No pudo empezar mejor el año. Vacaciones de Navidad con unas notas estupendas y vuelta al colegio Alfonso X El Sabio, pero ya como externo, un cambio como de la noche al día. El “pobre” de mi hermano Jose ocupaba mi lugar ahora como interno. Mi hermano me ha recordado que también influyó en la decisión de mi padre sus pésimas notas en ese primer trimestre… ¡a mi me vino de perlas! Además Jose María no se tomaba el encierro interno tan a la tremenda como yo; el lo asumía con mas normalidad.
¡Encima mi padre me regaló un Vespino! A mediados de enero fuimos a un concesionario de un amigo suyo allá por la estación de Cádiz y salí con un flamante Vespino nuevo color azul azafata; creo recordar que costó trece mil pesetas.
Con dieciséis años y un Vespino la vida me sonreía, tengo que reconocerlo que era un privilegiado. En teoría el uso principal debería ser para ir y venir al colegio. Alguno de mis compañeros de colegio tenían motos como la Junior, la Lobito, Puch Minicros, etc, pero en mi pandilla de Eduardo Dato y del Bar Las Lilas el Vespino tenía su importancia. Paco Blandino, mi querido amigo Paco (q.e.p.d) siempre tuvo Vespas viejas y sin papeles, pero ya digo que el Vespino fue el inicio de la fiebre que no entró a todos por las motos. Al poco tiempo en la pandilla casi todos teníamos motos para salir los fines de semana al centro y a Los Remedios.
Yo estaba entonces “enamorado” de una niña guapísima que estaba en la Sagrada Familia. M.N. fue mi primer amor de adolescencia. Una relación muy discontinua por las “peleas” casi diarias, porque era muy joven, aunque a sus catorce años ya tenía una personalidad muy definida, por sus padres, que lógicamente no me querían ni ver: un autentico majareta de dieciséis años, con cara de loco, montando en un Vespino a su hija… yo ahora los comprendo perfectamente…
El Vespino me lo robaron a los pocos meses, en la Feria de Sevilla. Lo aparqué al final de la calle Asunción y lo deje allí un par de días tan solo amarrado con una mierda de candado de esos finitos que se usaban antes… todavía cada vez que lo pienso me entra remordimiento por haber sido tan poco cuidadoso con aquel Vespino que mi padre me regaló con tanto cariño. Mi padre se enfadó conmigo con toda la razón del mundo. Nunca más me compró una moto. Todavía guardo un pedal de aquel mítico Vespino celeste y a veces lo toco y recuerdo aquellos meses…
Llegó el verano del 73. Todo aprobado con media de notables. A El Rompido casi tres meses, con diecisiete años recién cumplidos…¡ todo un hombrecito! Ese verano lo recuerdo como uno de los mejores. Ya teníamos varios amigos en la pandilla con carnet de conducir. Después de estar todo el día navegando y tirados a la bartola en la playa, por las noches nos íbamos a una discoteca en la entrada de Punta Umbría, El Saigón, a tomar cubatas y bailar hasta que nos diera la gana. Yo no dormía en mi casa. Mis amigos “los catalanes” tenían un apartamento grande donde dormían todos los hijos de mi edad y yo me agencié una cama para todo el verano. Compartía cuarto con Antonio Alvarez, que hoy es el marido de mi prima Delia. Nos quedábamos dormidos escuchando la música de la radio portuguesa… una verdadera delicia. En ese apartamento pasamos muchos de los mejores ratos de nuestra juventud, noches enteras jugando al poker con garbanzos, , las siestas reparadoras escuchando música buenisima, organizando fiestas “privadas”, etc.
Yo seguía “enamorado” de M.N. y le escribía cartas de amor al campo donde estaba con sus padres o a Chipiona donde pasaba parte del verano con unos tios suyos. Como tenía ganas de verla conseguí que mis amigos Mundi (Raimundo) y Jose Blanco que veraneaban en Chipiona me invitaran a su casa. Les dije a mis padres que me iba en autobús, pero me fui en autoestop. Salí al mediodía del Rompido montandome con un loco que me cogió en un Mehari que parecía que iba de raly y no me salí del coche de milagro dos o tres veces… En Sevilla tuve un parón de un par de horas… al final y después de varios transbordos llegué a Chipiona ya por la noche. Era la primera vez en mi vida que salía de mi Rompido en verano, no conocía otras playas de veraneo. Chipiona me pareció un sitio espectacular lleno de gentes y de bares y de luces y de cines y de coches de caballos y de pisos altos ¡hasta con ascensores!... yo estaba sorprendido.
