Cuaderno de apuntes, opiniones, reflexiones y embustes de Celso Pareja-Obregón López-Pazo y familia.
"Casos Clínicos"

- Celso Pareja-Obregón López-Pazo.
- Sevilla, Huelva, El Rompido, Andaluz.
- Licenciado en Medicina y Cirugía. Frustrado Alquimista. Probable Metafísico. El que mejor canta los fandangos muy malamente del mundo. Ronco a compás de Martinete.
jueves, 31 de agosto de 2023
La mujer de entre las sábanas del resturante gallego.

miércoles, 22 de marzo de 2023
En el silencio del campo

martes, 28 de febrero de 2023
El olor
Se tuvo que ir. La verdad es que no me lo esperaba, la vi como despistada un buen rato antes de anunciarlo rotundamente, como si meditara dudando o calculando la respuesta de una ecuación complicada porque a veces cerraba los ojos y musitaba un responso como de probabilidades.
Yo estaba seguro que vino para quedarse unos días por el barullo que traía al aparecer con dos maletas y un gran bolsón de viaje de donde salieron paquetes de regalos y una envoltura de papel con fruta fresca que olía a fresas, a kiwis y a plátanos. Esta vez llegaba sin avisar, otras también, y traía la cara como de haber estado llorando en el tren y en el autobús pues nunca le importó llorar en público y nunca tuvo que ocultar su llanto terapéutico, por supuesto. Y era cierto que solo al cruzar la pequeña cancelita baja del jardín y subir los dos escalones del porche le desaparecían las ganas de llorar y se le iluminaba la cara de alegría y confianza.
Aunque ya canoso, viejo con la vista acristalada y turbia, todavía tengo un olfato excelente y puedo reconocer los olores de mi primera impronta humana, olor familiar ancestral con el que segrego adrenalina que me permite activarme y soltar un par de ladridos de verdadera felicidad..
Así que la olí desde lejos y creo que al doblar la esquina donde unos metros antes se detiene el autobús de gas licuado, percibí un tenue olor corporal familiar que me golpeó (mas bien me acarició) suavemente el hocico para ir acrecentandose progresivamente, olor a hembra con feromonas familiares y a sudor conocido y registrado en mis acúmulos neuronales los cuales se activaron inmediatamente pues antes de llegar ella a la cancelita yo ya estaba en la puerta husmeando, ladrando y moviendo el rabo esperando su presencia.
Al oirme ladrar, ella apresuró el paso y tocó las maderas con cuidado y respeto. Lentamente abrió la puerta con confianza y enseguida me dejé acariciar por esas manos tan francas y cálidas que permitió como siempre que lamiera. Restos de lágrimas, mocos, tabaco de vapear, perfume de jabón de glicerina, papel perfumado y pelusa de frutas. Y un olor extraño que no tenía catalogado. Un efluvio raro, no habitual en su cuerpo. Un aroma desconocido que provenía de su aliento, del sudor imperceptible que se evapora inmediatamente y que solo los perros detectamos, un olor distinto por nuevo, se podría catalogar de desagradable por desconocido, ya que la última vez que pude olerla, trece lunas nuevas y medía luna creciente tan solo, no desprendía ese olor.
Olor que trascendía y se hacía mas penetrante en espacios cerrados como en aquella casa antigua, habitualmente poco ventilada y con cortinas y alfombras llenas de ácaros defecadores y apestosos que producen ese ambiente rancio tan característico de los hogares donde habitan personas mayores y que yo tengo perfectamente asumido e integrado en mi cerebro.
Como digo esta vez noté algo raro en ella. Los saludos, abrazos, besos, regalos, preguntas y respuestas, parecían los habituales de siempre, el preludio de unos días de descanso en casa de sus padres, bien motivados por conflictos de pareja y separaciones temporales, o bien por necesarios días de descanso y meditación, de reponer fuerzas con orden en las comidas y en el sueño, para volver relajada al trajín del trabajo y del desorden en la capital... Pero el olor no cedió al relajarse y ni al soltar el equipaje en su cuarto cuando fueron desapareciendo los estresantes olores de las catecolaminas desatadas.
El olor era cada vez más intenso, estaba en su ropa, en el aire que ocupaba su cuerpo, en el sitio donde se sentaba, un olor que me espantaba y me impedía tumbarme a sus pies y en cambio me haciendo merodear inquieto y sin parar de lamer y husmear sus objetos personales para identificar el origen de ese nuevo y desconocido efluvio químico. No provenía del cuero de los equipajes ni de cremas, desodorantes, maquillaje ni del tinte de su pelo, Estaba dentro de ella. Y me mantuve alerta.
Antes de dormir pude oler su orina que despedía con gran intensidad el olor desconocido. Esa primera noche la pasé a los pies de su cama, sin querer dormir, analizando su respiración. La oí murmurar en sueños y moverse en la cama con un sueño inquieto de quejidos y toses, alguna vez habló en sueños palabras que no entendí. Despertó con mala cara y con el olor muy acentuado.
Aquella mañana al salir del baño la encontré mas delgada con los huesos de la cadera muy señalados. Después de acariciarme un buen rato con sus manos húmedas y frías mientras yo husmeaba su cuerpo, se marchó con prisa de nuevo segregando catecolaminas y ese olor que destacaba sobre los jabones y cremas del baño.
Yo salí a dar mi paseo matutino y hacer mis necesidades en el parque cercano pero sin ganas de alternar con mis conocidos pues mi instinto estaba en alerta y no dejaba de husmear el aire para tranquilizarme identificando ese nuevo olor en alguna parte donde no estuviera ella.
Al volver a casa no pensaba en otra cosa que en en percibir de nuevo su aroma. Estaba irritado y gruñía ladrando al viento dando vueltas sobre mi mismo, como atolondrado, mientras mi amo me tranquilizaba con paciencia y cariño. Pude detectar en el nervios y preocupación, un atisbo de llanto contenido, y por eso me senté a sus pies y me dejé acariciar hasta que los dos nos relajamos o lo consegímos disimular al menos.
Antes del mediodía ya estaba mi ama y su hija de vuelta. Emociones contenidas, reprimidas, miedo y desesperación. Y ese olor.
Fue entonces cuando pude ponerle nombre, al escucharlo por primera vez.
Y por eso se marcho de repente... por última vez...

