"Casos Clínicos"

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Sevilla, Huelva, El Rompido, Andaluz.
Licenciado en Medicina y Cirugía. Frustrado Alquimista. Probable Metafísico. El que mejor canta los fandangos muy malamente del mundo. Ronco a compás de Martinete.
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jueves, 31 de agosto de 2023

La mujer de entre las sábanas del resturante gallego.

Este precioso relato que me manda mi sobrino Marco Soto Parejo es una delicia. No tengo más remedio que regalarlo -con su permiso- a los amigos de este blog.

EL BARRIO donde vivimos mis padres, mis hermanos y yo desde el once de septiembre de 2001 en la zona sur de Sevilla, fue construido en 1929 con idea de ofrecer un lugar de descanso a quienes trabajaron en la exposición iberoamericana en nuestra ciudad en ese mismo año. Consta de 390 chalets unifamiliares ajardinados que, por su forma alargada y sus tres o cuatro pisos de altura, según el tipo, casi recuerdan a un faro. Goza de dos exóticas plazas con aires latinos y suelos de albero donde el tiempo parece estar de descanso, aviadas con bonitos bancos de hierro negro, fuentes de agua potable y unas estructuras que a modo de porche, y después de ser engullidas por las voraces enredaderas, crean frescas sombras, tan necesarias en nuestros veranos. 
 El barrio está adornado con centenares de vivos naranjos, eminentes palmeras, arces, buganvillas, limoneros y robinias, e incluso alguna que otra familia de opulentos cactus mexicanos que recuerdan a personas sorprendidas con las manos en alto y sombrero de ranchero. 
 Es un barrio alegre y alberga gente colorida y pintoresca, a pandillas de gatos que a veces parecen estar meditando y otras jugando al escondite bajo los coches, a civilizaciones enteras de simpáticas hormigas silvestres, mirlos azabache, palomas que hacen de las ventanas mas altas sus pesebres, hermosas cucarachas de temporada, ratas invisibles, gorriones saltimbanquis y loros que cantan y visten plumas de un suave terciopelo verde. Tiene su vagabundo inmortal particular al que llamamos “el Langui” que nunca pide nada excepto algún cigarrillo que no se preocupa en encender demasiado pronto, tres colegios con profesores que beben juntos y en secreto el agua de la eterna juventud, un par de manicomios en desuso, un mercado, gimnasio, su propio equipo de futbol, que hace de las calles una fiesta cada dos domingos y, desde el año 1958 es oficial y coloquialmente llamado por todos “Heliopolis ” , lo que en griego quiere decir “la ciudad del sol”, y tiene mucho sentido pues todos gozamos de los beneficios que aporta su vitamina D, aunque este atributo pueda extenderse en realidad por todos los rincones de la ciudad. 
En este barrio se criaron mis padres, y a su vez los padres de ambos, y cuando los míos se casaron migraron al campo, donde pasamos la primera década de la infancia, cosa que ahora les agradezco, hasta que el famoso y traumático día de las torres gemelas volvieron con sus tres hijos al lugar donde se conocieron, se enamoraron y se hicieron uno. 

 LAS CASAS son casi todas blancas y están blindadas por una ley que les impide hacer reformas interiores o de estructura por lo que el barrio mantiene su aspecto original desde que se levantó, habiendo excepciones como en todas partes, claro. Los nombres de las calles que van de Norte a Sur son países de Sudamerica y las que van de Este a Oeste nombres de ríos españoles. Nosotros vivimos en el numero x de la calle Chile y nuestra casa hace esquina con la calle Ebro. De manera que, si vienes andando de sur a norte por la calle Chile y giras a la derecha de Oeste a Este por la calle Ebro solo encontraras dos casas en la acera mas cercana al Sur hasta que aparezcas en la calle Uruguay, la nuestra, y lo que hoy día es el restaurante Cambados, nombre que le fue asignado en recuerdo del pueblo pesquero gallego de donde son originarios los dueños. 

 EL RESTAURANTE Cambados es una casa como todas las demás en apariencia, solo que en sus patios hay veladores y en su salón una gran barra con taburetes, un murmullo que te hace sentir acompañado, tres o cuatro tiradores de cerveza gélida, elegantes camareros siempre en movimiento, pescados que da miedo verlos, patas de jamón ibérico curado colgantes que te hacen la boca agua, vinos rojo sangre de la tierra, whiskys y licores de todas partes del mundo, y una vitrina enorme a rebosar de marisco fresco, donde si quieres puedes dibujar tu nombre con el dedo debido al vapor que causa el cambio de temperatura de dentro afuera del cristal. Hay fotos enmarcadas en las paredes, tapando ya casi todo el mosaico de sus característicos azulejos cocidos y pintados a mano, inmortalizando las visitas de los diversos personajes que alguna vez comieron allí, príncipes e infantas, actores, futbolistas o artistas de renombre. El ambiente es marinero y el pomo de la puerta principal es un antiguo timón de madera del tamaño de un volante de coche corriente. Los dueños gallego-sevillanos y nosotros somos podría decirse “familia” después de tantos años conviviendo pared con pared. 

 HOY DÍA -siendo yo el mayor de los tres hermanos y el propietario de la idea de transformar a mi vuelta del extranjero el supuesto despacho de mi padre de la tercera planta en una habitación con idea de darle vida a ese espacio casi muerto- vivo en la penúltima planta y en la última de la casa que está habitada, compartiendo ratos, eso si, con la persona que sea que esté planchando en esos momentos, que nunca es mi padre ni nuestra hermana del medio ni el menor de nosotros ni yo, puesto que el cuarto de la lavadora también está en dicho nivel de la casa, quedando solo una planta por encima -con terraza incluida- que a falta de una idea mas interesante, se sigue utilizando como inservible cuarto de trastos (y como nadie haga algo pronto, no tardaré en convertirlo en un maravilloso spot para meditar u observar fenómenos en los cielos, y ya puestos habrá un tocadiscos, con música contemporánea polaca por ejemplo, perfecta la contemplación, algo de literatura rusa, un buen telescopio, un sillón y puede que hasta una pequeña nevera donde nunca falten cervezas internacionales, belgas, holandesas o alemanas ). 

