"Casos Clínicos"

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Sevilla, Huelva, El Rompido, Andaluz.
Licenciado en Medicina y Cirugía. Frustrado Alquimista. Probable Metafísico. El que mejor canta los fandangos muy malamente del mundo. Ronco a compás de Martinete.

miércoles, 30 de julio de 2014

Sobre héroes y honorables


Mucho tiempo hace que deseaba escribir acerca de tantos sinvergüenzas con nombres y apellidos y cargos honorables, reputados políticos, empresarios turbios, destocados jueces, abogados sin escrúpulos, corruptos banqueros, sibilinos mediadores, testaferros de barro y otros personajes alpinistas de las economías que van por la vida de ejemplares triunfadores y no son más que despreciables sabandijas que se comportan como sanguijuelas chupopteras de nuestra sangre, de la sangre de los inocentes.

Y como la Literatura es mi aliada y siempre acude cuando la necesito, resulta que leyendo como estoy la maravillosa novela de Ernesto Sábato Sobre Héroes y Tumbas me encuentro en su tercera parte Informe Sobre Ciegos en el capítulo 13 estas maravillosas palabras que vienen a decir todo aquello que yo quería decir pero que no sabía como hacerlo. Es justo lo que yo hubiera dicho, con las mismas palabras...

Y se lo dedico al muy “Honorable” Jordi Pujol y su afanosa familia que tanto quieren y admiran a los andaluces...

“… Me considero un canalla y no tengo el menor respeto por mi persona. Soy un individuo que ha profundizado en su propia conciencia ¿y quién que ahonde en los pliegues de su conciencia puede respetarse?

Al menos me considero honesto, pues no me engaño sobre mí mismo ni intento engañar a los demás. Ustedes acaso me preguntarán, entonces, cómo he engañado sin el menor asomo de escrúpulos a tantos infelices y mujeres que se han cruzado en mi camino. Pero es que hay engaños y engaños, señores. Esos engaños son pequeños, no tienen importancia del mismo modo que no se puede calificar de cobarde a un general que ordena una retirada con vistas a un avance definitivo. Son y eran engaños tácticos, circunstanciales, transitorios, en favor de una verdad de fondo, de una despiadada investigación. Soy un investigador del Mal ¿y cómo podría investigarse el Mal sin hundirse hasta el cuello en la basura? Me dirán ustedes que al parecer yo he encontrado un vivo placer en hacerlo, en lugar de la indignación o del asco que debería sentir un auténtico investigador que se ve forzado a hacerlo por desagradable obligación. También es cierto y lo reconozco paladinamente. ¿Ven qué honrado que soy? Yo no he dicho en ningún momento que sea un buen sujeto: he dicho que soy un investigador del Mal, lo que es muy distinto. Y he reconocido además, que soy un canalla. ¿Qué más pueden pretender de mí? Un canalla insigne, eso sí. Y orgulloso de no pertenecer a esa clase de fariseos que son tan ruines como yo pero que pretenden ser honorables individuos, pilares de la sociedad, correctos caballeros, eminentes ciudadanos a cuyos entierros va una enorme cantidad de gente y cuyas crónicas aparecen luego en los diarios serios…

… De manera que estoy muy lejos de sentirme avergonzado. Detesto esa universal comedia de los sentimientos honorables. Sistema de convenciones que se manifiesta, cuándo no, en el lenguaje: supremo falsificador de la Verdad con V mayúscula. Convenciones que al sustantivo "viejito" inevitablemente anteponen el objetivo "pobre"; como si todos no supiéramos que un sinvergüenza que envejece no por eso deja de ser sinvergüenza, sino que, por el contrario, agudiza sus malos sentimientos con el egoísmo y el rencor que adquiere o incrementa con las canas. Habría que hacer un monstruoso auto de fe con todas esas palabras apócrifas, elaboradas por la sensiblería popular, consagradas por los hipócritas que manejan la sociedad y defendidas por la escuela y la policía: "venerables ancianos" (la mayor parte sólo merecen que se les escupa)…

Si se hicieran alinear todos los canallas que hay en el planeta ¡qué formidable ejército se vería, y qué muestrario inesperado! Desde niñitos de blanco delantal ("la pura inocencia de la niñez") hasta correctos funcionarios municipales que, sin embargo, se llevan papel y lápices a la casa. Ministros, gobernadores, médicos y abogados en su casi totalidad, los ya mencionados pobres viejitos (en inmensas cantidades)… gerentes de grandes empresas, jovencitas de apariencia frágil y ojos de gacela (pero capaces de desplumar a cualquier tonto que crea en el romanticismo femenino o en la debilidad y desamparo de su sexo), inspectores municipales, funcionarios coloniales, embajadores condecorados, etcétera, etcétera.

