“Los hombres de antes eran grandes y hermosos (ahora
son niños y enanos), pero ésta es sólo una de las muchas pruebas del estado
lamentable en que se encuentra este mundo caduco. La juventud ya no quiere
aprender nada, la ciencia está en decadencia, el mundo marcha patas arriba, los
ciegos guían a otros ciegos y los despeñan en los abismos, los pájaros se
arrojan antes de haber echado a volar, el asno toca la lira, los bueyes bailan,
María ya no ama la vida contemplativa y Marta ya no ama la vida activa, Lea es
estéril, Raquel está llena de lascivia, Catón frecuenta los lupanares, Lucrecio
se convierte en mujer. Todo está descarriado. Demos gracias a Dios de que en
aquella época mi maestro supiera infundirme el deseo de aprender y el sentido
de la recta vía, que no se pierde por tortuoso que sea el sendero.”
Este fragmento de “El nombre de la rosa” escrito por
Umberto Eco en 1980 parece que lo escribió pensando en la actualidad de la
España de principios de 2016.
Porque si bien es verdad que desde hace años estamos
viviendo y padeciendo la decadencia social e institucional en forma de
corrupción generalizada: políticos de todos los colores, empresarios, gestores,
funcionarios, banqueros, jueces y hasta familias al completo de supuestos
prohombres de estado con ínfulas independentistas que se comportan como aves de
rapiña, la actual situación que vivimos con esta camada de jóvenes
parlamentarios recién estrenados que han llegado a la política aduciendo
“nuevos tiempos y nuevas formas” es para echarse a llorar. Creen que el dialogo consiste en acusar al
contrario abundando en insultos y reproches torticeros dando muestras de una
gran falta de educación intelectual y a veces personal que desgraciadamente
está contagiando como un virus zika al Parlamento al completo y a la parte de
la sociedad que los contempla como abducidos.
Discursos vacíos de contenido, incoherentes y sin
estudios basados en la evidencia, manufacturados a conciencia para adoctrinar a
jóvenes y menos jóvenes con escasa formación intelectual que desean poner el
mundo patas arriba sin saber ni el como ni el porqué, que desprecian a la ciencia
porque no tienen experiencia y así se dejan guiar ciegamente camino de los
despeñaderos por otros que están más ciegos que ellos porque están obnubilados por
el ansia desmesurada de poder que les perturba la visión real de las
necesidades de los ciudadanos corrientes y molientes.
Y además -para mas inri- estos noveles se encuentran
al llegar a políticos caducos aferrados a las ramas seguras de los árboles del
pan, que no quieren –ni ya pueden- levantar el vuelo para elevarse y tener otra
perspectiva de la realidad, incluso ascender más y más para gozar de la
placidez del vuelo de altanería y dejarse llevar por las térmicas hasta otros
bosques, otras voces, otros ámbitos… donde no escuchen al asno tocar la lira y
puedan ver el obsceno espectáculo de los bueyes bailando.
Estos recién llegados, algunos con muy escaso bagaje
de votos, quieren cambiar la historia de España (y del mundo) a su antojo y
conveniencia sin tener en cuenta la inmutabilidad del pasado, de igual manera
que Lea y Raquel -esposas de Jacob- o las hermanas de Lázaro Marta y María, han
pasado a la historia por sus actos que ya nunca podrán ser modificados; y por
eso Catón seguirá siendo siempre sobrio y estoico y Lucrecio hedonista y
epicúreo.
Estos indignados contra la historia reciente de
nuestra nación -e indignados igualmente con todos los que no piensen como ellos- pretenden cambiar el pasado a golpes de
falsedades repetidas, de desprestigios personales a sus predecesores en el
gobierno de España, de acusaciones infundadas, de insultos groseros, de
reiterar mantras hipnotizadores en las redes sociales y en las televisiones
predispuestas para adocenar electoralmente a los mas insatisfechos con promesas
incumplibles al mas puro estilo de los caudillos bolivarianos, esos que han
llevado a la ruina a sus propios países en pocos años.
