Lourdes Pareja-Obregón López-Pazo, escribe:
En realidad se llamaba Purificación Carrascal Garrido, aunque todo el mundo incluso ella creíamos que se llamaba Remedios, hasta que un día en el que necesitó arreglar cualquier papel de emergencia y tuvo que acceder a su partida de nacimiento, descubrió su verdadero nombre, su padre la había inscrito así pero como a su madre le gustaba Remedios y no le importaban los papeles, así se llamó para siempre.
Era la pequeña de cuatro hermanos, tres mujeres Paca, Carmen y ella, y un varón que no sé su nombre, solo sé de él que siendo joven lo atropelló un tren de mercancias. Mi madre dice que recuerda los gritos desolados de Remedios cuando la llamaron para darle la triste noticia.
Pero me estoy adelantando a la historia. Su hermana Paca trabajaba en Huelva en casa de mi abuela, de modo que a los catorce años se trajo a su hermana pequeña del pueblo para ayudar en la casa, sobre todo de tata con las niñas. A esa edad ya empezó a ser lo único que sería siempre: la mejor tata del mundo, única en ese noble oficio de criar y querer a hijos que no ha parido.
Cuando mis padres se casaron se vino con ellos a Sevilla, así que después del viaje de bodas, en un coche del año 1952, hicieron el viaje sin retorno, mis padres, mi tata Remedios y mi tata Antonia, buena mujer donde las haya que ayudó también mucho a mi madre y fiel amiga de Remedios.
Mi tata Reme, nos vio nacer a los ocho, nunca la vi enfadada, jamás una palabra mal dicha, le gustaba la buena educación y las buenas formas, cantaba rematadamente mal, pero mientras hacía su trabajo cotidiano a la perfección, siempre desentonaba alguna coplilla.
Confidente de mi madre, lúcida, bálsamo de paz, buena y señora, ésa es su semblanza.
Una de las últimas noches que me quedé con ella en el hospital, me senté a su lado y le cogí la mano, el silencio solo lo rompía el glogló del aparato del oxígeno, se apartó la mascarilla de la cara y me dijo algo que llevo clavado de por vida.
Con los ojos serenos y aceptando lo inevitable con una dignidad sin precedentes habló, "yo te ví nacer a tí y tu me vas a ver morir a mi".
Es una triste historia pero así ocurrió, tal día como hoy 29 de Junio de 1998, día de San Pedro y San Pablo.
Descanse en Paz toda una Señora, mi tata Remedios.
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Lourdes Pareja-Obregón.-
Yo escribo:
Mi madre me parió en su cama de matrimonio en nuestro piso de la “casa Torras” en la avenida de Eduardo Dato. Estoy completamente seguro que la primera persona que me cogió en brazos después del médico que me pondría encima de mi madre para que me viera la horrorosa cara de rano con la que nací, fue mi tata Reme. Me la imagino envolviéndome un una toalla y dándome un bañito templado para quitarme las miasmas mientras el Dr. Recasens terminaba de asistir a mi madre.
Seguro que ya entonces estaba canturreando alguna coplilla a la vez que me mecía arriba y abajo y me acurrucaba entre sus brazos para que dejara de llorar. Yo debo tener grabado en mis neuronas esos primeros sonidos de las canciones tristes que desentonaba, el calor maternal de su cuerpo, el tacto de sus manos tan fuertes y delicadas, sus besos tan tímidos, el amor que desprendía su mirada, su risa tan inocente…
Creo que yo no dejé de berrear ni una sola noche los primeros años de mi vida, que no comía absolutamente nada, que era nervioso… mi tata Meme me dormía cada vez que me despertaba, me cambiaba los pañales mojados, me cogía en brazos, me daba un biberón apaciguador, me cantaba, me mecía y me dejaba dormido otro ratito.
Cuando fui cumpliendo años, la tata seguía durmiendo en el cuarto con los niños. Se quedaba dormida como un tronco antes de poner la cabeza en la almohada, pero si uno de nosotros se movía en la cama, tosía o la llamaba, ya estaba despierta y tranquilizandonos. Me tenía que poner a hacer pipi cada noche, por lo menos hasta los seis o siete años, para que no me lo hiciera en la cama..
¿Cuántas maicenas con cola-cao me habrá preparado? ¿Cuántos zumos de naranja? ¿Cuántas sesadas? ¡Con que paciencia me daba de comer!
Nos llevaba de la mano a Concha, Lourdes, Josemaría y a mi, al colegio de La Sagrada Familia y nos recogía todos los dias. Yo la recuerdo con su uniforme –le encantaban sus uniformes- siempre impecable esperando en la puerta del cole y lo contenta que se ponía cuando nos veía salir corriendo hacia ella, siempre estuvo orgullosa de sus niños.
Aunque era delgada en su juventud tenía una fuerza descomunal en los brazos y en las manos, nos daba “los puños” cariñosos en los brazos y las piernas y nos dejaba baldados un buen rato. Si se acercaba algún extraño se engallaba y lo mandaba a freír espárragos trigueros.
