Una
vez un hombre desnudo se decidió a adentrase en el bosque desconocido entre los
grandes árboles de sombra perpetua y troncos musgosos y húmedas plantas verdes
donde dormitan escolopendras azules y amarillas de patas armónicas y mariposas
de alas con dibujos fantásticos que se esconden entre las flores de pétalos
lánguidos que se pudren y caen cada atardecer dejando un suelo de lágrimas
sólidas de colores templados y olores putrefactos que cubren el fango donde miles
de insectos se abren paso para construir cada día un mundo nuevo de túneles
apocalípticos donde se protejan de los mil millones de pájaros y de sapos y de
ranas de ojos trasparentes que aparecen de la nada y a veces al anochecer caen
del cielo como frutas maduras croando por encima del sonido de los monos
aulladores y de las cacatuas de picos negros y crestas amarillas y el hombre
desnudo caminaba sin mirar a todas estas maravillas ni escuchando el sonido
ensordecedor de la naturaleza salvaje ni oliendo el vapor hediondo del fango
podrido ni sintiendo las mordeduras de las hormigas y los aguijones de los
insectos ni el calor sofocante y húmedo que bañaba su cuerpo en un sudor denso
y pegajoso como almíbar acre.
Este
su primer viaje entre tinieblas y vapores estaba determinado por la necesidad
de salir de su pequeña aldea de escasas cabañas de paredes de barro y techos de
hojarascas trenzadas a la orilla de un riachuelo verdoso que solo conducía a
otros riachuelos exactamente iguales que no parecían tener nunca final y se
enredaban en una maraña de meandros e islotes repetidos que producían sensación
de ensueño y a veces de pesadilla por eso el hombre desnudo decidió adentrarse
en la selva desconocida que se alejaba de la orilla y se perdía más allá de
donde chillaban los monos y cazaban a los roedores peludos con flechas
envenenadas en dirección a las montañas prohibidas de donde a veces surgían
rugidos de bestias desconocidas y resplandores de fuegos terroríficos y
destellos de luces infernales pero el hombre imbuido por una fuerza interior
mayor a su miedo ancestral caminaba abriéndose paso entre las raíces cada vez
mas entrelazadas y plantas que se volvían a su paso como admiradas por su
resolución de avanzar entre tanta vida desconocida y con la compañía de aves
curiosas serpientes silbantes monos aulladores mariposas de ojos grandes
cucarachas plateadas y miles de insectos que se acercaban al calor y al sudor
de su cuerpo pero que no entorpecían el rumbo del viajero.
Y
así un día tras otros bebiendo agua de las plantas y alimentándose de frutas y
raíces dulzonas y tiernas durmiendo a ratos sobre las altas raíces envuelto en
hojas aromáticas disfrutando del viaje sin saber a donde llegaría ni cuando ni
si acaso llegaría alguna vez a algún sitio que no fuese ese avanzar y conocer
cada día una nueva luz entre los árboles un nuevo amanecer de distintos
sonidos y olores diferentes hasta que sin darse apenas cuenta día tras día los
árboles se fueron separando y el camino se abría ante él lleno de luz y de la
armonía del sol y del agua clara de torrentes transparentes y de espacios
abiertos sin penumbras y entonces supo que había llegado a su destino.
OHH
ResponderEliminarNo debían existir ni puntos ni comas ni punto y coma la escritura barroca apabullante y de ensueño es más cómoda de llevar en este bosque humeante de vida sin Remedios.Genial hermano!!!!!!!
ResponderEliminarY "los árboles se fueron separando...". Genial, Celso. Da paz.
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