Vamos a morir. Eso seguro. Es quizá la única certeza
que tenemos desde que nacemos: que nuestro tiempo está empezando a contar hacia
atrás –o hacia delante, da igual- hasta que llegue el día que se detendrá la
cuenta para no resetearse nunca más.
Si usted, hombre – mujer – viejo -joven (mayor de 18
años) lee estas líneas es que (teóricamente) esta vivo, pero le recuerdo otra
vez que nos vamos a morir antes o después y no quiero que lo olviden, al menos
durante la lectura de este panegírico dedicado a la Muerte.
Y sé que no es de buen gusto hablar así fríamente de
estas cosas tan desagradables porque ustedes estarán tan tranquilos en sus
casas leyendo el periódico, viendo la tele o mirando el internet y de pronto se
encuentran ahora con esta aseveración tan malaje y tan a destiempo que no viene
a cuento, ya sea a la hora del desayuno o de la merienda o de la cena, y
(pre)suponiendo que su señora o su señor (soy políticamente correcto, maldita
sea mi estampa) de ustedes les permita hablar con libertad de este maldito
temita a estas horas tan familiares de comidas en familia en paz y gracias de
Dios.
Pero a pesar de los pesares analicemos la situación
por favor, quiero que me presten atención solo unos minutos antes de pegar un
cabezazo siestudo en el sofá de eskay, de terciopelo rojo americano o de cuero
de ancas de potras vírgenes.
Tres cosas hay en la vida que con más frecuencia nos van
a quitar de ella: corazón, cáncer y carretera. Moriremos casi seguro de una
enfermedad cardiaca o cardio-vascular -propiciada por el estrés, la
hipertensión arterial, la diabetes, el tabaco, el colesterol desbocado- o bien
de cualquier cáncer puñetero que nos trinque despistados y a traición por el
mismo colon, pulmón, vejiga, mama o por donde sea, o a lo peor seremos estadística de
un accidente en carretera cuando menos lo esperemos viajando tan tranquilos a
la playa un fin de semana con ánimo de volver a casa más relajados y todo eso.
También nos acechan otras causas menos frecuentes pero no menos mortales (valga
el sarcasmo) como son las infecciones traicioneras o las enfermedades
neuro-degenerativas o una mala caída en el cuarto de baño al pisar el Palmolive
(nunca mejor dicho) y resbalarnos antes o después de sentarnos en el retrete
por última vez.
Además llegar a viejo sin palmar por las muy probables
causas anteriores puede ser un arma de doble filo. Porque si nuestro cerebro se
agota fisiologicamente antes que nuestro corazón y padecemos cualquier tipo de
demencia -ya sea de causa isquémica (Vascular) o degenerativa (Alzeheimer)-
convirtiendonos en zombis zumbados, de esos que ni tugen ni mugen, seremos
ancianos con vísceras sanas normofuncionantes pero sin cerebro útil, como
cadáveres vivientes. Mala suerte amigos.
Pero si con un poco de chamba conseguimos llegar a ser
unos viejos físicamente sin grandes achaques y mentalmente lúcidos,
autosuficientes, jirochos, pulcros, aseados, de buen humor y sin ser una carga
para nadie, entonces podemos decir que nos ha tocado la Lotería de la Vida… y
de la Muerte.
Porque hablar de la muerte es hablar de la Vida. Si
hablamos de la Parca es porque aun estamos con Vida. Igual que hablar de la
oscuridad es hablar de la Luz conocida previamente. Y esa es la opción que yo
propongo mientras estamos vivos: ¡Luz, más luz! Como dicen que dijo Goethe en
el momento antes de palmarla.
Si estamos vivos es porque tenemos capacidad de
síntesis de energía gracias a la luz y al calor que emana de ella (o más bien
viceversa, me da igual). Y lo digo por todos nosotros, - por todos mis
compañeros y por mi primero- pero especialmente por aquellas personas que están
más necesitadas de luz y calor porque ven que se les acerca -a todo lo que da
la máquina- el horizonte de sucesos: los viejos. (Prefiero que me llamen viejo
a anciano, no sé por que…)
Que alegría me da ver a muchos de mis pacientes
mayores con esas ganas de vivir tan saludables, con ese buen humor y serenidad
ante las adversidades propias de su edad, con experta comprensión e infinita
paciencia para con los problemas que les plantea su día a día, ya sea su
soledad o su delicada situación económica, pero que no les priva de disfrutar
de sus hijos y nietos, a veces con una fortaleza física y psíquica inimaginable
para un viejo o vieja de su edad. Son mis ídolos.
Y ellos saben además que les quedan solo unos cuantos
años de vida, años que deciden dedicarlos a ayudar a los demás y a hacer
felices a sus hijos, a sus nietos, a su familia.
¿Porqué apartamos a los mayores (viejos, ancianos,
abuelos) de las decisiones importantes de nuestras vidas? ¿Por qué prevemos que
se van a morir pronto? No es justo.
Todos aspiramos a llegar a viejos lo mejor posible,
con salud física y claridad mental. Si lo conseguimos por suerte o por méritos
propios no nos gustaría que nos tratarán como si fuésemos inútiles e
inservibles, como ceros a la izquierda.