¡CANALLAS, MARCH! ¡Qué ejército, mi Dios! ¡Avancen, hijos de puta! ¡Nada de pararse, ni de ponerse a lloriquear, ahora que les espera lo que les tengo preparado!

¡CANALLAS, DRECH! Hermoso y aleccionador espectáculo.

Cada uno de los soldados al llegar al establo será alimentado con sus propias canalladas, convertidas en excremento real (no metafórico). Sin ninguna clase de consideración ni acomodos. Nada de que al hijito del señor ministro se le permita comer pan duro en lugar de su correspondiente caca. No, señor: o se hacen las cosas como es debido o no vale la pena que se haga nada. Que coma su mierda. Y más, todavía: que coma toda su mierda. Bueno fuera que admitiéramos que coma una cantidad simbólica. Nada de símbolos: cada uno ha de comer su exacta y total canallada. Es justo, se comprende: no se puede tratar a un infeliz que simplemente esperó con alegría la muerte de sus progenitores para recibir unos pesuchos en la misma forma que a uno de esos anabaptistas de Mineápolis que aspiran al cielo explotando negros en Guatemala. ¡No, señor! JUSTICIA Y MÁS JUSTICIA: A cada uno la mierda que le corresponda, o nada. No cuenten conmigo, al menos para trapisondas de ese género.

Y que conste que mi posición no sólo es inexpugnable sino desinteresada, ya que, como lo he reconocido, en mi condición de perfecto canalla, integraré las filas del ejército cacófago. Sólo reivindico el mérito de no engañar a nadie. Y esto me hace pensar en la necesidad de inventar previamente algún sistema que permita detectar la canallería en personajes respetables y medirla con exactitud para descontarle a cada individuo la cantidad que merece que se le descuente. Una especie de canallómetro que indique con una aguja la cantidad de mierda producida por el señor X en su vida hasta este Juicio Final, la cantidad a deducir en concepto de sinceridad o de buena disposición, y la cantidad neta que debe tragar, una vez hechas las cuentas.

Y después de realizada la medición exacta en cada individuo, el inmenso ejército deberá ponerse en marcha hacia sus establos, donde cada uno de los integrantes consumirá su propia y exacta basura. Operación infinita, como se comprende (y ahí estaría la verdadera broma), porque al defecar, en virtud del Principio de Conservación de los Excrementos, expulsarían la misma cantidad ingerida. Cantidad que vuelta a ser colocada delante de sus hocicos, mediante un movimiento de inversión colectiva a una voz de orden militar, debería ser ingerida nuevamente.

Y así, ad infinitum…



lunes, 28 de julio de 2014

Veraneo en Cartaya


Escribió Tomás Balbontín en el ABC de Sevilla el lunes 21 de julio de 2014:

Cartaya, mi patria.

"Es el lugar para mí más hermoso del mundo porque en él ejercí de perfecto salvaje
RAINER María Rilke dejó escrito que la verdadera patria de un hombre es su infancia y, si eso es verdad, yo he conseguido por fin volver a la mía. Estoy de nuevo en Cartaya, para mí el más hermoso lugar del mundo porque en él, durante todos los veranos de mi infancia, rodeado de abuelos, padres, hermanos, tíos, primos y amigos, muchos de los cuales ya no están aunque siguen vivos en la memoria colectiva de nuestro peculiar reducto familiar, ejercí de perfecto salvaje y fui el más feliz de los niños hasta que la vida y los años me llevaron a otros lugares, otros menesteres y otras fidelidades. Solventados los compromisos, vuelvo para encontrar todo casi como estaba en mi memoria con unas mínimas modificaciones, además de las inevitables arrugas en los rostros y en el alma de quienes un día fueron mis cómplices de barrabasadas infantiles, ahora adultos responsables y abnegados padres de familia que arrastran las mismas nostalgias, querencias y recuerdos que yo. Engañándome, he pretendido justificar esta vuelta a los orígenes en la necesidad de regalar a mis hijos al menos una parte de aquella felicidad que Cartaya me dio a manos llenas cuando era un niño, pero en el fondo sé que lo hago también por puro egoísmo, respondiendo a una irresistible llamada interior imposible de ignorar. Me pierdo en estas filosofías mientras la tarde muere sobre el eterno paisaje de la sinuosa ría de El Piedras que, pasando El Rompido, y dejando a un lado el puerto de El Terrón, se adentra hasta la ribera de Cartaya después de bifurcarse a la altura de la Punta del Pozo buscando el camino de Lepe bajo el puente de La Barca.

