"Casos Clínicos"

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Sevilla, Huelva, El Rompido, Andaluz.
Licenciado en Medicina y Cirugía. Frustrado Alquimista. Probable Metafísico. El que mejor canta los fandangos muy malamente del mundo. Ronco a compás de Martinete.
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jueves, 4 de septiembre de 2025

Agosto 2025

Terminó el veraneo recurrente rompiero de dos meses y ya estoy en la capital de Andalucía por mucho que le duela a los que le duele que esta bendita ciudad- Sevilla- sea tal y como es, es decir, como los sevillanos queremos que sea y ni una palabra más. 

El agosto playero ha sido un mes tranquilo para mi. El Huevofrito escacharrado nos ha impuesto a la familia un día a día que me ha recordado a los veraneos de mi infancia muy dependientes de las mareas para el baño sin fango (o con fango). He vuelto a mirar a la luna todas las noches y a la ría todos los días. Y he disfrutado de las corrientes y los vientos que rolan y mueven los barcos fondeados en digna lid de a ver quien puede mas y los perfila rumbosos. 

 Mis nietas son peces de luz, creo que tienen branquias y respiran bajo el agua y cuando salen luminosas de sal y riéndose veo princesas angelicales que se ríen de mis miedos y me tranquilizan con su sabiduría y su valor, que quizá yo he olvidado que tuve algún día. Les regalé hace años una tabla inflable que amarran en lo hondo a la popa de una patera y suben y se tiran tres trillones de veces seguidas sin cansarse. Los dos pequeños juegan en la orilla a ser mayores y ya van surfeando olas imitando a su padre. Y yo camino indiferente y me baño en mi ría fangosa cada día más orgulloso de estar allí y de repetir lo mismo desde hace más de no se cuantos años, muchos. 

También hemos recorrido -buscando baños distintos- chiringuitos costeros tanto de la costa El Rompido-Punta Umbría, como del Algarve cercano. Ganan por goleada los lusitanos en servicio, atención al comensal, cocina y limpieza. Es una pena lo mal que tratamos a los clientes de restauración en la Costa de la Luz, pero eso es otra historia. Y la basura de nuestras playas y la falta de urbanidad es la misma historia. Educación desde la infancia, programas educativos sociales continuos en los medios de comunicación, menos series gamberras y mas lectura señores, que se están ustedes quedando atrás con tanto cubata y tanto porro. ¡Y no me tiren las colillas a la arena por favor! ¡Y vamos a hablar sin gritar, coño, que los que tenemos audífonos nos los tenemos que quitar del ruido infernal! 

Bueno. Mucha piscina de la “urba” -como dicen los jóvenes- también ha habido. Es mi gimnasio donde ando contra el agua sin meter la cabeza que el cloro es enemigo de mis pobres oídos y hago aguayin personal a mi manera que me sienta estupendamente. Tenemos un chiringo piscinero que pone los botellines helados de verdad y que le hemos dado mucha caña agosteña. En la barbacoa comunal arroces se han degustado varios. Yo hice uno con conejos, perdices y zorzales. Soy raro. 

Y así día a día ha ido pasando agosto, saliendo poco por las noches al pueblo porque se llena de “comegamgas” (es una broma que gastamos entre nosotros) hasta unas cantidades verdaderamente impensables hace algunos años. Me alegro muchísimo por los restaurantes de mis amigos que llenan todos los días y tiene cola para sentarse y le dan dos o tres pases a cada mesa. Algunos advenedizos se vienen arriba en verano y se ponen tontitos si les pides una mesa como favor y te quieren perdonar la vida… ya llegará el invierno, criaturas mías. 

He leído mucho, un poco sin orden ni concierto, pero un libro me ha turbado: “A cuatro patas” . No lo recomiendo. Spotify con cascos, le he dado un buen repaso a mis clásicos, hásta he hecho unas listas de esas de compartir. 

Resumiendo, que es gerundio. Mes de agosto caluroso, bullicioso, ruidoso, pero que ha sido un buen mes para descansar y completar un verano que ha transcurrido sin incidencias, al menos que se puedan y deban contar en estas páginas. 

 A por septiembre.

sábado, 2 de agosto de 2025

Julio 2025

Cada año me vengo antes a veranear a El Rompido huyendo de las calores y del agobio veraniego de la capital. Es un premio que me impongo como autónomo currante de sesenta y nueve tacos (01/07/1956) sufridor de diez meses de trabajo a destajo yendo de una a otra consulta con mis motos eléctricas de alquiler haga calor o haga frio, llueve o diluvie, para ver a mis queridos pacientes o visitarlos en el Hospital si están ingresados. 

 Este año me vine a la playa a finales de junio y aquí sigo felizmente prisionero de esta cautivadora luz choquera, de este sol veraniego, del fresco foreño cuando salta, preso del vaivén de las mareas de la ría purificadora, del fango de mi infancia y de los días largos como mangas de jerséis dados de sí. 

 El mes de Julio ha transcurrido plácidamente. Pocos veraneantes entre semana, lo que hace de este bendito rincón de Huelva un paraíso de paz y tranquilidad ideal para dar largos paseos por la marisma y entre los pinares de la forestal, o bien detrás de una pelotita por los campos de césped bien cuidados. 

 Yo soy más de caminar por la playa solitaria, saludando y pegando la hebra con las gaviotas confidentes que me cuentan como han pasado el invierno, insultado por charranes pendencieros y chillones, jugando al esconder con los correlimos y -como Alfonsina- metiéndome en el agua y dejándome llevar por el oleaje hasta que el cuerpo se me arruga y se me salan las meninges. 

 Para tranquilizar mi conciencia “laboral”, he despachado consultas médicas por las mañanas durante dos o tres horas de lunes a jueves, bien por video, teléfono, correos, haciendo informes de pruebas pendientes y recetas, resolviendo dudas, explicando diagnósticos y aconsejando tratamientos, actos médicos que se puedan realizar sin consulta presencial. Esto me mantiene activo y me obliga a mantener mi disciplina profesional (y me aporta sustento suficiente para convidar a mi familia cada vez que me salga del alma, que mi alma es espléndida por cierto…). 

 Mis nietos Celso (5) y Esteban (3) cuando se despiertan les encanta venirse cada mañana a casa (sus padres teletrabajan también) y me amenizan las consultas con sus preguntas casi imposibles de contestar mientras se comen sus melocotones o paraguayos y a la vez pintan acuarelas en un cuaderno o la guapa abuela les enseña a jugar al dominó y luego les cuenta un cuento de piratas y tiburones. 

