"Casos Clínicos"

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Sevilla, Huelva, El Rompido, Andaluz.
Licenciado en Medicina y Cirugía. Frustrado Alquimista. Probable Metafísico. El que mejor canta los fandangos muy malamente del mundo. Ronco a compás de Martinete.

sábado, 27 de octubre de 2018

Hipócritas


Los médicos tenemos con frecuencia la ocasión de presenciar la actitud de una persona que se debate entre “lo que piensa, lo que dice, y lo que hace”.

Sabemos que son tres bases fundamentales del comportamiento humano muy difíciles de poner de acuerdo y que crean no pocos conflictos psicosomáticos entre nuestros pacientes.

Podemos poner ejemplos con el tabaco, el alcohol, la alimentación, los hábitos de vida, las conductas inapropiadas, la toma de medicación, y muchos más.

Un determinado paciente sabe que no debe consumir alcohol (es consciente de ello), nos cuenta que solo bebe agua con gas (lo que dice), pero en realidad se bebe sus copitas todos los días (lo que hace) tal como se refleja en la evolución de su hígado y sus análisis… tenemos un grave problema.

Otro paciente debe dejar de fumar y así lo ha reconocido en anteriores consultas, pero se compra su paquete todos los días y se lo fuma a escondidas de la familia, aunque en la consulta jura y perjura que lo está dejando y que solo fuma algún cigarrillo de vez en cuando, pero viene con una peste a tabaco que tira de espaldas y con los bronquios inflamados…

Otro que es hipertenso y sabe que debe cambiar hábitos de vida y dieta, pero en realidad hace lo más cómodo para él (vida sedentaria, dieta inadecuada, incumplimiento del tratamiento, falta de control de la presión arterial) y en la consulta nos cuenta una milonga preciosa -aunque la santa esposa lo mira en silencio con cara despavorida- y nosotros constatamos con las pruebas complementarias que nos está mintiendo… Tan solo nos queda el recurso de decirle la verdad: es usted un Hipócrita.

Es usted un hipócrita. Está fingiendo una virtud que no tiene, se está engañando así mismo y pretende engañar con sus artificios a los demás.

La Hipocresía etimológicamente significa “fingir, actuar u ocultar con máscaras”, y no es difícil que todos y cada uno de nosotros actuemos inconscientemente rozando la hipocresía. En la vida diaria tenemos que ir siempre ajustando nuestros tornillos cerebrales para Hacer concordar nuestros deseos con nuestro discurso y dar fe de ello con nuestros actos: a esa resonancia se le puede llamar madurez, educación, sensatez, experiencia, honestidad, etcétera…

Pero a la vez tenemos que moderar el impulso para que todo aquello que se nos pase por la cabeza no lo expresemos ante los demás sin anestesia y mucho menos actuemos sin frenos ni regulación racional.

Hipocresía es estar absolutamente en discordancia entre lo que pensamos, nuestras creencias, nuestra conciencia, nuestra fe, nuestros deseos, con lo que pregonamos como un mantra dogmático: hago esto, hago aquello, tu haz esto, haz lo otro, no hagas esto, no hagas aquello… la mayoría de las veces cometiendo errores de atribución y distorsiones cognitivas -como proyección psicológica de nuestras limitaciones y nuestras carencias- y lo que es más grave, haciendo justamente aquello que decimos que no se debe hacer adjudicandonos cualidades cuasi de jueces supremos, infalibilidad, perfección… o haciendo justamente aquello que criticamos con mayor énfasis si lo hacen otros. Hipocresía.

Todo lo anterior es baladí en el ámbito de la vida personal de cada cual. Que cada uno se ponga las medallas personales que quiera, no seré yo quien lo juzgue (aparte de que yo tengo corneas y tímpanos con detección anti-hipócritas en mis genes, en serio…)

Lo peor es cuando nos topamos con los próceres de la política: paradigmas de la hipocresía sin trampa ni cartón. Son Hipócritas por la gracias de su dios. Nunca dicen lo que en realidad piensan. Vociferan discursos a medida de las circunstancias ambientales cargados de obviedades, de trampantojos, de circunloquios vacíos… hoy dicen blanco y mañana tiñen lo blanco de negro sin pudor. Y lo hacen independientemente de lo que piensen o de lo que digan, que es adonde quiero llegar.

