Ayer 10 de mayo de 2019 di el primer paseo del año descalzo por la arena de mi
Rompido.
Las
plantas de los pies, acostumbradas a los calcetines mullidos y a los cómodos
zapatos de cuero, perdieron la suela rugosa y áspera adquirida por andar
descalzo durante meses el verano pasado, y ahora tenemos que fabricar una suela
nueva. De nuevo tengo que iniciar el proceso natural de apoyar mi cuerpo sobre
la tierra directamente, sin intermediarios. Y esta tierra de la orilla de la
ría del rio Piedras -que me acompaña desde que nací- me llama a voces para que
la pise y me revuelque con ella, para que me impregne como una croqueta como
cuando era niño y me abrigada en ella después de cada baño, para que me deje
abducir en su cuarzo mineral y mi cuerpo se refleje en sus millones de
cristales devolviendo mi luz a la Luz, mi calor al Calor, mi vida a la Vida.
El
contacto de mis pies con la playa es muy sensitivo. Los pies que tengo tienen
sesenta y dos años (cada uno), son listos y saben moverse entre los millones de
fragmentos de conchenas y de rocas marinas pulverizadas. Noto la arena fina
colándose entre los dedos de los pies con suavidad y placer, una caricia
impagable. Pero también cada paso que doy es una aventura y un desafío a mi
propia experiencia. Sé como apoyar metiendo primero la cara externa del pie y
rotando un poco hacia afuera para despejar el terreno de aristas cortantes e
intentar terminar el paso firme y seguro, aunque hoy me resulte inacostumbrado.
Mi cerebro registra adecuadamente el contacto con las aristas de algunas
conchas poco roídas y lo procesa como posible amenaza ordenando a mi sistema
nervioso periférico no cargar el peso del cuerpo sobre esa superficie, pero yo
sé que la solución es dejarme llevar por mi instinto de muchos años y prefiero cargar
la pisada y sentir dolor ahora para poder en pocos días disfrutar de esa misma
sensación sin miedo y sin preocupación. Cosas que pasan y se aprenden en la
naturaleza.
El
paseo se va haciendo más y más agradable a medida que va cayendo la tarde. La
marea esta subiendo y dentro de poco el agua cubrirá el fango cenagoso -vida y
esperanza- y llegará a la arena mas dura, entonces podré andar remojando mis
doloridos pies en esa bendición que es el agua del mar mezclada con el barro
nutritivo de la orilla, esa orilla que esperamos todos que llegue lo mas arriba
en la playa hasta la blanca arena toalla y albornoz de nuestra niñez.
Hoy
he vuelto a ser ese niño que llegó a esta bendita tierra rompiera con seis o
siete años y que comenzó a pisar el fango, a conocer la arena mojada y la arena
seca. Éramos niños que nos quitamos las sandalias de goma y las chanclas sin
permiso de nuestros padres porque supimos al momento que el fango no nos permitía
conocerlo si no andábamos descalzos. Que empezamos a adivinar los secretos
ancestrales del dios rio-ria como si fuésemos aprendices de una liturgia
secreta, del peligro invisible de los ostiones cortantes, de los caños
traicioneros y de las corrientes con sus fuerzas imparables y sus intenciones aviesas
para el neófito; las virtudes del viento fresco y audaz de poniente o calimoso
y pacífico de levante; el asombro de esas puestas de sol tan requetepintadas de
colores imposibles que no parecen humanos -porque no lo son- y que da coraje
(como decimos en Andalucía) que sean tan bonitas y tan perfectamente
organizadas; el teatro de la luna como linterna mágica que unos días nos deja
ver la otra banda y la almadraba teñida de plata o por el contrario rellena de
oscuridad los ojos de los marineros mas avezados; el misterio de los runrunes
de los barcos pesqueros que ya no existen pero que los seguimos oyendo en las
entretelas de nuestros sueños…
Volver
a sentir cada año estas sensaciones es un privilegio que quiero compartir con
ustedes.
Hoy
he vuelto a renacer.
PD:
He perdido mucha audición y hoy no llevaba puesto audífonos pero he sentido el
ruido del agua en la orilla y he visto cantar pájaros durante mi paseo. Yo
también los he saludado.
Precioso Celso me ha encantado por que me he visto ahi en la orilla de nuestra ria andando contigo, aunque ya no estoy allí siempre recordare ese olor a fango y arena que marcó nuestra infancia.
ResponderEliminarLos dos de la mano... cogiendo verdigones y albiñocas para papá...
ResponderEliminarAndando, andando.
ResponderEliminarQue quiero oír cada grano
de la arena que voy pisando.
Andando.
Dejad atrás los caballos,
que yo quiero llegar tardando
(andando, andando)
dar mi alma a cada grano
de la tierra que voy rozando.
Andando, andando.
¡Qué dulce entrada en mi campo,
noche inmensa que vas bajando!
Andando.
Mi corazón ya es remanso;
ya soy lo que me está esperando
(andando, andando)
y mi pie parece, cálido,
que me va el corazón besando.
Andando, andando.
¡Que quiero ver el fiel llanto
del camino que voy dejando!
Juan Ramón Jimenez
Qué bonito lo que escribes tío Celso.
Tu sobrina Ro.