 A media mañana o por las tardes el afamado Huevofrito nos lleva navegante al baño diario a la otra banda, paraíso familiar donde mis hijos y mis nietas Celsa (14); Leonor (12) y Ana (10) no paran de tirarse cabeza desde la borda mientras el paseante solitario se va a reflexionar de lo divino y humano, es decir: a esperar ansioso que llegue la hora de la cerveza que espera helada en la nevera del barco.

 Antes del sol alto y gordo regresamos al pantalán buscando sombra, baño en la piscina (yo me quedo con la sal) y cervezas con “ratita” en El Vertical. 

 Tristemente desde mediados de julio el motor del Huevofrito decidió pararse y está en el dique seco esperando diagnostico. Algo electrónico dicen. Si alguien entiende de fueraborda Evinrude 90 cv E-TEC de 2 tiempos, se agradecen consejos. 

 Leo mucho a diario: periódicos varios, artículos que busco, un par de libros en la mesilla de noche, dudas raras que pregunto a chatGPT; pierdo mucho tiempo viendo bobadas en YouTube; veo o reveo alguna película interesante en la tele; escribo poco, no se si por pereza o por falta de imaginación, creo que estoy perdiendo esa facultad escritora, si alguna vez la tuve. 

 Por las tardes, después de una buena siesta y un baño reparador en la ría (el Gin Tonic de la Pezera es insuperable), me acerco al Restaurante Paseo Marítimo de mi amigo Joaquin Ceada -hombre de pocas palabras, malajoso- y me siento a su lado con una cerveza por delante a curiosear como se pone el sol y admirar como se tiñe el lubrican de colorines pastelosos que se reflejan en la ría pintando un cuadro distinto cada día. 

 Cuando llega la noche y salen las estrellas y se encienden las luminarias de los restaurantes freidores y planchadores de pescados y mariscos, este que está aquí se va derechito a su casa -ya tomado el fresco de birras barrigonas- y se sienta en la terraza con su señora a tomar unas tapitas a la luz de una vela, mientras van apareciendo una tras otra las nietas para ser condecoradas por su abuela con collares y abalorios que lucirán como princesas en la plaza del pueblo. 

 A la cama temprano, lectura obligada hasta que el cuerpo aguante antes de nana coco… y Jesusito de mi Vida. 

 Este ha sido más o menos mi mes de julio rompiero. Gracias a Dios sin incidencias. Lo del Huevofrito es una molestia, pero todo lo que se pueda arreglar con dinero no tiene precio. 

Sé lo que digo. 

 ¡A por Agosto!

jueves, 5 de septiembre de 2024

LA RIA Y SUS MAREAS. La esencia del Rompido

Cuando empieza a vislumbrarse claridad por levante y empieza a asomarse la bola naranja por encima de Punta Umbría, nuestra ría se sonroja de vergüenza por lucir tan bonita y en las dunas de la otra banda donde todavía esta fresca la arena se reflejan los primeros diamantes de luz de millones de granos del más fino cristal, un tesoro inagotable que hemos podido apreciar los que hemos amanecido allí alguna vez...

 

El agua adormilada comienza a despertar y se va vistiendo de colores a la par que el cielo se ilumina. El fresco viento del norte está dejando la ría perfumada de aromas de pinos y eucaliptos. Después, cuando se va calentando la orilla los barriletes se desperezan enseñando sus armas, asoman las gusanas arbiñocas sus bigotes por las cerraduras y los longuerones desenvainan sus falos carnosos.

 

Un zarapito agujerea el fango con precisión de cirujano, el curri-curri corretea dibujando un acertijo y empiezan las gaviotas a chillar pidiendo comida.

 

Sobre las faldas de las dunas recién peinadas van arañando las curianas un perfecto rail hasta las matas de verde jara. Una culebra pasa indolente y silenciosa y se enrosca en la solana para atrapar energía. Los gazapos se aventuran con miedo a salir de las madrigueras y roen sus primeras raíces del día.

 

No muy lejos los primeros runrunes de los motores de los pesqueros buscando la boca de la barra rompen el silencio natural de la desembocadura del Rio Piedra.

 

Ya los charranes se tiran de cabeza buscando hilos de plata bajo el agua transparente. En los bajos se pasean los robalos, las bailas se amontonan y como siempre rebullen de alegría, los chocos se molestan de tanta algarabía y se marchan enfadados cambiando de color.

 

Se va calentando el agua y la corriente ordena el fondo fangoso poniendo a cada uno en su sitio, las mojarras, las herreras, los roncaores, los sargos y las doradas buscan cangrejillos y gusanos, alguna solitaria corvina con ganas de pelea barbea el fondo y traga crustáceos, un pejesapo feo como un rano abre una enorme boca y traga sin cuidado todo lo que se mueva, un lenguado aplastado se despega del fondo y se escurre por la arena dorada, el aguamala borbotea transparente contra corriente. Empieza a subir la marea llenando los caños de vida, la marisma de aromas y las playas de alegría.

 

Ahora está el sol aplomado en lo más alto y la arena fina refleja orgullosa tanta luz que daña la vista. En la hora de la siesta.

 

Cruzando la carretera, en los cabezos de tuneras almendros e higueras, se desgañitan las chicharras con ese zumbido elitroso que llega desde todos los pinos de la forestal donde las marabujas se tuestan y adornan los carriles polvorientos.

 

Los pájaros se refugian a la sombra de las más apretadas ramas. Un lagarto verde y grande se asoma por debajo de una lasca y se vuelve a esconder asustado.

 

Bajo los pinos corre una brisa especial, la que trae el fresco viento del suroeste, aire de la mar salado y marinero, viento propicio para empujar los grandes trapos de los antiguos velachos con aquellas velas latinas y cangrejas que -en mi memoria de niño boquiabierto- todavía veo voltejear y trasluchar bien cargados con la pesca de varios días de faena remontando el río hasta llegar a El Rompido.

 

Se calentó la tierra y una térmica hace que sople con fuerza el viento foreño encrespando la superficie del agua que se agita salpicando a los navegantes.

 

Al atardecer la ría recupera su armonía de sonidos y su paleta de colores La corriente se lleva el agua otra vez a la mar la dejando la orilla empapada y a la vista el fango y sus entrañas.

 

Con el cambio de la marea empieza a amainar el viento. Se queda la ría como un espejo plateado donde se refleja la antigua Almadraba atunera.

 

Sinfonía del agua al desaguar tantos caños, al acariciar las proas de los barcos fondeados, al lamer las riveras y orillas que se van quedando húmedas y blandas mostrando por levante de nuevo las playas de ensueño y los bajos relucientes.

 

Da gusto observar la ría a la caída de la tarde cuando esta tranquila la marea. El agua se templa de paz y se calla, solo se oye un rumor de cangrejos en la orilla deshollinando sus agujeros.