Política e Hipocresía van de la mano, casi son sinónimos. Por eso muchos políticos mienten más que parpadean. Mienten en sus estudios, en sus tesis y doctorados, en sus curriculums, en sus antecedentes laborales, en sus economías, en sus declaraciones de hacienda, en sus programas electorales, en sus directrices, en sus discursos, en sus promesas, en sus intenciones, nos engañan con sus pactos traidores, con sus coaliciones aberrantes, con sus amistades peligrosas, con sus lujosos casoplones, con sus negros tarjetones, con sus confesiones y en sus comuniones.

Y de este ambiente de falsedad y de hipocresía proviene la permisividad actual con los mal llamados “independientes” y los fugados, con los indecentes de los lazos amarillos, los vándalos asalvajados y los terroristas adoctrinados que permiten la traición y la degradación de España insultando a todos los españoles con especial saña a la Monarquía y pisoteando la bandera de España.

El Hipócrita del actual presidente del gobierno Pedro Sánchez Castejón es el máximo responsable de estos hechos.

Como queríamos demostrar.

Publicado en Tribuna Abierta de ABC de Sevilla


lunes, 15 de octubre de 2018

El Bar Las Lilas


Cada uno tenemos nuestro barrio donde hemos nacido o nos hemos criado, barrio al que volvemos cuando podemos con nostalgia y emoción. En mi caso es el barrio de Nervión desde san Bernardo a la Gran Plaza, desde Ramón y Cajal a Luis Montoto. Y dentro de nuestro barrio existen lugares especiales que con solo recordarlos nos producen emociones que nuca se pueden olvidar. Ese lugar tan especial para mi es el Bar Las Lilas.

Estaba ubicado en Eduardo Dato esquina con Ventura de la Vega, en el tercer bloque de los pisos de la Diputación, junto a la portería del número 26. Yo vivía en le 24, a unos 20 metros del bar. Lo recuerdo en mi niñez como el Bar Estadio, nombre futbolero debido a estar enfrente del glorioso Estadio Ramón Sanchez Pizjuán, pero no creo haber entrado nunca cuando tenía ese nombre.  

Sería por los años sesenta y poco cuando el Bar Estadio cambió de dueño y se reformó completamente convirtiéndose un una moderna cafetería-bar con sus vidrieras amplias dando a las dos calles, su barra blanca impoluta en forma de ele, taburetes redondos giratorios con reposapiés, un salón al fondo con sus mesitas bajas, sillones de diseño y una iluminación de neón que entonces impresionaba por las noches: El Bar Las Lilas.

Al principio solo nos atrevíamos a entrar a pedir agua después de algún partido de futbol y aprovechábamos para quedarnos a ver jugar a las máquinas de petacos a los mayores pero los camareros no echaban a la calle sin miramientos: “¡A la calle a jugar!”

Poco a poco fuimos ganado posiciones y creo que con catorce años -sobre 1970- empezamos a “jugar a las maquinas” en las entonces modernísimas Nairobi (creo que se llama una…) y nos atrevimos a pedir nuestras primeras cañas, servidas en unas copas como de champán pero con el vidrio grueso, y los espectaculares “Chupitos Las Lilas” una tapa que era un montadito de pan tierno con un lomito y una hoja de lechuga.

Poco a poco los camareros fueron tragando nuestra presencia y nos fuimos haciendo amigos. En Las Lilas yo tomé mis primeras cervezas, fumé mis primeros cigarrillos en público, probé el cubalibre mientras escuchaba música americana de una maquina tocadiscos, empecé a fijarme y a ligar con las niñas de la Sagrada Familia y del las Carmelitas que pasaban por allí y poco a poco me fui haciendo un hombrecito.

Mi pandilla de las Lilas estaba compuesta por mis amigos de la infancia: Diego Villalonga; los hermanos Mundi y Jose Miguel Blanco (QEPD), Alberto Núñez; y compañeros del colegio Portaceli y vecinos del barrio: Manolo Jimenez, Paco Blandino (QEPD), Luis Serrano, Antonio Ruiz Cabezas, Josemi Arza, los hermanos Puchi y Carlos Lora, Paco Santamaría…

Compartíamos espacio en el bar con la pandilla de los mayores que tendrían dos o tres años más que nosotros: Carlos Jimenez Núñez – el dueño en funciones pues el Bar Las Lilas era de sus padres-, Quino Solano, Jose Antonio Martín, Mariano Leyva, Manolo Lora, Leopoldo Vaca…

La verdad es que los mayores nos echaban muy poca cuenta y pasaban de nosotros mirándonos por encimas del hombro porque tenían coches y motos grandes, cuando nosotros todavía andábamos con Vespinos y motos viejas.