 EN LA TERCERA PLANTA, donde solo vivo yo y de vez en cuando alguna familia de palomas a las que permito instalarse en la ventana que ellos prefieran hasta que los polluelos puedan volar, hay un cuarto de baño y es el de servicio, por lo que exclusivamente lo utilizo en momentos de extrema necesidad, y mi ropa y mis cosas de aseo las tengo en mi antiguo cuarto, en la segunda planta donde antes compartía ronquidos con mi hermano, que tras mi partida escaleras arriba se convirtió en el único habitante de dicha estancia; en cualquier caso, el espectáculo que me brindaba paseando sonámbulo por la casa gritando como loco de espanto debido a sus terrores nocturnos habían terminado años antes, por lo que aquella alcoba sencillamente dejó de tener interés para mi. 
 Aquí arriba, en la tercera planta hay dos grandes terrazas, una a la que se accede directamente desde mi habitación, donde a veces en verano saco un sofá, y otra a la que se ingresa desde el rellano de la escalera, donde se tiende la ropa, y en ambas paso largos ratos, hablo por teléfono, escucho música, practico yoga, trato de divisar sin éxito hasta el momento alguna nave extraterrestre además de intentar invocarlos, trabajo mi energía y mi salud con métodos ancestrales chinos que llevo a cabo y hago evolucionar a mi manera, doy gracias al universo por hacer su trabajo de forma tan precisa, hago respiraciones holotrópicas, y otras muchas cosas extravagantes que hacemos la gente futurista con nuestro tiempo libre. Siempre cosas buenas para el mundo -no se crean-, la gente futurista podremos parecer unos locos, y pueden pensar lo que quieran, pero es una locura sana, y para demostrarlo les digo que la gente futurista, la que es verdaderamente futurista, jamás querría autodenominarse futurista ni pertenecer a el grupo de los futuristas ni a ninguna comunidad en absoluto por que se sabe que eso son cosas que vienen del ego, y la gente futurista no quiere saber nada del ego, por eso yo no soy futurista, ni ningún futurista verdadero tampoco. 

 Dicho esto, y quedando al descubierto la magnitud de mi estupidez, y lo enredado de mi mundo interno, voy a contar lo que he venido a dejar escrito en este relato. 

 Lo que me ha impulsado a escribir estas líneas ha sido una simple creencia que ha brotado de pronto dentro de mí. 

Y es que, la mujer encargada de limpiar los manteles y en general todo el material que tenga que ser limpiado excepto el menaje del restaurante Cambados, pasa media vida conmigo, a la misma altura y a solo unos metros de distancia, puede que diez o quince, y aunque nunca hemos hablado ni una sola palabra de pronto pienso que ella debe ser una de las personas que mejor me conozca en el mundo, somos por completo desconocidos, pero pasamos muchísimo tiempo juntos, y, siendo yo una persona tan reservada, puede que incluso tímida a veces, no hago delante de nadie, las cosas extrañas que hago delante de ella, esas cosas futuristas que os contaba. 
En mi cabeza es como si, dentro de un enorme zoológico, hubieran puesto en jaulas contiguas a el abominable hombre de las nieves -tan difícil de divisar y de estudiar- y enfrente a una imponente Aguila Imperial espía, que solo observa y toma notas en silencio de forma inteligentísima. 
 Al principio, el abominable se escondía y sentía pudor por la imponente presencia del Aguila, pero poco a poco se fue acostumbrando a ella, se fue relajando, hasta que un día cualquiera, el menos pensado de todos, no le importó sentirse observado ni juzgado por su compañera a la que llamaba mentalmente “la reina del cielo”, y el abominable se acordó de las familias del norte de Europa con las que alguna vez había coincidido en alguna playa del Algarve en Portugal, que hacían su vida como dios los trajo al mundo, y se hermanó con ellos, y pensó que en el norte de Europa se nos llevaba cierta ventaja evolutiva. 
 Y llegado un momento, el abominable hombre de las nieves olvidó por completo estar acompañado y se sintió como se sienten los monstruos cuando están completamente solos, cuando no tienen que hacer ningún papel en el teatro de la vida, cuando no tienen que defenderse de nada ni nadie, ni asustar a las criaturas ingenuas de la tierra, y comenzó a cantar como si estuviera en la ducha, como si estuviese completamente solo en el mundo, y pensó mientras hacia cuidadosamente la cama: “ el día que aparezca alguien por aquí pienso darle un susto de muerte, la gente no sabe el peligro que supone encontrase con alguien que hace la cama todas las mañanas después del café, de verdad que no tienen ni idea de la afilada determinación que pueden tener estas almas, la gente debe tener mucho cuidado con ellas ” … 
Y esbozó una sonrisa, olvidando incluso lo que había estado pensando, y una enérgica sensación de alegría entró por la ventana en forma de aire fresco y lo invadió mientras escuchaba de fondo una exquisita sinfonía clásica que se escapaba del reproductor de música sin que nada ni nadie pudiera impedirlo. 
 FIN .

Titular y propietario: Marco Soto Parejo

miércoles, 22 de marzo de 2023

En el silencio del campo

Escrito por mi hermano Jose María Pareja-Obregón Lopez-Pazo

Siempre fui un enamorado del campo y la naturaleza. Desde niño en los descampados que rodeaban el estadio del Sevilla FC -cuando Nervión era todavía una huerta entre el campo y la ciudad- ya miraba a los jilgueros y verdones revolotear en las matas de jaramagos. 