 

Huele a salitre, a ostiones, a fango, yo sigo oliendo el olor a pescado seco colgando de los obenques de los pesqueros, huele a madera gastada a brea y algas.

 

Un marinero arrugado boga pausadamente en una vieja patera sin romper el agua casi con el milagro artesanal de los remos y toletes de madera y los estrobos de cuerda. Ya están calando trasmallos desde sus botes mis amigos de la infancia.

 

Ahora regresan de la mar por la boca de la barra los pesqueros rompieros enturbiando el fondo arenoso y las gaviotas -compañeras oportunistas- rastrean los despojos de las redes y se pelean como corraleras.

 

Vuelven las limícolas a correr por las orillas metiendo los zancos en el nutritivo barro. Los patos vuelan muy alto en colleras y formando una uve pasan las espátulas y flamencos camino de su dormitorio. Las lisas se asoman sacando los morros para ver atardecer.

 
La luz se va despidiendo como protagonista del día, El sol parece que no se quiere ir: esta es mi hora preferida, parece decir y me manifiesto como quiero.

Es tan presumido este sol de por la tarde que le gusta que lo miren y nos permite mirarlo cara a cara. Aquí alumbro en naranja, allí en rojo, esta nube la pinto corinto y aquella blanca y celeste tiñendo de colores el poniente.


Pero se va dejando caer lentamente allá por detrás de El Terrón y parece que suena una música que brota del agua cuando el sol se esconde tan redondo dejándonos perplejos.

 Entonces empiezan a piar todos los pájaros escondidos en los árboles, parece que se den explicaciones de todo lo que han hecho durante el día.

 Al anochecer se entristece de gris el agua en la superficie, pero se llena de vida y movimiento por los adentros.
 

Viene de nuevo otra marea, ahora más callada y tímida.


Se enciende el faro automático y las farolas alumbran las calles, encienden sus luces (abren sus fauces voraces) los bares y el pueblo huele a gambas y frituras mientras los niños juegan en esta plaza o en el paseo donde, pueden montar en bicicletas.

 

Aunque la noche oculta los colores de la ría, en mi niñez, desde mi cama, seguía viendo en tecnicolor la arena blanca con destellos arco iris, la retama verde, la playa de mil tonos azules, ocres y con espumas nacaradas bajo un cielo azul marino.


 

Con este recuerdo, cada día de mi verano en El Rompido, me voy quedando dormido.

domingo, 6 de agosto de 2023

Veraneo 2023

 Este año nuestro veraneo -de María José y mío- está siendo especial. Estrenamos apartamento y alargamos la estancia rompiera desde primeros de julio hasta final de agosto. Cosas de la edad y del merecido descanso (nos dicen los hijos...) Yo me lo creo y disfruto en tan buena compañía cada día de este largo y relajante veraneo.

El cambio de ubicación ha sido un éxito rotundo para nosotros los abuelos, ahora con mayor independencia y privacidad, unido a la vecindad con nuestros hijos Ana y David (yo le digo "mi compadre") Celso y Paloma, con los cinco niet@s, que a tiro de silbido yiuii, yiuii aparecen por todas partes como si surgieran de la lámpara maravillosa, siempre buscando a su guapa y joven abuela María José, sobre todo el pequeño Esteban, que parece que tiene un imán con su "Aba"...

Una piscina enorme a la que casi puedo saltar desde mi terraza y el chiringuito familiar "El Vertical", con helados botellines sanadores y reunidores de acólitos -tertulia de majaretas ya casi imprescindibles en mi día a día- como no puede ser de otra forma en este Rompido de mis entrañas...

Seguimos disfrutando en familia del Huevofrito para el baño diario en la Punta de la Barra, mágica playa con poderes terapéuticos salutíferos que aprovecho desde hace miles de años para practicar una mezcla de ejercicio aeróbico caminando mientras a la vez hago mindfulness, yoga, naturismo y búsqueda de tesoros preciosos que nos ofrece la naturaleza: sonidos relajantes, colores mágicos, conversaciones con las gaviotas, correlimos y charranes, baños en solitario o bien con mi santa, rodeado de niet@s que parecen peces que surgen de las olas por todas partes requiriendo atención en cada zambullida. 

Los paseos en bajamar nos permiten además explorar en familia los bajos arenosos de cien colores ocres parcheados de charcos y golas de albercas naturales donde mis nietos Celso y Esteban disfrutan "nadando" sin peligro mientras Celsa Leonor y Ana con sus tablas se están iniciando en el surf, son unas sirenas maravillosas... 

Si hay pleamar por las tardes, nos bañamos en la playita delante de La Pecera, las niñas sacan la tabla de padle-surf y reman navegando las olitas de los barcos, y yo aprovecho para darme mi baño arcano en las aguas salobres de la ría.

En las puestas de sol nos pueden ustedes encontrar a todos en el Paseo Marítimo, en el poyete ("el rebate" le llamamos) junto al Restaurante del mismo nombre, donde nuestro amigo Joaquin Ceada nos espera con su puro humeante y nos va surtiendo de copas de cerveza y mientras se va coloreando de naranja y rojo el cielo por poniente, allá por el faro, y El Rompido se va llenando de forasteros que buscan un asiento en los más de veinte restaurantes a pie de playa que se llenan cada día a estas horas.

Allí, en el Restaurante Paseo Marítimo, despedimos el día entre bromas y cervezas, a veces cenando toda la familia, donde las raciones de chocos o de acedías dura muy poco ante el apetito saludable de los nietos. Bendit@s sean.

Pero casi todas las noches disfrutamos la estupenda abuela y yo de una cena en la terraza a la luz del farolito con su vela tremulante y una copita de vino blanco helado.

Una buena película sí cuadra, y la obligada hora de lectura nocturna inductora de sueño y hasta mañana si Dios quiere señoras y señores.

jueves, 8 de junio de 2023

¿Podremos pensar?

 Yo sé que en mi playa el mar sabe escribir. Hay días de recalmón que solo se expresa con tenues versos difíciles de comprender para el paseante. Parece que la mar no dice nada pero la poesía brota del "manantial sereno" de su suavidad cuando roza la arena de la playa, cuando lame algunas conchenas gastadas, cuando se entretiene en jugar con los peces de la orilla escribiendo versos de plata y oro, plata en la superficie y oro viejo en el fondo, versos efímeros pero sagrados, que quedan para siempre grabados en la retina de quien los sabe ver y leer. Estos versos de sosiego -tan repetidos- nunca están escritos con las mismas palabras, pero siempre con caligrafía musical armónica y agradable. Hay que disfrutar con su arcano lenguaje sin intención de descifrarlos, solo de admirar su idioma.