Sé que estas referencias geográficas a muchos no les dirán nada pero para mí lo significan todo porque, aunque nací y he vivido siempre en Sevilla, que es mi ciudad, esta soñada Cartaya, si le hacemos caso al bueno de Rilke, ha sido siempre mi patria."


Y yo añado: ----------------------------------------------------

Como todo lo que escribe mi primo Tomás, no tiene desperdicio y cada una de las palabras que dice sobre su (nuestra) infancia en esa bendita tierra cartayera están llenas de cariño y de melancolía de la buena… a mí me pasa lo mismo.

Dice mi madre que me llevó a Cartaya a pasar mi primer verano con 8 días de vida. La casa de mi abuelo forma parte de lo que se conoce en el pueblo como “el chalé” o “los chales”, entonces una docena de chales construidos sobre el “cerro colorao”, orientados al suroeste y abiertos de par en par a la ribera y a los caños del río Piedras que desde ese mirador privilegiado se hace dueño de la marisma hasta donde alcanza la vista. Entre pinos y eucaliptos, chumberas, almendros, higueras, lentiscos, retama, más el poderoso aroma del fango vivificador y del agua que llega del mar, se fabrica por las tardes el perfume mas armonioso que la brisa nos pueda regalar. Son los aromas de mi niñez, de nuestra niñez.

Y cuando digo de “nuestra” me refiero a todos los primos que veraneamos allí, primos todos descendientes de las familias Balbontín y Orta que, como dice Tomás, ahora casi todos sentimos ese lugar como nuestra “patria” por los recuerdos tan especiales que nos dejaron aquellos años para toda la vida.

Alberto Royo, Tomás y Manolo Balbontín, Curro Suarez, Fredy Valverde, Roni Balbontín, Angel Zibikoski, Sebaldo y Antonio Perez…y otros muchos, todos mas o menos de la misma edad y todos unos perfectos salvajes con menos de diez años que teníamos todo el santo día libre para hacer lo que nos diera la gana.

Imposible olvidar los primeros baños en la ribera de Cartaya entonces con el “baño de los hombres” y el “baño de las mujeres”, dos playitas de arenas coloradas separadas por pocos metros; y las excursiones en bote de remos a la Punta del Pozo con los bocadillos. Cangrejas, bocas, lenguados, langostinos, eran nuestros compañeros de aquellos baños diarios.

Si la marea estaba baja aprovechabamos para hacer arcos y flechas de los mejores materiales que cortabamos del campo; otra buena distracción era arreglar bicicletas, las cadenas rotas, los pinchazos, la dinamo… Por supuesto subirmos horas y horas a los árboles de la cuesta o a los pinos de la “cabaña” cuando estaba construyendo.

Cuando llegaba el calor fuerte nos bañabamos en los pilones de agua clara que había en algunos chalés, en el de tia Manola la madre de Tomás o en del tío Manolo Suarez. Mi abuelo Pepe también tenía un pilón en su casa donde creo que aprendí a nadar.

En la hora de la siesta había que guardar silencio obligado. Cuando éramos pequeños mi abuelo nos mandaba a los niños con la tata Reme a los pinares de La Joya, enfrente de la casa, con una manta y un búcaro… No se me olvidarán esas horas de la siesta a 40 grados sentados en una manta sobre las marabujas punzantes de los pinos escuchando a las chicharras y bajo los enormes nidos de las procesionarias que amenazaban con caerse sobre nuestras cabezas. El silbido de mi padre (yiuuuiii, yiuuuiii) anunciaba el final del “destierro” y volvíamos corriendo y gritando a bañarnos en el pilón.

Me emociono al recordar los partidos de futbol por las tardes en la “Plaza de las Palmeras” desde que terminaba la siesta hasta que se hacía de noche, jugábamos todos, mayores y pequeños, mientras en el picú de Bubi sonaba Leonard Cohen o Janis Joplin o Carole King… A veces el partido se interrumpía porque llegaba el carrito de los helados, otro momento cumbre da casi todas las tardes…

Otras veces teníamos partidos de futbol (desafios) en “el llanito” de la ribera contra los cartayeros… casi siempre eran verdaderas batallas campales que podían terminar con peleas a pedradas, otra de las distracciones de los veranos cartayeros…

Y cuando empezamos a ser mayorcitos y nos dejaban ir al pueblo en bici y al cine de verano… mis padres me llevaron al Rompido. Pero yo seguí durante muchos veranos después compartiendo mis tres meses de veraneo entre el Rompido con mis padres y Cartaya con mis abuelos y mis primos, primos que aunque no tengamos los mismos apellidos para mi son tan cercanos como el que más, con ellos pasé los años mas importantes de mi vida: la infancia.