domingo, 20 de noviembre de 2022
La espera / Salamandras frescas
Esperar. Mejor dicho, saber esperar. Ya lo dice el dicho andaluz: “hambre que espera jartura, no es hambre ninguna…” Pues en eso estábamos, esperando... Ya habíamos cumplido nuestra parte del trato, siete días a dieta de agua y sales minerales en bebidas isotónicas, largos paseos por el jardín del sanatorio -siempre bajo vigilancia de un celador con cara (y eructos) de ser adicto a las cocacolas y pizas grandes de anchoas-, y periodos de descanso reposando en hamacas en la terraza del Sanatorio. Extracción de sangre dos veces al día, al amanecer y antes de dormir vigilados por cámaras y cables en los dedos. Recogían toda la orina de nuestro cuerpo en botes esterilizados, igual que nuestras deposiciones en retretes de un solo uso. Y pegatinas con códigos de barras para todo. La pulsera electrónica emitía a veces un calambrito y entonces venía una enfermera para hacernos soplar en unos tubos cada 30 minutos. Pero bueno, los siete días ya terminaron hace unas horas y los voluntarios del experimento nos manteníamos a la espera del banquete prometido en las condiciones previas firmadas. La verdad es que yo no tenía hambre, pero no me gusta que me tomen el pelo.
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Había probado todo tipo de mamíferos, aves, insectos y reptiles, sin dar muestras de agrado. Tan solo consintió almorzar una anaconda gorda y llena de fango, que devoró sin interrupción durante varias horas, y después, de postre, se comió un cóndor entero sin pelar. En el estómago tendría una maquina mágica pues al momento expulsó por lo que supuestamente eran la orejas una gran cantidad de plumas y de trozos de garras del ave andina. De la anaconda ni rastro. Pero el ultimátum a la Tierra persistía. O le dábamos de comer lo que le saciara el apetito o destruiría el planeta por inservible para los suyos. No sé como, pero alguien le trajo una rechoncha salamandra negra con manchas amarillentas. Se la tragó de un sorbo vivita y coleando y entonces todo cambió. Emitió un jadeo gutural de satisfacción, yo diría que muy parecido a un orgasmo extraterrestre y con su traductor molecular exigió salamandras, cientos de miles de salamandras. Y aquí nos tienen ustedes, hace unos días gobernando el Estado en el Parlamento y ahora con botas de agua buscando salamandras frescas. Parece increíble como nos pueden cambiar la vida los extraterrestes…
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PD: RELATOS CORTOS PRESENTADOS AL III CONCURSO DE MICRORRELATOS “VINO Y GASTRONOMÍA” 2022

miércoles, 15 de septiembre de 2021
La Conjura de Los Necios...

