Me enfrento otra vez en poco tiempo con al muerte.
Ahora con la de uno de mis primeros amigos. El afecto que se siente por los
amigos de la infancia no se pierde nunca por muchos años que pasemos sin verlos.
Amigos para siempre, sobre todo si además hemos seguido siendo amigos durante
la ardiente adolescencia, la extraordinaria juventud y la –a veces difícil- transformación y maduración
personal. Repito: amigos para siempre.
La muerte de este amigo de mi edad me acorrala esta
vez contra mi mismo, y no me deja sortearla con artimañas de ciencia. Me apresa
por el gañote y me hace mirarla cara a cara y me escupe su esencia. Soy la
Muerte y estoy aquí para que me sientas cercana, parece querer decirme. ¡Mirame
a la cara si te atreves!
Y la miro. Y lo que veo es lo que cuento:
El cuerpo de mi amigo no muere. Solo va a sufrir una
transformación mágica. Sus tejidos conformados por moléculas de compuestos
químicos se van a incorporar al ciclo de la naturaleza. Da igual que estas
moléculas cadavéricas sean devoradas por insectos y gusanos, por alimañas, por
peces tropicales o bien torrefactadas por el fuego del horno crematorio. Y da
igual porque los átomos que conforman las moléculas de nuestras células,
trillones de trillones de átomos de hidrógeno, oxígeno, carbono, nitrógeno,
azufre, calcio, sodio, potasio y unos cuantos más en menor proporción son indestructibles.
Los electrones saltarán despavoridos de órbita en órbita reubicándose en varios
sitios a la vez hasta encontrar un sustento electromagnético que los haga
relucir de nuevo; los protones y neutrones de los núcleos atómicos rellenos de
quarks y de gluones mantendrán su orden intrínseco sometidos a las fuerzas
fuertes y débiles que nos han acompañado toda nuestra vida y por eso los átomos
seguirán siendo parte de la materia-energía y del espacio-tiempo. De la vida.
Nuestro envoltorio corporal se transforma a simple vista en gases y líquidos o
en sólidos con aspecto de cenizas de chimenea de cortijo. ¡Que mas nos da!
Lo que si muere con certeza es el pensamiento, el
raciocinio, las ideas, mueren los sueños y las intenciones, mueren las
emociones, la alegría, la pena, el cariño.
Mueren los proyectos, las dudas, las ilusiones y los
fracasos. Muere el deseo de vivir y de amar. Mueren los recuerdos acumulados en
las neuronas, incluso los olvidados. Muere la luz amarillenta de los miedos de
la niñez.
Mueren los secretos mejor guardados, las confidencias,
las costumbres, los olores y los sabores de toda una vida, muere la convivencia
y la fraternidad.
A veces muere sin sentido el futuro del inocente,
muere la vida antes de ser tocada por el rayo de luz que no calentará esa piel
traslúcida. Muere la armonía de la música vivificadora que nunca cantarán esos
ángeles terrenales.
Otras vece muere absurdamente la juventud, la belleza,
la inocencia, la alegría, la esperanza, los proyectos, muere la mirada
transparente y la sonrisa iluminada.
La muerte se lleva la palabra, la oración, el cuento
contado con la imaginación y la canción que nos arrullaba en la cuna. Muere la
poesía y la calma. Mueren la acción y la reacción de esos recuerdos del alma. Mueren
los acordes de una guitarra flamenca tocando por soleá y mueren las notas
musicales de todas las canciones escuchadas.
Mueren la experiencia y la sabiduría, los secretos
mejor guardados y los besos que no se han dado. Muere el tiempo que nos queda
por vivir, nuestra única posesión humana verdadera.
Casi siempre mueren la Paz y muere la Concordia.
Pero también mueren también el odio y el rencor. La
saliva envenenada y el regusto agriado que ofrece el agua de la fuente del
remordimiento mal digerido.
Muere el gris y oscuro sueño del que no podía
conciliar el sueño de los justos. Muere el ansia de poder del desgraciado, el
odio del fanático, la violencia del iluminado, la maldad estúpida del malvado,
el sadismo del perturbado, muere el dedo que aprieta el gatillo y la voz del
que ordena arrojar las bombas. Mueren los canallas y los criminales, los
soberbios, los vengativos, los pistoleros y los tibios de corazón. A veces
muere el Mal.
Lo que no creemos algunos es que muere es El Espíritu.
Que muere la Conciencia. Que muere la Razón de Ser y de Estar: el Alma.
Porque el espíritu/conciencia/razón/alma nunca ha
estado conformado por partículas elementales. No se han descubierto electrones,
neutrones ni protones celestiales. El Amor no tiene masa ni carga eléctrica, no
es una onda ni un quanto de energía, pero trasciende mas allá de la muerte y se
queda en este mundo humano impregnando otras vidas, en forma de recuerdos, de
ejemplo, de fuerza positiva para toda la humanidad. De Misericordia.
Yo así lo creo. Aunque no lo entienda.
Publicado en ABC de Sevilla 26/01/17
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para hace comentarios libremente has de tener una cuenta de Google: loquesea@gmail.com
Solo se tarda un minuto, si acaso.
GRACIAS COLEGAS.