Este verano de 2016 está siendo especial para mi pues
el uno de julio empecé mi edad con un seis por delante.
Afortunadamente desde hace años los veraneos en El
Rompido me sirven mucho mas que para descansar –pues mi trabajo habitual de los
once meses restantes ya no me cansa como cuando hacía guardias y prácticamente
no dormía cada tres o cuatro días ni disponía de los fines de semana completos
para recuperarme-, sino que los veranos me sirven en esencia para desconectar
de mi mismo y de mi mentalidad profesional.
¿Y como se desconecta uno de sí mimo, se preguntará,
ustedes? Pues yo no lo sé muy bien, pero intuyo que el cambio de aires y de
rutina es fundamental, haciendo un esfuerzo por dejar de pensar en enfermedades
y en solucionar problemas médicos-hospitalarios, incluso en intentar
desconectar en la medida de lo posible de los pacientes que hemos dejado en
manos de otros compañeros hasta que volvamos, esperando lógicamente que al
regresar estén mucho mas recuperados que cuando nos fuimos. Eso siempre lo doy
por seguro.
El cambio de aires siempre es beneficioso para la
salud física y psicológica. Yo inicié mis vacaciones la última semana de Julio
pasando unos días con mi primera mujer y otro matrimonio amigo (Almudena
Maestre y Javier Bustamante) viajando por el norte de España. Por León
atravesamos los Picos de Europa hasta Cantabria, con unas temperaturas
deliciosas de rebecas por las tardes y frescas noches, en contraste con el
calor de cuando dejamos Sevilla: un horno panadero abrasador con rescoldo
nocturno asfixiante.
Estos días de coche, hoteles-balnearios y la
maravillosa casa que tiene en San Pedro de Soba nuestra anfitriona Anamari
Abaurre Llorente han sido una bálsamo para mi cuerpo estresado. He disfrutado
mucho viendo montañas y riscos con desfiladeros angostos llenos de ríos
torrenciales que luego forman verdes valles llenos de colores puros y de
naturaleza salvaje. Las charlas durante el viaje y las explicaciones históricas
por parte de Javier –su familia es de Santander- de los pueblos que atravesábamos
nos hacían comprender mejor lo que veíamos.
Me impone respeto la montaña. Me hace sentir pequeño y
me da otra visión diferente del tamaño de los hombres que por allí viven en las
aldeas y casonas aisladas cuidando de sus cabras y sus vacas: a mi lado son
gigantes, me siento un minusválido comparado con ellos y con su manera de
vivir.
Al regresar al ardiente sur después de casi una semana
de rutas y paseos montañeses estaba feliz por haber sentido esas sensaciones
tan diferentes y tan necesarias para ponernos los pies en el suelo. Y con tres
kilos de más.
El contraste fue explosivo pues el mismo día de llegar
del norte me embarqué con unos amigos (solo varones) para navegar en un crucero
de vela de 46 pies con rumbo a las costas del sur de Portugal desde Punta
Umbría. Seis días de navegar rumbo a poniente por aguas profundas y azules,
costa rocosa de calas maravillosas, baños reparadores, mucha cerveza a todas
horas -la cerveza portuguesa esta riquísima-, fondeaderos transparentes,
puestas de sol eternas, noches de vino y platos (y cantos) regionales,
amaneceres imposibles de luces mágicas, y de nuevo a navegar, yo sentado en el
botalón de proa “escuchando” -en la medida de mis posibilidades- el rítmico
sonido del agua al ser rota por la proa y el rumor del viento en las velas
mientras me quedo absorto –hipnotizado- por el reverbero del sol incidiendo en
el mar, observando los peces curiosos que nos salen al paso subiendo a la
superficie, buscando a lo lejos el alegre salto del delfín esquivo o el espectáculo
de los peces voladores.
Estos días de amistad a prueba de bombas que venimos
poniendo a prueba desde hace ya decenios me aportan un punto de juventud y de
libertad absolutamente natural sin reloj ni horario ni calendario, tan solo
dejándonos guiar por el sol y la luna, el viento y las mareas. Una delicia
marinera.
Vuelvo a El Rompido justo para celebrar la boda de mi
sobrino Manolo y Maripaz, una preciosa ceremonia entre los pinos y dunas a la
orilla del Rio Piedras. Una boda llena de amor, alegría y de fraternidad, de
amigos jóvenes y de padres felices. Una celebración muy divertida hasta las
claras del día, que se les hizo corta a muchos de ellos.
Y ya en El Rompido me reencuentro felizmente con mi
pandilla veraniega de los últimos años, que no son sino las mujeres de mi vida:
mi santa, mi hija Ana y mis nietas Celsa (5), Leonor (3) y Ana (1), mi hijo
Celso y Paloma su novia, mi madre (84) y todo el resto de mis hermanas y
hermanos.