 Desde que nací, en verano nos íbamos a Cartaya a casa de mis abuelos y crecí gateando en un huerto con naranjos donde me distraía viendo cómo bebían los pájaros en los surcos que mi abuelo Pepe hacía para regar. Al mediodía, con el calor, las chicharras nos acompañaban la siesta y por la noche los grillos cantaban a la luna. En esos primeros años de mi vida, con mi primo Manuel Diego, aprendí todo sobre los pájaros, su canto, su vuelo, nidos, crías, etcétera. Allí fui feliz porque era lo que me gustaba. 

 En la infancia todos los fines de semana nos íbamos de cacería con mi padre, Lucas, Ricardo, mi hermano Celso y yo. Íbamos por la sierra, la campiña o la marisma, según dónde tocara la cacería. Celso y yo cobrábamos los zorzales y perdices que mi padre dejaba caer como lluvia de abril y siempre acabábamos exhaustos. 

Cuando ya fui más mayor empecé a cazar por mi cuenta. Con Manuel Diego cazábamos pajaritos con la red en la otra banda de El Rompido, cazaba conejos en Los Cerros con mi tío Joaquín, la perdiz con reclamo en el Puerto de la Virgen con mi primo Juan de Dios y mi hermano Jesús, los patos y los ánsares en la marisma de la Abundancia con mis amigos los Zapata, y aprendí la cetrería con Manuel Diego en los pinares de mi querida Cartaya. Los fines de semana siempre los pasaba en el campo y, como era dueño de mi negocio, en la época del reclamo salía todas las tardes a colgar el pájaro. En la sierra he visto bandadas de palomas torcaces que nublaban el cielo, en otoño los zorzales en las estacales al ir para la dormida pintaban el atardecer y en febrero los ánsares y las grullas volaban en flecha con sus cantos anunciando la primavera. 

 Empecé a estudiar ingeniero técnico agrónomo, pero por circunstancias, lo deje y me hice industrial, aunque nunca deje mi amor por el campo y la naturaleza. Me casé y me vine al Aljarafe pues nunca me gusto la ciudad. Vivo en el corazón del Aljarafe, en Villanueva del Ariscal, donde los olivos se mezclan con las viñas y los árboles frutales en primavera llenan de colorido el campo como si un cuadro de un pintor se tratara. Tengo el privilegio de vivir tan cerca del campo que me despiertan muchas veces los cantos de los gallos y los tordos, veo amanecer y atardecer todos los días caminando por los senderos y ese paseo me sirve para reconfortar el espíritu y el alma recordando emocionado viejos lances y anécdotas de tantos años de cacería. Soy cazador y, aunque ahora no ejerzo, siempre lo seré por que el cazador es como el torero que, aunque no toree, torero es siempre. 

Después de tantos años cazando y saliendo al campo ahora en mi madurez disfruto de largos paseos todas las mañanas con mi perrita “Chica”. También salgo con mis amigos galgueros por los barbechos de Salteras para ver la carrera de una liebre que busca su amparo en la besana o en la farda de un olivo. 

 Pero una cosa ensombrece mi alegría y es que el campo está en silencio, paseo todas las épocas del año, primavera, verano, otoño e invierno y se cómo cambia la naturaleza su vestido, ahora el verde de la yerba está desapareciendo, unas máquinas rocían un producto que lo vuelve todo amarillo, los herbicidas atacan al olivo en su raíz, las veras de los trigales las queman con productos que huelen desde kilómetros y los pesticidas inundan las huertas y eso esta acabando con el campo.

 Ya no se escuchan los chamarices en celo con su vuelo para atraer a las hembras, no veo bandos de jilgueros que teñían de amarillo los caminos, no se ven verdones ni jamaces en los higuerales ni rular las tórtolas en el verano, la tristeza me invade y siento rabia y desasosiego, nunca pensé que en una tierra tan bonita y tan rica estuviera tan yerma; es terrible el silencio en el campo, no hay trinos de pájaros, no se escucha la perdiz en celo, las liebres se están volviendo estériles, tan sólo algún canto lejano de alguna codorniz triste y palomas que vuelan buscando comida en los comederos del ganado es lo único que me da alegría… ¡con qué poco que me conformo! 

 Algunos políticos de pacotilla y naturalistas trasnochados achacan a los cazadores los problemas del campo y no saben que la caza ha existido siempre desde que existen los humanos, pero no dicen nada de los venenos de la nueva agricultura. 

No soy un experto en la materia y los que han estudiado eso sabrán mas que yo, pero si puedo asegurar que llevo más de medio siglo saliendo y viviendo en el campo y en contacto puro con la naturaleza y les puedo asegurar que no hay nada más triste que ver el campo en silencio. 

 Y, o le ponen remedio… o se habrá perdido toda la esencia de la naturaleza humana.

Villanueva del Ariscal, 21 de marzo de 2023.
Jose María Pareja-Obregón

martes, 28 de febrero de 2023

El olor

 Se tuvo que ir. La verdad es que no me lo esperaba, la vi como despistada un buen rato antes de anunciarlo rotundamente, como si meditara dudando o calculando la respuesta de una ecuación complicada porque a veces cerraba los ojos y musitaba un responso como de probabilidades. 