Fue anecdótico como comenzó la “fusión” de las dos pandillas. Fue en Semana Santa cuando decidimos irnos a pasar unos días a la Costa del Sol -uno de nosotros ya tenía coche (no sé si carnet)- a una pensión barata de Torremolinos (entonces el summun de lo erótico) con muy poco dinero y muy poca vergüenza también. Una noche deambulábamos algo aburridos por la zona de garitos de turistas cuando nos dimos de cara con cuatro o cinco de la pandilla de los mayores. La alegría fue instantánea y mutua por las dos partes y nos abrazamos por primera vez como amigos y colegas. La noche fue apoteósica de copas y de risas y terminamos todos en el apartamento de Quino con una borrachera comunitaria, a algunos los tuvimos que llevar a hombros. Después de aquello ya empezamos a tomar juntos las birras al mediodía y las copas por las noches en Las Lilas y empezamos a tratarnos hasta formar una sola pandilla y una amistad entrañable que dura hasta hoy día.

No me puedo olvidar de los camareros. Aquellos que nos echaban cuando éramos niños llegaron a ser para nosotros amigos verdaderos, confidentes y a veces hasta banqueros. Joselito, el más joven, era de Los Pajaritos (Núcleo Residencial Las Aves, le decíamos con guasa…) era simpatiquísimo, chiquetito y cabezón. Fumaba Winston como un carretero. Jugaba en nuestro equipo de futbol de defensa, el primer partido lo jugó con botas de soldado porque no tenía botas de futbol (lo cual arreglamos enseguida). Pepe era gordito, calvito, soltero y sentimental, siempre malo de las rodillas y quejoso. Manuel era el mas huraño y serio, también soltero (pero no sentimental), tenía mucho carácter pero con gran corazón, un pedazo de pan de bueno que era. Terminó veraneando con algunos de la pandilla en un chalet que alquilaban mis colegas en El Rompido. Ellos nos avisaban cuando la maquina tragaperras estaba bien cebada y llevaba tiempo sin dar el premio, entonces invertíamos entre varios y rara era la semana que no trincábamos el gordo.

La verdad es que yo (todos) pasaba mucho tiempo en Las Lilas, desayunaba antes de irme a estudiar, tomaba las cervecitas antes de comer, luego el café o la copita, muchas tardes de rabona camuflados en las mesitas del fondo nos jugábamos los cubatas en eternas partidas de dados. Hasta partidas de póker se vieron allí. Los fines de semana que salíamos con los ligues nos quedábamos tomando copas hasta después que se iban los camareros, cerrábamos y nos quedábamos todos con Carlos, hasta que nos cansábamos de reír y de contar embustes, noches de vino y rosas…

Una tarde de domingo de primavera -ya con mis 19 añitos, casi 20- me bajaba yo de un coche en la esquina de Las Lilas, venía de estar dos días de cacería y traía mas mugre que un zorro. Entré a ver quien había por allí y de pronto me quedé pasmado al ver a una preciosidad escultural acompañada de varias amigas que yo conocía. Resulta que era la hermana de mis amigos Esteban y Pepe Prieto, yo llevaba sin verla como dos o tres años (ya me gustaba entonces). Pero aquella niña que yo recordaba con uniforme de colegio y un balón de baloncesto se había convertido en un espectáculo de belleza y personalidad y desde que la vi me quedé acarajotado. Me acerqué a saludarlas y ni corto ni perezoso les pregunté que cuales eran sus planes y me dieron que se iban al centro a dar una vuelta. Les dije que yo las llevaba en mi coche (un Seat 800 viejísimo) y que por favor me esperaran un momento. Ella me miraba como si yo fuese bicho raro, con una escopeta al hombro, conejos muertos colgando y sucio con ganas. Salí corriendo y creo que batí el record mundial de ducha, afeitado y perfumado. Cuando regresé taquicárdico y vi que estaba allí con sus amigas, esperándome, me dio un subidón de alegría. Aquel día fue el primero que salimos juntos.

Hasta hoy.