"Casos Clínicos"

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Sevilla, Huelva, El Rompido, Andaluz.
Licenciado en Medicina y Cirugía. Frustrado Alquimista. Probable Metafísico. El que mejor canta los fandangos muy malamente del mundo. Ronco a compás de Martinete.

miércoles, 22 de marzo de 2023

En el silencio del campo

Escrito por mi hermano Jose María Pareja-Obregón Lopez-Pazo

Siempre fui un enamorado del campo y la naturaleza. Desde niño en los descampados que rodeaban el estadio del Sevilla FC -cuando Nervión era todavía una huerta entre el campo y la ciudad- ya miraba a los jilgueros y verdones revolotear en las matas de jaramagos. 

 Desde que nací, en verano nos íbamos a Cartaya a casa de mis abuelos y crecí gateando en un huerto con naranjos donde me distraía viendo cómo bebían los pájaros en los surcos que mi abuelo Pepe hacía para regar. Al mediodía, con el calor, las chicharras nos acompañaban la siesta y por la noche los grillos cantaban a la luna. En esos primeros años de mi vida, con mi primo Manuel Diego, aprendí todo sobre los pájaros, su canto, su vuelo, nidos, crías, etcétera. Allí fui feliz porque era lo que me gustaba. 

 En la infancia todos los fines de semana nos íbamos de cacería con mi padre, Lucas, Ricardo, mi hermano Celso y yo. Íbamos por la sierra, la campiña o la marisma, según dónde tocara la cacería. Celso y yo cobrábamos los zorzales y perdices que mi padre dejaba caer como lluvia de abril y siempre acabábamos exhaustos. 

Cuando ya fui más mayor empecé a cazar por mi cuenta. Con Manuel Diego cazábamos pajaritos con la red en la otra banda de El Rompido, cazaba conejos en Los Cerros con mi tío Joaquín, la perdiz con reclamo en el Puerto de la Virgen con mi primo Juan de Dios y mi hermano Jesús, los patos y los ánsares en la marisma de la Abundancia con mis amigos los Zapata, y aprendí la cetrería con Manuel Diego en los pinares de mi querida Cartaya. Los fines de semana siempre los pasaba en el campo y, como era dueño de mi negocio, en la época del reclamo salía todas las tardes a colgar el pájaro. En la sierra he visto bandadas de palomas torcaces que nublaban el cielo, en otoño los zorzales en las estacales al ir para la dormida pintaban el atardecer y en febrero los ánsares y las grullas volaban en flecha con sus cantos anunciando la primavera. 

 Empecé a estudiar ingeniero técnico agrónomo, pero por circunstancias, lo deje y me hice industrial, aunque nunca deje mi amor por el campo y la naturaleza. Me casé y me vine al Aljarafe pues nunca me gusto la ciudad. Vivo en el corazón del Aljarafe, en Villanueva del Ariscal, donde los olivos se mezclan con las viñas y los árboles frutales en primavera llenan de colorido el campo como si un cuadro de un pintor se tratara. Tengo el privilegio de vivir tan cerca del campo que me despiertan muchas veces los cantos de los gallos y los tordos, veo amanecer y atardecer todos los días caminando por los senderos y ese paseo me sirve para reconfortar el espíritu y el alma recordando emocionado viejos lances y anécdotas de tantos años de cacería. Soy cazador y, aunque ahora no ejerzo, siempre lo seré por que el cazador es como el torero que, aunque no toree, torero es siempre. 

Después de tantos años cazando y saliendo al campo ahora en mi madurez disfruto de largos paseos todas las mañanas con mi perrita “Chica”. También salgo con mis amigos galgueros por los barbechos de Salteras para ver la carrera de una liebre que busca su amparo en la besana o en la farda de un olivo. 

 Pero una cosa ensombrece mi alegría y es que el campo está en silencio, paseo todas las épocas del año, primavera, verano, otoño e invierno y se cómo cambia la naturaleza su vestido, ahora el verde de la yerba está desapareciendo, unas máquinas rocían un producto que lo vuelve todo amarillo, los herbicidas atacan al olivo en su raíz, las veras de los trigales las queman con productos que huelen desde kilómetros y los pesticidas inundan las huertas y eso esta acabando con el campo.

 Ya no se escuchan los chamarices en celo con su vuelo para atraer a las hembras, no veo bandos de jilgueros que teñían de amarillo los caminos, no se ven verdones ni jamaces en los higuerales ni rular las tórtolas en el verano, la tristeza me invade y siento rabia y desasosiego, nunca pensé que en una tierra tan bonita y tan rica estuviera tan yerma; es terrible el silencio en el campo, no hay trinos de pájaros, no se escucha la perdiz en celo, las liebres se están volviendo estériles, tan sólo algún canto lejano de alguna codorniz triste y palomas que vuelan buscando comida en los comederos del ganado es lo único que me da alegría… ¡con qué poco que me conformo! 

 Algunos políticos de pacotilla y naturalistas trasnochados achacan a los cazadores los problemas del campo y no saben que la caza ha existido siempre desde que existen los humanos, pero no dicen nada de los venenos de la nueva agricultura. 

No soy un experto en la materia y los que han estudiado eso sabrán mas que yo, pero si puedo asegurar que llevo más de medio siglo saliendo y viviendo en el campo y en contacto puro con la naturaleza y les puedo asegurar que no hay nada más triste que ver el campo en silencio. 

 Y, o le ponen remedio… o se habrá perdido toda la esencia de la naturaleza humana.

Villanueva del Ariscal, 21 de marzo de 2023.
Jose María Pareja-Obregón

1 comentario:

  1. Amen hermano y de paso enhorabuena porque has escrito y descrito muy bonito y con mucha razón

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