Yo estaba seguro que vino para quedarse unos días por el barullo que traía al aparecer con dos maletas y un gran bolsón de viaje de donde salieron paquetes de regalos y una envoltura de papel con fruta fresca que olía a fresas, a kiwis y a plátanos. Esta vez llegaba sin avisar, otras también, y traía la cara como de haber estado llorando en el tren y en el autobús pues nunca le importó llorar en público y nunca tuvo que ocultar su llanto terapéutico, por supuesto. Y era cierto que solo al cruzar la pequeña cancelita baja del jardín y subir los dos escalones del porche le desaparecían las ganas de llorar y se le iluminaba la cara de alegría y confianza. 

Aunque ya canoso, viejo con la vista acristalada y turbia, todavía tengo un olfato excelente y puedo reconocer los olores de mi primera impronta humana, olor familiar ancestral con el que segrego adrenalina que me permite activarme y soltar un par de ladridos de verdadera felicidad..

Así que la olí desde lejos y  creo que al doblar la esquina donde unos metros antes se detiene el autobús de gas licuado, percibí un tenue olor corporal familiar que me golpeó (mas bien me acarició) suavemente el hocico para ir acrecentandose progresivamente, olor a hembra con feromonas familiares y a sudor conocido y registrado en mis acúmulos neuronales los cuales se activaron inmediatamente  pues antes de llegar ella a la cancelita yo ya estaba en la puerta husmeando, ladrando y moviendo el rabo esperando su presencia.

Al oirme ladrar, ella apresuró el paso y tocó las maderas con cuidado y respeto. Lentamente abrió la puerta con confianza y enseguida me dejé acariciar por esas manos tan francas y cálidas que permitió como siempre que lamiera. Restos de lágrimas, mocos, tabaco de vapear, perfume de jabón de glicerina, papel perfumado y pelusa de frutas. Y un olor extraño que no tenía catalogado. Un efluvio raro, no habitual en su cuerpo. Un aroma desconocido que provenía de su aliento, del sudor imperceptible que se evapora inmediatamente y que solo los perros detectamos, un olor distinto por nuevo, se podría catalogar de desagradable por desconocido, ya que la última vez que pude olerla, trece lunas nuevas y medía luna creciente tan solo, no desprendía ese olor.

Olor que trascendía y se hacía mas penetrante en espacios cerrados como en aquella casa antigua, habitualmente poco ventilada y con cortinas y alfombras llenas de ácaros defecadores y apestosos que producen ese ambiente rancio tan característico de los hogares donde habitan personas mayores y que yo tengo perfectamente asumido e integrado en mi cerebro.

Como digo esta vez noté algo raro en ella. Los saludos, abrazos, besos, regalos, preguntas y respuestas, parecían los habituales de siempre, el preludio de unos días de descanso en casa de sus padres, bien motivados por conflictos de pareja y separaciones temporales, o bien por necesarios días de descanso y meditación, de reponer fuerzas con orden en las comidas y en el sueño, para volver relajada al trajín del trabajo y del desorden en la capital... Pero el olor no cedió al relajarse y ni al soltar el equipaje en su cuarto cuando fueron desapareciendo los estresantes olores de las catecolaminas desatadas.

El olor era cada vez más intenso, estaba en su ropa, en el aire que ocupaba su cuerpo, en el sitio donde se sentaba, un olor que me espantaba y me impedía tumbarme a sus pies y en cambio me haciendo merodear inquieto y sin parar de lamer y husmear sus objetos personales para identificar el origen de ese nuevo y desconocido efluvio químico. No provenía del cuero de los equipajes ni de cremas, desodorantes, maquillaje ni del tinte de su pelo, Estaba dentro de ella. Y me mantuve alerta.

Antes de dormir pude oler su orina que despedía con gran intensidad el olor desconocido. Esa primera noche la pasé a los pies de su cama, sin querer dormir, analizando su respiración. La oí murmurar en sueños y moverse en la cama con un sueño inquieto de quejidos y toses, alguna vez habló en sueños palabras que no entendí. Despertó con mala cara y con el olor muy acentuado.

Aquella mañana al salir del baño la encontré mas delgada con los huesos de la cadera muy señalados. Después de acariciarme un buen rato con sus manos húmedas y frías mientras yo husmeaba su cuerpo, se marchó con prisa de nuevo segregando catecolaminas y ese olor que destacaba sobre los jabones y cremas del baño.

Yo salí a dar mi paseo matutino y hacer mis necesidades en el parque cercano pero sin ganas de alternar con mis conocidos pues mi instinto estaba en alerta y no dejaba de husmear el aire para tranquilizarme identificando ese nuevo olor en alguna parte donde no estuviera ella.

Al volver a casa no pensaba en otra cosa que en en percibir de nuevo su aroma. Estaba irritado y gruñía ladrando al viento dando vueltas sobre mi mismo, como atolondrado, mientras mi amo me tranquilizaba con paciencia y cariño. Pude detectar en el nervios y preocupación, un atisbo de llanto contenido, y por eso me senté a sus pies y me dejé acariciar hasta que los dos nos relajamos o lo consegímos disimular al menos.

Antes del mediodía ya estaba mi ama y su hija de vuelta. Emociones contenidas, reprimidas, miedo y desesperación. Y ese olor.

Fue entonces cuando pude ponerle nombre, al  escucharlo por primera vez.

Y por eso se marcho de repente... por última vez...



domingo, 20 de noviembre de 2022

La espera / Salamandras frescas

 Esperar. Mejor dicho, saber esperar. Ya lo dice el dicho andaluz: “hambre que espera jartura, no es hambre ninguna…” Pues en eso estábamos, esperando... Ya habíamos cumplido nuestra parte del trato, siete días a dieta de agua y sales minerales en bebidas isotónicas, largos paseos por el jardín del sanatorio -siempre bajo vigilancia de un celador con cara (y eructos) de ser adicto a las cocacolas y pizas grandes de anchoas-, y periodos de descanso reposando en hamacas en la terraza del Sanatorio. Extracción de sangre dos veces al día, al amanecer y antes de dormir vigilados por cámaras y cables en los dedos. Recogían toda la orina de nuestro cuerpo en botes esterilizados, igual que nuestras deposiciones en retretes de un solo uso. Y pegatinas con códigos de barras para todo. La pulsera electrónica emitía a veces un calambrito y entonces venía una enfermera para hacernos soplar en unos tubos cada 30 minutos. Pero bueno, los siete días ya terminaron hace unas horas y los voluntarios del experimento nos manteníamos a la espera del banquete prometido en las condiciones previas firmadas. La verdad es que yo no tenía hambre, pero no me gusta que me tomen el pelo.

