Algunas tardes me gusta ir con mis nietas al parque
cercano a su casa. Allí entre arbolitos y jardines bien cuidados, junto a un
bar cafetería con mesas en el exterior, hay una zona delimitada con columpios,
toboganes, balancines, una especie de laberinto de cuerdas y barrotes además de
otros artilugios que no sé como se llaman. Los pequeños se lo pasan
estupendamente subiendo y bajando de los cacharritos, columpiándose,
deslizándose por toboganes todos en fila uno detrás de otro, los más pequeños vigilados
siempre de cerca por sus padres o abuelos, como es mi caso.
Mi hija ya me había alertado que tuviera cuidado con
el niño pegón, un pequeño de entre
dos y tres años que por lo visto acude casi todas las tardes al parque
acompañado de su madre. Esta se sienta tan tranquila en el bar con su copita
por delante, su tabaco rubio entre los labios y su móvil desde el que siempre
está chateando o hablando mientras el pequeño se dedica con total libertad a
aterrorizar a los otros niños que disfrutan jugando. Empujones a diestro y
siniestro, tirones de pelo, algún bocado y otras hazañas bélicas son
actividades habituales del niño pegón ante la absoluta indiferencia de la madre
absorta en sus gesticulantes discusiones telefónicas. Al parecer si alguien se
queja del comportamiento del pequeño ella no presta atención y ni se levanta
del asiento. Pasa del niño, según cuentan.
La otra tarde disfrutaba yo en los columpios con mis
dos nietas mayores: Celsa tiene ya cinco años y Leonor tres recién cumplidos.
Llega un padre de unos treinta y largos años con un pequeño y al momento me
percato que la criatura debe ser el niño pegón pues inmediatamente comienza a
perseguir a otros niños que juegan tan tranquilos dando empujones, propinando manotazos,
queriéndose subir a la fuerza en todos los columpios ocupados despreciando los
que están libres, gritando y molestando a todos incluso a los mayores que él
que no entran en las provocaciones.
Su papá –un tiarrón fuertote- se ha quedado de pie,
inmóvil, muy serio, observándolo todo
desde detrás de las negras gafas de sol pero sin intervenir. A veces da unos
pasos a un lado y a otro, mira el reloj con desgana y deja que pase el tiempo
entre posturas.
Mi nieta Leonor se tira por el tobogán deslizándose
cabeza abajo y riéndose. Yo la espero a ras del suelo para recogerla. De
pronto, como salido de la nada, aparece el niño pegón y sin venir a cuento le
pega un patadón en la cara a mi niña y huye corriendo a molestar a otros sin
mirar atrás. Leonor llora desconsolada y sangra por el labio. Afortunadamente
no le ha roto ningún diente. Miro al padre de la criatura que no se ha movido
de su sitio y observa impávido a mi nieta sangrando.
Me dirijo hacia él con Leonor en brazos mientras la
voy calmando y limpiando la sangre con un pañuelo.
- Oiga, ¿no cree
usted que debería tener cuidado que su hijo no pegara a los demás niños? Ya ha
visto lo que le ha hecho a mi nieta…
- Son cosas
de niños. -Me dice como disculpando a
su hijo. – Están jugando…
- No señor,
está usted muy equivocado. No son cosas de niños. Estas cosas son de los
padres.
- Es solo un
niño, ¿qué quiere usted que haga, que lo amarre?
- Ni mucho
menos. Su hijo no necesita estar amarrado, necesita que usted lo cuide, que
esté cerca de él y lo eduque. ¿No se da usted cuenta que su hijo lo que hace es
llamar la atención? ¿No se da usted cuenta que su hijo está reclamando que su
padre esté pendiente de él, que lo suba a los columpios, que lo monte en los
toboganes, que le hable, que juegue con él? Si se fija, los demás padres
estamos todos pendientes de nuestros hijos y nietos, les hablamos, los tocamos,
jugamos con ellos, los cuidamos, los ayudamos a divertirse sin molestar a los
demás…
La expresión de su cara se endurecía por momentos.
-Además –le
dije- su hijo está en la edad en que es
obligación de sus padres estar continuamente protegiéndolo y educándolo, es
decir, dando ejemplo con mucha paciencia y cariño hay que ir enseñando a los
pequeños lo que esta bien y lo que no esta bien. Hay que corregirles los malos
hábitos, hay que enseñarles a comportarse y a compartir, a respetar, a
obedecer, a entender las órdenes y el significado de sí y no… Y eso usted no lo está haciendo de ninguna manera, por eso
su hijo se comporta así. El daño que su hijo a hecho a mi nieta es solo
responsabilidad de usted, no se equivoque. De usted y de la madre del niño…
¿Cuándo tienen pensado empezar a educarlo, eh? -Yo ya estaba lanzado y
medio acojonado por la posible tragantá que me iba a pegar el de las gafas de
sol-.
El padre me escrutaba con cara seria, demasiado seria,
le temblaban los labios. De pronto una lagrima gorda y densa apareció bajando
por el surco de la nariz. El buen hombre no dijo nada. Sacó un pañuelo del
bolsillo, se secó las lágrimas sin quitarse las gafas, se acercó al pequeño lo
aupó abrazandolo y hablándole al oído se lo llevó mientras el niño pegón,
aturdido, miraba a su padre con cara de extrañeza.
El niño pegón solo pide atención, casi siempre es así. También los hay malotes, pero lo habitual es una llamada de atención. Ayy mi Leonor. Besitos!
ResponderEliminarMuy bueno, Celso!
ResponderEliminar👏👏👏👏
ResponderEliminar👏👏👏👏
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