aparatos me quedo sin habla, cierro los
ojos mucho y me quedo muy quieta, no lo llevo tan mal, no creais…
Noto perfectamente el despegue
porque una sensación de vacío me llena el cuerpo, me mareo un poco y se me
taponan los oídos, luego se me pasa y es cuando más quieta me quedo. Las
turbulencias son unas cosas inevitables que me hacen perder el aliento y
ponerme muy tensa, pero sigo sin decir ni esta boca es mía, algunas son
fuertes, más fuerte soy yo, pienso, ¿quién va a poder más, este aparato
infernal o yo?, puedo yo porque no se me siente ni respirar.
Pasa el tiempo y yo suelo pensar en
mi vida porque volando por los aires a muuuchos metros de altura, a una
velocidad de vértigo y con unas temperaturas infames, no tengo más remedio que
repasar mi existencia porque es lo normal.
Noto perfectamente cuando el avión
empieza a bajar porque me vuelvo a marear, a mi me pasa, pero ya me voy
tranquilizando aunque nadie me nota nada, bueno, mi santo sabe que no me puede
dirigir la palabra y ya está. Empiezo de reojo a ver la tierra cercana, ¿Saldrán
las ruedas bien?, Lourdes, no pienses eso.... puuummm ruido de las ruedas, ole
ole y al momento brronmmm, estamos en la pista.
En ese preciso instante salgo de mi
estado "modo avión" y ya soy la Lourdes de los aeropuertos, me vuelvo
parlanchina, "que buen vuelo ¿verdad Manolo?", el se tira de risa; y
si voy sola saludo a mi compañero/ra al que no le había visto ni la cara. Me
pongo de pié con cara de triunfo, enciendo el móvil y me pongo las gafas de sol
llueva o no...
Gracias aparatos infernales que me
llevas con mis amores y me los traes a casa. Amén.
Y yo escribo:
Amen, querida hermana, Amén...
No se puede escribir mas bonito, mas agradable y mejor que tu lo haces, que arte más grande tienes explicando tus sentimientos (que son los míos, los nuestros...).
Te voy a contar mi primera experiencia en avión. Tendría yo unos quince o dieciséis años y creo que era el mes de diciembre. Había tenido yo un pequeño problema de presencia física con la Academia IFAR en la que cursaba mi primer COU y por una fatalidad del destino aquel conflicto de intereses llegó a oídos de papá, por lo que se molestó algo cuando el director y tutor de mi curso lo llamó para decirle que agradecía mucho la mensualidad que abonaba religiosamente pero que le agradaría conocerme en persona. De modo que de un día para otro me ví montado en un Talgo en dirección a Madrid adonde mamá me envió astutamente esperando que a mi progenitor se le pasara el cabreo... (yo creo que estaba enfadado más por haber tenido que hablar con este buen señor que por mis estudios... el sabía que yo terminaría aprobando...) Total, que a casa de tía Delia y tío Jaime, unas vacaciones antes de Navidad que no olvidaré en mi vida lo bien que lo pasé en los madriles con la prima Delia, su pandilla de amigas y amigos... prometo contar pronto tantas cosas como me pasaron en esos diez o doce días que me cambiaron la forma de ver la vida, en serio. Bueno pues los buenazos de nuestros queridísimos tíos Delia y Jaime hicieron una buena labor de conciliación y convinieron mi regreso el día 23 de diciembre. En avión.
Fue el bueno de tío Jaime el que me llevó al aeropuerto y me dejó al pie de la escalerilla de una aeronave de Iberia en la que se leía perfectamente su marca: Carabel... El Carabel era mas o menos como una camioneta de Damas, pero con alas. Tenia dos motoracos en la parte de atrás que chorreaban aceite negruzco y pegajoso con olor a chamusquina y que sonaban como dos fuerabordas arrancados fuera del agua. Subí una escalerilla metálica, un estrecho pasillo y dos asientos a cada lado, una azafata me indicó mi asiento, ventanilla sobre el ala de estribor. A mi vera se sienta un hombre mayor (eso me pareció) vestido con ropas de campo y boina. Cierra los ojos y se queda frito.
El damas, perdón, el avión comienza a moverse, se enfila en una recta, mete mano a correr haciendo un ruido espantoso que yo creí que reventaban los aceitosos motores y de pronto se despega de la tierra para subir mu despacio, como si le costara la misma vida... Yo entré en un ataque de pánico brutal: ¡que contra hago yo subido en este artefacto Dios mio..! ¡Con lo a gusto que se va en el tren tan pegadizo a tierra y tan chucuchucuchú! El avión no paraba de subir como si le fuera la vida en ello, el ruido era terrorífico, sonaban chasquidos metálicos y parecía que los motores se iban a calar como si tuvieran perla en las bujías, que yo lo sabía por el ruido de mi moto...
El Terror autentico no tardó en llegar cuando al poco se encendió un cartel de advertencia diciendo que no se nos ocurriera soltarnos las cinchas de las piernas y la barriga y una azafata con cara de jindama dijo que habría "turbulencias"... y se volvió sentar y a trincarse bien. Mi vecino roncando el gachó. Las turbulencias eran como estar dentro de una coctelera caprichosa, venga de caer a plomo unos segundos interminables, frenazo en seco y otra vez ganar altura para volver a temblar como una matraca, que yo miraba a las alas y os aseguro que las veía doblarse como si fueran de plexiglas, arriba y abajo una y otra vez... Yo rezaba más que nunca en mi vida. En uno de estos baches aéreos especialmente atroces, mi vecino se despertó bostezando y se quitó dos o tres legañas tan tranquilo.
Que cara no me vería de espanto y de pavor que me dijo: "Tranquilo niño, que esto eh los mas normá der mundo... no pasa naaa..." ¡Ese acento lo conocía yo Dios mio! "¿Donde va usted?" le pregunté por decirle algo y hablar y olvidarme de la muerte segura que me esperaba de un momento a otro... "¿Donde voy a iii?... a Sevilla.." Esa forma de pronunciar la elle... Antes que yo siguiera hablando empezó a relatarme: "Esto no es na de na, lo fuerte son las tormentas de Daka y de por allí por Africa... Y los días de olaje fuerte en la mar... Ya mismo estamos en tierra y ya mismo estoy yo en Lepe..." Cuando dijo Lepe se me saltaron las lágrimas y tuve que volver la cabeza para la ventanilla: ¡tierra, estábamos cerca de la tierra..! Al momento parece que paró la matraca y la azafata dijo que íbamos a llegar a Sevilla. Yo lloraba a moco tendido de alegría. El atraque, perdón, el aterrizaje nunca lo olvidaré y cuando el navío se detuvo y bajé por la escalerilla del aeropuerto sevillano de San Pablo hice un gesto que los Prelados me han copiado innumerables veces: besé el suelo con devoción.
Por supuesto me despedí de mi patrón lépero con un fuerte abrazo.