Esa noche salimos todos los amigos y yo salí con M.N. que tampoco es que estuviera loca por verme… pero bueno al final creo que se alegró de que fuera a verla.
Pero mi sorpresa mayúscula, que todavía no he olvidado, ocurrió a la mañana siguiente. Una mañana luminosa y esplendida, la una de la tarde, nos ponemos el bañador y me dicen: nos vamos a la playa… Empezamos a andar una calle abajo y al final veo el mar azul y amigo. Nos vamos acercando al final de la calle y de pronto que quedo absolutamente acojonado e impactado: ¡no me lo podía creer!
Una multitud de personas abarrotados unos contra otros, miles de sombrillas y toallas y sillas y cuerpos tendidos en la arena unos encimas de otros… Desde donde yo estaba, antes de bajar la escalera a la playa, no se veía un metro de arena, no se distinguía la orilla, era un alfombra humana tan densa y agobiante que me quedé paralizado y sin saber que decir… mis amigo seguían andando como si aquello fuera lo mas normal del mundo… y yo estaba impactado y acojonado… me entró una sensación terrorífica de claustrofobia al pensar que tenía que bajar y perderme entre aquella bulla ruidosa y agobiante.
Yo creo que se dieron cuenta de mi “paralisis”, porque vinieron a buscarme y me obligaron a bajar y a sortear cuerpos y sombrillas y toallas hasta llegar a un trozo de arena de unos tres metros cuadrados donde nos pudimos sentar. No se podía andar por la orilla, y lo curioso es que no se veía ni un solo barco… la gente se metía en el agua de charla, como el que esta en la barra de un bar… Les pregunte que si podíamos ir a un sitio mas tranquilo a darnos un baño en pelota y saltar con las olas… me miraron como a un extraterrestre, y me callé la boca.
Quizá ese día empecé a valorar lo que El Rompido significaba para mi. En ese tiempo era una playa desconocida para casi todo el mundo. No había casi bares, ni cines, ni discotecas… pero allí, en ese rincón perdido de Huelva, estábamos mis primos y mis amigos… cuatro locos que no cambiábamos ese fango, esos mosquitos, esa ría, esas dunas, esos vientos, esas corrientes subiendo y bajando, esa “otra banda” con sus interminables playas vírgenes de arena blanca, solitarias y poéticas, con días luminosos y transparentes y noches de luna nueva oscuras como boca de lobo y de luna llena luminosas y brillantes… salitre, barro negro, chillidos de gaviotas, el rumor de las olas, el ronroneo de los motores de los pesqueros en el silencio de la noche…
A los pocos días me entró la morriña y me volví en autobús a El Rompido. Cuando le conté a mis amigos lo de la playa de Chipiona no se lo creyeron. Lógico.
Continaré…
En ése año yo tenía una mobilette naranja, íba todos los días desde la calle Goya donde la guardaba en el taller, hasta la calle Virgen de Luján donde trabajaba en la oficina.
ResponderEliminarJamás usé casco, me caí dos veces una en la pasarela y no me hice nada, otra en la puerta de la carne y un coche me pegó un rocetón estando yo ya en el suelo. Nunca me entendí con la moto, le cogí manía y un buen día la vendí y con lo que me dieron me compré un bolso y unos zapatos Yanko. No me gustan las motos, se pasa mucho frío y da mucho miedo.
Lourdes P-Obregón.-
Celso, he llegado a tu blog de casualidad, y me ha dado mucha alegría saber de ti, aunque sea leyendote.
ResponderEliminarEnhorabuena por tu nieta, por tu blog y por seguir acordandote de tus viejos amigos.
Ah, tan mal no te fue en Chipiona, acuerdate del R5.
Un abrazo de tu amigo Jose Blanco.
¡Hola Jose, que alegría! la verdad es que con el paso de los años cada vez me acuerdo mas de mis amigos de la infancia como tu... pero entre el currelo, la familia, la nieta, mi madre, etc, siempre voy dejando atrás coger el telefono y tomarme una cerveza contigo y con con Mundo y con Manolo (estuve con el este verano en Rompido y lo pasamos estupendamente...) así que valga este reencuentro en el Cuaderno, para que empecemos a vernos otra vez ¡ojalá!
ResponderEliminarTu sabes que cada vez que he ido a Chipiona, casi siempre a tu casa, lo he pasado estupendamente... ¡no me puedo olvidar de tu R5...¡ es el origen de mi nieta Celsa! Jajajaja...
En muchas entradas del Blog hablo de nosotros y de nuestra maravillosa infancia, tienes que buscarlo y leerlo... esta por C.Vitae.
Un abrazo fuerte Jose.
Te quiero amigo.