La Ambición. Para mi es como el estrés, necesaria a pequeñas dosis, estimulante en algunas etapas de la vida… pero nunca imprescindible para ser feliz. La ambición bien digerida y reposada es cualidad de honrados trabajadores. La ambición desmedida es defecto de perdedores y cegatos. Tener ambiciones no es un defecto, es un proyecto legal de futuro, una característica de la juventud, un sueño por cumplir ya sea laboral, social o personal. Todos soñamos y tenemos una ambición, aunque esta vaya cambiando y desvaneciendo con el paso de los años. El secreto está en saber cuando hemos llegado a la meta de nuestra ambición y debemos alegrarnos y ser felices por ello. Ambicioso es aquel que cree que debe alcanzar todas las metas que se vislumbran en su horizonte, aunque no le correspondan… y nunca será feliz cuando alcanze cualquiera de ellas. Las quiere todas o ninguna. Morirá insatisfecho.
La Avaricia. Es la autentica Ansiedad y deseo desordenado e inútil por poseer lo que otras personas tienen, ya sea su felicidad o sus bienes materiales. La persona Avariciosa suele ser una persona envidiosa: envidia tu paz, tu felicidad, tu sosiego. También siente envidia de tus bienes materiales. Quiero eso no por que lo necesite, sino porque tu lo tienes y yo no. Y además muchas veces hay confrontación en el plano personal: quiero aquello que tu tienes para que no lo puedas disfrutar. Seguramente yo lo guardaré y no lo disfrutaré por que soy un avaricioso y estaré perdiendo el tiempo envidiando a otros otras cosas que no poseo… El avaricioso nunca esta satisfecho: “La avaricia rompe el saco”, frase muy española con la que apelamos a aquel que no esta conforme con lo que tiene y quiere más de lo que necesita. El avaro suele morir pobre rodeado de riquezas.
La Codicia. Es un estado rayano en lo patológico: es el afán excesivo y sin sentido de riqueza, la obsesión de obtener más y más “riquezas” materiales sin sentido ni justificación. El codicioso es el típico delincuente económico, el que infringe las leyes a propósito, el que estafa, el que soborna o se deja sobornar, el que prevarica, el que defrauda… Aunque tenga la vida requeteresuelta no puede evita el impulso delictivo de atesorar bienes materiales… es como una droga para él. Ya sea banquero famoso (son codiciosos por naturaleza), político “respetable”, jueces o economista de prestigio internacional o “príncipe” de Tarasconia de los Altos Laureles… el codicioso no cesa en su afán recaudatorio. No le basta con ser inmensamente rico y tener de todo lo que se pueda desear un una vida… Don Codicia tiene que seguir y seguir mangando y llevandose el dinero de todos nosotros a paraísos fiscales o a repartirlo en trescientos testaferros con la cara de ferro y el alma de argamasilla… Chorizos que morirán creyendo que hay en el mundo una confabulación esotérica contra sus “intereses”… perturbados.
PD: Yo, a la vez que escribía estas opiniones pensaba en muchos nombres propios. Personas juzgadas por delitos de avaricia y codicia a las que he conocido y tratado: unos me han parecido personajes veraces, afables, sensatos y otros falsos y embaucadores. A otros codiciosos “oficiales” que solo tengo noticias de ellos por los medios de comunicación no los debería juzgar alegremente, no conozco en profundidad los hechos ni sus motivaciones, no tiro la primera piedra contra ellos. Pero me asombra ver como señores hechos y derechos, con su fama y su prestigio impolutos y con la vida resuelta para ellos y tres o cuatro generaciones más, se meten en berenjenales atroces de dineros públicos, de estafas, de paraísos fiscales, de enriquecimiento ilícito y fraudulento, de EREs, de comisiones, de mangazos…
Lo siento, pero no lo entiendo.
Que la Justicia ponga las cosas en su sitio (si tiene cojones).