Seamos sensatos y demos a nuestros mayores la
oportunidad de enseñarnos a vivir… y a morir con dignidad
LA VEJEZ.-Son las diez y veintiuno de la noche y estoy en la habitación de un hospital público acompañando a una anciana muy lúcida de 93 años madre de mi santo y abuela de mis amores. La estancia es pequeña, dos camas, en la de al lado de mi familiar está una anciana también, menuda y madre de siete hijos, le acompaña el más pequeño de ellos, un muchacho fuerte y respetuoso de 41 años que le habla a su madre de usted, amorosamente le ha dado de cenar un puré y una manzana asada, esta fruta del paraíso está como las dos enfermas, arrugada y torcida pero plena de dulce y de almibar que sabe a sabia de vida. Ambas han estado contando historias de sus vidas, son los sufrimientos y alegrías de dos seres casi sin futuro pero con una capacidad de resistencia ante las adversidades y de entrega que a mi me están enseñando lo que es la belleza de la vejez. La vejez es una etapa más de la vida, dura, como lo son todas y por la que todos los seres humanos debíamos pasar, es el último ciclo vital y si no se pierde la capacidad de recordar y de razonar puede ser muy bella aún con un horizonte tan disperso pero con un pasado tan inmenso. La anciana desconocida y menuda parió en su casa del campo a sus hijos, ha perdido a alguno por el camino porque la vida no se le presentó bien, de eso no se puede hablar de modo que pasamos de puntilla ante la desgracia y hablando de política y de los robeteos varios se ríe ante la fogocidad de su hijo que se sabe la vida y milagros de todos los pueblos del andévalo huelvano. El ya duerme en su sillón al lado de su madre, a las seis de la mañana se va al campo a la frambuesa y con esas manos teñidas de nazareno sin oro, arrulla a su madre con mucha más delicadeza que cuando coje el fruto tierno y lo echa en la cesta. Duermete ya hijo que mañana te queda faena, usted no se preocupe por eso madre, usted descanse, mañana viene mi hermana, aquí estoy yo hijo, que venga quien tenga que venir y si se puede,responde ella, toooonceee, no se va a poder le contesta el; conversación absolutamente literal........Son las 11 en punto de la noche. Voy a ver si duermo.-
ResponderEliminarENGRACIA.- Cuando entré en la habitación del hospital para hacer compañía a la madre de mi marido en la noche, me encontré en la cama de al lado a una anciana menuda como un pajarito y con unos ojos muy abiertos y muy vivos, su cara hablaba de su enfermedad de una vida dura y de una intelegencia que enseguida capté y me atrapó. Pasó la noche inquieta pero sin quejarse y yo me acerqué más de una vez para ayudarla, ella se dejaba hacer. Serían las cinco de la mañana cuando una auxiliar de enfermería entró en la habitación y sacudió a Engracia para nosequé médico, "vamos mujer, abre los ojos y pon de tu parte" le dijo en un tono de voz propios de las cinco de la mañana pero en una discoteca con la música a tope, no de un cuarto silencioso y desolado de un hospital, yo, que soy de natural lanzada y que con los hospitales me pasa como con los aeropuertos, que me ponen en un estado de alerta máxima y la adrenalina a mil, no me dí ni cuenta cuando ya le había dicho a la enfermera "¿podría ser usted un poco más amable y hablar más bajito por favor?", "bueeenooo ya estamos, ea, buenas noches", y se fue a Dios gracias. La anciana menuda me miró un rato y le dije que se durmiera tranquila, mis manos temblaban porque soy así y la rabia me puede, la ansiedad también tiene la culpa. Yo no le hecho nada más a esa mujer, solo se que cada día preguntaba por mi a mis familiares que acudían a ver a nuestro familiar enfermo que afortunadamente va mejor ya. Siempre preguntando que cuando volvería yo, hasta que volví. Su cara se iluminó y en cuanto puede me acerqué a su cama y hablé con ella y le hice reir, le di un beso y le hice cosquillas en los pies porque me dió la gana, su risa sonaba a felicidad para ella y para mi y creo que nuestra química fue la desolación y las ansias de libertad que las dos teníamos. Engracia, nunca he visto un nombre tan bien puesto, es una mujer tocada por la gracia divina y humanas, desprende luz olor a campo y a ansias de ser feliz a pesar de los pesares. Le dieron el alta y se fue a su pueblo muy mejorada porque los médicos y las enfermeras aunque tengan sus defectos como todos los demás seres humanos, nos curan y nos devuelven casi siempre a nuestras vidas. Se que Engracia le pidió a mi marido mi teléfono, hoy me ha llamado y me dice que tengo que ir a verla a su pequeño pueblo huelvano, su calle tal y tal, que está feliz porque tiene unas vecinas muy buenas, un patio florido y un corral con tres o cuatro gallinas ponedoras, quesu casa es mi casa y se encuentra mejor, que vuelve a tener hambre, "he comido sopa de tomate Lourdes", que feliz se le nota, que vida más dura, que categoría, y para ponerle la estrella a esta corona humana, al despedirnos me dice que vaya a verla y que ya tenemos que ser amigas para toda la vida. Tiene 87 duros y maravillosos años. Engracia, te quiero.-
ResponderEliminarMaravilloso.
ResponderEliminarGracias hermana.