Escribió Tomás
Balbontín en el ABC de Sevilla el lunes 21 de julio de 2014:
Cartaya,
mi patria.
"Es el lugar para mí más hermoso del
mundo porque en él ejercí de perfecto salvaje
RAINER María Rilke dejó escrito que
la verdadera patria de un hombre es su infancia y, si eso es verdad, yo he
conseguido por fin volver a la mía. Estoy de nuevo en Cartaya, para mí el más
hermoso lugar del mundo porque en él, durante todos los veranos de mi infancia,
rodeado de abuelos, padres, hermanos, tíos, primos y amigos, muchos de los
cuales ya no están aunque siguen vivos en la memoria colectiva de nuestro
peculiar reducto familiar, ejercí de perfecto salvaje y fui el más feliz de los
niños hasta que la vida y los años me llevaron a otros lugares, otros
menesteres y otras fidelidades. Solventados los compromisos, vuelvo para
encontrar todo casi como estaba en mi memoria con unas mínimas modificaciones,
además de las inevitables arrugas en los rostros y en el alma de quienes un día
fueron mis cómplices de barrabasadas infantiles, ahora adultos responsables y
abnegados padres de familia que arrastran las mismas nostalgias, querencias y
recuerdos que yo. Engañándome, he pretendido justificar esta vuelta a los
orígenes en la necesidad de regalar a mis hijos al menos una parte de aquella
felicidad que Cartaya me dio a manos llenas cuando era un niño, pero en el fondo
sé que lo hago también por puro egoísmo, respondiendo a una irresistible
llamada interior imposible de ignorar. Me pierdo en estas filosofías mientras
la tarde muere sobre el eterno paisaje de la sinuosa ría de El Piedras que, pasando El
Rompido, y dejando a un lado el puerto
de El Terrón, se adentra hasta la ribera
de Cartaya después de bifurcarse a la altura de la Punta del Pozo buscando el camino de Lepe bajo el puente de La Barca.
Sé que
estas referencias geográficas a muchos no les dirán nada pero para mí lo
significan todo porque, aunque nací y he vivido siempre en Sevilla, que es mi
ciudad, esta soñada Cartaya, si le hacemos caso al bueno de Rilke, ha sido siempre
mi patria."
Y yo añado: ----------------------------------------------------
Y yo añado: ----------------------------------------------------
Como todo lo que escribe mi primo Tomás, no tiene desperdicio y
cada una de las palabras que dice sobre su (nuestra) infancia en esa bendita
tierra cartayera están llenas de cariño y de melancolía de la buena… a mí me
pasa lo mismo.
Dice mi madre que me llevó a Cartaya a pasar mi primer verano
con 8 días de vida. La casa de mi abuelo forma parte de lo que se conoce en el
pueblo como “el chalé” o “los chales”, entonces una docena de chales
construidos sobre el “cerro colorao”,
orientados al suroeste y abiertos de par en par a la ribera y a los caños del
río Piedras que desde ese mirador privilegiado se hace dueño de la marisma
hasta donde alcanza la vista. Entre pinos y eucaliptos, chumberas, almendros,
higueras, lentiscos, retama, más el poderoso aroma del fango vivificador y del
agua que llega del mar, se fabrica por las tardes el perfume mas armonioso que
la brisa nos pueda regalar. Son los aromas de mi niñez, de nuestra niñez.
Y cuando digo de “nuestra” me refiero a todos los primos que veraneamos
allí, primos todos descendientes de las familias Balbontín y Orta que, como
dice Tomás, ahora casi todos sentimos ese lugar como nuestra “patria” por los
recuerdos tan especiales que nos dejaron aquellos años para toda la vida.
Alberto Royo, Tomás y Manolo Balbontín, Curro Suarez, Fredy
Valverde, Roni Balbontín, Angel Zibikoski, Sebaldo y Antonio Perez…y otros
muchos, todos mas o menos de la misma edad y todos unos perfectos salvajes con
menos de diez años que teníamos todo el santo día libre para hacer lo que nos
diera la gana.
Imposible olvidar los primeros baños en la ribera de Cartaya
entonces con el “baño de los hombres” y el “baño de las mujeres”, dos playitas
de arenas coloradas separadas por pocos metros; y las excursiones en bote de
remos a la Punta del Pozo con los bocadillos. Cangrejas, bocas, lenguados,
langostinos, eran nuestros compañeros de aquellos baños diarios.
Si la marea estaba baja aprovechabamos para hacer arcos y
flechas de los mejores materiales que cortabamos del campo; otra buena distracción
era arreglar bicicletas, las cadenas rotas, los pinchazos, la dinamo… Por
supuesto subirmos horas y horas a los árboles de la cuesta o a los pinos de la
“cabaña” cuando estaba construyendo.
Cuando llegaba el calor fuerte nos bañabamos en los pilones de
agua clara que había en algunos chalés, en el de tia Manola la madre de Tomás o
en del tío Manolo Suarez. Mi abuelo Pepe también tenía un pilón en su casa
donde creo que aprendí a nadar.
En la hora de la siesta había que guardar silencio obligado. Cuando
éramos pequeños mi abuelo nos mandaba a los niños con la tata Reme a los pinares de La Joya, enfrente de la
casa, con una manta y un búcaro… No se me olvidarán esas horas de la siesta a
40 grados sentados en una manta sobre las marabujas punzantes de los pinos
escuchando a las chicharras y bajo los enormes nidos de las procesionarias que
amenazaban con caerse sobre nuestras cabezas. El silbido de mi padre (yiuuuiii,
yiuuuiii) anunciaba el final del “destierro” y volvíamos corriendo y gritando a
bañarnos en el pilón.