Y aunque mi “patria” es El Rompido, tengo muy presente que subiendo el río Piedras corriente arriba cada vez que la marea me lo permita puedo llegar a la ribera de mi infancia y al paraíso de “los chales” de mi familia cartayera.




viernes, 11 de julio de 2014

58 años

El pasado 1 de julio cumplí 58 años… Cuando uno es joven piensa en estas edades como en algo muy cercano la vejez y se supone a sí mismo serio y adusto, un poco cascarrabias, achacoso y mas bien tontaina. Por lo menos así recuerdo que pensaba yo de lo que sería llegar a estas edades cercanas a los sesenta que era cuando empezaba la vejez por aquellos años de mi infancia.

Pero yo no me veo así ni mucho menos. A quien me pregunta que como me encuentro le contesto que como un chaval: con 29 años de cintura para arriba y 29 años de cintura para abajo (¡eso quisiera yo!)…

De cintura para arriba la verdad es que no me puedo quejar, dadas las circunstancias que os voy a relatar a continuación:

Creo que conservo unas neuronas curiosas y entrometidas en todo aquello que tenga que ver con aprender algo nuevo cada día, no solo en mi profesión y ejercicio médico sino también en el campo de la Psicología humana, de la Bioquímica de la Vida y por supuesto de la Metafísica y de la Alquimia, de las me considero un alumno perpetuo. Leo todo lo que puedo, escribo todo lo que me dejan… y pienso. Me gusta mucho pararme a pensar y pensando he llegado a estas conclusiones:

Mis ojos, que eran verdosos (lo único verde de mi cuerpo aparte de mis más ocultos pensamientos) ahora necesitan de unos cristales que les dicen progresivos para adaptar mi visión y no ver las letras borrosas. Gracias a estas gafas de montura moderna soy capaz no solo de leer la letra chica de los prospectos más embusteros sino también de ver las cosas con nitidez y cercanía (siempre que estén lo suficientemente limpias -las gafas quiero decir-) y así me engorilo mirando la cara de mis nietas Celsa y Leonor con sus ojos azulones iguales que los de su bisabuela Pilar, sus naricillas mocosas y sus sonrisas enormes que me llenan los ojos de lagrimillas microscópicas una y otra vez cada vez que se rien y me empañan los cristales de las lentes de puritita emoción de abuelete.

Y me sirven las gafas graduadas además para ver mejor el subconsciente de las personas a través de sus ojos y de su piel, de manera que puedo discernir quien viene de frente y por derecho o quien de lado y sesgado; quien viene de verdad y de buenas o con disimulada maldad y mas falso que un socio mallorquín. Mis gafas tienen la magia de ser útiles a quien quiera ver con ellas lo mas bonito de la vida: las buenas personas.

De mi napia nada puedo decir solo que me sirven de apoyo junto con las orejas para las antiparras. Eso si, de olfato ando como un mixto lobo, huelo un tonto a doce millas a la redonda, que para eso me titulé con el PER marinero para olisquear hasta doce millas, pues de navío ando mas corto que de cortijos (aunque mi Huevo Frito sigue dando guerra con sus cinco metros de eslora por la costa rompiera)…

Oigo menos que Rajoy, que ya es decir, que solo escucha el sonido del dinero cuando cae en la hucha… Desde hace unos años padezco una sordera neurosensorial dicen los entendidos, aunque yo sé que lo que tengo es el ruido de los miles y miles de tiros de escopeta que me “tragué” vía ótica desde muy niño siendo el perro (a mucha honra) fiel de mi padre pegado a sus pantalones y cobrando zorzales, tórtolas, palomas, conejos, perdices, por todos los cazaderos de Andalucía y después en el Tiro de Pichón de El Carambolo donde pasaba las tardes de los fines de semana y allí empecé a tirar con escopeta del 12 y con cartuchos fuertes, mas o menos con trece o catorce años. Desde los veintitantos años ya tenía zumbidos en los oídos. Ahora mi oído izquierdo tiene dentro una sinfonía de acúfenos ruidosos que no me permiten escuchar ni una sirena de bomberos el día de su Patrona; con el derecho me defiendo de momento y voy capeando el temporal. 

