Coincidiendo
con el 70 aniversario de la publicación de “Patología
Psicosomática”, la gran obra del doctor Juan Rof Carballo, me atrevo a
escribir unas palabras sobre esta especialidad (aún no reconocida
oficialmente), que practicamos con entusiasmo y dedicación cada vez más médicos
como complemento de nuestra especialidad, en mi caso la Medicina Interna.
Las
enfermedades psicosomáticas son difíciles de diagnosticar y su clasificación es
complicada debido a la variedad de su etiología (causa), la complejidad de su
fisiopatología y la respuesta individualizada de cada paciente a tratamientos
similares.
Suelen
ser patologías en las que los síntomas predominantes son difusos, a veces
difíciles de explicar por el propio paciente pues son síntomas larvados:
cansancio exagerado, fatigabilidad física diaria, desidia, sensación de
malestar inespecífico, ansiedad inexplicable, dolor de cabeza rebelde, dolor
muscular o articular, molestias digestivas persistentes y diarreas que
atribuyen a intolerancias alimenticias variadas. Estas crisis dolorosas y
angustiosas que incluso pueden simular un ataque cardiaco, una crisis de
asfixia o un cólico abdominal, obligan al paciente a acudir a Urgencias en repetidas
ocasiones y son derivados a consultas de especialistas varios buscando el
origen y la solución de sus síntomas.
Lo
habitual es que en los análisis y pruebas complementarias realizadas a estos
pacientes no se detecte ninguna patología orgánica y que se les intente
tranquilizar diciéndoles “no se preocupe
que usted no tiene nada grave, váyase a su casa y descanse…” lo cual desencadena
más inseguridad pues sus síntomas no desaparecen y la enfermedad sigue su curso
progresivo afectando cada día más a la calidad de vida del paciente sufridor.
Porque los síntomas son reales y los pacientes padecen dolores y cansancio y
fatiga y angustia y malestar incapacitante y tristeza y desilusión e insomnio,
con gran dificultad para trabajar y llevar una vida “normal” adecuada a su edad
y su ámbito vital.
Como
no quiero usar términos médicos complicados para explicar estas patologías
usaré metáforas. Nuestro cerebro se adapta lo mejor que puede a los pequeños
vaivenes diarios sin producir grandes emociones (sin fabricar más hormonas
estresantes que tranquilizantes) y adapta nuestros biorritmos a los horarios y
calendarios internos. Nuestro computador interior modula las emociones
habituales y los pequeños dolores o molestias físicas que todos tenemos cada
día y que aumentan como es natural con el paso de los años. Nuestra computadora
central está programada para mantener en equilibrio funcional la información
que recibe y como gestionar e informar al cuerpo de esos datos. Los
transmisores de esta información son sustancias químicas producidas en el
cerebro que activan o frenan glándulas de todo el organismo.
Pero
cuando por causas variadas hay una desadaptación o descoordinación en ese
equilibrio neuro-endocrino entre mente y cuerpo comienzan los trastornos
psicosomáticos. Se liberan hormonas de estrés en momentos inoportunos
produciendo palpitaciones, taquicardias, asfixias, angustias, trastornos
digestivos muy floridos, gases, retortijones, diarreas, nauseas… todo esto genera
alarma y miedo. Estas hormonas descontroladas también producen un aumento
progresivo del volumen del amplificador de los dolores y del cansancio,
apareciendo fatiga muscular a mínimos esfuerzos, jaquecas y contracturas de
espalda, dolores diseminados en los músculos, insomnio, desgana, apatía,
ansiedad, tristeza…
Son
síntomas muy alarmantes para los que sufren estas enfermedades psicosomáticas,
enfermedades que los médicos intentamos clasificar según los síntomas
predominantes y estudiamos con interés: Fibromialgia, Síndrome de Fatiga
Crónica, Cefaleas tensionales y jaquecas, Síndrome de Intestino irritable,
Hipersensibilidad Central, y otras.
Son
patologías que podemos llamar “individuales”, es decir, que dos personas
biológicamente parecidas sometidas a el mismo estrés físico o psíquico no
tienen por qué desarrollar los mismos síntomas. Cada enfermo desarrolla una
patología psicosomática propia e individualizada, lo cual es un reto y un
desafío para los médicos que estudiamos y tratamos estas enfermedades.
Para
su correcto diagnostico es necesario tener una gran visión clínica para
descartar patologías autoinmunes, reumáticas, infecciosas o metabólicas, sin
escatimar pruebas complementarias ni menospreciar los síntomas por leves que
sean. Y a continuación necesitamos tener la avidez psicosomática que implica la
visión global del paciente que sufre. No niego que se necesite tiempo (decía
Rof Carballo que la Medicina Psicosomática “nace de la falta de prisa del
médico”) y paciencia con estos pacientes que la mayoría de las veces no saben
lo que les pasa o creen que sufren una patología grave que no hemos sabido
diagnosticarles. Muchos de estos pacientes son dependientes de analgésicos y
ansiolíticos lo que dificulta su tratamiento.
La
visión humanista y psicológica son las armas que tenemos para despejar el
camino y encauzar el tratamiento personalizado de cada paciente, haciendo que
disminuya su percepción del dolor y de los síntomas acompañantes, sobre todo
del cansancio crónico.
Y
el objetivo del tratamiento es que los pacientes afectados vuelvan a su nivel
natural de percepción del dolor y del cansancio fisiológicos, que tengan mejor
calidad de vida sin preocupaciones y sin depender de drogas analgésicas o
tranquilizantes, consiguiendo que lleven una vida normal, y porqué no, que
vuelvan a ser felices.
Publicado
en ABC de Sevilla
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