Estoy sentado en la terraza que
da a la ría viendo como cae la tarde. El sol que tanto ha calentado hoy el agua fresca y la arena blanca se va
dejando engullir por los cerros del poniente. Empieza a correr un brisa de aire
fresco y se mueven perezosas las hojas de las palmeras del paseo marítimo.
Como está la marea baja en el
fango se mueven los barriletes enseñando las pinzas como violines al viento.
Una gaviota vieja se pavonea posada en la proa de una patera varada, abre las
alas y deja que corra el aire entre las plumas grisaceas.
La Almadraba en los años 50
Justo enfrente de mi veo la
antigua almadraba con su aspecto fantasmal, entre maleza y dunas blancas,
pienso en que hace poco mas de 50 años estaba llena de vida y el trasiego de
los lanchones con sus grandes velas latinas era continuo.
Entonces se navegaba
con arte, no como ahora que esta mi ría infestada de lanchas rápidas con
motorazos de gasolina que convierten en una túrmix el curso plácido de la
corriente. Pocos son los que navegan con amor a la mar. Quieren mas a sus embarcaciones
y a los potentes motores. Pobres.
La noche se presenta con poca
luna, en unos días tendremos luna nueva y esta noche solo nos enseñará un arco
como una C de los cuentos de nuestra niñez. A lo lejos, por levante, se
iluminan difuminadas las luces de Punta Umbría.
Hoy es buena marea para la pesca
de la corvina y salen del puerto algunos barcos de pesca. Ya hace muchos años
que no paso una noche pescando. Entonces éramos jóvenes y la noche pasaba entre
partidas de cartas y cervezas. Una vez pescamos un gran congrio –aquí le llaman
zafío o safío- al que no pudimos sacarle el anzuelo. Lo rematamos a palos en la
cabeza. Por aquí no hay costumbre de comer este pescado que en el norte se lo
rifan. Otra noche pusimos de carnada en una caña una sardina podrida que
encontramos bajo las tablas de cubierta y pescamos una corvina de unos quince
kilos. Muchas noches lo único que pescábamos era una buena papa. Todavía
recuerdo el olor tan característico de las cabinas de los viejos barcos de
madera, una mezcla de gasoil, agua sucia de la sentina, sal marina y mantas
húmedas… una delicia.
Ya esta el cielo oscuro (son las
once de la noche) y el paseo iluminado con la luz amarilla de las farolas se ve
tranquilo y apacible. Los veraneantes pasean sin prisas, los niños corren con
las bicicletas, al fondo hay un castillo hinchable donde los mas pequeños
saltan y se divierten.
Hay un montón de estrellas en el
cielo. Me fascinan las estrellas porque es como ver el pasado y el futuro al
mismo tiempo. Una estrella es una bola de fuego que empezó a arder al principio
de los tiempos y que a lo mejor ya se ha apagado hace muchos miles de años pero
que nosotros podemos ver porque su luz sigue viajando hasta nosotros, es la luz
de algo que ya no existe. En realidad lo que vemos al mirar al cielo en una
noche oscura son las almas de las estrellas muertas.
Hace calor y casi no corre aire.
Esta subiendo la marea y llega el olor del mar, refrescante, como un bálsamo
para después de los afeitados. Me gusta el silencio de la noche. Recuerdo
cuando era niño y por las noches en la cama me dormía con el ruido de los
viejos motores de los pesqueros cuando salían a faenar. Viejos barcos de madera
y marineros de mi niñez a los que observaba con admiración y respeto: José
Catalina, el Gallo, Calentura, Gumersindo, Manolito El Portugués… Sabios
hombres de la mar que eran enciclopedias vivas.