En los días de mar de leva y "olaje" déspota que revienta en la costa, el agua turbulenta escribe feroz dejando enigmas de espumas sobre la playa y olas que dibujan señales de urgencia al retirarse, prólogo de interminables epopeyas de ultramar, soliloquios de profundidades negras, relatos de tormentas y ciclones que mueven la superficie del agua sin orden ni concierto hasta que deseando calmarse, se deciden a firmar en cada orilla y con cada ola una nueva ordenanza, una razón para temer, para pensar, para dudar y para tener respeto a la naturaleza. El mar -como Dios- escribe con renglones torcidos.

Y el viento. Saber escuchar (¡Dios Mío de mi vida, cuánto echo de menos el oído!). 

El viento habla. Aunque no se mueva el aire habla el viento en silencio al oido de quien quiera escucharlo. Nuestra orejas son una caracola mágica. El susurro de la calma es paladeable, somos nosotros mismos los que nos escuchamos. Una leve brisa a la orilla de la mar es un concierto de oleaje, gaviotas, charranes, chapoteos, niños y hasta el mismo Angel de la Guarda que se baña aprovechando el momento de tranquilidad.

Cuando va subiendo en intensidad el viento se expresa en idioma universal, pero habla el lenguaje de la gente del mar. Y la gente del mar habla con el viento. Cada día de su vida y cada singladura hablan con el viento porque es su dios. Si sopla porque sopla, si no sopla, porque no sopla. El viento es el rumbo y la veleta. El viento nos pone a cada uno en nuestro sitio.

Cuando salta el foreño y las olas se alegran y divierten formando montañas de agua que rompen en algarabía de espumas en las playas, cuando la arena salta de la tierra y se muda de ensenada, cuando se hinchan las velas de las gaviotas que navegan en el cielo de las aves, entonces el aire en movimiento nos habla con voz autoritaria y nos explica sus razones, sus tremendos argumentos implacables, su frescura o su calentura, su razón o su sinrazón. El hecho es que su atronadora voz nos convence y seduce (por lo menos a mi) de que ni el sombrero, ni el paraguas, ni el chubasquero, ni el mundo entero, sirven para nada contra él. Ni siquiera los tapones en los oídos. 

El viento que yo me refiero le canta las cuarenta al más pintado, al mas endurecido de los mortales, al mas encorsetado o disfrazado. Nadie se libra del ruido ensordecedor del viento que sopla dentro de su cabeza. Ese runrun no se detiene ante nada ni ante nadie. Es el viento constante de la conciencia. Pepito Grillo de la vida. Un viento avisador de errores, registrador de desatinos y de meteduras de patas y a la vez confraternizador de malas pasadas. Viento que recuerda a rachas lo que debemos (y no en el sentido dinerario de la frase) y lo que nos deben. Yo tengo mala memoria, a pesar del viento.

PD.

Ahora tenemos unas elecciones generales a la vista. 

Desde El Rompido me pregunto si el sonido del mar que tengo dentro de mis oídos desde que nací, la arena de la playa que piso desde mi infancia, el agua que reconozco como mía, el viento amigo que no me amenaza, el sol que comparto, el aire que respiro... 

¿Es posible que todo esto sea falso?

Esta es la sensación que tengo después de estos años de gobierno de Pedro Sanchez y de sus socios del gobierno. Tengo la impresión de que quieren cambiar el orden de las mareas, el sentido de las olas, el rumbo de los vientos y el vuelo de las gaviotas. 

Ya no sé que es lo próximo que nos obligarán a pensar. ¿Será posible que esto que escribo sea "fascista" y me señalen con una cruz en la frente y me adjudiquen un comisario político?

Porque he hablado de libertad, de la mar, del viento, de lo que siento...

Y no he nombrado a Podemos...


miércoles, 22 de junio de 2022

El Caminante

Desde hace muchos años cuando llegan los meses de primavera y verano el caminante repite el mismo paseo una y otra vez. Con el paso de los años se ha convertido mas que en un paseo, en un rito que reúne filosofía, ecología y práctica deportiva. 
El camino que recorre es siempre por el mismo lugar, la punta de la barra -que ahora llaman Nueva Umbría- donde termina la ría del Piedras formando una flecha que apunta a levante, y se abre a la playa solitaria bañada por la mar azul hasta el horizonte del sur. 
El caminante fondea el bote en aguas calmas, y comienza a caminar rodeando la punta de la flecha con rumbo hacia poniente, unos cuarenta minutos, los mismos que necesita para regresar casi por las mismas pisadas hacia levante. 
El caminante procura ir desnudo, tapado con un bañador del que se despoja en cuanto las circunstancias lo permiten. La desnudez provoca en el caminante un sentimiento añadido de comunión con el entorno, de paz, de naturalidad. 
Aunque el itinerario repite siempre los rumbos, el caminante sabe que cada paseo es completamente diferente. Las tempestades del invierno modelan cada año la forma de la barra añadiendo bajos de arena o recortando el perfil de la costa; los vientos locales hacen que la mar se mueva con distintas cadencias y oleajes que susurran arcanos mensajes al romper en la playa; las corrientes crean surcos de caños de agua sobre la arena mojada que ilustran las bajamares con acertijos ancestrales. 
Por eso el caminante cada año se asombra del milagro de la naturaleza y observa con detenimiento los cambios del paisaje y con eso se entretiene y relaja mientras camina absorto en el escenario. Cada día el paseo es único, diferente, incluso el caminante reconoce que no es él mismo. 
El caminante no puede evitar maldecir a los que han dejado basuras y plásticos en este paraíso y recoge todo lo que puede. 
El sol de la mañana es más pujante y ardiente que el da la tarde. La luz nunca es la misma y pinta en la lámina de agua reflejos diversos, inverosímiles, siempre maravillosos. Las olas que llegan a la orilla orquestan una sinfonía diferente en cada paseo. 
El caminante procura andar mojándose los pies hasta los tobillos sintiendo el masaje confortante de la marea y leyendo el libro de la espuma del mar escrito con letras de plata efímeras. 
El caminante se deja llevar por sus emociones hacia dentro de sí mismo, se conmueve con facilidad. Un reflejo dorado hace al caminante mirar de reojo la posición del sol y sonríe feliz de estar allí. Un bando de peces casi transparentes se desordena al paso del caminante, pero enseguida se agrupa con orden. Al caminante no le parece bien molestar y procura no hacer movimientos bruscos. Las amigas gaviotas de siempre mantienen una respetuosa distancia, su dignidad es correspondida y el caminante tan solo las saluda de reojo y sin aspavientos, con agradecimiento. Por delante, los charranes se tiran sin complejos desde un invisible trampolín haciendo un picado perfecto para hundirse durante un segundo en el mar y salir airosos a veces con su pesca en el pico. 
Mientras estas maravillas suceden, el caminante piensa en el paso de los años y en la vida que le queda por vivir que es el único patrimonio del que disfrutar. Siempre se emociona de felicidad al pensar en su familia, que suerte tan grande tiene con su mujer, sus hijos y nietos (Celsa, Leonor, Ana, Celso y Esteban) y entonces sus ojos se salan de alegría, como de agua de mar. 
Otras veces el caminante está triste y suele pensar en la muerte siempre compañera de viaje por su profesión, o recuerda a los muertos que tanto sigue queriendo como si estuvieran vivos y el caminante llora en silencio un buen rato. 
Pero el caminante no quiere pensar en su muerte, que cada vez la tiene más cerca y de momento la intenta esquivar con alguna pastilla procurando hacer vida sana.
Ultimamente el caminante piensa en su madre de noventa años, hasta hace unos día lúcida y coherente, una mujer dedicada a hacer feliz a sus ocho hijos y ahora atacada en su cerebro por el paso del tiempo. Ley de vida. 
El caminante gira 180 grados y camina ahora hacia levante. La luz cambia, el orden del mundo también. El retorno al punto de partida se ve interrumpido por un baño terapéutico dejándose llevar un rato por las olas que vienen de poniente. 
El caminante conoce estas aguas y estas corrientes y se siente seguro en esta mar aunque esté completamente solo. La desnudez del cuerpo ayuda a desnudar el alma y a ser honestos con nosotros. La soledad del baño es terapéutica. Agua, sal, sol, arena, viento, olas, algas, conchenas, tierra… un pez que te roza, un charrán que se asusta, una gaviota que te observa… 
El caminante piensa en el bienestar que obtiene de estos momentos tan sencillos y por un momento olvida aquello que le produce tristezas y estrés. 
Porque el caminante tiene estrés. Ya va a cumplir 66 años y sigue trabajando todos los días pasando consulta presencial, o con videos, telefónicas, por whatsApp, mensajes y hasta correos de ordenador… El caminante piensa que no sabe como, pero que tiene que parar ese ritmo de trabajo y ordenar su agenda para no angustiarse tanto, pues nunca ha dicho que no a nadie. 
Cuando le vienen estos pensamientos estresantes el caminante se agobia y le duele la cabeza y entonces tiene que darse otro baño de agua fresca y pensar en la suerte que tiene de estar vivo, desnudo, y dándose un baño esencial en una de las playas mejores del mundo. 
Así el caminante va recorriendo el camino de vuelta hasta su barco para volver a casa sintiendo el viento salutifero en la cara. 
Y resuelve que tiene que escribir acerca de estas emociones para que no se le olvide.