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Había probado todo tipo de mamíferos, aves, insectos y reptiles, sin dar muestras de agrado. Tan solo consintió almorzar una anaconda gorda y llena de fango, que devoró sin interrupción durante varias horas, y después, de postre, se comió un cóndor entero sin pelar. En el estómago tendría una maquina mágica pues al momento expulsó por lo que supuestamente eran la orejas una gran cantidad de plumas y de trozos de garras del ave andina. De la anaconda ni rastro. Pero el ultimátum a la Tierra persistía. O le dábamos de comer lo que le saciara el apetito o destruiría el planeta por inservible para los suyos. No sé como, pero alguien le trajo una rechoncha salamandra negra con manchas amarillentas. Se la tragó de un sorbo vivita y coleando y entonces todo cambió. Emitió un jadeo gutural de satisfacción, yo diría que muy parecido a un orgasmo extraterrestre y con su traductor molecular exigió salamandras, cientos de miles de salamandras. Y aquí nos tienen ustedes, hace unos días gobernando el Estado en el Parlamento y ahora con botas de agua buscando salamandras frescas. Parece increíble como nos pueden cambiar la vida los extraterrestes…

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PD: RELATOS CORTOS PRESENTADOS AL III CONCURSO DE MICRORRELATOS “VINO Y GASTRONOMÍA” 2022



miércoles, 15 de septiembre de 2021

La Conjura de Los Necios...

Cuando mi admirado John Kennedy Toole escribió a mediados de los 60 del pasado siglo A Confederacy of Dunces nunca podría haber imaginado la relación que su obra tendría más de medio siglo después en la historia de este país. 

En España creo que fue publicada por Anagrama en 1982, yo tenía 26 años. Al poco tiempo, lo descubrí en el mueble biblioteca de la casa de mis padres con el acertado título de La Conjura de los Necios y como que me lo bebí sin respirar de un tirón. El sugerente título fue extraído de una frase de un relato de Jonathan Swift (otro genio): “Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él”. Frase muy bien traída para identificar al don quijote-sancho protagonista de esta obra maestra de la Literatura, el cual consideraba necios al noventa y nueve por ciento de las personas de su entorno más cercano, según su teología, geometría, decencia y buen gusto. Tanta impresión me causó la primera lectura que he tenido que leerlo repetidas veces desde entonces para no olvidar nunca la película que veo cada vez que lo repaso. Prodigioso. 

Muchos años más tarde me doy de bruces con otro libro que de nuevo me impresiona por el título: Elogio de la Locura, escrito en 1509 por el teólogo y filósofo cristiano Desiderio Erasmus de Rotterdam, crítica satírica y esperpéntica de las absurdas costumbres que imponían las estrictas normas eclesiásticas católicas de la época. 

Resulta que el libro se lo dedica Desiderio Erasmo a su amigo Thomas More, -si, el santo anglicano al que por no traicionar sus creencias le cortaron la cabeza por capricho de Ana Bolena y Enrique VIII- que, haciendo un juego de palabras con “Moria”, en griego sinónimo de Estulticia o Necedad, consigue que el título original fuese en griego Morias Encomion (Encomio de la Moria) y en latín Stultitiae Loas (Elogio de la Necedad), mal traducido posteriormente al español como “Elogio de la Locura”. Y resulta que el título de estos dos libros que anidan en mi mesilla de noche, se ha convertido en santo y seña de muchas de mis elucubraciones y opiniones en las conversaciones con mis amigos, sobre todo cuando alguien – un “indocumentado” casi siempre- perora sobre la política española. 

Fue en el tiempo de las carambolas del destino y las mentiras encadenadas que nos trajo aquello de la ceja y de la alianza de civilizaciones, cuando advertí que estábamos entrando en la era “progresista” del Elogio de la Necedad y la Conjura de la Locura de una manera imparable, auspiciados por los mas estultos encomiásticos de la moria, una avanzada del progreso hacia la estupidez más absoluta y absurda seguida por cientos de botarates con sonrisas de plastilina. 

Creí que aquella aventura de ocho años de ruina y paro sería un escarmiento para los cretinos. Pero la rueda de la fortuna no se detiene… y llega la gran conjura de los necios. 

 Conjura en que el engaño y la mentira reiterada se hacen protagonistas de la política española en su máxima expresión que se sustenta en una traidora alianza de necios embusteros “progresistas” que mantienen en el poder a un individuo tan encantado de conocerse en su trono que se hace llamar “Mi Persona” – y que encabeza un gobierno desleal por la infamia y la vergüenza de no cumplir ni una sola de sus promesas- atrapado en sus propias redes de falsedades y vacuedades, que ha abusado de la Constitución para mantener secuestrado a un país demasiados meses en su propio provecho político y además ahora con un exvicepresidente perturbado vendido al capital de los independentistas. ¡Toma Ya! 

Conjura en forma de gobierno de necios arrebolados en la locura inútil de una coalición parlamentaria entre enemigos y rufianes de baja estofa, dando importancia máxima a la antibiológica identidad de género, al esperpento del lenguaje inclusivo, y a otras muchas patrañas dignas de cualquier TBO de mi infancia. 