José Catalina (en realidad se
llamaba Manuel Almeida) regresaba una tarde de calar unos palangres cuando en
un bajo de la “boca de la barra” divisó a un ballenato que había quedado varado
en poca agua y luchaba por nadar hasta aguas profundas. La marea estaba bajando
y le quedaba poco para morir asfixiado. José no pensó en la mercancía sino en
devolver al agua a aquel magnifico animal que luchaba por su vida. Se acerco
bogando, le ató un cabo a la cola que aseguró firme en la proa del bote y bogó
con todas sus fuerzas jalando del pez hasta que consiguió llevarlo al cauce del
rio. En cuanto la ballena cogió agua y pudo nadar metió mano a navegar aguas
adentro con toda su energía. A José no le dio tiempo a zafar el cabo de la proa
y solo pudo agarrarse bien para no salir por la borda. La patera navegaba como
si fuera una fueraborda y el bueno de José usaba un remo como timón para no
zozobrar. Navegó varias millas mar adentro hasta que la ballena aflojó para
salir a respirar y entonces José pudo cortar el cabo y liberarse.
Sin inmutarse empezó a bogar en
dirección a la costa, estaba anocheciendo. En El Rompido se alarmaron y
salieron a buscarlo varios barcos de motor. Lo encontraron remando tan
tranquilo entrando ya de noche por la ría con una gran sonrisa en su cara.
Cuando contaba la historia siempre sonreía de oreja a oreja al recordar como
navegaba de rápido tirado por el ballenato.
Esta historia seguro que llegó a
oídos de Ernest Hemingway y escribió El Viejo y El Mar.
Serzo aluego de mira par sielo tamien ay guena terrasa pa tomarse un cubata y jartarse de rei y me rio con to cojone na ma de ve pasa a la gente me meo solo y siempre ay arguien que te saluda o te da conbersasion. condio
ResponderEliminarSensaciones que conocemos todos los que hemos tenido la suerte de pasar parte de nuestra vida cerca del Mar.
ResponderEliminarDe boquitas de Barrilete me comía una canasta este mediodia en una terracita y con una cerveza fría.
El Zafio es muy apreciado en Estepona, lo pescan con palangres y lo guisan en amarillo con papas. Riquisimo.
Que paseis un buen Domingo.-
CATORCE DE JULIO DE 2.012.
ResponderEliminarSon las once de la noche. Mi madre, mi hermana Pilar y su marido, Enrique y yo estamos sentados al poco fresco que la noche ofrece, en la terraza de abajo. Comentamos anécdotas graciosas del Sevilla y del Betis y de los sevillistas y béticos. En ese momento llegan mi primo Arturo y un antiguo y buen amigo de Celso. Nos saludan y suben las escaleras. Mi hermano está en la terraza de arriba en su casa. Escucho los abrazos que se dan Celso y su amigo y charlan un rato todos. Nosotros seguimos en la otra terraza con nuestra conversación.
A la una de la madrugada de esa misma noche -ya todos dormidos o a punto-, salgo un momento a ver las estrellas a la puerta de mi casa, y entonces me acuerdo mucho de mi niñez, y pienso que todas las estrellas del universo rompiero se han alineado para que nosotros podamos disfrutar de éste rinconcito de la tierra que nos dá una felicidad vieja, antigua y nueva. En ese preciso instante me acuerdo mucho de los que ya no están físicamente, y se me saltan las lágrimas sin saber porqué. Y sin saber porqué siento un impulso grande: el de decirle a mi hermano Celso que lo quiero mucho, de verdad, de corazón. Pero entro en mi casa y me duermo mientras la brisa marinera entra por mi ventana. Al llegar hoy a Sevilla, he decidido decírselo: Celso, hermano, te quiero mucho. Julia y Celsa nos tienen a los dos con la baba caida. ¡Vaya dos abuelos guapos, tu y yo, y vaya dos niñas bonitas!. Ahora tenemos a primeros de agosto una fiesta preciosa, ¡disfrutemos de la vida hermano, nos lo merecemos todos nosotros!. ¡Vaya que sí!.
Un beso y un buen verano para todos. Concha.
P.D. A mis dos hijos, que ya es imposible quererlos más de lo que yo los quiero, muy especialmente a mi hijo P. que está trabajando a orillas del mediterráneo. Con todo mi amor. Concha.
ResponderEliminarMuchas Gracias hermana. Te quiero mucho Concha. Un beso.
ResponderEliminarLos días de verano son lentos y calientes luminosos y pacientes.-
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