Publicado en ABC de Sevilla el 20 de junio de 2022

domingo, 17 de abril de 2022

Semana Santa rompiera, reflexiones.

Hoy domingo de Pascua de Resurrección. En Sevilla ha pasado una Semana Santa casi plena, exceptuando las lluvias del Lunes y Martes Santo que impidieron algunas procesiones previstas. El resto sin problemas, gracias a Dios y a su Santa Madre la Virgen Maria. Madrugada llena de devoción y de Pasión de Cristo. Amanecer esplendoroso de luz y de fervor. Toda Sevilla en la calle con sus Cofradías. Los turistas alucinados. Qué maravilla de Semana Santa en Sevilla. 

Yo en El Rompido desde el lunes. Es mi costumbre desde pequeño cuando desde el Viernes de Dolores nos montábamos en el Seat 1500 y regresábamos tal día como hoy. Entonces nos dedicábamos a pescar o a cazar, dependiendo del avenate de mi padre y de mi tío Manolo. En aquellos años 60, 70 y 80, El Rompido era "el paraíso"; una aldea desconocida, por donde no pasaba nadie que no tuviera que ir allí, a orillas de la ría del piedras, una naturaleza virgen espectacular con la configuración perfecta para la pesca por sus fondos llenos de vida, con orillas de marismas, humedales, fangales, playas desconocidas con miles de dunas, hasta la orilla llegaban los pinares de una forestal inmensa de cientos de hectáreas repletas de vida salvaje, zorros, perdices, conejos, avefrías, pitorras, becadas, patos, flamencos y cientos de aves limícolas y rapaces, un tesoro biológico por descubrir. Como he dicho a veces: era nuestro Macondo particular.

 Con nuestros padres y mis primos Manuel Diego, Joaquín, Carmen y Arturo, con todos mis hermanos, tanto en Navidad, como en Semana Santa, y en aquellos larguísimos veranos de tres meses, hemos disfrutado tanto y lo hemos pasado tan bien, jugando en la arena y en el fango, navegando, pescando, cazando, explorando y descubriendo aquella maravillosa perla oculta de Huelva, que estoy dispuesto a intentar escribir esos recuerdos...

Desde hace años todo es muy diferente. Los viejos pescadores fundadores de la flota de almadraba rompiera, tan familiares para mí, ya no están con nosotros. Sus descendientes fueron dejando las faenas de la mar con la llegada de los veraneantes, vendiendo sus recios lanchones -primero velachos y luego a motor- y fueron varando sus botes marineros del trasmallo o palangre, para apuntarse a la industria del turismo, salvo algunas familias originarias que persisten y conservan modernos barcos pesqueros manteniendo viva la tradición pesquera en El Rompido.

El Rompido de hoy día es un pueblo volcado en una gran industria hostelera. Muchas casas de pescadores se han reconvertido en restaurantes, bares, heladerías, discotecas, tiendas de moda y complementos, la mayoría propiedad de los hijos y nietos de los antiguos patrones de pesca y también de valientes empresarios que apostaron por este rincón bendito hace años cuando no era tan conocido. Hoteles, campos de golf, urbanizaciones de lujo, centro comercial, marinas nauticas y deportivas llenas de lanchas y yates, barcos de paseo y guías turísticos, la oferta lúdica y  gastronómica es espectacular y muy diversa, con sus luces y sus sombras, sus estrellas y sus nubarrones.

Yo intento sobrevivir a toda esta multitud de turistas y de forasteros que perturban mi día a día tranquilo y relajado. Busco mis perdederos y mis rincones tranquilos. Mis aguas calmas fuera del trajín de embarcaciones alocadas. Mis paseos bajo los pinos oliendo a salina o por la orilla del mar con la única compañía de las gaviotas amigas y de quien yo quiera. Unos hacen yoga y yo ando por la orilla del mar. Me baño en agua fresca y me dejo llevar por la corriente un buen rato, meditando. Si voy con mis nietas les voy enseñando a ser prudentes y responsables, a no meterse en los terrenos donde anidan los charranes, a conversar con las gaviotas con gestos pausados y sin mirarlas, a observar los bandos de peces transparentes de la orilla, a distinguir las algas, a evitar las aguamalas, hasta como se debe hacer caca en el agua sin tener problemas...

