Nacer es
empezar a vivir fuera del útero materno. Perder seguridad, ser vulnerables.
Los bebés
precisan sentirse protegidos para el correcto desarrollo cerebral. Las teorías
de la lactancia materna y las transferencias cariñosas madre-hijo parecen
corroborar la hipótesis. Comenzamos a echar raíces.
Así, la
familia es el útero del recién nacido. Es su referencia. Con el tiempo también
es posible que sea la referencia del joven, del adulto y del anciano. Decimos:
“La familia siempre esta ahí, para lo bueno y para lo malo…”
Unos se
aferran a la familia como tabla de salvación cuando ataca la ballena blanca y
el navío se descuaderna haciendo agua como una canasta de tender la ropa. Esta
es una sabia elección.
Otros no
tienen familia o prescinden de ella voluntariamente. Son los extremos
vulnerables de la campana de Gauss.
Por eso la
sociedad “civilizada” ha de comportarse como una gran familia con aquellos que
la necesitan y que la demandan: bebés abandonados, huérfanos, sin hogar, sin
techo, inmigrantes, mendigos, desahuciados, pobres… Es justo y necesario.
Esto es así
(debe ser así) en todas las sociedades y -por supuesto- se cumple a rajatabla
en las “incivilizadas”.
Otro arraigo
fundamental es la amistad. Aparece sin esperarlo, como el conejo blanco surge
desde dentro del sombrero del mago. Un amigo es como un muro de carga de
nuestra estructura vital. Que nunca se nos olvide esto. Nuestros amigos valen
su peso en abnegación y honestidad, en respeto y cariño indiscutible.
Antepongamos amistades sólidas, fraguadas a golpes de juventud, a muchas otras
relaciones humanas. Son nuestra familia elegida, no impuesta por la genética.
Odio esta frase de “los amigos de verdad…” es falsa. Todos los amigos son de
verdad por definición. El que buen amigo
tiene, seguro va y seguro viene. Buen arraigo la amistad.
Crecer es
envejecer. Tenemos fecha de caducidad como los yogures. Está escrita en los
telómeros de nuestros cromosomas. Aunque a veces nos olvidamos de que somos
bioquímica y seguimos (de)creciendo hasta el agotamiento orgánico, aferrados a
la vida ya sin saber como ni por qué. El gran enemigo de la vejez (de la vida)
es la muerte. Digan lo que digan.
Y de la
certeza de la muerte surgen la religión. Otro puntal donde aferrarse ante el
miedo a la mar embravecida por la tempestad, a la oscuridad rota por relámpagos
cegadores y al ruido infernal de la fractura de los huesos al ser aplastados
por los mástiles de nuestra (in)segura embarcación. Dicen que la Fe mueve
montañas. Que recompone arboladuras destrozadas y promete finalizar la travesía
felizmente pase lo que pase si nos atrevemos a navegar empujados por los
vientos de los Libros Sagrados. Estos vientos soplan cada uno a su aire -por lo
que se ve- y no todos nos portan hacia el mismo fondeadero. Por eso cada cual
es libre de elegir su rumbo y su derrota. Algunos tenemos la fe igual que el
reloj que se encontró el gitano, que unos días era de oro macizo y otros le
parecía de vulgar latón… Que Dios nos coja confesados.
Y con el
paso de los años aparece la Curiosidad. La Ciencia. Una Filosofía de vida donde
aferrase basada en el conocimiento de la “verdad” desde el prisma del
entendimiento humano que busca explicaciones para todo: desde la Creación del
Universo hasta la oscura materia sibilina que se escurre entre nuestras
ecuaciones sin dejarse atrapar. La fe (¿arraigada?) del científico se sustenta
en la demostración repetida en las condiciones más desfavorables. Y así vamos
pasando la vida detrás de una partícula escurridiza o una gravitación
incomprensible. La Ciencia cada vez se asemeja más a cualquier dogma de fe.
Misterios sin resolver.
Ahora, hoy
mismo, se establecen nuevas reglas de comportamiento por los manipuladores de
mentes del Big Data. El objetivo es conseguir Mentes Manipulables. La Política
(paradigma del desorden moral e hipócrita con careta de honestidad) es el brazo
ejecutor del Gran Hermano. Las nuevas tecnologías nos introducen esta
manipulación en el cerebro desde que tenemos uso de razón con los teléfonos
“inteligentes” y los ordenadores “personales” donde interactuamos con las redes
sociales, los juegos alienígenas, las compras obligadas, las modas impuestas,
los vicios adictivos, las drogas permitidas…
Al parecer ya
no se necesita a la unificadora familia, ni a los amigos de carne y hueso
presenciales, ni a la religión (ya sea apaciguante o extremista), ni a la ciencia
o a la filosofía dominantes para tener arraigo emocional y sensación de
seguridad basada en sentimientos humanos.
Porque ahora
somos peones de un juego cibernético. Haremos lo que nos digan los que de
verdad mandan: Google, Facebook; Twitter, WhatsApp, Amazón y similares… Estos
son nuestros nuevos dioses, a los que veneramos y rendimos pleitesía día a día.
A los que hemos entregado nuestras almas… A cambio de no quedarnos sin batería.
Publicado en ABC de Sevilla el 05 de junio de 2018
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