“Todo está
descarriado” afirma Adso, quien agradece haber tenido un maestro que le
infundió el deseo de conocer La Verdad “y
el sentido de la recta vía, que no se pierde por tortuoso que sea el sendero.”
En estos tiempos poco importa la verdad y la rectitud
en la vida y mucho menos en la esfera política. Están la mayoría de los
responsables de los partidos (las excepciones son extraordinarias) tan
pendientes de ellos mismos, tan metidos en su rígido papel maché de figurones
cual ninots parlanchines que peroran con la misma sinceridad que lo hacen los
muñecos de los ventrílocuos: cada día mueven la quijada guiados por una mano
distinta que les hace decir el discurso según convenga.
Da vergüenza ajena observar como estos servidores
públicos se creen poco menos que elegidos para la gloria y al momento de pisar
el Parlamento han comenzado una grotesca interpretación de peleas de gallos
donde el arbitraje no existe y gana el gallo que revienta al oponente.
Es bochornosa la actitud altiva y prepotente de
algunos líderes de partidos políticos sin experiencia democrática que deambulan
rapiñando ministerios, pero más desoladora es la borreguil condescendencia de
los representantes de los partidos que han sido mayoritarios durante muchos
años que se pliegan cobardemente y se arrugan sobre si mismos sin tener el
coraje de superar desavenencias personales para sacar a España del atolladero, desoyendo
el mensaje de las urnas que no es sino el mensaje de los votantes, una enorme
mayoría de votantes, que cada día nos sentimos mas decepcionados con lo que
estamos viendo.
Me temo que al final no nos quedará otra que asistir
impávidos a ver nuestro mundo patas arriba dirigido por ciegos que conducen a
una gran mayoría de ciegos a ver bailar a los bueyes y a escuchar tocar la lira
a los asnos.
“Tal vez el mayor peligro para el totalitarismo sea la
persona que toma su ideología literalmente” Slavoj Zizek (1992)
Así no va…
RESONANCIA, por Manuel Vicent.-El exabrupto que suelta un personaje ilustre, sea artista o intelectual; la basura infame que expande un programa de televisión; la idiotez que emite en una tertulia el pelanas más inane, toda esa excrecencia humana está irremisiblemente condenada al éxito. Cualquier insulto que lances en público en un momento de cabreo siempre encontrará un número de oyentes o lectores que estén de acuerdo, y si eres conocido te abordarán por la calle para felicitarte. Lo que importa hoy es la resonancia. Nada más fácil. Se han colapsado las centralitas, se decía antiguamente como prueba del impacto de un suceso; ahora, el nivel de un agravio solo se mide por su capacidad de incendiar las redes sociales. La cultura y la política española están pobladas de gente airada, de cualquier edad e ideología, que compite por ocupar como héroe del día la plataforma digital a cambio de exhibir las vísceras. La ira es una corona que sienta muy bien en la cabeza de los jóvenes, pero nada hay más patético que un viejo cabreado, y mucho más si es un escritor, intelectual o artista pasado de época, que busca la resonancia mediática dando lanzadas. A una edad, la única resonancia favorable es la magnética, que se utiliza para detectar algún deterioro interior del cuerpo, pero a veces sucede que uno cree que es cólera contra la injusticia lo que en el fondo solo es odio enfrascado contra uno mismo al verse tan viejo en el espejo. La propia imagen deteriorada te obliga a recordar la seducción, los sueños y el humor perdidos, lo bien que escribías, pintabas, ligabas cuando eras un joven radical de izquierdas. Podrías creer que con asaltos coléricos vas a recuperar protagonismo y resonancia en la Red, pero, lo dicho, un viejo solo debe buscar la resonancia magnética para descubrir si es odio o frustración lo que arrastra uno por dentro.-
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