Recién llegado a Sevilla después de un mes sin salir
de El Rompido. Vuelvo como nuevo con un estado de relajación y tranquilidad que
no sentía desde hace años.
Este veraneo de 2014 ha sido especial y
espectacular. Especial porque por motivos domésticos he tenido la gran suerte
de disfrutar junto a mi Primera Dama de un chalet de alquiler en una zona
silenciosa y tranquila lejos del bullicio y de las luces del pueblo, una
preciosa construcción antigua a la sombra de pinos centenarios con una gran
terraza orientada al sur mirando a los caños y a la marisma. La pleamar trae el
agua hasta el mismo muro de piedras ofreciendo una vista de la ría pletórica de
azul y plata, siempre suena el agua al correr llenando o vaciando los caños
impregnando el entorno de aroma a marisma y a salitre, marisma verderona que se llena de vida durante la bajamar y que
ofrece cada día un espectáculo distinto a quien lo quiera observar: el
espectáculo de la Naturaleza.
Desde el amanecer esta marisma se llena de aves
limícolas y ánades que van a los caños fangosos a pegarse una buena comilona de
cangrejillos, camarones y alevines de peces, de lombrices y gusanas, de
verdigones y moluscos. Esa vista al despertar solo a escasos metros de la mesa
del desayuno es impagable.
Antes de que apriete el calor en un paseo me planto
en el Paseo para recoger a mis nietas que me acompañan a los mandados, el
periódico y mi tostaita con aceite y tomate. Es un palizón que me pego con
gusto cada día con Leonor revolviendose en el carrito y con Celsa en brazos o
viceversa, cargando con las bolsas del super y a la vez cantando ola don Pepito
ola don José o la gallina turuleta… una verdadera maravilla que voy a echar de
menos desde mañana mismo.
Sobre el Angelus paseito marinero en el Huevofrito
para gozar del baño salado y desbravar un poco a las dos rubias de ojos azules
que tiene mucha más energía que el conejito de duracel. A las dos de la tarde
los niños deben estar a la sombra comiendo purés de pescado y el sitio de los
mayores es una buena taberna marinera donde despachen muy fria cerveza y
condumios del lugar. A veces incluso se descorcha una botella de vino pálido.
No perdono la siesta.
Y las tardes en esta casa con tanta solera (su
propietario fue el arquitecto sevillano Joaquín Diaz Langa –mi padre decía: hay
días buenos, días malos y Díaz Langa…- y hoy es de su sobrina) han sido las
culpables de mi precioso veraneo. Porque cuando el sol va cayendo por poniente
una luz rojiza tiñe los caños de oro y plata. Entonces me siento comodamente
con mis buenos prismáticos a observar lo que sucede por esa marisma, ha sido
como ver cada día un documental de La2 en vivo y en directo. He observado
detenidamente a una gran variedad de aves limícolas (creo que viene de “limo” o
fango en el que se alimentan) como una elegante Garza blanca que correteaba
graciosa tras los peces, los ruidosos Zarapitos de pico curvo comiendo
cangrejos, los Archibebes de patas rojizas y andares cuidadosos, los Ostreros,
los Chorlitejos, los Correlimos… Por supuesto he aprendido todo esto con un
librito de aves por delante que me prestó mi primo Manuel Diego que es el que
sabe más de pájaros del mundo, sin exagerar. Cuando la marisma se va llenando
de agua aparecen patos diversos y gaviotas argenteas, a veces he visto pasar
bandos de Flamencos rosados y de Picospátulas con un volar ordenado y serio. Me
he pasado tardes enteras disfrutando con los prismáticos hasta la puesta de sol
y forzando la vista para no perderme un detalle.
También he disfrutado muchos días ventosos pintando
unos lienzos que me han regalado entre mi hija y mi 1ªD para tenerme según
ellas “entretenido” y de paso aprovechar para hacer unos regalos de compromiso.
Pintar para mi es como hacer un puzle que no tiene fin… lo difícil es saber
cuando hay que parar de hacer manchas. Pintando se me pasa el tiempo como
volando.
Y quizá mi mayor alegría este verano ha sido volver
a ver el cielo de mi infancia y juventud, cuando en El Rompido no había luces
eléctricas o eran amarillentas y escasas, entonces los chavales nos tumbábamos
en la arena mirando al cielo a ver estrellas fugaces con las novietas y
recuerdo que la Via Lactea estaba siempre arriba. Este verano, con la luna
nueva y las luces apagadas, tumbados en las cómodas hamacas hemos visto el
espectáculo del cielo cuajado de estrellas y el borrador algodonoso de la Via
Lactea… a veces me he quedado cuajado hasta medianoche.
Y es que no hay mejor medicina que La Naturaleza, ya
sea respirando el aire fresco de la mañana, un poco de sol a primera o últimas
horas, el baño tonificador, un paseo por la playa o por el campo, mirar y ver, observar y aprender,
escuchar lo que nos dicen las olas, las aves, los animales, mirar al cielo sin
miedo y contar estrellas, pedir un deseo infantil, volver a ser inocentes…
Gracias.