Pero desde primeros de año estoy usando una maravilla de la tecnología moderna en forma de prótesis auditiva o audífono que hace que vuelva a enterarme con claridad lo que dicen los actores en las pantallas del cine y mas o menos me entero de los embustes que me cuentan los amigos en los bares. Estos audífonos modernos son bastante útiles para conversaciones en ambientes silenciosos pero si hay mucho ruido de fondo yo me entero con absoluta nitidez del llanto del niño de la mesa de enfrente y nada de lo que me hablan en mi mesa…

El sonotone tiene dos momentos espectaculares. Cuando te lo pones y cuando te lo quitas. Cuando me lo coloco por ejemplo en la consulta me entero divinamente de lo que me cuentan mis pacientes sin tener que estar preguntando dos veces lo mismo una y otra vez, que a veces habrán pensado que estoy distraído –seguro-; o cuando disfruto de una grata charla con amigos, o viendo una película sin tener que subir el volumen hasta pelearme con mi santa esposa (que pone la tele tan baja que yo dudo que escuche algo y además no la mira porque está haciendo siempre punto)…

Pero hay un momento que es casi mejor para mi, que es cuando empiezo a escuchar una tontera detrás de otra, ya sea en las telediarias noticias, o en la radio del taxi o en una conversación con conocidos o desconocidos o en donde sea que haya un tonto del culo queriendo ser escuchado por cojones y diciendo pamplinas una detrás de la otra con frases de tertuliano barato y con tono de voz de locutor de carrusel deportivo… entonces con un suave y disimulado gesto imperceptible para los no iniciados me llevo la mano a mi oreja izquierda y con un certero gesto como si me rascara el pabellón auditivo escamoteo el artilugio que queda disimulado en la palma de la mano y colorín colorado el escuchar estupideces se ha acabado… A mis 58 tacos me puedo dar el lujazo de escuchar a quien quiero cuando yo quiera, digo yo. Solo es cuestión de poner cara de estar enterandome y asentir de vez en cuando con la cabeza… mientras pienso en mis cosas o en lo guapa que esta mi primera mujer que cada día que pasa está mas guapa, si señor…

Tengo que confesar que tengo otra prótesis en mi vida. Y tuve que empezar a usarla para satisfacer a mi santísima esposa. Si. Era necesario usarla y la tengo que usar: la máquina para no roncar. Este artilugio que se compone de una mascarilla nasal igual que la del oxígeno de los hospitales, un tubo corrugado que va conectado a una máquina eléctrica que proporciona aire a presión, el cual mantiene abierta vía aérea superior y se evita tanto el molesto ronquido así como las hipoapneas o apneas durante el sueño… un regalito. Sus siglas son CPAP y se pronuncia “cipap”. Me costo adaptarme al correaje y a la mascarilla, pero ahora duermo como una marmota, no ronco… y duermo en mi cama a la vera de mi partenaire… A mis 58 añitos no me gusta dormir solo, me da jindama.

Como hice mucho deporte a lo largo de mi vida: atletismo, judo, futbol, vela ligera, remo, padel me conservo aceptablemente bien del cuello al ombligo. Ahora me he quitado de hacer grandes esfuerzos, (como los partidos de padel que me pegaba hace unos años a cara de perro) y solo me dedico a caminar a paso ligero, a veces un trote garboso que me sienta de maravilla. Me mantengo alrededor de los 75-76 kilos aunque debería perder dos o tres de ellos que se me alojan en la barriga y en la papada, pero me gusta la cerveza con melva o mojama y el vino tinto con manitas o menudo. Por eso mismo me tomo casi a diario una píldora para que se entienda con mi colesterol. No fumo desde hace años (era fumador de unos 4-5 cigarrillos suaves al día) y mi corazón creo que va como un reloj japonés (yo tengo dos relojes suizos y los dos escacharrados…); la presión arterial normal para mi edad, no tengo estrés importante, voy al retrete como un reloj de cuco suizo (ahora si, estos no fallan) todas las mañanas después del zumito de naranja y por lo menos dos propinas más al día… ¿Qué más se puede pedir…?

Claro, ustedes se preguntarán que como estoy del ombligo para abajo, y yo estoy dispuesto a contarselo a ustedes con pelos y señales, en dos palabras:

Con Tinuará…