En mi viejo Diccionario Enciclopédico busco la palabra “crítica”: “Arte de juzgar la bondad, verdad y belleza de las cosas”// “Censura de la conducta o acciones de alguno”// “Conjunto de opiniones vertidas sobre cualquier asunto”// “Cualquier juicio formado sobre una obra de literatura o arte”. La RAE añade que “criticar” es “expresar opiniones o juicios negativos y contrarios sobre una persona o cosa”.
De modo que ejercer la crítica implica un proceso de juzgar actos, de censurar conductas, y de opinar expresando nuestras opiniones y conclusiones. El día a día de muchos de nosotros, ¿no es cierto? Un proceso que hacemos continuamente observando el comportamiento humano y sus consecuencias sobre el entorno que nos rodea y afecta produciendo sentimientos y emociones que expresamos libremente. La botella medio llena o medio vacía, ni más ni menos. Del blanco radiante al negro zaino, con todos los colores que usted quiera ver en los demás. La crítica, dicen que puede ser “constructiva” o “destructiva”. Ahí lo dejo.
Muy poco se ejerce este proceso haciéndolo introspectivo, mirándonos en el espejo de Alicia y pasando al interior de nosotros mismos. ¿Somos capaces de criticarnos, de discernir nuestras propias faltas, errores, limitaciones y sobre todo nuestras mentiras y actos dolosos contra nuestros semejantes?
Ejercer la autocrítica es un saludable ejercicio desde la juventud (es complicado madurar y evolucionar correctamente sin practicarla), pero, con el paso del tiempo -como planear ir al gimnasio a las siete de la mañana- se suele quedar en una intención pocas veces realizadas. La tendencia natural es a posponer “sine die” ir a ese gimnasio mental de reflexión, de análisis de nuestro comportamiento perfectible, de aceptación de nuestro límite y de ser capaz de reparar el mal causado con nuestras críticas injustas. Ya dejó dicho G.K.Chesterton que lo que amarga al mundo no es el exceso de crítica, sino la ausencia de autocrítica.
La autocrítica -en su justa medida- provee al intelecto de más conexiones neuronales productivas y debe ser considerada una gimnasia mental beneficiosa y preventiva de degeneración cerebral. Y sí, la autocrítica -siempre que sea realizada por una mente sana- debe tener un fin positivo, reparador e indulgente. La autocrítica forma parte de la saludable higiene mental personal. Debe servir para ser honestos con nosotros mismos.
Bien es verdad que el exceso o la perturbación autocrítica conlleva al perfeccionismo patológico, y otras enfermedades mentales. Por ejemplo, leo que en el régimen soviético marxista y actualmente en los regímenes comunistas se obligaba y obliga a los “disidentes” a realizar públicamente “autocrítica política” dirigida a reconocer el adiestramiento mental obligado, para evitar ser “purgados”, es decir desaparecidos o directamente fusilados. Criminales que la historia sigue juzgando y juzgará.
Yo me conformaría que nuestros actuales dirigentes empezando por el “gobierno en funciones” y sus socios facilitadores hicieran un repaso desde estos años atrás con la irrupción del muy mentado “progresismo”, ese cajón de sastre donde caben y se justifican todos los desmanes irracionales que tanto daño están produciendo a la convivencia y la paz de todos los españoles.
Comprendo que un psicópata no sea capaz de tener autocrítica alguna -precisamente eso define a la mayoría de ellos-, pero es estadísticamente imposible que bajo unas siglas de un partido político de tanta y tan sería tradición como el actual PSOE, se cobijen tantos “psicópatas” que no sean capaces de realizar una mínima autocrítica y reconozcan los flagrantes despropósitos y disparates de todos estos años recientes.
Cuantas mentiras repetidas, falsedades, cambios de criterio injustificados (o justificados tan solo para sus intenciones espurias), faltas de respeto, insultos y vejaciones (los famosos epítetos despreciativos de “fachas”, que somos todos al parecer), cuanto desprecio a la inteligencia de los ciudadanos sensatos diciendo ahora que lo que antes era negro ahora es blanco… si, blanqueando como “personas de paz” a los asesinos, aceptando chantajes de presos condenados por delitos de sangre o de fugados por querer dar un golpe de Estado, concediendo indultos y prometiendo amnistía a aquellos delincuentes que nos dijeron que traerían ante los jueces, malversando el dinero público para mantener el entramado de partidos minoritarios y antidemocráticos que sostienen al gobierno del psicópata, subvencionando prensa diaria influyente y cadenas de televisión adoctrinadoras y propagadoras de infamias, manipulando a la juventud fomentando con pagarés el pasotismo y el ocio, permitiendo la ocupación ilegal de viviendas y otras muchas barrabasadas sin límite que han quedado grabadas y pueden ustedes tener acceso en las hemerotecas.
Señores diputados, diputadas, votantes y simpatizantes del “progresismo”…
¿No creen que deben hacer una mínima autocrítica?
Por higiene mental.
Publicado en @abcdesevilla en Tribuna Abierta el 04/10/23
INFARTO.
ResponderEliminarPara vivir hay dos requisitos inamovibles, nacer y morir. Enmedio de éstas dos columnas salomónicas, discurre nuestra existencia, larga o corta, mejor o peor, bien llevada, abandonada a su suerte o a los instintos ancestrales que todos debemos dominar. Nacemos con las ganas innatas de desarrollarnos y procrear, así la especie sigue su camino. En todas las culturas la muerte es dolorosa y muchas veces insoportable. Morir una vez cumplido el ciclo vital es natural aunque doloroso para quienes acompañamos en la vida al que se va o nos unen genes, no estamos preparados ni lo estaremos, gracias a dios, para ese dolor porque no somos de piedra. Hace un mes por mi casa y casi sin avisar, cruzó el rayo frío y blanco que nos deja a todos al borde del abismo sin saber porqué la vida puede ser tan cruel con personas tan buenas. Aún reconociendo lo natural de la enfermedad de los fallos de éste fragilísimo cuerpo nuestro y de lo poco conscientes que somos de esa realidad. Eran las cuatro de la madrugada y a mi marido le fallaba el corazón después de un día como otro cualquiera. Me lo encontré subido en ese rayo frío, blanco, no respondía, busqué ayuda médica porque vi un hilo de vida y porque tenía que buscarla, además la de un amigo y una amiga porque ya he dicho que no soy de piedra. Al poco rato mi dormitorio tan cálido se transformó en una fría UVI que luchaba por ese hilo o halo de vida. Llegando al hospital el corazón que no tiene sentimientos, se paró pero no del todo, la ciencia y la Divina Providencia a la que yo íba encomendandome detrás de la ambulancia ruidosa, hicieron el milagro y ese músculo sin conciencia volvió a latir levemente, los sabios del cuerpo y los árcángeles hicieron el resto, hoy está éste hombre con el corazón maltrecho pero feliz y sentado a mi lado. No concibo la ciencia, fundamental para la vida, sin el consuelo de pedir a la Divina Providencia, demasiado difícil lo tenemos ya como para no mirar al cielo. Del Padre del Hijo y del Espíritu santo, amén.