Conjura de estultos gobernados por un presidente amordazado y trincado por la pernera con unas tenazas capadoras en manos de antiespañoles babosos y cobardes exilados como nenazas meonas. Vaya ejemplo que están dando los catalanes y vascos a sus descendientes… 

 Bueno y lo último y más ilustrativo de mi desahogo ¿Saben ustedes como han traducido al catalán el libro La Conjura de los Necios? :

Una Confabulació D`Imbecils 

No hay más palabras, señoría.

Publicado en Tribuna Abierta de @abcdesevilla el 14/09/21

domingo, 2 de mayo de 2021

La Magia de los Libros

Los libros solo sirven para que los leamos. Leer es vivir mil experiencias. Los libros son compañeros de viaje inmejorables. En ellos encontramos tanto respuestas como preguntas. Nos hacen vivir de una manera singular, cada cual extrae de la lectura sus conclusiones.

 Mis libros son parte de mi vida. Sé que están ahí, los encuentro cuando los necesito y acudo a ellos cuando me llaman porque se que me tienen algo que decir. Algunos son como de la familia, otros me miran de reojo con ganas de amistad y les paso la mano por el lomo para que se conformen estando dónde están. Otros se me pierden entre montones detrás de montones, pero al final acabo dando con ellos y me los llevo una temporada a la mesita de noche para que se despabilen con la luz de la lámpara. 

 Hoy lo he comprobado. Los libros buscan a quién los busca, hasta que se encuentran en armonía. 

 Los sábados suelo salir con mi bici a dar un paseo deportivo, pero también aprovecho y a la vuelta me paso por los kioscos, librerías y tiendas de remate para comprar algo de lectura, siempre con la esperanza que todo buscador de tesoros ocultos anhela, encontrar una joya perdida entre baratijas al por mayor. Eso casi nunca sucede…

 Hoy domingo (ayer sábado no pude salir) salgo con mi bici a pasear deportivamente por Sevilla, un día especialmente bonito de primavera, con luz diáfana y sol poco molestón, el aire lleno de fragancias sevillanas y un piar de pájaros y más pájaros revoloteando entre los árboles. Atravieso puentes y me alegro de ver el río repleto de deportistas con sus piraguas, sus tablas, sus canoas, y otra vez los barcos de turistas navegando con pasajeros encantados de estar con nosotros. 

 Pedaleo en mi bici pensando en libros y lecturas. Ruedo por la calle López de Gomara en dirección a la Ronda de Triana absorto en mis cuitas. Un Mercedes ya añoso aparcado en doble fila y con el portón trasero abierto me corta el paso, lo adelanto; ¿el maletero está lleno de libros? Doy la vuelta y me paro detrás de ese portón abierto del maletero del Mercedes añoso… ¡lleno de libros usado que están en montones con atadillos de cuerdas de tendedero blanca y negra! Espero. El auto está sin conductor y no acude nadie. Dos señores desayunan en el bar de al lado, a unos cinco metros, y les pregunto si conocen al dueño del coche. Yo soy el dueño, me dice uno, que quiere usted, pregunta. Libros, quiero libros, le respondo. ¿Puedo mirar? Mire usted lo que quiera, yo vendo libros, tengo muchos. 

 Los libros están en atadillos apretados, de entre diez a treinta ejemplares. Un atadillo, el más pequeño, me llama la atención. Me he fijado en un “Quo Vadis” que parece en buen estado. Hace tan solo unos días, hablando de libros con mi primo Arturo me dijo que acababa de terminar de leer “Quo Vadis” y estaba encantado. Le aconsejé que leyera “Ben-Hur”. Por eso al ver este ejemplar me atrajo como un imán o como el polen a las abejas. 

 Converso con el vendedor mientras se termina su tostada con manteca colorá. Trinco el atadillo y le pregunto el precio. Lo piensa un segundo y me pide cinco euros, justo lo que yo sabía que me iba a pedir. El que le acompaña parece ser su asistente y es el que se encarga de cobrar. Nos intercambiamos nombre y teléfonos. Quedamos en llamarnos para ver su “tienda” que al parecer está en un bar. 

 Meto el atadillo de libros gastados en el canasto de mi bici de paseo y me vengo feliz y contento para mi casa sin creerme lo que acaba de ocurrir. Estas cosas no suelen ocurrir, pienso. Pero la vida está llena de sorpresas y de casualidades que nos hacen felices con pequeños detalles. Detalles que tenemos que saber valorar y disfrutar de ellos. Como yo me siento hoy: un afortunado lector con un día de gran suerte. 

 Estos son los libros que vienen en el atadillo: 

- Quo vadis. Henryk Sienkiewicz. Circulo de Lectores. Diciembre 1969. 

- La Espuela. Manuel Barrios. Ediciones Destino. Primera edición. Abril 1965. 

- La arboleda perdida. Memorias. Rafael Alberti. Seix Barral. Reimpresión 1975. 

- Confieso que he vivido. Memorias. Pablo Neruda. Seix Barral. Edición especial para la Caja de Ahorros de Vigo (CAV). 1974. 

- Poetas gallegos contemporáneos. Basilio Losada. Seix Barral. Edición especial para la CAV y Monte de Piedad Municipal de Vigo. 1972. 

- Kasida del Olvido (Reimpresión). Joaquín Romero Murube. Edición no venal. Gráficas del Sur. Sevilla 1992. 

- Leyendas. Gustavo Adolfo Becquer. Clásicos edebé. 2000. 

- Elegías y Poemas Españoles. Francisco Giner de los Ríos. Finisterre. México.12/07/1967. 

- Album de sentimientos. Antonio Parrón Camacho. 1989 

- La Ciudad. Ensayos. Manuel Chaves Nogales. Diario de Sevilla. 

