El día tenía que llegar. Mi padre murió con 64 años, 5 meses y 10 días… y ya tengo esa edad desde ayer. He dejado pasar un día, por aquello de decirlo con absoluta seguridad. Ya hace 26 años y pico, casi 27.
Cuando una mañana del 23 de junio le reventó la arteria aorta y se murió de madrugada en un frio quirófano sin despertarse de la anestesia, donde buenos cirujanos intentaban recomponer lo descompuesto, yo sentí de nuevo la venida de la Muerte.
La primera vez era un niño de 9 años cuando se murió mi hermanita Reyes, también sin avisar, muerte que aún me deja una huella imborrable. Muchas veces la imagino como estaría ahora, le hablo y le digo que la quiero, la echo de menos.
Pero tal día como hace 27 años, cuando se llevaron a mi padre al quirófano, y me despedí de el con un beso y recibí una sonrisa de paz y serenidad, sabía que no volvería a verlo vivo. Me fui a mi casa, me tumbé en la cama y me quedé “congelado”. No sé si ustedes han tenido alguna vez esa sensación de sentimientos congelados, ni miedo, ni pena, ni angustia, ni ansiedad… tan solo esperar absolutamente aislado, inmóvil, frio, hierático, esa llamada de teléfono en medio de la noche que de sobra sabía que era para decirme que mi padre estaba muerto. Y seguí congelado mucho tiempo después.
Mi padre era un hombre sano y deportista, yo creo que se murió de estrés por estirar demasiado la cuerda rígida-elástica que llevaba en su interior. Alguna vez antes de morir me dejó caer que le gustaría conocer Chile, que sabía que era un país de gente tranquila aficionada a la guitarra y con buen son, una costa llena de pesca y sierras de cacería abundante.
Yo creo que no lloré a mi padre. En cierto modo y por circunstancias personales la muerte repentina de mi padre fue como la solución lógica de un jeroglífico enrevesado. Para mi, mi padre se había marchado a Chile y ya veríamos cuando volvería, pero de momento estaba bien adonde estaba. Esta sensación es la que sigo teniendo a día de hoy. Mi padre está bien. Igual ya se ha mudado de ubicación porque es un poco aventurero y está buscando, a la vejez, nuevos perdederos. Sé que descansa en paz.
También sé que cuando se aparece en mis sueños para aconsejarme o reñirme esta igual o más joven que cuando lo dejé, con muy buen ánimo, siempre junto a mi madre, y siempre con esa sonrisa de sabio golfo y experto. Porque os puedo asegurar que 64 años en la vida de mi padre son como muchos muchos muchos más años en la vida de cualquiera, yo el primero. Nunca pude compararme con mi padre. Ya quisiera yo tener sus habilidades y vivir con esa intensidad.
Muchas veces cuando me hablan de cacerías o de pesca, tengo que disimular y mirar para otro lado porque veo la cara de mi padre disfrutando en el campo tirando zorzales o en El Rompido llenando el barco de robalos o corvinas, y con la mirada me dice que no cuente nada, que me calle, que qué le importa a nadie lo que hemos vivido…
Está claro que me gustaría haberlo tenido con nosotros unos cuantos años mas para que hubiera conocido a todos sus bisnietos/tas – estaría contento de conocer a Celsa, a Celsito IV y a todos por supuesto- porque le encantaba educar a los niños pequeños para enseñarlos a ser valientes y a la vez sensatos, a ser libres y respetuosos, a remar contra corriente y llegar siempre a buen puerto, a ser personas de bien.
Ojalá (Dios quiera) que cuando me reviente lo que me tenga que reventar, mi padre y todas las personas que quiero me estén esperando en ese cielo que sueño.
Te quiero padre.