PD: El Domingo de Ramos vi la cofradía de la Paz por el parque con mi familia. El lunes me fui a la playa. Hoy domingo he ido a misa al Gran Poder. Después visita a la Esperanza de Triana y al paso del caballo, que le gustaba mucho a mi familia paterna.

Eso es lo que hecho esta Semana santa de 2022, gracias a Dios.

lunes, 26 de julio de 2021

Verano 2021

Este verano que cursamos en 2021 es para mi muy especial. 

El día 1 de julio cumplí mis primeros 65 años de vida, una edad que todo el mundo parece identificar con la jubilación, es decir con la vejez. Como la jubilación no entra en mis planes de futuro para los próximos… digamos diez o doce años, ni siquiera pienso en esa opción, que por cierto cuando me corresponda por tiempo trabajado y edad, calculo que será mi ruina económica si algún partido político, bonoloto, cuponazo, euromillones, lotería o herencia de una tía abuela millonaria desconocida no lo remedia en forma de pelotazo gordo. 

Los años sesenta y cinco me los tengo merecidos, gracias a Dios, y los llevo tan feliz y tan contento, bien vividos y siempre procurando estar con buenas compañías, como me decían mis mayores desde pequeño. Los tóxicos cuanto más lejos mejor. 

Me encuentro bien en general y salvo goteras articulares y una más que acusada sordera que me caracteriza por parecer a veces gilipollas cuando me hablan, no ando mal del todo físicamente. Ahora parece que con estos estreses de los dos últimos años pasados mi presión arterial se ha rebrincado un poco y he empezado hace una semana a tomar una pastillita, más que nada preventiva, me dice mi médico, que por suerte para mi son dos -como Cáceres y Badajoz- mi hija Ana y su querido esposo mi “compadre” David León… Es decir, estoy mas vigilado que Fort Knox, que si la sal, las grasas, las copas, el estrés, el descanso, el deporte… menos mal que el chequeo reciente estaba todo bien y tengo argumentos suficientes para tomarme unas cuantas birras todos los días. 

Tengo que reconocer que he llegado al final de este curso laboral bastante estresado por una carga acumulada y excesiva de pacientes atendidos diariamente en las consultas. 

Reconozco que este año he sufrido estrés como hace ya muchos años que no lo padecía. El Covid nos ha exigido a todos los sanitarios un sobresfuerzo. Yo no he estado en primera línea de combate, (como mis médicos antes mencionados, que han estado y están en primerísima línea de atención a infectados y enfermos de Covid), pero he aumentado bastante el horario de las consultas para intentar que ningún paciente se quedara sin sus revisiones post-Covid o bien para seguir atendiendo a pacientes de sus revisiones programadas o de patologías de nueva aparición. 

He tenido que atender a pacientes de otros compañeros que han estado dedicados exclusivamente a hospitales, o tristemente de baja por enfermedad, por lo que mi agenda diaria durante este último año ha estado rebosante de sobrecargas y urgencias. He dedicado mi tiempo libre a seguir atendiendo pacientes por video, telemedicina, teléfono, correo electrónico y hasta whatsapp, hasta altas horas de la noche y fines de semana… La angustia de los pacientes a veces se traslada al médico, y eso no es bueno. Aprovecho para pedir disculpas a aquellos pacientes a los que por estrés no los haya atendido con la paciencia y la tranquilidad necesaria, mis disculpas sinceras. 

Debido a este estrés este verano he adelantado algo mis vacaciones, por indicación de la collera de médicos que tengo. 

Desde le día 15 de julio estoy en El Rompido en terapia de grupo. Mi grupo de terapia es maravilloso: María José, mi primera mujer, una grande donde las haya, la mejor compañera que se puede tener; mi hija Ana y David (los galenos vigilantes de la playa) y mis tres ángeles Celsa (10), Leonor (8) y Ana (6); mi hijo Celso, Paloma su mujer y sobre todo mi nieto Celso IV (2) que está para comérselo de gracioso.

Casi todos los días hacemos terapia de grupo en el Huevofrito navegando hasta la punta de la barra donde están las playas más bonitas del mundo, porque dependiendo del viento y de la marea cada día tenemos un escenario distinto para el baño: piscina, olas, corrientes, jakuzi, spa… hay que saber donde ir. 

Mis paseos diarios por la orilla de la playa conversando con mis viejas amigas las gaviotas, saludando a los correlimos y charranes pescadores como halcones, interrumpiendo el festín de un banco de peces, mis andares con el agua a media pierna para fortalecer mis rodillas gastadas, mis baños en pelotas vivas dejándome llevar por la corriente… 

Familia, amor, vida sana, mucha comunicación, naturaleza, dejarse llevar, no excesos insensatos, evitar las malas compañías… esta es mi mejor medicina…

domingo, 19 de julio de 2020

Mi Fango de El Rompido

Los primeros recuerdos que tengo de El Rompido, allá por finales de los años 50 y primeros 60 son de “el fango”.

Mi padre me llevaba a pescar en el bote de “El Gallo”, o de “Calentura”, de “José Catalina” o de cualquiera de sus amigos marineros rompieros. Y siempre teníamos que meternos en el fango para embarcar y más tarde para desembarcar la pesca abundante que siempre ofrecía la ría de El Piedras. Era un momento mágico a la caída de la tarde volver al fondeadero natural de embarcaciones marineras cargados de doradas, robalos, bailas, sargos, chocos… nunca olvidaré ese olor mezcla de brea, de estopa, de pescado y de fango rompiero.

Recuerdo la sensación de pisar las primeras veces este fango prodigioso que parece estar vivo (lo está) y ve introduciendo entre los dedos mientras el pie se hunde en sus entrañas hasta encontrar soporte de fango más endurecido. Entonces aprendimos que son inútiles las chanclas y las sandalias para caminar por esta superficie de oscuro barro con aspecto de brea y que lo mejor es ir descalzo y saber apoyar con cuidado evitando los ostiones y cortaderas que se esconden en sus fondos y que todos hemos padecido alguna vez en nuestra infancia y juventud.

Nuestros primeros baños en la ría siempre fueron sobre el tapiz de este fango, al que pronto le perdimos el miedo, y se convirtió en amigo y camarada de juegos. También servía de objeto de bromas a los novatos que llegaban al Rompido, algunos tan melindrosos que se negaban a bañarse… hasta que los envolvíamos en fango como a croquetas.

El fango se pegaba a nuestra piel formando una saludable protección mágica que curaba picaduras, rasguños, erupciones y quemaduras; revolcarnos en el fango era un placer, mientras esperábamos que subiera la marea para bañarnos en la “punta de los catalanes”.