- Poemario. Manuel Gil Barragán. Alhoja. 1991. 

- Nocturno. Manuel Gin Barragán. Alhoja. 1991. 

- Entre la roca y el barro. Paco Pérez Mesa. Cuadernos de poesías nº2. Colección Viento Sur. 1978. 

 Bueno pues esto es lo que me ha sucedido hoy domingo 2 de mayo de 2021 y me gusta compartirlo con ustedes para que sepan lo que me gustan los libros.




domingo, 9 de febrero de 2020

Mi Rio Piedras


   Me lo ha mandado mi hermano José María y quiero que lo leáis.                                                    
Amanece en la orilla de la ría, la brisa suave del sur trae el aroma a salitre y marisma que queda en la bajamar, las pateras vienen de recoger los trasmallos con su carga de chocos, lenguados y mojarras mezcladas con las algas, trasmallo que los marineros cargan sobre sus regazos para limpiarlos y volver a calarlos. Esa fusión de olores entra por la ventana de mi cuarto abierta en esta mañana de agosto y no hay un perfume más maravilloso y que quedará grabado siempre para mi.

Estamos en la ribera del rio Piedras, en el sitio llamado El Rompido, asentamiento marinero que antaño era de chozas y después casitas bajas de marineros. El rio Piedras nace en la zona del andevalo, términos del Almendro y Villanueva de los Castillejos donde es un pequeño arroyo y baja alegre por la Tavirona mezclándose ya con el agua salobre que viene de la mar, besa a Cartaya en la ribera serpenteando los caños donde los barriletes hacen sus agujeros para taparse cuando sube la marea, se hace grande por el Terrón donde los barcos de pesca de los leperos esperan el atardecer para salir a calar sus artes en la desembocadura del rio y volver por la mañana con su preciada carga de toda clase de pescados, mariscos y moluscos, preciado tesoro que tiene esta maravillosa costa de Huelva.

Mis padres tenían una casita de estilo marinero en la misma orilla de la ría, hoy paseo marítimo, donde pasábamos el verano y casi todas las vacaciones del año. Allí mis hermanos y yo nos criamos andando todo el día descalzos y en bañador, bañándonos según fuera la marea por la mañana o por la tarde, cogíamos bocas y camarones en los cañitos que se quedaban en la bajamar manchándonos de ese bendito fango que ennegrecía todo nuestro cuerpo, para nosotros era un paraíso y nadie en Sevilla se creía las cosas que les contábamos cuando volvíamos pues era totalmente diferente a un veraneo tradicional. Teníamos pandillas de amigos y jugábamos con los niños nativos del pueblo,  éramos como una gran familia y nos conocíamos todos.

 Mi padre siempre tuvo barquitos de madera con motor interior (los viejos Diter, FiTa, Perkins..), de los que hacia Carrasco, un maestro carpintero de ribera de Cartaya. Salía todos los días al amanecer a pescar con su íntimo amigo Pedro Toronjo con el que se llamaba hermano, la mayoría de los días venían cargados de robalos, bailas y anchovas que mi madre guardaba en el congelador que siempre estaba lleno hasta arriba; también en las mareas cortas pescaban la corvina cogiendo ejemplares que llegaron a los cuarenta kilos, el tío Pedro las limpiaba en el patio con la maestría que le caracterizaba y entre trago y trago de vino se terminaba en una fiesta.

El Rompido pueblo tenía su núcleo alrededor de la iglesia, pequeña capilla de la Virgen del Carmen, que se pudo construir con fondos aportados por el ayuntamiento de Cartaya, los vecinos y los escasos veraneantes; había solo una tienda, la de Gertrudis, con lo esencial para la cocina y la casa, pero  por las mañanas los hortelanos con sus burros y jangarillas traían a las puertas de las casas todos los maravillosos frutos de sus huertas, verduras y frutas que tenían un sabor único e irrepetible; las mujeres de los marineros traían también las almejas, lenguados, chocos, y otros peces vivos que sus maridos pescaban al amanecer, manjares que hoy tendrían un valor incalculable y nosotros los teníamos en la puerta de casa.

Había muy pocos bares en el pueblo, el de Fidel, el de la Calañesa donde los marineros se tomaban la copita de aguardiente antes de salir a la mar y el del Paseo, este era un cobertizo con una terraza a orillas de la ría donde su dueño Manuel, hostelero de Huelva que se venían a pasar el verano con su mujer y nos alegraban la vida a todos los vecinos de esa parte del pueblo. Manuel se tomaba su copita con los clientes y su mujer hacia las tapas típicas de la zona con vinitos del condado y por las noches era parada obligatoria para la cervecita y la tertulia bajo la luz de la luna y escuchando el oleaje de la otra banda. Entonces apenas se veían forasteros.

Los domingos por la mañana mi padre no salía a pescar puesto que era día de baño y nos íbamos toda la familia en el barco a la punta de la barra, donde desemboca el rio; llevábamos la nevera con bebidas y tortillas que había hecho la tata Reme y pasábamos todo el día bañándonos y cogiendo coquinas que estaban a millares llenando los cubos hasta arriba, venían más barcos de excursión con nosotros, Pedro Toronjo, Antonio Gordon, Tío Manolo y los primos… y allí pasábamos una jornada inolvidable, regresando a la caída del sol que se ponía por la Casa el Palo y sus últimos rayos se reflejaban en la ría pareciendo un espejo dorado solo alterado por los chapuzones de los charranes que se sumergían detrás de los pequeños boquerones que entraban en la ría.

