"Casos Clínicos"

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Sevilla, Huelva, El Rompido, Andaluz.
Licenciado en Medicina y Cirugía. Frustrado Alquimista. Probable Metafísico. El que mejor canta los fandangos muy malamente del mundo. Ronco a compás de Martinete.

domingo, 30 de noviembre de 2014

El Remordimiento

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.

Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.

Jorge Luis Borges escribió este poema en 1975 tras la muerte de su madre.  Es una poema muy complejo y difícil de entender para mi.

En él, el poeta se lamenta o quizás siente remordimientos ya que su vida hasta entonces "se aplicó a las simétricas porfías del arte, que entreteje naderías", es decir se había dedicado a escribir y a filosofar, creía haber cometido "el peor pecado que un hombre puede cometer": "no fui feliz". Y por eso parece que abomina de toda su obra: "Que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados".

Utiliza el concepto de "Felicidad" en un contexto de tristeza y pérdida de su madre. Difícil decisión.

En realidad Borges es consciente en ese momento de que sus padres "lo engendraron para el juego arriesgado y hermoso de la vida.." pero no cumplió la voluntad de sus padres. ¿No fue valiente? Se sentía desdichado.

A partir de ese momento y hasta 1986 en que murió, no paró de viajar por todo el mundo, yo creo que buscando tierra, agua, aire y fuego... ¿Fue entonces más feliz?

Para mi Jorge Luis Borges es un genio que me abre cada día una puerta distinta para aprender yo a ser feliz.






miércoles, 26 de noviembre de 2014

Hágase la Luz

No se como llegué hasta allí, hasta aquel pasillo oscuro, pero supongo que eran los días de mis primeros pasos sin ayuda de mi tata y supongo que escapé de un cuarto iluminado hasta el corredor que conducía al dormitorio de mis padres. Estoy seguro que ese es el primer recuerdo de mi vida. Tenía menos de dos años.

El sentimiento que recuerdo ahora lo catalogaría de miedo, pero sé que entonces experimente angustia durante unos segundos por primera vez en mi vida. Al final del corto pasillo en penumbras se recortaba iluminada la tranquilidad donde se escuchaban las voces relajadas de mis padres y las risas de mis hermanas gemelas. Haciendo un esfuerzo por no caer anduve aquellos pocos metros tambaleandome, sin llorar pero asustado. Sé que en cuanto aparecí en la luz cesó mi angustia y al momento estaba en la cama de matrimonio entre mis padres, seguro, tranquilo y a salvo.

¿Tenemos en nuestros cromosomas genes que nos hagan sentir durante la infancia miedo a la oscuridad? Es posible que así sea, un instinto de salvación ante lo desconocido, ante las alimañas que se ocultan en la espesura de la noche. ¿O es un sentimiento adquirido desde el nacimiento “gracias” a las advertencias de los padres (y de las tatas en mi caso)? Si a un niño de meses que empieza a gatear y a explorar su mundo cercano se le atemoriza con la oscuridad para tenerlo a la vista siempre, no es improbable que con uno o dos años cuando da sus primeros pasos y se enfrenta de repente a las tinieblas le suceda lo que yo sentí aquel día. ¿Genético o adquirido? Probablemente ambas causas.


Lo que si os puedo asegurar es que ahora a mis cincuenta y ocho años conservo un miedo ancestral a la oscuridad que me produce angustia verdadera. Duermo siempre con la persiana subida, suelo dejar lámparas encendidas por si tengo que moverme por la casa de noche, y si entro en una casa a oscuras me apresuro por encender luces e iluminar mi ámbito. En la ausencia de luz estoy completamente inseguro e inquieto. La luz me calma y me da seguridad.

Hágase la Luz.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Daño social

El cerebro humano funciona de forma diferente al resto del organismo. El entramado neuronal en forma de red tridimensional que forma una nuez de billones de células no solo funciona como un “superórgano” muy superior al mejor ordenador conocido sino que es capaz de fabricar sensaciones físicas complejas a las que llamamos “sentimientos” los cuales nos producen síntomas físicos muy abigarrados y complejos: tranquilidad, alegría, placer, tristeza, inquietud, dolor, etcétera. 

La neurobiologia cerebral se regula por el equilibrio preciso de distintos mediadores químicos: serotonina, dopamina, adrenalina, ácido glutámico, melatonina y otros… unos nos relajan y otros nos preparan para la lucha y el estrés cotidiano. 

La carga genética favorece a unos o a otros, por eso hay temperamentos nerviosos o tranquilos. Nuestro cerebro se comunica con el mundo exterior por los órganos de los sentidos y responde a los estímulos externos de manera eficaz y coherente a nuestra edad, entorno físico, condicionamientos conductuales aprendidos y experiencias previas. No todos reaccionamos igual si pierde nuestro equipo de futbol o si sentimos un dolor de muelas. Quiero decir que los factores externos sociales, laborales y personales hacen que se segreguen más o menos estas sustancias cerebrales.

Desde hace años atiendo en mi consulta cada mes a mas personas que sin tener enfermedades orgánicas padecen síntomas físicos producidos por un desequilibrio de estos mediadores cerebrales que les hacen sentir diversas aflicciones que interpretan como signos de alarma de patologías graves: palpitaciones, opresión de pecho, falta de aire, dolores de cuello, mareos, dispepsias, colitis y otros síntomas diversos y variados. Son los llamados trastornos psicosomáticos. Y casi todos los pacientes que lo padecen tienen en común un alto grado de estrés no bien gestionado que con el tiempo se convierte en un estado de angustia y temores infundados. Es la causa mas frecuente de ansiedad.

Y yo me pregunto: si cualquier problema laboral con cierta repercusión económica puede tener un efecto psicosomático sobre una gran mayoría de personas normales y corrientes, que sufren estrés, ansiedad o animo deprimido y que tal vez precisarán asistencia médica o psicológica originando absentismo laboral, gastos sanitarios, etcétera… ¿que va ocurrir en los próximos meses dada la gran alarma social que se está creando a la vista de las noticias de la corrupción generalizada? 

Creo que estos desalmados protagonistas de corruptelas no solo tienen una responsabilidad con la Justicia o con Hacienda sino también debemos hacerlos responsables de socavar los “pilares básicos de la sociedad”: la salud psicosomática de los ciudadanos que nos indignamos y nos llevamos un sofocón cada vez que nos enteramos de otro “caso” de dilapidación del dinero que tanta falta nos hace para llegar a fin de mes –esto parece el cuento de nunca acabar-  y la mala, malísima, educación que con su ejemplo están dando a la juventud. 

Y este delito nunca prescribe, señores míos corruptos... ni aunque se lo lleven ustedes a Andorra…