Me emociono al recordar los partidos de futbol por las tardes en
la “Plaza de las Palmeras” desde que
terminaba la siesta hasta que se hacía de noche, jugábamos todos, mayores y
pequeños, mientras en el picú de Bubi sonaba Leonard Cohen o Janis Joplin o
Carole King… A veces el partido se interrumpía porque llegaba el carrito de los
helados, otro momento cumbre da casi todas las tardes…
Otras veces teníamos partidos de futbol (desafios) en “el
llanito” de la ribera contra los cartayeros… casi siempre eran verdaderas
batallas campales que podían terminar con peleas a pedradas, otra de las
distracciones de los veranos cartayeros…
Y cuando empezamos a ser mayorcitos y nos dejaban ir al pueblo
en bici y al cine de verano… mis padres me llevaron al Rompido. Pero yo seguí
durante muchos veranos después compartiendo mis tres meses de veraneo entre el
Rompido con mis padres y Cartaya con mis abuelos y mis primos, primos que
aunque no tengamos los mismos apellidos para mi son tan cercanos como el que
más, con ellos pasé los años mas importantes de mi vida: la infancia.
Y aunque mi “patria” es El Rompido, tengo muy presente que
subiendo el río Piedras corriente arriba cada vez que la marea me lo permita
puedo llegar a la ribera de mi infancia y al paraíso de “los chales” de mi
familia cartayera.
EN EL PUEBLO aunque ya hay nuevas viviendas acomodadas debidamente, siguen algunas casas propias de este sitio tan personal y tan andaluz; zaguán y tres cuerpos, comedor sala y alcoba, cocina y corral, la puerta de éste frente a la de entrada y en el zócalo sombrío maceta de pilistra melones y sandias en el suelo, sidras también. En la calle San Sebastián (uuuh bajando a toda velocidad con la bici por su empinada cuesta) el viejo cuartel tapiado con antiquísimos ladrillos de barro macizo y vecinos y vecinas queridos que ya no están. El pueblo todavía conserva el viejo olor a pajar y frutales a marisma y a sal. En verano la silenciosa siesta como aquel viejo comendador que cuentan los historiadores vivía en la calle Nueva y gustaba de escribir a la hora del calor porque el sonido de la chicharra lo elevaba a mundos fantásticos lejos de un pueblo pequeño donde tiene al frente un mar infranqueable y detrás una huerta en la que crecen las hortalizas más grandes porque la tierra es de suroeste y de sal con el abono del mineral, que en esta Huelva de mis amores de todo hay.
ResponderEliminarLa iglesia es sencilla y muy adornada, abundan las flores y las imágenes de las Virgenes, las de Cartaya tienen todas pendientes largos y son bellísimas, como sus mujeres. El Convento de Los Mercedarios o de la Merced, siglo XVII está en la calle donde yo vivo, de hecho mi casa está donde se ubicaba la huerta que los monjes cuidaban. La calle Santa María es una línea recta hacia la ermita más bonita que he visto en mi vida, la ermita de La Virgen de Consolación, a la entrada puerta enrejada bellísima, una subida por unos jardines en flor y un templete con una Virgen chiquetita donde caí a mi hermana Pilar y le hice una brecha gorda, ahí siempre pido por ella, dentro de la pequeña capilla hay una belleza de caoba de Virgen guapa de orden y de flores frescas. Este es el pueblo, el paraíso donde vivo donde descansan mis abuelos de donde son mis hijos y mi nieto, donde tengo a mis amigas y amigos y donde me quiero quedar...para siempre, Bienvenido Tomás.-
Buen recorrido por la infancia,excelente por los dos!
ResponderEliminarNo he tenido el gusto de vivir allí,pero también viví similares experiencias,aunque en otro pueblo y otra ciudad, pero con parecidas calles y un mar de fondo.
La infancia,para mi,la etapa más bonita y más importante de la vida...la que sin darnos cuenta cimenta el terreno donde más tarde edificaremos nuestro futuro.
Gracias por vuestros recuerdos y por compartirlos!
Un abrazo
Gracias Cibeles, la Infancia vista como el terreno donde edificar nuestro futuro... me encanta. Seremos lo que fuimos... si no lo estropea el presente... algo así...
ResponderEliminarUn abrazo.
Que buena infancia! Yo pude disfrutar algo de lo que describes gracias a tío Alberto y tía Cachi año 89, ni por asomo comparado con tus vivencias pero personas (casi familia) que mencionas, he tenido momentos muy divertidos y los guardo con mucho cariño. Gracias por hacerme regresar a Cartaya. Celia Abad.
ResponderEliminarGracias a ti Celia por escribir. Sé que tía Cachi esta bien, gracias a Dios.
ResponderEliminarUn abrazo
Leyendo su relato, me ha llevado mi memoria a esos días , pues yo. Vecino de la calle San Sebastián jugaba con usted al fútbol o unos éramos los indios y los del chalet los pistoleros. Nada como disparar las flechas desde los eucaliptos de la joya y luego nadar a la otra orilla de la Ribera para escapar de pedradas con tirachinas, además de los partidos de fútbol en la esplanada de la Ribera , los de los clslet contra los de la calle San Sebastián o había. Me ha llevado usted a mi infancia , a ese cine de verano, al olor de la tierra mojada mezclada con cáscaras de pipas, y ya unque lejos de mi tierra mi añoranza es tan grande como el recuerdo de usted de su infancia. Un gran saludo.
ResponderEliminarGracias querido amigo de la calle San Sebastián. Calle de doña Manuela Gil, Ramón y su querida descendencia.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte
Un gran abrazo para usted y disculpe la mala letra en el móvil , y es que, la presbicia se apoderó de mí, un abrazo
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