Nuestra vida diaria giraba siempre entorno al rio. Con marea baja nos lo atravesamos nadando para ir a la otra banda y cruzar al mar por la vieja Almadraba hasta llegar a la playa inmensa y solitaria que teníamos la suerte que era para nosotros solos, donde nos bañábamos desnudos y corríamos detrás de las gaviotas que esperaban cansadas que las levantáramos. Con marea alta nos bañábamos cada día en un sitio de la ría y nadábamos hasta los barcos para tirarnos de cabeza al agua. Barcos marineros que fondeados esperaban la caída de la tarde para con el run run de sus motores salir para la mar: la Blanca Paloma, Hermanos Hurtado, Pichí, Frasco y el Colorao, los Gila, Calentura, el Gallo, el Chulo… nombres que nos sabíamos los chiquillos de memoria y los veíamos entrar por la mañana y decíamos su nombre nada más que por el ruido del motor.

El día de la Virgen del Carmen eran las fiestas del pueblo, se celebran el ultimo fin de semana de julio, había pasacalles y cabezudos, tiro al plato, carreras de botes a remos y por la noche verbena en la plaza con baile y orquesta, nos lo pasábamos muy bien, participábamos todos vecinos y visitantes, era una fiesta familiar que culminaba el domingo con la procesión de la Virgen del Carmen por la ría montada en un pesquero y acompañada por todos los barcos del Rompido, pesqueros y de recreo, donde José Catalina -el más viejo Patrón- tocaba su caracola anunciando la llegada de la Virgen a modo de maravillosa corneta marinera para que todos la acompañáramos a lo largo de la ría del Piedras bendiciendo sus dos orillas.

Ya hace tiempo que me fui, ahora estoy en otro pueblo que también quiero mucho, son otras costumbres, es un pueblo del aljarafe sevillano donde vivo y soy feliz pero cuando el foreño sopla fuerte y estoy por el campo de pronto me viene olor a salitre y me paro y cierro los ojos y por un momento me siento que soy ese niño que cogía bocas en la bajamar y me bañaba en la punta siempre mirando a levante por si a media mañana veía aparecer por la lejanía el Merchi para ir corriendo a esperar a mi padre.

                                  JOSE MARIA PAREJA OBREGON              

                                  Villanueva del Ariscal  9 de Febrero de 2020


jueves, 22 de marzo de 2018

Leer


La curiosidad ancestral que me acompaña desde niño me hizo ser lector precoz. Las letras que formaban palabras, las palabras que componían frases, las frases que formaban un cuento o explicaban la viñeta de un tebeo me producían desde niño un efecto hipnotizador. Recuerdo que cada día al volver a casa para cenar y acostarme, tenía la dicha de saber que podía leer un buen rato en mi cama aquellos tebeos y libros de cuentos que mi madre se encargaba de comprar y de ofrecernos sabiendo que no había mejor medicina sedante para tantos hermanos como éramos.

Así cada uno con nuestro tesoro de papel llenos de dibujos y de letras vivíamos cada noche una aventura diferente con Tintin,  El Capitán Trueno, El Jabato, Bonanza, El Tigre de Mompacrem, Los Cinco, Celia y Matonkiki, los Siete Secretos y muchos otros.  Y esa sensación es difícil de olvidar.

Inconscientemente siempre he buscado lectura allá donde iba. Me he sentido siempre extraño y desolado en una casa sin libros.

A medida que avanzamos en la vida adulta empezamos a leer tanto por obligación para aprender y adquirir conocimientos diversos en el colegio -estudiar- como por necesidad vital de adquirir información de todo tipo, instrucciones, anuncios, indicaciones de tráfico, periódicos de papel o resúmenes de noticias en internet. Leemos por obligación laboral informes y libros técnicos, leemos para comunicarnos mediante mensajes y correos electrónicos, leemos inconscientemente letreros, anuncios publicitarios, indicaciones de tráfico, miramos revistas de fotos según nos marca el mercado.

Pero yo me quiero referir a la lectura voluntaria-consciente no obligada y realizada para proporcionarnos una sensación determinada, casi siempre un efecto beneficioso.

Cuando miramos estas pequeñas manchas que forman letras y palabras un gran número de fotones atraviesa nuestra córnea hasta llegar a la retina donde unos receptores fotoeléctricos -los conos y bastones- conducen esa información a través del nervio óptico cruzando el quiasma óptico e impresionando el córtex occipital o área de la visión cerebral. La interpretación que hacemos de esas imágenes que forman palabras y frases produce modificación de los niveles de neurotransmisores cerebrales serotonina, dopamina y otros, produciendo efectos beneficiosos en nuestro estado de ánimo.

Como va a ser igual que un chaval antes de dormir se deslumbre con una consola o una tablet de juegos estratosféricos y ruidosos, o malgaste el tiempo escribiendo mensajes en vez de disfrutar con la lectura de las aventuras de Tom Sawyer, con La Isla del Tesoro, con todo Julio Verne, con El Coyote... Estas lecturas de juventud serán las que siembren la voluntad de leer a Conrad, a Melville, a Stoker, a Dumas, a Daniel Defoe, a Swift, y de ahí a la eternidad de la Literatura.

Me gusta observar a quien está disfrutando de su tiempo de descanso leyendo sin prisas, solo por el placer de leer. Leer por placer es como acercarnos al mundo de los sueños, como disfrutar de una melodía relajante mientras descubrimos nuevos mundos y paisajes impresionantes, a veces es como ver una película en tres dimensiones y nosotros participamos en ella de alguna manera.

Estoy convencido que este tipo de lectura tiene un componente terapéutico muy poco estudiado y valorado. Por eso yo le recomiendo a mis pacientes mayores (a mi madre la primera) que lean todo lo que puedan… incluso artículos de prensa, como este (muchas gracias).

Publicado en ABC de Sevilla el 20/03/2018