Ya se acaba julio de este 2018. Julio atípico y fresco como
el aire del norte de la mañana y el poniente de la tarde. Noches veraniegas de
descanso plácido, incluso con sábana en la ciudad y de rebecas en las playas.
Yo he estado trabajando en Sevilla de lunes a jueves y de
jueves por la tarde a lunes temprano descansando en El Rompido. Han sido días deliciosos
tanto en una Sevilla sin calores como en una playa con frio para lo que estamos
acostumbrados.
Mi veraneo este año se presenta de fábula. Vivo sin vivir en
mi con mis hijos y con mis nietas en un chalet precioso. Una obra de arte del
arquitecto Joaquín Díaz Langa que me he permitido arrendar los meses de verano
con mi hija Ana y mi “compadre” David (and family) y mi hijo Celso y Paloma,
para disfrutar todos juntos estos dos meses de canícula entre pinos piñoneros y
marismas de la ría, entre dunas y mar abierto, oliendo a piña y marabuja por el
norte y a caño y retama por el sur. Mis olores ancestrales.
Si ya es un lujo poder compartir mi verano con mis hijos, convivir
con mis tres nietas Celsa (7), Leonor (5) y Ana (3) es un regalo de Dios cada día.
No paran de preguntar y de descubrir tesoros.
Ya conocen a los barriletes cuadrados con sus bocas como
violines dorados o plateados según el resol, a las cangrejas redondas que se
confunden con el barro del fondo de los caños, a las algas de colores arcoíris,
a los bandos de peces de la orilla siempre inalcanzables, conocen a los escarabajos
negros y solitarios que deambulan por las dunas en busca de no se sabe qué, a
las gaviotas enteradas que nos miran con misericordia, a los charranes que nos
confunden con sus vuelos y se tiran de cabeza para alegrarnos el día, a las
tempraneras urracas ladronas que se enseñorean en el jardín buscando joyas…
Son muy marineras y cuando salimos en el Huevofrito a
navegar da gusto verlas marinear con sus chalecos salvavidas naranja maniobrando
con las defensas y gateando por la cubierta hasta sentarse en la proa bien
aferradas a la borda y disfrutando del paseo hasta llegar a la Punta de la
Barra donde salen corriendo a bañarse en las mejores playas que ustedes puedan
imaginarse. Por supuesto nadan como delfines, pero yo nos les quito el ojo de
encima.
Por las tardes antes de la puesta de sol me siento (cosa
rara en mi) a mirar el contraste alucinante entre el verde de la marisma y el
azul del agua que rellena los caños de delante de mi casa. Al fondo se dibuja
la antigua Almadraba atunera abandonada a su suerte por desidia de los políticos
mojoneros. Plata en el agua de la ría. Oro en poniente. Plomo por levante.
Comienzan mis vacaciones.
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