El fango de El Rompido ha sido y es una fuente de vida y riqueza. La vida en El Rompido entonces giraba en torno a la luz de la ría y de su fango.

Fango que era criadero natural de suculentos ostiones que se recolectaban y secaban al solo para fabricar pienso abundante en nitrógeno.

Fango surcado de caños donde se crían el barrilete con sus suculentas “bocas” y las cangrejas deliciosas.

Fango lleno de vida interior donde conviven los verdigones, las almejas finas, las cañaillas, los longuerones, las albiñocas, las gusanas, anémonas, caracolas…y también los safíos y las morenas.

Fango suministrador de carnada para la pesca de la dorada y de la corvina, o para rellenar un plato de riquísimos verdigones al vapor recién cogidos, de bocas, de almejas…

Mis hijos han pasado bajamares enteras cogiendo bocas con su cubo y su pala y ahora son mis nietas las que están disfrutando de este fango prodigioso.

Durante muchos años este fango ha servido para mantener aislado al Rompido de forasteros cursis que menospreciaban este paraíso “porque no tenía playa…” y no saben bien cuanto le agradecemos que se fueran con viento fresco los que hemos disfrutado de su ausencia.

Los que hemos tenido la suerte de vivir varios meses al año desde niños en El Rompido y de disfrutar de este Macondo andaluz, -donde a veces descubríamos cosas que no tenían nombre- somos unos privilegiados y todos mantenemos una especie de secreto en común referente a esos años prodigiosos de nuestra infancia y juventud.

Yo he tenido la fortuna de vivir aquí unos años ejerciendo de médico y podría escribir un estudio sobre las propiedades sanadoras del fango del Rompido, sobre todo para combatir picaduras de insectos, de medusas (aguas malas) y arañas.

Y yo sigo teniendo el privilegio y la suerte de poder disfrutar del fango todos los días tan solo con andar unos pocos metros desde mi casa. Mis nietas juegan todos los días con el fango y ya saben coger barriletes. Mi nieto Celso, que pronto cumple un año ya lo ha probado y saboreado y parece que le gusta…

Este es mi Fango del Rompido.

Bendito Fango.

¡Viva la Virgen del Carmen!


jueves, 16 de julio de 2020

Al fango con mascarilla

Despertamos hoy 15 de julio de 2020 con la orden de la Junta de Andalucía de llevar mascarillas hasta en las playas. 

Una medida que no se corresponde con la situación sanitaria actual en Andalucía, donde tenemos una incidencia de casos acumulados por cada 100.000 habitantes menor de 1 (0,8 Andalucía y 0,38 en Huelva), con muy pocos casos activos, la mayoría de ellos asintomáticos y prácticamente ningún ingreso hospitalario…

Es decir, esta es una medida absolutamente populista y política, pues la Junta de Andalucía ha decidido cogérsela con papel de fumar rizando el rizo de lo politicamente correcto y está poniendo parches (mascarillas) a todo quisqui , incluso en un espacio de contagio tan difícil como es una playa llena de sol ultraviolético esterilizador, arenas blancas refulgentes de calor y agua purificadora de virus variados.

Comprendo -señores de la política cuántica- que ustedes quieren poner el parche antes de que salga el grano y que más vale prevenir que curar, pero pasearse con una mascarilla por la orilla de la playa, donde sopla el viento en las cuatro direcciones, el Lorenzo reseca el moquillo enseguida, y los paseantes casi siempre son de la misma cuerda… me parece que en las circunstancias actuales están ustedes haciendo un paripé de los gordos.

Yo sé que ustedes saben que son los inmigrantes o migrantes (quien sepa la diferencia lo convido a una mascarilla waterproff) los que como temporeros con o sin papeles están llegando a nuestra región y a toda España sin las medidas profilácticas y preventivas sanitarias adecuadas, pues no se le somete a la preceptiva cuarentena en la frontera o bien ellos se pasan la frontera por el forro de los pantalones cortos.

Estos señores, la mayoría africanos, que acuden a la llamada podemita del vicepresidente del gobierno de España y entran casi todos por Andalucía, como digo, estos señores no se someten a las pruebas preceptivas de coronavirus ni a cuarentena alguna, sino que inmediatamente (alegremente) buscan alojamiento, algunos de ellos por el socorrido método de la “okupación” de viviendas, -tan bien visto por nuestros gobernantes- y posteriormente celebran el evento reuniéndose con numerosos miembros de su comunidad acogiéndose a sus ritos y costumbres, que ríanse ustedes de las botellonas de nuestros jóvenes… (Nuestros jóvenes que han realizado un confinamiento ejemplar y están en su tierra, teóricamente con bajo riesgo de contagio en la actualidad)

Pero estos inmigrantes-migrantes, venidos de más allá de nuestras fronteras, una vez “instalados” tienen aprendida la lección y acuden raudos a realizarse los test de PCR o serológicos que, curiosamente, muchos suelen dar positivos, y pasan a formar parte de las estadísticas españolas de “casos positivos” o “contagios”. No esperen ustedes aislamiento ni cuarentena ni mascarillas ni distancias ni vigilancia sanitaria ni controles ni ná de ná.  Lo normal es que una vez que se hagan la prueba y recojan los papeles (necesarios para justificar su estancia por estos lares) desaparezcan de los controles sanitarios sin dejar rastro.

El segundo paso gubernamental -una vez instalados y con el resguardo del hospital- es solicitar “la paga” prometida, hay muchas donde escoger, acogiéndose a una de las variadas opciones que tienen, dependiendo del país que provengan; los que se declaran prófugos de países en guerra creo que cobran más de mil pavos y tiene derecho a residencia como refugiados, es decir a votar. Eso sí, con mascarilla.

Las normas son para cumplirlas señores, pero para que las cumplamos todos por igual, los residentes, los temporeros, los migrantes, los inmigrantes y hasta Juanito Valderrama que en Paz Descanse.

Éramos pocos y parió la abuela, señor Consejero de Salud de la Junta de Andalucía… que por cierto creo que lo he visto paseando por El Rompido este ultimo fin de semana.

Bienvenido al fango con mascarilla.



domingo, 9 de febrero de 2020

Mi Rio Piedras


   Me lo ha mandado mi hermano José María y quiero que lo leáis.                                                    
Amanece en la orilla de la ría, la brisa suave del sur trae el aroma a salitre y marisma que queda en la bajamar, las pateras vienen de recoger los trasmallos con su carga de chocos, lenguados y mojarras mezcladas con las algas, trasmallo que los marineros cargan sobre sus regazos para limpiarlos y volver a calarlos. Esa fusión de olores entra por la ventana de mi cuarto abierta en esta mañana de agosto y no hay un perfume más maravilloso y que quedará grabado siempre para mi.