domingo, 2 de mayo de 2021
La Magia de los Libros
Los libros solo sirven para que los leamos. Leer es vivir mil experiencias. Los libros son compañeros de viaje inmejorables. En ellos encontramos tanto respuestas como preguntas. Nos hacen vivir de una manera singular, cada cual extrae de la lectura sus conclusiones.
Mis libros son parte de mi vida. Sé que están ahí, los encuentro cuando los necesito y acudo a ellos cuando me llaman porque se que me tienen algo que decir. Algunos son como de la familia, otros me miran de reojo con ganas de amistad y les paso la mano por el lomo para que se conformen estando dónde están. Otros se me pierden entre montones detrás de montones, pero al final acabo dando con ellos y me los llevo una temporada a la mesita de noche para que se despabilen con la luz de la lámpara.
Hoy lo he comprobado. Los libros buscan a quién los busca, hasta que se encuentran en armonía.
Los sábados suelo salir con mi bici a dar un paseo deportivo, pero también aprovecho y a la vuelta me paso por los kioscos, librerías y tiendas de remate para comprar algo de lectura, siempre con la esperanza que todo buscador de tesoros ocultos anhela, encontrar una joya perdida entre baratijas al por mayor. Eso casi nunca sucede…
Hoy domingo (ayer sábado no pude salir) salgo con mi bici a pasear deportivamente por Sevilla, un día especialmente bonito de primavera, con luz diáfana y sol poco molestón, el aire lleno de fragancias sevillanas y un piar de pájaros y más pájaros revoloteando entre los árboles. Atravieso puentes y me alegro de ver el río repleto de deportistas con sus piraguas, sus tablas, sus canoas, y otra vez los barcos de turistas navegando con pasajeros encantados de estar con nosotros.
Pedaleo en mi bici pensando en libros y lecturas. Ruedo por la calle López de Gomara en dirección a la Ronda de Triana absorto en mis cuitas. Un Mercedes ya añoso aparcado en doble fila y con el portón trasero abierto me corta el paso, lo adelanto; ¿el maletero está lleno de libros? Doy la vuelta y me paro detrás de ese portón abierto del maletero del Mercedes añoso… ¡lleno de libros usado que están en montones con atadillos de cuerdas de tendedero blanca y negra! Espero. El auto está sin conductor y no acude nadie. Dos señores desayunan en el bar de al lado, a unos cinco metros, y les pregunto si conocen al dueño del coche. Yo soy el dueño, me dice uno, que quiere usted, pregunta. Libros, quiero libros, le respondo. ¿Puedo mirar? Mire usted lo que quiera, yo vendo libros, tengo muchos.
Los libros están en atadillos apretados, de entre diez a treinta ejemplares. Un atadillo, el más pequeño, me llama la atención. Me he fijado en un “Quo Vadis” que parece en buen estado. Hace tan solo unos días, hablando de libros con mi primo Arturo me dijo que acababa de terminar de leer “Quo Vadis” y estaba encantado. Le aconsejé que leyera “Ben-Hur”. Por eso al ver este ejemplar me atrajo como un imán o como el polen a las abejas.
Converso con el vendedor mientras se termina su tostada con manteca colorá. Trinco el atadillo y le pregunto el precio. Lo piensa un segundo y me pide cinco euros, justo lo que yo sabía que me iba a pedir. El que le acompaña parece ser su asistente y es el que se encarga de cobrar. Nos intercambiamos nombre y teléfonos. Quedamos en llamarnos para ver su “tienda” que al parecer está en un bar.
Meto el atadillo de libros gastados en el canasto de mi bici de paseo y me vengo feliz y contento para mi casa sin creerme lo que acaba de ocurrir. Estas cosas no suelen ocurrir, pienso. Pero la vida está llena de sorpresas y de casualidades que nos hacen felices con pequeños detalles. Detalles que tenemos que saber valorar y disfrutar de ellos. Como yo me siento hoy: un afortunado lector con un día de gran suerte.
Estos son los libros que vienen en el atadillo:
- Quo vadis. Henryk Sienkiewicz. Circulo de Lectores. Diciembre 1969.
- La Espuela. Manuel Barrios. Ediciones Destino. Primera edición. Abril 1965.
- La arboleda perdida. Memorias. Rafael Alberti. Seix Barral. Reimpresión 1975.
- Confieso que he vivido. Memorias. Pablo Neruda. Seix Barral. Edición especial para la Caja de Ahorros de Vigo (CAV). 1974.
- Poetas gallegos contemporáneos. Basilio Losada. Seix Barral. Edición especial para la CAV y Monte de Piedad Municipal de Vigo. 1972.
- Kasida del Olvido (Reimpresión). Joaquín Romero Murube. Edición no venal. Gráficas del Sur. Sevilla 1992.
- Leyendas. Gustavo Adolfo Becquer. Clásicos edebé. 2000.
- Elegías y Poemas Españoles. Francisco Giner de los Ríos. Finisterre. México.12/07/1967.
- Album de sentimientos. Antonio Parrón Camacho. 1989
- La Ciudad. Ensayos. Manuel Chaves Nogales. Diario de Sevilla.
- Poemario. Manuel Gil Barragán. Alhoja. 1991.
- Nocturno. Manuel Gin Barragán. Alhoja. 1991.
- Entre la roca y el barro. Paco Pérez Mesa. Cuadernos de poesías nº2. Colección Viento Sur. 1978.
Bueno pues esto es lo que me ha sucedido hoy domingo 2 de mayo de 2021 y me gusta compartirlo con ustedes para que sepan lo que me gustan los libros.

domingo, 9 de febrero de 2020
Mi Rio Piedras
JOSE MARIA PAREJA OBREGON

jueves, 22 de marzo de 2018
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