Mi rutina diaria rompiera consiste en recoger a mis
nietas que me esperan alborotadas con mil noticias frescas, -la cara de
felicidad y los gritos de mi “pajarito” Ana cuando me ve cada mañana me llenan
de energía-, luego el paseo con las tres a comprar los periódicos, el desayuno
con “churritos” que las mayores mojan en agua fría para enfriarlos, los
mandados en las tiendas de mis amigos y poco después, ya con su madre y con la
“abu” el habitual paseo nautico en el Huevofrito
(cinco metrazos de eslora y un viejo Evinrude de 20 cv de potencia) hasta la Punta de la Barra o a alguno
de los bajos donde se forman piscinas naturales para los pequeños junto al mar
abierto y puedo dar mi caminata en solitario por la orilla, paseo terapéutico
de repaso mental buscando el sosiego y la paz que me aportan la luz, las olas,
la sal, las gaviotas tan serias y pasotas y los kilómetros de playas naturales
sin ruidos contaminantes, tan solo el placer de las olas y algún runrún de un
barco a lo lejos.
A comer a casa que no está la cosa para dispendios,
pero una helada suele caer de aperitivo en cualquiera de los numerosos bares de
mi pueblo rompiero. Siesta roncadora y a pasar la tarde en remojo haciendo
equilibrios con mi tabla de Padel Surf inflable, regalo de mi sesenta cumple.
Las tardes en El Rompido en estos días de primeros de
Agosto son eternas, la luz que se enciende por detrás de los cerros de El
Terrón y se refleja en la ría de El Piedras es un espectáculo diario
fotografiado por los turistas y forasteros día tras día.
Poco después de la puesta de sol El Rompido se
reconvierte en un gran conglomerado multicolor de restaurantes y bares donde la
oferta gastronómica de mariscos y pescados es irresistible y se está
estupendamente en cualquier terraza con unos choquitos fritos y una cerveza
bien servida o un vaso de vino pálido y seco.
Para colmo de bienes, este año por las noches podemos
disfrutar hasta que nos venza el sueño de los Juegos Olímpicos de Rio de
Janeiro…
De momento y a fecha de hoy, no se puede pedir más…
Continuaré…
Estoy tan sensible que ni yo me aguanto, lo sé, soy consciente. Unos inviernos y veranos llenos de emociones viajes y sensaciones es mucho. Será la edad, me digo a mi misma en un intento vano de entenderme. Cuando era más joven el mundo era otro, mi cuerpo tenía una agilidad capaz de llevar hasta la cima de un monte a mis dos hijos, el carrito del pequeño y la compra del super, la mente rápida y resolutiva; ahora llevo a mi nieto en brazos un rato y lo tengo que bajar para que camine agarrado de mi mano, mientras, para compensar la falta de fuerzas, me paro donde el quiere y le cuento las cosas fabulosas que ocurren en la vida y que yo también y a estas alturas aprendo a mirar: una máquina en una obra que da vueltas con arena dentro haciendo un ruido acompasado y ronco, un hormiguero organizado, el camión enorme que a su paso nos deja sin aliento y a el con los ojos como platos, cuéntale a mamá lo que has visto... Mi hija está en ese momento de la vida en el que se sube a los montes con todo lo que puedas llevar encima, mi hijo ya también . No me preocupa el paso del tiempo y sus consecuencias en mi persona, me inquieta no saber llevarlo con valentía, sabiduría y dignidad. La frescura de la juventud se pierde, tampoco ahí voy a tirar la toalla, no me gusta tirar toallas ningunas, las del baño y cuando ya no dan ni para sacarle brillo a los metales; debo procurar que la experiencia sea una herramienta que me ayude como solo "ella" sabe hacerlo, por mi parte me cuido en todos los sentidos y en la medida de mis posibilidades porque creo que es mi obligación. Que feliz fue ese momento en el que vestida de rojo pasión y peineta de plata, íba del brazo de mi hijo, que feliz con el, esa tarde y con un sol radiante pensé que todavía tengo mucho que dar.......Del Padre del Hijo y del Espíritu Santo...
ResponderEliminarBuenas tardes, soy Manuel Jurado. He entrado en su blog por casualidad: buscando datos de los antiguos gratuitos de Portaceli. Soy uno de ellos. Del grupo de inicial del primer curso de la inauguración del colegio en Eduardo dato. Soy uno de los "niños del padre Luque". He visto que algunas de sus entradas hacve alusión a aquellos gratuitos de su época. En 1950 ocupamos dos aulas en el cuarto pabellón, antes de pasar a la casita, donde ahora está la fundación Padre Arrupe en la que nos reunimos cada trimestres muchos de nosotros, los "supervivientes". Curiosamente no "existimos" en la memoria administrativa del colegio. Ningún documento nos acredita. Salvo las referencias que personas como usted o Antonio Burgos, por ejemplo, en sus artículos "nos devuelven la vida". Gracias. mi correo electrónico es juralopez42@msn.com
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