Estamos en la ribera del rio Piedras, en el sitio llamado El Rompido, asentamiento marinero que antaño era de chozas y después casitas bajas de marineros. El rio Piedras nace en la zona del andevalo, términos del Almendro y Villanueva de los Castillejos donde es un pequeño arroyo y baja alegre por la Tavirona mezclándose ya con el agua salobre que viene de la mar, besa a Cartaya en la ribera serpenteando los caños donde los barriletes hacen sus agujeros para taparse cuando sube la marea, se hace grande por el Terrón donde los barcos de pesca de los leperos esperan el atardecer para salir a calar sus artes en la desembocadura del rio y volver por la mañana con su preciada carga de toda clase de pescados, mariscos y moluscos, preciado tesoro que tiene esta maravillosa costa de Huelva.

Mis padres tenían una casita de estilo marinero en la misma orilla de la ría, hoy paseo marítimo, donde pasábamos el verano y casi todas las vacaciones del año. Allí mis hermanos y yo nos criamos andando todo el día descalzos y en bañador, bañándonos según fuera la marea por la mañana o por la tarde, cogíamos bocas y camarones en los cañitos que se quedaban en la bajamar manchándonos de ese bendito fango que ennegrecía todo nuestro cuerpo, para nosotros era un paraíso y nadie en Sevilla se creía las cosas que les contábamos cuando volvíamos pues era totalmente diferente a un veraneo tradicional. Teníamos pandillas de amigos y jugábamos con los niños nativos del pueblo,  éramos como una gran familia y nos conocíamos todos.

 Mi padre siempre tuvo barquitos de madera con motor interior (los viejos Diter, FiTa, Perkins..), de los que hacia Carrasco, un maestro carpintero de ribera de Cartaya. Salía todos los días al amanecer a pescar con su íntimo amigo Pedro Toronjo con el que se llamaba hermano, la mayoría de los días venían cargados de robalos, bailas y anchovas que mi madre guardaba en el congelador que siempre estaba lleno hasta arriba; también en las mareas cortas pescaban la corvina cogiendo ejemplares que llegaron a los cuarenta kilos, el tío Pedro las limpiaba en el patio con la maestría que le caracterizaba y entre trago y trago de vino se terminaba en una fiesta.

El Rompido pueblo tenía su núcleo alrededor de la iglesia, pequeña capilla de la Virgen del Carmen, que se pudo construir con fondos aportados por el ayuntamiento de Cartaya, los vecinos y los escasos veraneantes; había solo una tienda, la de Gertrudis, con lo esencial para la cocina y la casa, pero  por las mañanas los hortelanos con sus burros y jangarillas traían a las puertas de las casas todos los maravillosos frutos de sus huertas, verduras y frutas que tenían un sabor único e irrepetible; las mujeres de los marineros traían también las almejas, lenguados, chocos, y otros peces vivos que sus maridos pescaban al amanecer, manjares que hoy tendrían un valor incalculable y nosotros los teníamos en la puerta de casa.

Había muy pocos bares en el pueblo, el de Fidel, el de la Calañesa donde los marineros se tomaban la copita de aguardiente antes de salir a la mar y el del Paseo, este era un cobertizo con una terraza a orillas de la ría donde su dueño Manuel, hostelero de Huelva que se venían a pasar el verano con su mujer y nos alegraban la vida a todos los vecinos de esa parte del pueblo. Manuel se tomaba su copita con los clientes y su mujer hacia las tapas típicas de la zona con vinitos del condado y por las noches era parada obligatoria para la cervecita y la tertulia bajo la luz de la luna y escuchando el oleaje de la otra banda. Entonces apenas se veían forasteros.

Los domingos por la mañana mi padre no salía a pescar puesto que era día de baño y nos íbamos toda la familia en el barco a la punta de la barra, donde desemboca el rio; llevábamos la nevera con bebidas y tortillas que había hecho la tata Reme y pasábamos todo el día bañándonos y cogiendo coquinas que estaban a millares llenando los cubos hasta arriba, venían más barcos de excursión con nosotros, Pedro Toronjo, Antonio Gordon, Tío Manolo y los primos… y allí pasábamos una jornada inolvidable, regresando a la caída del sol que se ponía por la Casa el Palo y sus últimos rayos se reflejaban en la ría pareciendo un espejo dorado solo alterado por los chapuzones de los charranes que se sumergían detrás de los pequeños boquerones que entraban en la ría.

Nuestra vida diaria giraba siempre entorno al rio. Con marea baja nos lo atravesamos nadando para ir a la otra banda y cruzar al mar por la vieja Almadraba hasta llegar a la playa inmensa y solitaria que teníamos la suerte que era para nosotros solos, donde nos bañábamos desnudos y corríamos detrás de las gaviotas que esperaban cansadas que las levantáramos. Con marea alta nos bañábamos cada día en un sitio de la ría y nadábamos hasta los barcos para tirarnos de cabeza al agua. Barcos marineros que fondeados esperaban la caída de la tarde para con el run run de sus motores salir para la mar: la Blanca Paloma, Hermanos Hurtado, Pichí, Frasco y el Colorao, los Gila, Calentura, el Gallo, el Chulo… nombres que nos sabíamos los chiquillos de memoria y los veíamos entrar por la mañana y decíamos su nombre nada más que por el ruido del motor.

El día de la Virgen del Carmen eran las fiestas del pueblo, se celebran el ultimo fin de semana de julio, había pasacalles y cabezudos, tiro al plato, carreras de botes a remos y por la noche verbena en la plaza con baile y orquesta, nos lo pasábamos muy bien, participábamos todos vecinos y visitantes, era una fiesta familiar que culminaba el domingo con la procesión de la Virgen del Carmen por la ría montada en un pesquero y acompañada por todos los barcos del Rompido, pesqueros y de recreo, donde José Catalina -el más viejo Patrón- tocaba su caracola anunciando la llegada de la Virgen a modo de maravillosa corneta marinera para que todos la acompañáramos a lo largo de la ría del Piedras bendiciendo sus dos orillas.

Ya hace tiempo que me fui, ahora estoy en otro pueblo que también quiero mucho, son otras costumbres, es un pueblo del aljarafe sevillano donde vivo y soy feliz pero cuando el foreño sopla fuerte y estoy por el campo de pronto me viene olor a salitre y me paro y cierro los ojos y por un momento me siento que soy ese niño que cogía bocas en la bajamar y me bañaba en la punta siempre mirando a levante por si a media mañana veía aparecer por la lejanía el Merchi para ir corriendo a esperar a mi padre.

                                  JOSE MARIA PAREJA OBREGON              

                                  Villanueva del Ariscal  9 de Febrero de 2020