Pasábamos las tardes de los sábados y domingos en el “campo del Sevilla”, muchas tatas con uniformes sentadas en un corro y una tropa de chiquillos correteando libres por los montones que había entonces. Bocadillos y botellas de agua. Soldados de paseo que se acercaban a ligar. La tata mirando para otro lado. Al caer la noche cruzábamos de su mano la desierta avenida hasta casa, nos bañaba y a la cama.
Cuando me fui haciendo “mayor” fui testigo de cómo crió a mis hermanos pequeños sobre todo a Fernando y a Jesús, con que cariño y paciencia los fue educando y a la vez mimando, con cuanto amor les hablaba y los corregía cuando era necesario, como los protegía bajo se armadura de fuerza si los veía desvalidos…
La tata Reme era feliz con sus cosas: rodeada de niños y haciendonos jugar a mil cosas distintas, planchando y oyendo las novelas por la radio, tomando su café con su tostada cada tarde de su vida, llevandonos al cine Nervión, al Goya, o sobre todo cogiendo el autobús para llevarnos a los cines del centro, al Coliseo España, al Pathe, al Imperial, al Llorens, al Regina, al Apolo… entonces se venía arriba, se arreglaba como la señora que siempre fue, con su permanente, sus collares y su maravillosa colonia, una sonrisa de oreja a oreja, y a pasear a sus niños por toda Sevilla, a comprarnos chucherías, pasteles, bocadillos, batidos, luego de vuelta a casa otra vez en el autobús -el 9 o el 17 en el Banco de España- nos venia contando alguna historia de su vida y de su familia en su pueblo de Higuera La Real, provincia de Badajoz.
A veces cuando íbamos a Huelva a casa de mis abuelos, nos llevaba a ver a sus padres, unos viejecitos entrañables que vivían en una casa con corral, conejos y gallinas. Pura, su madre, era igual de cariñosa que la tata. Su padre José María era de pocas palabras y se marchaba a fumar con los amigos a la plaza del estadio del Recre.
Mi madre fue siempre su mejor amiga, -eran de la misma edad- y a mi madre le contaba todas sus cosas con absoluta y plena confianza. Mi madre le enseño a leer y a escribir con soltura. Le compraba revistas y cuentos que la Meme devoraba una y otra vez. Le gustaba Manolo Escobar, Lola Flores, la canción española, las películas de Sarita Montiel, de Gracita Morales, de canciones y amores. Escuchaba la radio con interés, lo mismo las novelas que las noticias.
Le gustaba el Rompido, no sabía nadar pero se bañaba en la orilla con sus enormes bañadores y nadaba apoyando las manos en el fondo. Nos lavaba la cabeza en el mar con huevo y vinagre. Por las tardes se sentaba en la terraza a tomar el fresquito, junto a mi madre, a charlar y ver pasar los barcos. Era su mejor momento del día.
También le gustaba mucho enseñar las faenas y tareas de la casa a las asistentas que venían a ayudar en la limpieza. Ella era la que imponía las normas y se hacía respetar.
No le gustaba pelar pájaros –lo tuvo que hacer toda su vida sin rechistar- ni limpiar pescados. Por un pinchazo infectado con una espina de pescado le tuvieron que cortar un dedo a la pobre.
Además ha criado a nuestros hijos a los que quería igual que ha nosotros: a Quique, Ana, Lourdes, Pepe, Celsito, Manolo, Rocío, Cristina, Josemaría, Blanca y Piyi, todos han pasado por sus brazos y todos han sido sus niños.
Además ha criado a nuestros hijos a los que quería igual que ha nosotros: a Quique, Ana, Lourdes, Pepe, Celsito, Manolo, Rocío, Cristina, Josemaría, Blanca y Piyi, todos han pasado por sus brazos y todos han sido sus niños.
Cuando se puso malita, muy poco a poco, pero sin mejoría, nos demostró quien era de verdad nuestra tata Remedios. Se quedaba sin aire y quería seguir haciendo cosas, siendo util. Por supuesto que todos nosotros, incluso mi padre y sobre todo mi madre, nos ocupamos de ella hasta el último momento de su vida. La recuerdo sentada en su silla, con su revista por delante, sus piernas hinchadas, sin poderse mover pero preocupada por todos y cada uno de nosotros. Nos la comíamos a besos entre todos…
Mi madre no se separó de ella durante toda su enfermedad y cuando hubo que ingresarla se quedó en el Hospital a su lado todas las noches porque la tata era muy pudorosa y no quería que la cambiara nadie si no estaba mi madre con ella.
Yo le decía, le digo, que ha sido nuestra segunda madre, a la que queríamos de la misma manera… ella no decía nada solo me cogía de la mano y la guardaba entra las suyas, muy seria, se quedaba pensativa… y luego sonreía y me daba un beso…
¿Qué no daría yo por poder abrazarla y darle muchos besos ahora mismo?
Te quiero mucho Tata. Y te echo mucho de menos ahora con mi nieta. Por eso escribo esto tata, para que Celsa te conozca, porque tu eres también su abuela.