En el “Gran Libro de los Insultos” de Pancracio Celdrán Gomariz, “tesoro crítico, etimológico e histórico de los insultos españoles”, edición de 2008, -el que quiera que lo encuentre es un afortunado- la voz proviene del predicado “carajo”, que en su acepción despectiva se atribuye “al sujeto simple y memo, despreciable, que carece de importancia porque es un mierda” o “patoso, manazas, manifiestamente imbécil o huevón, que saca de quicio a quien cae en sus manos”.
Hijo menor y tardío es el aumentativo “carajote”, dicho del individuo que acarrea en si lo anterior y suma además “carente de gracia y sin reflejos, tardo de entendimiento, con pocas luces, y que a su sosería natural une una gran dosis de malasombra”. Vamos: un regalito.
A mi me encanta el insulto “carajote” pero entiendo debemos usarlo con la certeza necesaria, nunca hemos de aplicarlo a la ligera ya que encontrar un autentico carajote es verdaderamente motivo de regocijo y de anotar en el libro de cacerías: coto, fecha, hora, circunstancias ambientales y detalles del lance.
Se dan bien los carajotes en Sevilla capital. He observado carajotes desde que tengo uso de razón, -como el ornitólogo que dibuja o fotografía aves desde niño-, y he ido catalogando especímenes en mi disco duro cerebral y los mantengo en activo recordando momentos memorables y deseando volverlos a ver siempre que mi tensión arterial me lo permita.
Los busco y los encuentro en muchos bares de moda del centro de Sevilla, siempre maqueados a la moda (no se si a la última o a la primera) aparentando ser los dueños del Torbiscal por sus modos y maneras, hablando tonteras con los decibelios justos para ser molestos, exhibiendo sus crestas como gallos de pelea, pero tristemente sin espolones suficientes. Este ardor exhibitorio les dura lo que aguante su peinado y su eximia cartera. Son los muy abundantes “Carajotes Outfit Weekend”. Suelen ser inofensivos y basta un silencio mantenido para espantarlos. Entre semana, siguen su monótona vida normal en la oficina o en el banco aguantando el chaparrón del jefe.
En el gimnasio, el carajote se encuentra también en su elemento. Suele aparecer disfrazado de atleta con mas colorines que un abejaruco y aspecto de avezado sufridor de maquinas torturadoras. Aunque se monte cinco minutos en el cacharrito de andar, pone cara de venir de la cima del Annapurna en invierno y sin sherpa. Cree este espécimen que en el gimnasio se liga. Es el famoso “Carajote Gym”. No se recomienda darle palique en la sauna.
El carajote de tertulia es muy peculiar. Sabe más que Briján del tema que ustedes conversen, ya sea religioso, político, deportivo, tecnológico, circense, metafísico, austrohúngaro, dietético, geométrico, polisémico, termonuclear, circunstancial, orgiástico, divino o sepulcral. De todo sabe y de todo nos dará su opinión superior y didáctica. El ha estado allí, o ha hablado con el que lo hizo. Lo mismo con el reo que con el difunto. El lo ha visto. Ha sido testigo, aunque no haya ocurrido. Yo conozco a dos o tres y no hay quien los baje del burro. Está demostrado que este “Carajote Tertuliano” está presente en cualquier reunión donde sumen más de once personas. Suele salir escaldado si hay copas de por medio. Muere por salir en la tele.
Hay un tipo de carajote que debemos evitar: el que aparece en los convites o saraos sin ser convidado, o “Cara Carajote”. Aparece con singular sangre fría e indolencia como si fuese uno más de la pandilla. Pero se ha colado por la misma cara amparándose en la buena educación de los organizadores. Casi nunca va solo pues lleva del brazo a una señora a la que ha engañado y le sirve de parapeto social o, viceversa, la señora lo lleva del brazo a él, que se comporta como un pagafantas. Este tipo de carajote sinvergonzón perdió su dignidad hace tiempo y ya le da igual ponerse amarillo por dentro. Por afuera luce sonrisa dientosa y busca cómplices que le den conversación a diestro y siniestro, pero no suele tener éxito en su misión a no ser un socio de su cuerda carajotil. Se le nota en la mirada que está fuera de lugar. Suele termina borrachuzo y metiendo la pata.
Hay un ejemplar de carajote que disfruta mucho en Sevilla sobre todo en las ocasiones que el cree que debemos ponernos chaqueta y corbata. Ahí lo borda. Lo que sea, pero con chaqueta azul y corbata. Funciones de Hermandades, Feria de Sevilla, una boda, un bautizo o un entierro: la chaqueta y la corbata obran milagros en su carácter, les da una importancia atroz, una transfiguración que los lleva de la ceca a la meca sin despeinarse y sin que la corbata se le despegue de la nuez. No son peligrosos, pero se creen que son superiores a los civiles descorbatados y los miran por encima del hombro. Son los “Tie Carajotes”. Tie cojones la cosa…
Y por último tenemos un grupo de carajotes bien definidos y que vemos a diario en los medios de comunicación. Son los “Carajotes del Peugeot” y similares, incluyendo fontaneras fondonas. En realidad, son una mezcla de todas las anteriores categorías, pero metidos en una coctelera (coche) donde se mezclan horteras puteros con corbata, babosos recaderos chabacanos y calentorros oliendo a Varón Dandy, chorizos repartidores de chistorras, robaperas al vino peleón con un buen chorro de ron “Delsy” venezolano. Suelen llegar a ministros socialistas, señores.
El que manda en esta opereta chufla es el “Carajote Presidente”, ese que se menea al caminar con aires de impostura y falsedad, que miente más que parpadea, que va perfumado con unas gotas de veneno de áspid roja, bebe concentrado de malauva con zumo de odio ancestral, ese que traga sapos verrugosos pestilente del norte de España, que se baja los calzones cuando tose un vasco o un catalán y luego le limpian el ojete con la lengua sus socios progresistas comunistas. Ese al que se le está quedando cara de maniquí arrumbado en un escaparate mohoso. Entre su querida esposa y su artístico hermano, lo visten de Armani. Pero, aunque el carajote se disfrace de que lo quiera, carajote toda la vida se queda.
Véase Zapatero.
